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Rescate en territorio enemigo

Una compañía de élite del Ejército rescató sanos y salvos a seis secuestrados, entre los que se encontraba Guillermo ‘La Chiva’ Cortés, que estaban en poder de las Farc.

Andrés Grillo D. <br><small>Enviado especial SEMANA</small>
18 de septiembre de 2000

Esta es la historia de la operación realizada en una zona controlada en su totalidad por la guerrilla.



En la noche del viernes 11 de agosto todo estaba listo para que la Operación Inquisidor se pusiera en marcha. A las ocho de la noche el teniente coronel Germán Saavedra, comandante del Batallón Aerotransportado No. 20 general Serviez, tenía reunidas sus tropas cerca del puente del río Guacavía. Unos 120 hombres de la Compañía Leopardo, un cuerpo élite de soldados profesionales con entrenamiento de paracaidistas, conformaban el destacamento que durante ese fin de semana protagonizaría un audaz rescate de secuestrados, entre los que se encontraba el periodista Guillermo ‘La Chiva’ Cortés. A la cabeza del grupo estaban dos jóvenes oficiales y dos veteranos suboficiales. Iban a la ofensiva en una topografía difícil, dominada a sus anchas por los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Por lo menos cuatro ensayos los habían preparado física y sicológicamente para esta misión

A las dos de la madrugada del sábado, los camiones que transportaban a la Compañía Leopardo partieron del sitio conocido como cruce de Los Alpes hacia la inspección del mismo nombre. Una hora después los militares llegaron al pueblo. Una solitaria pancarta con la figura del Che Guevara observó su silencioso desembarco. Los paracaidistas tomaron las precauciones del caso para evitar que su presencia fuera advertida por los pobladores o delatada por los ladridos de los perros. La sorpresa era uno de los factores clave para el éxito de su plan. Tres de los cuatro pelotones de la compañía aprovecharon la oscuridad para realizar una infiltración en la parte alta del territorio de la inspección. Su primer objetivo era una casa de la zona rural, donde esperaban encontrar, según la información de inteligencia recabada para el operativo, tres guerrilleros.

A las 5:15 de la mañana los pelotones, encabezados por el denominado Leopardo cuatro, rodearon la vivienda. Una mujer de unos 45 años salió de la casa acompañada de dos niños. Otros dos menores se quedaron adentro. Los soldados interrogaron a la señora. Sus respuestas fueron evasivas y se mostró renuente a contar algo. Sólo dijo que la guerrilla había estado el día anterior y se había ido con rumbo desconocido. Al revisar el interior de la casa los militares encontraron material de intendencia, munición y una prenda camuflada. La señora reiteró que los guerrilleros habían dejado esos objetos ahí guardados. La tropa permaneció el resto del sábado en ese lugar. El pelotón Leopardo uno aseguró el área.



Infiltración nocturna

A las dos de la madrugada del domingo 13 de agosto, en medio de una noche clara por la luz de luna y bajo una lluvia pertinaz, los pelotones Leopardo dos y Leopardo cuatro partieron hacia el campamento de las Farc. Tenían que infiltrarse en el territorio de su adversario sin ser detectados y subir hasta una inhóspita zona de la vereda Los Medios de Humea, a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar, cerca del río del mismo nombre. "Los guerrilleros pensaban que hasta allá la tropa no iba a entrar. Estaban muy seguros. Llegamos por el sitio más difícil, por el que llevan a los secuestrados", le dijo el sargento Fernando Riveros a SEMANA.

Los paracaidistas ascendieron por la vera de una trocha limpia, bien construida y mantenida, amparados por la oscuridad. En el trayecto subieron cerros, bordearon profundos cañones, le hicieron el quite a precipicios y abismos, y atravesaron dos puentes. En algunas área del terreno tuvieron que arrastrarse apoyados sobre los codos. La marcha fue lenta, pero segura. No podían hacer ruidos que los delataran con los campesinos o con eventuales centinelas de las Farc. Durante cinco horas los soldados avanzaron, cargados con el equipo de asalto liviano (una hamaca para guindar, el poncho para la lluvia y raciones de campaña para 48 horas), con el camuflado mojado pegado a la piel, ateridos por el frío, hasta que encontraron una vivienda. Parte del grupo aseguró la casa y su único habitante, una mujer de mediana edad. El resto siguió de largo.

