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Río revuelto

Un artículo de ‘The New York Times’ desató una ola de críticas al paquete de ayuda para Colombia que tramita el Congreso norteamericano. ¿Qué hay detrás?

13 de marzo de 2000

El domingo antepasado un artículo de primera página en The New York Times, desarrollado a cuatro columnas, titulaba ‘Plan antidroga para Colombia se encuentra con obstáculos’. Se trataba de un extenso escrito en el cual se citaban algunos funcionarios anónimos de la DEA y el Pentágono que criticaban fuertemente al paquete de ayuda militar y económica para el país (1.300 millones de dólares). Los primeros decían que el plan no hace parte de una estrategia coherente para luchar contra las drogas mientras que los segundos insinuaban que el paquete podría arrastrar a Estados Unidos a repetir la experiencia de Vietnam en Colombia.

Las reacciones no se hicieron esperar. Al día siguiente los diarios The Washington Post y Boston Globe publicaron notas editoriales en el mismo sentido, y toda suerte de congresistas, tanto demócratas como republicanos, hicieron públicas sus objeciones —de diversa índole— al jugoso paquete de ayuda. A pesar de que tanto la Casa Blanca como el Pentágono desmintieron las versiones anónimas de prensa la sensación que quedó flotando fue la de que se había debilitado el consenso en Washington en favor de la ayuda a Colombia.

La realidad, sin embargo, no es tan simple como aparenta. En el Congreso norteamericano hay 535 congresistas y en un grupo tan amplio existe todo tipo de opiniones con respecto al paquete de ayuda: desde los que creen que toda la plata debe ser para derechos humanos y los desplazados por la violencia hasta los que piensan que el problema de Colombia se soluciona exclusivamente a bala. Pero lo cierto es que la gran mayoría de los congresistas no se ubica en estos extremos sino que se encuentra en la mitad. Y a diferencia del extremismo ruidoso de ciertos senadores, estos bloques mayoritarios no hacen tanta bulla pero son los que, en últimas, inclinan la balanza.

Lo mismo sucede en el gobierno estadounidense. Es evidente que la gente de la DEA se halla desencantada con el paquete de ayuda. La intención de tenderle la mano a Colombia es de alguna forma el símbolo del fracaso del enfoque policial como solución al problema del narcotráfico y el triunfo del enfoque militar. Esto, sumado a que casi no hay plata para la DEA en el paquete, ha aumentado el malestar entre sus filas. Lo mismo sucede con ciertos sectores del Pentágono, que por conveniencia les gustaría ver ese dinero invertido en otros rubros o en otras zonas del planeta. Es, a fin de cuentas, el forcejeo político natural que se da en Washington entre agencias y políticos a la hora de aprobar partidas presupuestales tan grandes. Sin embargo, lo que no dice el artículo de The New York Times es que sí hay consenso entre quienes de verdad toman las decisiones en el gobierno frente a la bondad del proyecto presentado.

Entonces ¿por qué los medios en Estados Unidos hicieron tanto ruido alrededor de ese tema? La respuesta es simple. Porque mostrar una aparente falta de unidad en la administración frente al paquete le da fuerza al debate, fortaleciendo especialmente a aquellas personas que quieren aumentar su tajada. Desde las diferentes agencias hasta los productores de helicópteros y equipo militar, pasando también por los gobiernos de Perú, Ecuador y Bolivia. Y los más insistentes entre todos ellos: las Organizaciones No Gubernamentales defensoras de derechos humanos, que buscan que la ayuda militar se paralice a como dé lugar.

Equilibrar todas las fuerzas que intervendrán en este acalorado debate será una verdadera labor de malabarismo político. Y eso es lo que deberá hacer el gobierno colombiano para salirse con la suya.