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Ríos de sangre y plomo

De manera silenciosa, los ríos se convirtieron en campos de batalla contra las Farc. Allí se está decidiendo buena parte del futuro de la guerra.

20 de octubre de 2007

Parecía un suicidio. El cabo Andrés Puello y su grupo especial de combate recibieron la orden de remontar las aguas del río Guayabero, en Meta. Nadie de la Armada lo había hecho antes, hasta ese día, a mediados de 2004, cuando ocho pirañas salieron de San José del Guaviare, en busca de la ruta de La Macarena. El Guayabero es un río de caudal intermedio que baña la conflictiva zona donde se mueve el Bloque Oriental de las Farc. Ha sido su principal vía de movilización y una de las más dinámicas rutas de narcotráfico. Guayabero arriba, el paisaje se ensombrece. La serranía de La Lindosa encañona el río, y las aguas mansas se vuelven raudales. El lecho del agua está tapizado de piedras filosas que pueden romper el fondo de cualquier embarcación. Aproximadamente 80 infantes de marina, en 12 lanchas pirañas, se apostaron tras las ametralladoras punto 50 y las cuatro M60 que tiene incorporada cada lancha. Algunas también tienen una MK, que dispara granadas en ráfaga. Estaban armados hasta los dientes y protegían como si fuera un tesoro una de las lanchas cargadas con el combustible que les garantizaría llegar hasta el corazón de la retaguardia de la guerrilla.

El grupo especial de combate estaba estrenándose como fuerza elite para operaciones de asalto. Su misión era desembarcar en las riberas donde sospechaban podían encontrar guerrilleros y atacarlos. Si podían regresar a la piraña, bien. Si no, tenían que sobrevivir caminando en la selva, hasta retomar el contacto con su gente. En ese entonces, Puello tenía 21 años. Cuando empezó la travesía hacia La Macarena sintió latir con fuerza su corazón dentro del chaleco antibalas. Una llovizna pertinaz golpeaba su casco y gotas de sudor le corrían por el rostro, como si fueran lágrimas. Río arriba sólo había silencio y selva inhóspita. Llevaba pocas semanas en el sur del país. Había pasado casi cinco años como infante de Marina en los Montes de María. "En este tiempo no vi un río. Era un desierto. Estaba en la Marina y no conocía una piraña", dice. Ahora estaba asignado a la Fuerza Tarea Omega, y junto a otro cabo, tenía bajo su mando a 10 hombres más. No iban muy lejos cuando escucharon los primeros tiros. La primera piraña se había encontrado de repente con una lancha donde viajaban 12 guerrilleros de las Farc. Los insurgentes hicieron unos cuantos tiros, pero una lluvia de plomo y granadas los silenció al instante. La lancha se incendió y en pocos segundos explotó. Los cuerpos de los guerrilleros flotaron aguas abajo. Unos y otros acababan de darse cuenta de que la guerra ya no estaba solamente en la tierra. Y que en el agua se librarían duras batallas.

Pero si los infantes habían ganado fácilmente su primer combate en el Guayabero, en esas mismas aguas enfrentarían un año después la peor pesadilla. "Creo que ese ha sido el combate más duro de la infantería de Marina en toda su historia", dice el cabo Puello. "Estábamos de regreso de la Macarena el 3 de noviembre de 2005 cuando recibimos la información de que la guerrilla quería atacarnos y robarse los botes de la Armada. La orden que recibimos era que había que defender las pirañas a sangre y fuego", relata el cabo. Ese día a las 12 de la noche, entraron en una emboscada que duró increíblemente 10 días y 30 kilómetros. Un trayecto que normalmente se recorre en pocas horas. "Había sitios donde nos atacaban desde trincheras a ambos lados del río. No podíamos avanzar ni retroceder. Lo único que podíamos hacer era protegernos con la cortina de fuego de las ametralladoras", relata.

El 7 de noviembre, después de tres días con sus noches en medio del fuego, granadas y cilindros volaban por el aire y convirtieron algunas de las lanchas en coladores. Los combates arreciaron a las 4 cuatro de la madrugada. Los infantes desembarcaron para combatir en tierra. Pero no pudieron. Volvieron a las pirañas. Tenían miedo de quedarse sin combustible.

"Como a las 10 de la mañana nuestra piraña se apagó. Un infante se bajó al agua a revisar qué pasaba. Tomé el puesto de la metralleta. De la orilla nos estaban disparando. Entonces se me acabó la cinta de tiros, y eso es lo último que recuerdo. El primer impacto lo recibí en la cabeza, otro en la mejilla y la oreja. Caí sobre la lancha. Por instinto me paré y me hirieron otra vez, en la pierna. Volví a saber de mí a las 5 de la tarde. Había sol y lluvia al mismo tiempo. Tendido en el piso de la piraña veía pasar todo como una película. Los helicópteros lanzaban paracaídas con munición. El avión fantasma me estaba volviendo loco con los disparos", recuerda.

Casi al anochecer fueron evacuados en medio del fuego. Hasta entonces, el cabo Puello pudo darse cuenta de la magnitud del combate. Habían sido heridos nueve de sus hombres, y uno había muerto. El fin de la batalla estaba lejos. Apenas cinco días después pudieron volver a tierra firme. Nunca supieron cuántos guerrilleros murieron, pero Puello dice que fueron docenas.

