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Álvaro Uribe tiene un temperamento intenso y acelerado que jamás le permitiría retirarse o cambiar de oficio. Quienes lo conocen dicen que sus dos pasiones son los caballos y la política.

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Regresa Uribe

La decisión de Uribe de liderar el Partido de la U le va a dar dolores de cabeza a Juan Manuel Santos.

2 de octubre de 2010

Desde que Álvaro Uribe le entregó el bastón de mando a Juan Manuel Santos, hace menos de dos meses, solo ha pasado tres días en su residencia colombiana: una casa fiscal situada en el norte de Bogotá. Uno de ellos fue el pasado martes 29 de septiembre, cuando asistió a un homenaje a su ex ministro de Transporte, Andrés Uriel Gallego, quien padece una grave enfermedad, organizado por el ex asesor y alfil del uribismo, José Obdulio Gaviria. El encuentro tuvo todas las características de cónclave del uribismo puro, y sirvió de escenario para un anuncio trascendental sobre la estrategia política inmediata del ex presidente: intervendrá abiertamente en la campaña del año entrante en la que el país elegirá más de 10.000 concejales, 398 diputados, 32 gobernadores y 1.026 alcaldes.

Que en Colombia un ex presidente participe en política no tiene nada de raro. Excepto Belisario Betancur, todos los demás han desempeñado un papel clave en el tejemaneje del poder. Sin embargo, hay varias razones por las cuales el anuncio del activismo político de Uribe fue recibido con especial interés por algunos medios y por la clase política. Por una parte, Uribe ha sido el mandatario más popular de Colombia, lo cual le garantiza una vigencia política. Por la otra, su temperamento intenso y acelerado jamás le permitiría retirarse o cambiar de oficio. El ex presidente es un político de 24 horas y tiene con qué seguir jugando.

Desde que Uribe dejó la casa de Nariño se han planteado todo tipo de especulaciones sobre su futuro político y sobre su actitud frente a su sucesor, Juan Manuel Santos. Todo indica que, como en los matrimonios, en este ya pasó la luna de miel, y ahora en el día a día aparecen grietas que los dos miembros de la pareja tratan de aliviar con gestos para preservar la relación y evitar conflictos mayores. En cuestión de formas, Uribe ha evitado hacer declaraciones públicas y se ha dejado ver en su trabajo en la Universidad de Georgetown y en la ONU, mientras que su participación en la política interna -con excepción del homenaje a Gallego- se ha limitado al BlackBerry. Santos, por su parte, no pierde oportunidad para elogiar a su antecesor y hasta lo ha comparado con Simón Bolívar. La semana pasada envió una carta a Georgetown para defender a su ex jefe de las críticas que le han hecho varias ONG estadounidenses al hecho de que esté dictando clase en ese plantel.

Sin embargo, desde el 7 de agosto Santos y Uribe solo han hablado en un par de ocasiones por teléfono -incluida una llamada de felicitación del segundo al primero después de la operación contra el Mono Jojoy- y han surgido diferencias de fondo sobre temas fundamentales de la agenda de gobierno, como las relaciones exteriores, la ley de víctimas, la actitud ante la Corte Suprema y el peso que tiene el discurso de la seguridad democrática en una agenda amplia y encabezada por proyectos de reforma social.

Estas divergencias han bajado el precio de las apuestas por la relación de la pareja en el largo plazo. Cada vez es más claro que cada uno busca un mejor lugar ante la historia que el otro, que los proyectos no coinciden en el terreno ideológico y que hay una especie de batalla encubierta por la jefatura de la U.

Los dos proyectos alrededor de los cuales son más explícitas las diferencias de criterios entre Santos y Uribe son la ley de víctimas y la de restitución de tierras, centrales en la agenda del actual gobierno.

