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Cuatro años después de abrir su fundación, Linda Guerrero ayudó a crear en 1999 el primer banco de piel en Colombia. Su labor ha beneficiado a docenas de miles de personas en el país. | Foto: Juan Carlos Sierra

ENTREVISTA

“Quiero que seamos capaces de reconstruirnos como país”

La cirujana plástica Linda Guerrero ha dedicado su vida a curar cuerpos quemados y defender a sus pacientes. Retrato de un drama en la voz de su mayor testigo.

13 de junio de 2015

Mientras se prepara para atender a la revista SEMANA, Linda Guerrero limpia la larga cicatriz que un niño tiene en su antebrazo como resultado de un accidente con una veladora que le prendió fuego a su ropa hace dos años; examina la herida de un joven tolimense que terminó quemado por un choque eléctrico, y atiende a un pastuso cuyo cuerpo se incendió hace un año tras un accidente en la estación de gasolina donde trabajaba. A todos les habla con cariño, pero también con la firmeza de quien sabe que el dolor de un quemado en Colombia es difícil de aliviar.

Guerrero fundó hace 20 años la Fundación del Quemado, ubicada en una modesta casa en el noroccidente de Bogotá. Allí, junto a su equipo de cirujanos, psicólogos y trabajadores sociales, se ha convertido en el salvavidas de miles de personas a quienes el sistema de salud no les ofrece una rehabilitación integral tras quemarse. Este sábado 20 de junio, Guerrero celebrará dos décadas de lucha con un concierto en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá. Los ingresos servirán para financiar la institución.

Semana: Usted lleva más de 20 años dedicada a reconstruir cuerpos destrozados. ¿Qué la motiva?

Linda Guerrero: Yo cada día veo gente destinada a sufrir, que se acaba de enterar de que su vida y la de su familia han sido partidas en dos. Eso crea desesperanza en un ser humano. Entonces, a mí lo que me hace continuar es saber que puedo hacer algo para disminuir los traumas físicos y psicológicos.

Semana: ¿Cómo?

L. G.: Tratar a un quemado es un proceso larguísimo y complejo que puede durar hasta 20 años y conllevar docenas de operaciones. Además, la realidad con que se encuentra un quemado cuando sale de un consultorio es durísima. Acá, en la fundación, nosotros lo recibimos para tratarlo y darle esperanza. Viene, se sienta ahí y narra su historia. Luego le decimos: “mira, nosotros te podemos ayudar”. Esa sola palabra los alivia.

Semana: ¿Tener que ver con personas en situaciones dramáticas la afecta personalmente?

L. G.: Por más que uno endurezca el corazón, hay cosas que duelen. Y algo que me ha afectado son los quemados con químicos. Yo atendí a la primera paciente atacada con ácido en 1997: Gina Potes, hoy líder de las víctimas. Cuando vino, sabíamos que era una salvajada, pero pensábamos que era excepcional. Pero luego vinieron más y luego ya eran demasiadas. Eso a mí, como cirujana y mujer, me dolió terriblemente.

Semana: ¿Qué opina de Natalia Ponce de León?

L. G.: Lo de Natalia sucedió cuando ya había muchas denuncias de ataques con ácido. Pero ella se salió del patrón de mujeres en absoluta dependencia de un hombre, sometidas a la violencia y agredidas progresivamente hasta que terminan tirándoles el ácido. Natalia era lo contrario. Eso fue lo que golpeó a la sociedad.

Semana: Usted ha estado varias veces con ella. ¿Recibió un tratamiento privilegiado por ser de un estrato más alto?

L. G.: Natalia recogió la experiencia y el aprendizaje que se generó durante años sobre cómo tratar una quemadura con ácido. Pero eso no quiere decir que ella haya sido privilegiada. Y ojo: desde el punto de vista de la cirugía plástica reconstructiva el de ella es uno de los mejores resultados. Pero por bien que ella esté, su imagen cambió y eso es muy duro. Uno todos los días se mira al espejo, y a ella le toca ver a otra persona. Aceptar una nueva identidad es lo más difícil para un paciente quemado.

Semana: ¿Qué pensó cuando la vio en los medios?

L. G.:
Que ha tenido valor. A pesar de que quisieron destruirla, ella quiere ahora resurgir. Cuando la veo pienso en la famosa ‘niña del napalm’, la vietnamita Kim Phúc, quien de ser víctima de una bomba de napalm pasó a ser hoy embajadora de la Unicef. Natalia va a luchar mucho y va a convertirse en un ejemplo.

Semana: ¿Cómo acabar con esos ataques?


L. G.: Varias cosas. La primera tiene que ver con los medios, que no pueden seguir difundiendo irresponsablemente información, mostrando incluso cómo supuestamente es fácil hacer un ataque. Ustedes tienen que rechazar y generar un castigo social. Luego está el asunto punitivo. Aquí yo creo que Colombia ha hecho progresos. Antes un ataque con ácido era una lesión personal. Entonces el agresor volvía a casa, le reclamaba a su mujer por haberlo denunciado y volvía a agredirla. Esto ya no es así.

Semana: ¿Y qué dice sobre la venta de ácidos?