Este sangriento episodio es apenas una muestra de la intensidad de la confrontación en los ríos del sur del país en los últimos años. Éstos han sido las autopistas del narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares. Por eso, sobre todo la guerrilla, los han defendido tan ferozmente.

Antes de la actual ofensiva la Armada jugaba un papel secundario en un conflicto que ha sido considerado por décadas como terrestre. Pero la ofensiva en el suroriente del país ha cambiado ese paradigma. Esta zona representa el 58 por ciento del territorio del país, pero tiene apenas un 5 por ciento de la población. Las carreteras son escasas. Pero abundan los ríos que se interconectan y que permiten la salida, por el oriente a Venezuela; por el sur, a Ecuador. Todo allí pasa por el agua. Son zonas de colonización donde la coca es lo único que se produce. Y por eso también han sido ríos de disputa entre los grupos armados. Mientras las Farc hicieron de los ríos del Caquetá -Caguán, Orteguaza y Caquetá- y del Guaviare sus principales vías de tránsito de la coca, en el oriente los paramilitares han dominado los ríos Meta y Vichada.

"El río Caguán ha sido, sin duda, el más difícil de controlar" , dice el coronel Benjamín Herrera, quien estuvo al frente de la infantería de marina en la Fuerza Tarea Omega y ahora dirige la Primera Brigada Fluvial de Infantería. Cuando se iniciaron las operaciones del Plan Patriota, éste era un río desconocido para la Armada. Se tomó casi dos años llegar a recorrer sus casi 400 kilómetros de San Vicente del Caguán a su desembocadura. Las poblaciones ribereñas estaban casi todas bajo control de la guerrilla. Y a lo largo del lecho del río, y cerca de viviendas de civiles, los guerrilleros instalaron trincheras con francotiradores que cobraron las vidas de varios infantes. Las Farc mantenían retenes a lo largo del río y un férreo control sobre las empresas de transporte fluvial, muchas de las cuales eran de su propiedad, a través de testaferros.

Otros dos ríos complicados son el Guaviare, por extenso, desolado y por el volumen de coca que se mueve por él. Y el Vichada porque tiene raudales y zonas rocosas que hacen imposible la navegabilidad.

El esfuerzo militar de los últimos cinco años ha hecho que se gane control territorial sobre mucha de esta agua. A lo largo de los 15.000 kilómetros de aguas navegables que hay en el país siempre se ha combatido. En el Magdalena, el Cauca, el Arauca, el Guaviare, el Putumayo y otros tantos, la presencia de la Armada se ha incrementado al punto que hoy se tiene el control sobre 12.000 de esos kilómetros. Pero esta cifra habla apenas de los ríos principales. Los más caudalosos y los de fronteras. Ríos como el Guayabero y el Caguán son considerados afluentes secundarios, por su relativo bajo caudal, nunca habían sido patrullados por la Armada y por eso se convirtieron en territorio libre de los grupos armados. Hasta cuando comenzó el llamado Plan Patriota, y en particular las operaciones en el sur del país.

La infantería de Marina se convirtió ya no en una fuerza de apoyo sino en una de combate, y los ríos, en campos de batalla. En 2002, la Armada tenía apenas 13.000 hombres. Hoy tiene 24.000. Proporcionalmente es la fuerza que más ha crecido. Sólo en 2004 se presentaron en el sur del país 60 combates en agua. En 2005, el número subió a 76. El año pasado no hubo ninguno porque, según el coronel Herrera, la guerrilla está ahora en afluentes como el Ariari y el Güejar, en La Macarena. Para llegar a ellos, la Armada se está dotando de lanchas livianas que se pueden transportar en helicópteros y poner donde se requiera, y superar los raudales, que son el otro grave problema del control de los ríos.

A pesar de estos avances, todavía queda mucha agua por recorrer. Según la Armada, a medida que se ha incrementado la presencia de la fuerza pública en el Pacífico, el tráfico de coca se ha incrementado hacia Arauca, Puerto Carreño y Puerto Inírida, en las rutas que conducen a Venezuela. La presencia en estas zonas es particularmente de paramilitares. Sólo este año han sido capturados en el río Meta, entre Puerto López y Puerto Gaitán, 30 miembros de bandas emergentes. Casi todos desmovilizados de las AUC.

El otro problema grave es el todavía débil control sobre los ríos de frontera. La Fuerza Naval del Sur patrulla los ríos Putumayo, Caquetá, Orteguaza y San Miguel. Alrededor de todos estos operan cinco frentes de las Farc con aproximadamente 1.000 hombres, que son enfrentados por apenas 1.500 infantes de marina. Por eso, para el coronel Luis Jesús Suárez, es fundamental la colaboración de los países vecinos. Con Brasil, aunque no hay convenios firmados, suele haber intercambio de información y una fluida cooperación. Con Perú existen 10 convenios que también hacen fácil la cooperación. Pero la queja es que del lado ecuatoriano no hay tanta presencia militar y, por lo tanto, menos cooperación, lo que ha facilitado que el río San Miguel aún tenga fuerte presencia de las Farc. Algo similar ocurre en la frontera de Venezuela, especialmente en Arauca.

Paradójicamente, en estos territorios hubo épocas en las que los ríos eran una promesa de desarrollo. Hace un siglo, barcos de gran calado entraban por el Orinoco y recorrían la región comprando caucho y trayendo mercancías europeas. Apenas ahora se empieza a hablar de proyectos para recuperar la navegabilidad y convertir estos ríos en vehículo de desarrollo. Y no de guerra, como lo han sido en las últimas décadas.