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Reconocimiento de la SIP al periodista Carlos Alberto Giraldo

Una columna titulada "Carta a Alfonso Cano, de las Farc", motivó a la Sociedad Interamericana de Prensa a reconocer en la categoría de opinión, a su autor, el periodista antioqueño Carlos Alberto Giraldo.

21 de julio de 2010

La Sociedad Interamericana de Prensa reconoció en la categoría de opinión, al editor Jefe de Investigaciones del periódico El Colombiano, Carlos Alberto Giraldo, quien escribió el el 13 de noviembre de 2009, una columna que tituló "Carta a Alfonso Cano, de las Farc".
 
En el artículo, el periodista denunció el asesinato de una familia campesina a causa de la explosión de una mina antipersona. “No sé si, anestesiado en sus sentidos y su humanidad por lo delirante de este conflicto, a usted le importe que la gente muera de esa manera atroz, miserable”, así finaliza Giraldo la carta abierta dirigida al máximo líder de las Farc, refiriéndose a las víctimas de mina antipersona.

El periodista antioqueño ha recibido reconocimientos como Premio Harmodio Arias del SIP (1996), Premio Simón Bolívar (2000), y Premio Internacional de Periodismo Rey de España (2002).

De acuerdo con el comunicado de la SIP, el trabajo periodístico premiado refleja las repercusiones del conflicto armado en la población colombiana: “Claridad, precisión, exactitud, actualidad y compenetración son algunos rasgos de este trabajo, que logra hacer sentir en carne viva una problemática que se vive diariamente en los poblados de Colombia, donde miles de personas inocentes sufren las consecuencias de un conflicto bélico demasiado largo".
 
La SIP anunció este martes los ganadores de los premios que anualmente la Institución entrega para reconocer la excelencia del periodismo y la defensa de la libertad de expresión, en América Latina. El Gran Premio SIP a la Libertad de Prensa fue concedido a Guillermo Zuloaga, presidente de la cadena Globovisión de Venezuela.

Esta es la columna premiada:
 
Carta a Alfonso Cano, de las Farc

No sé si usted reciba, lea, se interese y tal vez responda esta carta, pero es mi obligación escribírsela, señor Guillermo Sáenz Vargas, cuyo alias es Alfonso Cano, máximo jefe de las Farc.

Le escribo compungido por la muerte de los esposos Leida Rosa Úsuga y Pedro Antonio Hoyos, y de su primo Elkin Hoyos. Los tres eran campesinos de la vereda Cuchillón, en Dabeiba, Antioquia. Los tres murieron destrozados por minas terrestres, de esas que llaman antipersonal. Los tres eran gente humilde, en extremo. Pedro vivía de jornaliar. "No dejaron nada, ni tenían seguros", según sus familiares y vecinos.

Tenían tres hijos de 6, 9 y 12 años. Los dos mayorcitos resultaron heridos cuando el grupo familiar cayó en un campo minado. La familia Hoyos Úsuga regresaba del colegio de los niños, al caer la noche del jueves 5 de noviembre, y su madre pisó una mina que le destrozó el cuerpo. "Sentimos un fogonazo y tierra encima... mi mamá cayó y empezó a temblar". Después, tratando de ayudarla, Pedro y Elkin pisaron otra mina.

Pero lo más terrible, señor Alfonso Cano, es que los tres niños, bajo la oscuridad de la noche y la lluvia de la madrugada del viernes, vieron morir a sus padres desangrados sin poder hacer nada ni recibir ayuda alguna, porque sus demás familiares y vecinos temían salir y pisar otras minas.

Dice una crónica escrita en este diario: "La madre, mal herida de muerte, sacó fuerzas para aconsejar" a sus hijos. "Les pidió que se portaran bien, 'que le hicieran caso a su hermana mayor', que iba a cuidar de ellos". Leida Rosa besó a sus hijos, les dio la bendición y se persignó. Luego murió desangrada en las piernas de uno de sus pequeños.

Le cuento, señor Cano, que la evacuación de los cuerpos no resultó menos penosa: los campesinos metieron los cadáveres en hamacas que colgaron de guaduas y así, a pie, los llevaron al casco urbano de Dabeiba.

No sé si usted, señor Cano, tenga tiempo de leer estas líneas en medio del acoso y los combates que libran sus hombres con el Ejército Nacional. No sé si usted esté incomunicado, tal vez, por las limitaciones que le imponen la guerra y su seguridad, pero esperaría que piense en esas tres víctimas y en los centenares de civiles (y también soldados) mutilados y muertos por esas minas

.Hace cuatro años, mientras esperaba para entrevistar a un jefe de su guerrilla en el oriente de Antioquia, vi cómo sus hombres fabricaban estopines y detonadores para esas minas, por decenas, cuando llegaba la noche. Me asombraron su febrilidad y el hecho de que ellos sonrieran y conversaran amigablemente como si estuvieran armando las piezas de un juego.

No sé si, anestesiado en sus sentidos y su humanidad por lo delirante de este conflicto, a usted le importe que la gente muera de esa manera atroz, miserable. Que los campesinos sufran tanto y sus niños sean castigados por las armas de un ejército irregular que dice defenderlos, pero que, la verdad, así solo ahonda su pobreza y su orfandad.