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Con la ausencia de notables como Barack Obama y Angela Merkel, más de 100 jefes de Estado reunidos en la Cumbre de Río +20, aprobaron un documento sin mayores compromisos que dejó descontentas, incluso, a no pocas delegaciones oficiales.

CUMBRE

Río+20: palabras, tan solo palabras

Salvo los Objetivos de Desarrollo Sostenible, propuestos por Colombia, en Río+20 no se aprobó casi nada significativo.

23 de junio de 2012

Aunque a Colombia le fue muy bien en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, el futuro del planeta no salió bien librado del evento, más conocido como la Cumbre Río+20, cuyo fiasco, que se previó ampliamente, se cumplió.

Es toda una paradoja. Colombia consiguió lo que el ministro Frank Pearl calificó, en conversación con SEMANA, como "el logro diplomático y ambiental más importante de Colombia en mucho tiempo, si no en toda su historia". Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, una manera nueva de reemplazar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, cuando expiren en 2015, y de regular el desarrollo teniendo en cuenta los recursos finitos de un planeta devastado por la explotación humana, no figuraban en la agenda de la conferencia hace un año. Sin embargo, una campaña lanzada desde fines de 2011 por la Cancillería y el Ministerio de Ambiente, no solo logró incluirlos sino que se aprobaran en el documento final, denominado 'El futuro que queremos'. El problema es que este es quizá el único logro importante de una cumbre en la que los resultados positivos se cuentan con los dedos de una mano.

El propio ministro Pearl así lo reconoce: "La cumbre se quedó corta. Las decisiones se nivelan por lo bajo", dijo a SEMANA. Incluso, respecto a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, así ocurrió: se aprobaron, pero no los temas propuestos -que versarían sobre seguridad alimentaria, agua, energía, ciudades sostenibles y océanos, según la idea colombiana- ni las metas que en estas áreas deberían fijarse los países. Se acordó, sí, crear un grupo de 30 representantes de alto nivel que deberán 'aterrizar' los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Cuánto tiempo tome esto y si las negociaciones sufran la misma suerte que los acuerdos de cambio climático logrados en Río hace 20 años y pendientes aún de concreción, es algo que está por verse.

Aunque quedó el compromiso de las empresas de reportar sobre su impacto de sostenibilidad, nada se determinó sobre cómo eliminar los subsidios a los combustibles fósiles, que rondan los 400.000 millones de dólares anuales y son responsables de un porcentaje significativo de las emisiones de dióxido de carbono. Se decidió crear un foro de alto nivel en las Naciones Unidas, pero no se logró, como proponían muchos, convertir al Programa de Medio Ambiente en una agencia de ese organismo con todos los dientes. No hubo consenso ni en torno a la economía verde ni sobre el marco institucional necesario para impulsar la sostenibilidad en el mundo. Apenas si se avanzó en la necesidad de reemplazar el PIB como medida de desarrollo.

Ocurrió, en suma, lo que se preveía: las diferencias entre países de los hemisferios norte y sur, la presión de la crisis económica en Europa, el temor y la falta de recursos para asumir los costos de una transición hacia economías menos destructivas del medio ambiente llevaron a los delegados a acordar un documento que niveló por lo bajo las tensiones entre los gobiernos, pero que deja sin respuestas concretas los principales desafíos que enfrenta un planeta cada vez más incapaz de sostener la carga humana que lo está consumiendo vorazmente.

"Vimos una falla épica de responsabilidad en Río -dijo Kumi Naidoo, de Greenpeace-. Entregó nada de acción, nada de metas y muchas palabras vacías". Según Farooq Ullah, de una organización que reúne a muchos participantes, el Stakeholder Forum, "hay una grave falta de especificidad en el documento (aprobado) sobre cómo exactamente proporcionaremos desarrollo sostenible, sobre cómo se va a financiar y sobre lo que realmente es la economía verde". Una coalición de cientos de organizaciones de la sociedad civil declaró la cumbre "otro fracaso de los gobiernos para proveer esperanza de un futuro sostenible para todos".

En su momento, la primera conferencia de Río, en 1992, fue también declarada un fiasco, pero con el tiempo abrió espacio a una conciencia ambiental global con la que hoy deben contar los gobiernos, pese a que desacuerdos fundamentales siguen impidiendo definir medidas claras para frenar el deterioro del medio ambiente. Esta segunda edición, calificada por el secretario general de la ONU como "una oportunidad en una generación" fue, probablemente, menos que eso.