En el caso de la ley de víctimas, a Uribe le choca profundamente que los agentes del Estado (militares y policías) sean considerados potenciales victimarios, tema que antes del 7 de agosto defendieron los partidos de oposición a Uribe -los liberales y el Polo- y siempre fue frenado por el gobierno. Uribe insiste en que se deben diferenciar las víctimas del Estado y aquellas de los grupos armados ilegales. Santos, en cambio, se opone a que las víctimas se discriminen según quién sea su victimario. Así lo hizo saber el día que, acompañado de las fuerzas que hacen parte de la coalición de gobierno, lanzó el proyecto en un sonado acto mediático.

En un complejo malabarismo para acercar las posiciones de Santos y de Uribe, los senadores Juan Lozano y Armando Benedetti insisten en que las diferencias no son irreconciliables. Sin embargo, en las reuniones que ambos sostuvieron la semana pasada con el ex presidente se concluyó que la U debía asegurar en el Congreso que los militares no quedaran como causantes de daños por cuenta del ejercicio de su trabajo. En otras palabras, que el propio partido del Presidente debía revisar algunos contenidos de la ley que presentó el gobierno.

Pero el representante Miguel Gómez, vocero de la U en la Cámara y cercano al ex presidente, protagonizó el hecho que más indica que algunos uribistas purasangre podrían terminar por oponerse al proyecto de víctimas. En un acto que muchos interpretaron como un intento de torpedear la iniciativa, Gómez presentó ponencia al proyecto de restitución de tierras dos horas después de que Santos anunció el de víctimas, lo que impidió, por el reglamento del Congreso, que ambas iniciativas se tramitaran al tiempo tal y como quería el gobierno. Y aunque Gómez insiste en que no tuvo ninguna mala intención, el hecho causó profundo malestar en Palacio. El jueves, Santos lo llamó al orden y le pidió retirar la ponencia.

El otro aspecto en el cual Uribe intervino durante su corta estadía en Bogotá fue precisamente el proyecto de restitución de tierras. Escuderos del ex presidente le dijeron a SEMANA que Uribe quería influir, a través de la bancada de la U, para modificar temas estructurales de la iniciativa. Según él, esta podría desmejorar la inversión en el campo al plantear que los campesinos que reclamen no tengan que demostrar que fueron propietarios de la tierra, lo que sí deberán hacer los actuales ocupantes. El ex presidente le hizo esas observaciones al ministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo, en otra de las reuniones que sostuvo en Bogotá, en la que Uribe puso como condición que su ex ministro Andrés Felipe Arias estuviera presente.

Uribe planea salir a pueblos, aparecer en afiches y hablar en emisoras locales a favor de sus candidatos. Y por eso, ya tiene lista una estrategia en la que Óscar Iván Zuluaga y José Obdulio Gaviria serán parte de una especie de 'avanzada' para seleccionarlos. Previamente hará talleres como los que realizó en su campaña presidencial, en los cuales indagará cuáles son los problemas y las preocupaciones de cada región. Con esa metodología, en cuya aplicación trabajará desde febrero, Uribe busca aumentar en un 70 por ciento la representación de la U.

El entusiasmo de Uribe con las elecciones locales ha llegado a tal punto que quiere contratar a Ravi Singh, el gurú hindú de la informática que lideró la campaña de Santos en las redes sociales, para que en 2011 apoye al uribismo en la toma del poder local. Y por cuenta de ese proselitismo a favor de los candidatos de la U, el ex presidente seguramente fortalecerá sus vínculos con todas las piezas de la maquinaria de ese partido.

La modalidad escogida por Uribe para su regreso al ruedo no encaja con ninguna de las que habían practicado los ex presidentes colombianos en el pasado. En esta materia cada cual tenía su propio estilo. Belisario Betancur, por ejemplo, siguió el modelo de los ex presidentes mexicanos: nunca volver a participar en política después de su retiro. En el país azteca es tan arraigada esa tradición que los ex presidentes, después de haber sido prácticamente dictadores en nombre del PRI, pasan a ser insignificantes. El ex presidente Luis Echeverría, que es el único que ha tenido cargo después de dejar el Palacio Nacional, fue nombrado embajador en Australia, donde duró varios años. ¿Alguien se imagina a Alberto Lleras, Carlos Lleras, Alfonso López o Álvaro Uribe en un país tan remoto como Australia?

