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Relaciones internacionales: ¿cicatrices abiertas?

El malentendido por el supuesto ingreso de Colombia a la Otan fue una tormenta en un vaso de agua.

8 de junio de 2013

A veces los errores insignificantes acaban teniendo consecuencias significativas. Y eso puede haber sucedido con el malentendido de la semana pasada sobre un posible supuesto ingreso de Colombia a la Otan. El presidente de la República se expresó mal y en un momento inoportuno sobre un asunto que no revestía mayor trascendencia: un acuerdo de cooperación con la Otan. 

La Organización del Tratado del Atlántico Norte es una organización internacional de carácter militar originalmente integrada por Estados Unidos, Canadá y varios países de Europa occidental para defender al Viejo Continente de la amenaza del bloque comunista después de la Segunda Guerra Mundial. Con la caída del muro de Berlín, la misión para la cual había sido creada dejó de existir y hoy su utilidad es objeto de debate.

Para no disolverla, su supervivencia se justifica como un instrumento no de defensa frente a una agresión externa, sino de política interna europea para tomar posiciones colectivas frente a temas como el terrorismo, el crimen organizado, los recursos naturales y hasta los ataques cibernéticos.

A lo que el presidente se refería en su intervención era a una modalidad de asociación denominada Global Partnership, que no significa ser miembro de la OTAN, sino tener un acuerdo de cooperación que incluye principalmente un intercambio de información entre las dos partes. Esto abarca temas como lucha contra el narcotráfico, derechos humanos, estándares militares, misiones humanitarias, etcétera. En realidad de lo que se trata es de ofrecerle al mundo la experiencia colombiana en los campos en que el país tiene reconocimiento y aprender de otros en los que no lo tiene.

El presidente Santos en un lapsus linguae hizo este anuncio en los siguientes términos: “Hemos entrado en contacto con la Otan para iniciar todo un proceso de acercamientos de cooperación, con miras también a ingresar a esa organización. Colombia tiene ese derecho y puede pensar en grande”. La frase no podía haber sido más inoportuna ni más desafortunada. 

En primer lugar, fue pronunciada al día siguiente de que el presidente Nicolás Maduro había ordenado “reconfigurar” su relación con Colombia después del incidente de la visita de Henrique Capriles. En segundo lugar, Colombia por razones geográficas no puede ser miembro de la Otan y esta organización, por la misma razón, no puede ejercer su ‘objeto social’ en América Latina.

Sin embargo, como el chavismo es paranoico y la luna de miel con Colombia siempre ha sido frágil, Maduro y los países del Alba evocaron el fantasma de la Otan de la época de la Guerra Fría con las exageraciones previsibles de siempre. Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, dijo: “Es inadmisible que un país como Colombia, que es una potencia militar, busque un acercamiento con la Otan que es conocida por bombardear, asesinar y destruir a otros pueblos”. 

Y Evo Morales, presidente de Bolivia, fue aún más allá. “Quiero que sepan que es una agresión, una provocación, una conspiración a gobiernos antiimperialistas… para agredir a Latinoamérica, para someter a Latinoamérica, para que nos invada la Otan como ha invadido en Europa y África”. Esos adjetivos no se habían escuchado desde los días en que el presidente Álvaro Uribe había anunciado que Colombia tendría siete bases militares con presencia norteamericana.

Al día siguiente de la arremetida por el supuesto ingreso a la Otan, Colombia en tono moderado explicó el verdadero alcance del acuerdo y, al igual que el episodio de Capriles, se dio inicio una vez más a otra ‘reconfiguración’ de las relaciones entre los dos países. Con esa segunda aclaración se dio por terminado lo que parecía no ser más que una tormenta en un vaso de agua.

¿Qué llevó a Santos a una metida de pata tan innecesaria? El presidente está obsesionado con sacar al país del tercer mundo, pero eso no significa que lo pueda meter en el primero que es lo que trata de proyectar con frecuencia. A él le interesa que Colombia forme parte de los clubes del mundo civilizado en los cuales aún no está, o que sea presidente de los que ya es miembro. 

De ahí, María Emma Mejía en Unasur, el intento de meter a Angelino Garzón en la OIT, la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, la presidencia de Santos en la Alianza del Pacifico, la Cumbre de las Américas con Obama, la reciente aceptación de la candidatura de Colombia por la Ocde, etcétera.

Todo esto estaba funcionando y le estaba otorgando a Colombia como país y a Santos individualmente un liderazgo regional. Sin embargo, este avance se ha debilitado con los dos rifirrafes recientes con Venezuela. Las declaraciones absurdas de Maduro, Ortega y Morales evocaron los días del aislamiento colombiano en el resto del continente de la era de Álvaro Uribe. 

El actual distanciamiento se ha limitado al grupo del Alba y no al resto del continente, pero si se tiene en cuenta que había sido precisamente Santos el que había sacado al país de esa soledad, perder el buen ambiente con la mitad de los países es un retroceso.

Y el buen ambiente no fue lo único que se perdió. Haber tenido que darle explicaciones en dos ocasiones en la misma semana a Maduro ha dejado a Colombia, en cierta forma, en una posición incómoda en cuanto a ‘autonomía de vuelo’ en materia de seguridad. Cualquier política en este aspecto, que no tendría que importarle ni preocupar a ningún otro Estado por tratarse de una decisión soberana, da la impresión de estar ahora supeditada en cierta forma a no ‘desconfigurar’ la reconciliación con Venezuela y sus amigos. 

Por ejemplo, si Santos toma decisiones que en circunstancias normales hubieran sido rutinarias, como comprar unas fragatas o recibir al secretario de Defensa de Estados Unidos, tiene que ser consciente de que se expone a otra pataleta y otro aislamiento. Y si decide hacerlo solo para mostrar independencia, tendrá que asumir las consecuencias. Lo triste de todo esto es que sucedió simplemente por malentendidos y no por ninguna estrategia o jugadas a tres bandas como creen algunos opinadores fantasiosos.