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Aunque Pastrana negoció el plan colombia, su imagen es la del blando del caguán, Samper quiere que el liberalismo recupere la centro izquierda pero el gobierno está llenando ese espacio

POLÍTICA

Rebeldes en casa

Samper y Pastrana se rebelan contra el oficialismo de sus partidos. El problema es que a los liberales y a los conservadores lo que les interesa es estar en el gobierno.

19 de marzo de 2011

Álvaro Uribe no es el único expresidente que está dando lora. Ernesto Samper y Andrés Pastrana andan en lo mismo. Los dos jefes naturales de los partidos tradicionales están embarcados en una campaña de purificación de sus colectividades.

Más claro no lo pudo haber dicho Pastrana cuando expresó en La W que todos los senadores conservadores investigados deberían renunciar y que era necesario un revolcón dentro del partido. En sus palabras, "ese no es mi partido. (…) Hoy simplemente son unos parlamentarios que abusan de cuotas para corromperse a ellos mismos". Por su parte, Samper, en una reciente entrevista con el periódico El Tiempo, afirmó que "la agenda política está totalmente derechizada y conservatizada, y el liberalismo abandonó su sentido social, que era su razón de ser".

Los dos se han convertido en los jefes de oposición frente al oficialismo de sus respectivos partidos. Pastrana se ha cruzado duros mensajes con el presidente del directorio azul, José Darío Salazar, y aunque Rafael Pardo ha eludido los ataques de Samper -que son más diplomáticos que los de Pastrana contra Salazar-, es evidente que su cruzada es una rebelión contra la cúpula de la colectividad roja.

Sin embargo, las motivaciones y los estilos de los dos exmandatarios son diferentes: los de Samper son ideológicos y los de Pastrana son moralistas. Cada uno, a su manera, es consecuente con su línea de acción de los últimos años. Samper ha insistido en que el espacio natural del liberalismo es la centro izquierda y, más concretamente, la socialdemocracia. Pastrana se arropó en el discurso moralista desde la aparición de los famosos narcocasetes, en 1994, en la campaña que perdió frente a Samper, y llegó incluso a renunciar a la embajada de Washington cuando el presidente Uribe nombró a su exrival liberal como embajador en París. Posteriormente, cuando se planteó la segunda reelección de Uribe, hizo una dura declaración en el sentido de que el gobierno estaba "comprando conciencias" para lograr la reforma constitucional en el Congreso.

Dentro de su obsesión ideológica, el expresidente liberal considera que después del gobierno de Álvaro Uribe el Partido Liberal se conservatizó y se volvió de centro derecha.Esto para él significa que no se han seguido enarbolando las banderas tradicionales en defensa de los menos favorecidos. Para Samper, el liberalismo no sabe dónde está ni para dónde va, le falta una estrategia política para atraer a otros sectores y, sobre todo, le falta modernizarse. Por esto, y por ver que la campaña electoral en las regiones estaba vacía de contenido, se embarcó en sus Café País, una suerte de encuentros con la comunidad que a ratos se parecen a las famosas tertulias que convocaba en su residencia en Bogotá el cofrade Alfonso Palacio Rudas y por momentos se asemejan más bien a una copia burda de los talleres que está haciendo Álvaro Uribe.

En la otra esquina, Andrés Pastrana, con su moralismo persistente, quiere dejar en claro que los escándalos que están salpicando a su partido no tienen que ver con él ni pueden comprometerlo. En las últimas semanas, la Fiscalía compulsó copias a la Corte Suprema contra una docena de parlamentarios azules que recibieron bienes decomisados a la mafia por la Dirección Nacional de Estupefacientes -una de las instituciones que fue cuota conservadora durante los ocho años de Uribe-. Pastrana también ha mantenido distancias con Andrés Felipe Arias y las irregularidades de Agro Ingreso Seguro.

Los nuevos modelos, versión 2011, de Samper y Pastrana se parecen mucho a las viejas versiones de cada cual. Samper siempre ha preferido la discusión y el debate, con aproximaciones que con frecuencia se acercan más a lo académico que a la política. Pastrana ha sido un hábil comunicador que suele pasar meses en silencio para aparecer en momentos claves con mensajes efectistas y sound bites que siempre tienen impacto mediático.

Los dos exmandatarios, sin embargo, se van a tropezar con difíciles obstáculos. Ambos encabezan las listas de impopularidad -hecho que los diferencia de Uribe-, lo cual hace que sus movidas sean recibidas con una mezcla de escepticismo y antipatía. Y están en una encrucijada de la cual no van a salir fácilmente: la de criticar a sus partidos, que forman parte del gobierno de Unidad Nacional, y apoyar a la vez al presidente Santos.

Las críticas de Samper a Rafael Pardo, a la falta de claridad ideológica y a la carencia de estrategia contrastan con la percepción de que los rojos están en su mejor momento desde que perdieron el poder hace 12 años. Los congresistas están felices porque salieron del desierto y están en el gobierno, y piensan que con la creación de los nuevos ministerios, a mediados del año, ingresarán al gabinete. La anécdota de la reunión de esta semana con el presidente Santos no podría ser más elocuente: la audiencia le dijo al mandatario, en una pancarta, que lo consideran "su presidente", y este les respondió que siente al liberalismo como "su partido". Con el recurso publicitario que asegura que tienen "las ideas que gobiernan" -según la campaña lanzada esta semana-, los rojos sienten que recuperaron el rumbo y que Santos retomó la agenda liberal tradicional en temas como el reformismo, la propiedad de las tierras, la política exterior. Puede ser exagerado calificar a Santos como izquierdista, pero la percepción existe y le quita oxígeno a la pretensión de Samper de salvar al partido de las garras de la derecha.

Andrés Pastrana también tiene un problema de credibilidad. En sus cartas al presidente del directorio, José Darío Salazar, insiste en que su gobierno fue el gestor de la política de mano dura contra las Farc, porque logró el Plan Colombia e inició el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas. Pero aunque en ambos casos tiene mucho de razón, la opinión pública asocia al expresidente azul con el Caguán, la negociación y el exceso de generosidad con la guerrilla. La imagen de dureza en materia de imagen es monopolio exclusivo de Álvaro Uribe Vélez y su discurso de seguridad democrática, y el único que tiene credenciales para compartir esa bandera es Juan Manuel Santos, que al fin y al cabo fue su ministro de Defensa.

Samper y Pastrana, en una palabra, han decidido salir a la palestra porque consideran que el expresidente Uribe -con sus provocaciones, talleres y trinos- ha demostrado que hay un espacio en la política para los ex. De lo que no se han dado cuenta es de que, tanto en las toldas azules como en las rojas, hay más entusiasmo hacia el presidente Santos, con su discurso que mezcla mano dura y temas de la agenda liberal. Y, sobre todo, con sus facultades para nombrar.