Fuera de Belisario, quien se limitó a la poesía y a los temas culturales, ningún otro ex mandatario ha puesto en práctica ese nivel de discreción. El modelo más exitoso es considerado, por lo general, el de Alberto Lleras, quien después de Presidente pasó a convertirse en lo que fue denominado 'el Monarca': una especie de oráculo nacional, ajeno a toda la manzanilla, que solo aparecía en los momentos importantes de crisis con una orientación ideológica expresada en un solemne discurso o en forma anónima a través de un editorial del diario El Tiempo. Esos planteamientos eran respetados por igual en los dos partidos tradicionales, cosa que era posible en las épocas del Frente Nacional, del cual había sido uno de sus fundadores, e imposible en la actualidad, donde esos partidos no pesan y el espectro político está atomizado.

López Michelsen, en cambio, era menos solemne, más irreverente y en cierta forma un ex presidente alternativo. Era ante todo impredecible, ajeno al lugar común y dado a navegar contra la corriente, lo cual fascinaba o indignaba.

Carlos Lleras ejerció su actividad de ex presidente a través de su semanario Nueva Frontera. Sus comentarios cada ocho días eran una especie de gobierno periodístico paralelo. Esto llevó a una singular anécdota durante el gobierno de López Michelsen, quien no apreciaba mucho esta línea de conducta de su antiguo jefe. Un día llegaron a oídos de Lleras las quejas de López, a lo cual contestó: "Díganle a Alfonso que no entiendo qué es lo que le choca. Yo lo único que hago es apoyarlo cuando creo que acierta y criticarlo cuando creo que se equivoca". Cuando López recibió este mensaje anotó: "Lleras no ha entendido cómo es la cosa. La función de los ex presidentes del partido de gobierno tiene que ser exactamente la contraria: apoyar al Presidente de turno cuando este se equivoca, porque cuando acierta no necesita apoyo".

El espíritu de ese apunte es lo que tiene preocupados a algunos santistas en la actualidad: que el regreso de Uribe signifique un ejercicio del poder paralelo por cuenta de un ex presidente muy popular del mismo partido. Hasta ahora no ha habido choques explícitos, pues Santos y Uribe han mantenido la fachada de la luna de miel al elogiarse mutuamente cada vez que se refieren el uno al otro. Pero todos los que conocen las intimidades de la política confirman que Uribe tiene serias diferencias con este gobierno y saben que Santos es noble como amigo, pero gallo de pelea cuando lo pullan. Por lo tanto, la prolongación del cariño depende del autocontrol del ex presidente, rasgo que no mostró mucho durante su gobierno. Uribe es un toro de casta y embiste de frente, y esa fue una de las razones de su enorme popularidad. Cuando se le salta la piedra, no tiene pelos en la lengua. Y la piedra se le salta fácilmente.

Con su evidente dominio de los temas nacionales y su pretensión de controlar la maquinaria política del Partido de la U, seguramente va a generarle dolores de cabeza al presidente Santos. Desde ahora es claro que en no pocos casos cada uno de ellos tiene sus propios candidatos para buena parte de las posiciones regionales que estarán en juego. También tienen diferencias de estrategia sobre qué partidos deben ser aliados del gobierno, pues, como es sabido, Uribe no quiere mucho ni al Partido Liberal ni a Cambio Radical, que hoy son parte de la coalición. Santos no ha heredado esos odios y, por el contrario, ha tendido puentes.

Todo esto hace anticipar que a partir del pronunciamiento de la semana pasada de que se meterá a fondo en la política nacional y en las campañas electorales de 2011, la relación Uribe-Santos será el tema político en los próximos meses. Y las fricciones de ese matrimonio y la posibilidad de un divorcio serán un espectáculo como para alquilar balcón.