L. G.: Eso no tiene efecto. Ya lo dije una vez en el Congreso y hoy lo repito. Hay 5.000 químicos que pueden ser potencialmente usados para esto. ¿Cómo controlar todo? Ni siquiera los países desarrollados logran vigilar eso. El problema aquí es cultural y de respeto al otro. Y no solo a la mujer, pues ya también ha habido ataques de ácido contra homosexuales.

Semana: Las de ácido representan solo 3 % de las quemaduras en el país. ¿Cómo ocurre la mayoría?

L. G.:
El 70 % se da en el hogar. Y la mayoría en la cocina: con agua o café o con aceite hirviendo. Las quemaduras no se han podido vencer. Tratamos de educar en prevención, pero de nada ha servido. A veces son las mismas condiciones socioeconómicas las que empeoran todo. Cuando una mamá deja su niña de 12 años cuidando a los menores, ¿qué prevención puede haber?

Semana: ¿Cuántos quemados hay en Colombia?

L. G.: No es posible contarlos, pero sí le puedo decir que, cuando dirigí la Unidad de Quemados del Hospital Simón Bolívar, llegaban 450 al año. Hoy la cifra es de 1.100 al año.

Semana: ¿Y cuántos cirujanos atienden a esos quemados?

L. G.:
No hay un registro oficial, pero yo diría que no son más de 100. Mire, un hospital como el Simón Bolívar, que decimos que tiene tantas cosas, cuenta solo con 11 cirujanos reconstructivos. Los demás tienen uno o dos. Y hay que tener en cuenta que una quemadura no es como una fractura de hueso. Un quemado necesita tratamientos largos, y así los casos se van acumulando. A los 1.000 del año pasado se suman los 1.000 de este año… Todos atendidos por solo 11 doctores. Mi fundación le apunta a mejorar esta situación, pero solo somos seis cirujanos más.

Semana: Abundan las denuncias de escasos recursos en el Simón Bolívar. Se dice, por ejemplo, que fabrican las máscaras para los quemados en un horno de hacer pan. ¿Es así?

L. G.:
Para eso existe una máquina llamada termomoldeadora. A Natalia Ponce, por ejemplo, le hicimos aquí la máscara con un aparato de esos y con la ayuda de un experto de Filadelfia. Lo que pasa es que en Colombia hay que trabajar con lo que hay. Y como no hay suficientes termomoldeadoras, sí hemos trabajado con hornos eléctricos.

Semana: Pero Colombia debería tener dinero para comprar máquinas especializadas. ¿Qué explicación le da a eso?


L. G.:
Para comenzar está el problema general de la salud en este país. Bogotá, por ejemplo, sufrió el carrusel de la contratación y eso todavía se siente todos los días en la salud. Uno sabe que hubo recursos, pero que fueron desviados. Entonces, digamos que la corrupción ha sido un factor determinante.

Semana: ¿Y qué otro problema hay?


L. G.: Uno de voluntad. Todo el mundo sabe que Colombia necesita otra unidad de quemados, pero, a pesar de los intentos, muchos liderados por mí, no se hace nada. Hay instituciones privadas que lo ven como un riesgo financiero, pero deben entender que es una necesidad para el país y que conseguir recursos es posible.

Semana: Su labor es dura y, además, los recursos son limitados. ¿Nunca ha querido tirar la toalla?


L. G.:
Yo no, y la mayoría de los cirujanos plásticos que han decidido quedarse acá y dedicarse a la reconstrucción tienen un compromiso absoluto. Pero le cuento que, en general, la gran mayoría de los cirujanos plásticos, cuando se enfrenta a esto, migra a la cirugía estética. No lo toleran y se van.

Semana: ¿Y eso le duele?

L. G.: No, yo los entiendo. Allá se trabaja con tejidos sanos y la retribución financiera es enorme. Además, la cirugía estética complementa a la reconstructiva. Una variación de la liposucción, por ejemplo, nos sirve para atender a quemados. También el láser, que empezó con la estética, lo usamos mucho para las cicatrices. Yo siempre he dicho que el cirujano plástico debe ser integral. Ojalá todos dedicaran una parte de su tiempo a la reconstructiva. Yo misma hice cirugía estética.

Semana: ¿De veras?

L. G.:
Sí, y el dinero que gané me permitió sacar adelante la fundación. Pero en diciembre dije ‘no más’ y cerré mi consultorio privado en la Clínica del Country para dedicarme del todo a esto, a los quemados. Plata yo ya no necesito más.

Semana: Buena parte de los quemados que usted atiende son víctimas de violencia o, incluso, del conflicto armado. ¿Qué le hace eso pensar de la sociedad colombiana?

L. G.:
Yo estoy convencida de que nosotros, los colombianos, somos capaces de reconstruirnos como país. Y cada uno, desde lo que hace en su día a día, puede contribuir. Yo lo hago todos los días. Sacar al país adelante va a ser tan difícil como tratar a un quemado. Pero si nuestro objetivo es dejar de matarnos entre colombianos, sentir tanto dolor por la muerte de un guerrillero como el que sentimos cuando muere un soldado, y firmar algún día la paz, rehabilitarnos será una meta posible de alcanzar.