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PAZ

Viaje a la mente de las Farc

Este ejercicio hipotético de SEMANA, basado en los planteamientos de cada una de las partes, ilustra lo difícil que será una renegociación del acuerdo.

22 de octubre de 2016

La violencia oficial hace 50 años obligó a un grupo de campesinos a alzarse en armas contra las arbitrariedades del régimen y de la oligarquía. Nosotros no representamos a los 6.000 hombres que pretende el presidente Uribe, sino a millones de colombianos que han sido excluidos. En el fondo de la guerra están dos problemas que Colombia en un siglo no ha logrado resolver: el problema de la alta concentración de la tierra y de la falta de democracia.

Después de medio siglo de guerra, y de varios intentos frustrados por acabarla, el presidente Santos entendió que esto necesitaba una solución política. A pesar de la desconfianza inicial, a través de las negociaciones preliminares reconocimos que la cosa era en serio. Después de cuatro años de negociaciones muy complicadas, llegamos a un acuerdo que nos pareció aceptable. Teníamos aspiraciones de hacer una verdadera reforma agraria, y eliminar el latifundio. También aspirábamos inicialmente a una amnistía total para las Farc, pero comprendimos que esas dos cosas eran imposibles. Manifestamos que estábamos dispuestos a someternos a algún sistema de justicia que sirviera efectivamente para la reconciliación. La derecha colombiana y sus medios de comunicación han construido el imaginario de que las Farc son las únicas responsables de los sufrimientos que ha producido la guerra. Nosotros estamos dispuestos a reconocer nuestra responsabilidad, siempre y cuando el Estado y el sector privado reconozcan que crearon el engendro paramilitar responsable de la guerra sucia que llevó al exterminio de la UP y a los falsos positivos.

El símbolo de ese engendro es el expresidente Álvaro Uribe, que se presenta ahora como una mansa paloma y quien solo pretende acorralar a Santos y sabotear el proceso con propuestas inviables a estas alturas.

Si nosotros vamos a la cárcel como máximos responsables, también tendrían que ir los presidentes y ministros que han liderado las atrocidades cometidas por el Estado. Pero el hecho de que estemos dispuestos a someternos a la justicia transicional pactada en La Habana, no significa que estemos dispuestos a ir a ningún tipo de cárcel disfrazada. Ninguna guerrilla en la historia se ha sentado en una mesa de negociación para acabar en una celda o en un corral. El eje del acuerdo es la justicia transicional y a eso le teme Uribe y su gente.

También han pretendido presentarnos como narcotraficantes. Somos un grupo insurgente que ha requerido una economía de guerra donde la fuente de financiación no son los bancos de Luis Carlos Sarmiento. Más financiados por el narcotráfico están todos los de la parapolítica que representan el supuesto establecimiento de ‘los buenos’.

Aunque consideramos nuestro alzamiento en armas justificado, somos conscientes de que el mundo ha cambiado y de que el país reclama el fin del conflicto armado. Nosotros estamos dispuestos a abandonar los fusiles a cambio de garantías políticas y de seguridad para poder entrar al debate democrático a defender nuestras ideas. Por eso no podemos aceptar que se nos limite el derecho a la elegibilidad política, pues no es concebible hacer política con un partido sin líderes. No queremos que se repita la experiencia de la Unión Patriótica.

Debemos reconocer que el gobierno de Santos ha dado muestras de querer la paz y nosotros hemos hecho lo mismo. Creemos que al negociar con él estamos negociando con el representante del Estado y el establecimiento colombiano y el acuerdo final es tan bueno que fue aclamado y respaldado por la comunidad internacional. No vengan ahora, con base en el resultado del plebiscito, a decirnos que por medio de un pacto de elites como el del Frente Nacional se le va a dar una estocada a la posibilidad real de construir la paz. Por eso para nosotros es central que el acuerdo esté en la Constitución para que próximos gobiernos no puedan echar todo para atrás.

Hemos hecho gestos que demuestran nuestra voluntad de paz: un cese al fuego unilateral que hemos sostenido a lo largo de dos años, actos de perdón, de desminando y estamos dispuestos a entregar los bienes para reparar a las víctimas. No queremos volver a la guerra, ojalá no nos obliguen.