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P O L I T I C A    <NOBR>C O M E R C I A L</NOBR>    <NOBR> </NOBR>

Y en realidad ¿qué?

El tema principal de la visita del presidente Pastrana a Washington fue el comercio. ¿Qué significa para Colombia el apoyo de Bush en este frente?

2 de abril de 2001

El ser interrogado sobre su intención de apoyar la prórroga del Atpa (el tratado de preferencias arancelarias a los países andinos) el presidente George W. Bush fue categórico. “Por supuesto, lo impulsaré”, dijo a la prensa el martes a la salida de la reunión con Pastrana. En el contexto de las relaciones con Colombia el gesto del mandatario norteamericano se interpretó como el reconocimiento de que una rebaja de los aranceles puede ayudar al país tanto o más que los famosos helicópteros.

Sin embargo este reconocimiento no es nuevo. De hecho, cuando se creó el Atpa en tiempos de Bush padre, el propósito era precisamente ese. Ahora que estas preferencias están a punto de vencerse y hay que renovarlas se sabe que no son la panacea —el narcotráfico sigue—, pero de todas maneras ayudan.

Mucho se ha hablado de libre comercio con Norteamérica últimamente. Se ha dicho de ingresar al Nafta, o de firmar un tratado bilateral sólo con Estados Unidos, que es distinto. Pero estas iniciativas son de más largo plazo, y lo más inmediato son las concesiones unilaterales de Estados Unidos bajo el Atpa. Por eso la primera aspiración de la administración Pastrana es prorrogar este acuerdo y ampliarlo para incluir más productos.

Para este propósito el senador de la Florida, Bob Graham, tiene listo un proyecto de ley. La pregunta es qué dirán sus colegas en el Congreso. Todavía es temprano para predecir qué suerte correrá el acuerdo. Por lo pronto se sabe que el tema se discutirá en el segundo semestre, ya que en el primero la agenda legislativa está saturada con el plan de reducción de impuestos propuesto por Bush. En todo caso, más allá de si se aprueba o no la extensión del Atpa, lo cierto es que el éxito o fracaso de este tipo de acuerdos depende de cómo se hagan. Por eso dicen que “el diablo está en los detalles”.

Por ejemplo, el gobierno busca que las confecciones colombianas queden bajo las mismas ventajas que Estados Unidos les concedió hace poco a los centroamericanos. No obstante estas rebajas arancelarias sólo aplican a las confecciones hechas con telas ‘gringas’. Las restricciones de este tipo, las normas sanitarias, o las cuotas de importación pueden complicar las cosas. En el caso de los productos agrícolas, que son los de mayores efectos sociales en Colombia, el verdadero problema son los subsidios. Más allá de esto, la experiencia pasada muestra que las preferencias arancelarias ayudan, más aún si son unilaterales. En los últimos años las exportaciones de productos cobijados por el Atpa aumentaron bastante, y los productos excluidos se estancaron.

Aunque todavía es muy temprano para saber qué pasará en el Congreso, el hecho de que Bush haya dicho que sí es significativo. Sobre todo porque fue muy claro y concreto. Y ha dado muestras de estar auténticamente convencido de las bondades del libre comercio —a diferencia de Clinton, que lo predicaba pero no lo practicaba—. Por eso el sí de Bush puede ser mucho más que una cortesía diplomática, y las relaciones entre los dos países pueden por fin empezar a girar en torno a temas nuevos, distintos a la represión del narcotráfico.