Una hora después, los hombres de la compañía Leopardo que habían seguido subiendo llegaron a otra casa. El señor que los recibió les dijo que hacía por lo menos tres meses no veía pasar a la guerrilla por ahí. Los militares sabían que el campesino, por razones que sólo él conocía, mentía. Ellos habían sido informados por la división de Inteligencia que en días recientes ‘Nelson Robles’, alias con el que se identifica el comandante del frente 52 de las Farc, había pasado por ese lugar a la cabeza de una columna de 250 guerrilleros. Cuando los soldados le preguntaron al dueño de la vivienda que si sabía a dónde conducía el sendero por el que venían, éste les contestó que nunca había averiguado hacía qué lugar llevaba. Lo cierto es que por esa vía y a más o menos media hora de la casa estaba instalado el campamento de los secuestrados.



El asalto

A las 8:50 de la mañana del domingo 13 de agosto el destacamento llegó a una ye, donde el camino se dividía. El pelotón Leopardo dos siguió por el sendero de la derecha. Unos metros más adelante se encontró con una casa deshabitada que les servía de economato, un lugar para guardar víveres, a los guerrilleros. La trocha también era una ruta de salida para los hombres de las Farc. Leopardo cuatro avanzó hacia el campamento. La maraña del bosque era espesa. Supieron que estaban cerca cuando oyeron voces, conversaciones. Era la hora del desayuno. "Olía a arepa y a chocolate", recuerda el teniente Néstor Nieto. Después de comer, los secuestrados iban a ser trasladados a otro sitio. Ya les habían entregado las bolsas plásticas para que guardaran la ropa y el día anterior los insurgentes habían despachado en mulas parte de los víveres.

A las nueve de la mañana los paracaidistas al mando del teniente Nieto ya habían tomado posiciones en torno al campamento guerrillero. El oficial había ordenado apostar en primera fila de combate al encargado de la ametralladora M-60. Tenían a su favor el factor sorpresa, pero para garantizar la libertad de los secuestrados debían golpear con rapidez y precisión. La orden que habían recibido era sólo dispararle a quienes vieran armados. Llegado el momento la ametralladora, que tiene un alcance de 1.200 metros y dispara hasta 200 proyectiles por minuto, abrió fuego.

Un grupo de cuatro secuestrados, ubicado a mano izquierda y entre los cuales se encontraba Guillermo ‘La Chiva’ Cortés, conversaba sobre lo difícil de su situación cuando comenzaron los disparos. Los soldados del pelotón Leopardo cuatro tomaron por asalto el campamento y entraron, según la estrategia planeada, "barriendo". Con las primeras ráfagas cayó muerto ‘William’, alias con el que se identificaba el segundo comandante del frente 52 de las Farc. El sargento Fernando Riveros fue el primero de los militares en entrar. Cuando los secuestrados lo vieron, comenzaron a llorar. Al verse sorprendidos y sin líder, la reacción de los guerrilleros fue mínima. Opusieron resistencia armada unos cinco minutos y huyeron por un caño que corre por la parte de atrás del campamento. En su fuga intentaron arrastrar a tres secuestrados, que tenían aislados en la parte derecha del campamento. Uno de éstos dijo que se le habían soltado las botas y lo dejaron rezagado. Otro se escapó, Edgar Andrés Vargas, y apareció a las cinco de la madrugada del día siguiente en la inspección de Los Alpes. El tercero, al parecer, fue recapturado por las Farc.



Descenso hacia la libertad

Luego de abrazarse con los secuestrados y asegurar la parte alta del campamento, los soldados inspeccionaron durante 40 minutos los cambuches de los guerrilleros y sus alrededores. A las 19 de la mañana el general Carlos Alberto Ospina, comandante de la IV División, y el general Francisco René Pedraza, comandante de la VII Brigada, quienes aguardaban los resultados de la operación en el cuarto de radio de la Brigada, fueron notificados del éxito de la Operación Inquisidor. El triunfo era mayor si se tomaba en cuenta que era la primera acción de este tipo llevada a cabo por la compañía Leopardo. El general Ospina se tomó su tiempo antes de reportar la noticia al Comando del Ejército, quería reconfirmar los hechos. Esto no pudo hacerlo de inmediato porque la comunicación se cortaba como consecuencia de la agreste geografía de la región.

A la una de la tarde comenzó el descenso hacia la inspección de Los Alpes. La primera media hora ‘La Chiva’ bajó apoyado en los hombros de dos soldados. En la casa, por la que ya habían pasado, encontraron dos mulas. En una acomodaron al periodista y en la otra, el cadáver del comandante ‘William’. Rolf Sommerfeld, Jairo Correal, Ricardo Ramírez, Alejandro Londoño, los otros rescatados, bajaron a pie con la tropa. Las seis horas del recorrido de vuelta fueron tranquilas, sin contratiempos. La pesadilla para estos colombianos había terminado.