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ELECCIONES

Salto con garrocha

Juan Manuel Santos había trabajado para fortalecer al liberalismo como salvavidas para el sistema de partidos. Ahora le apuesta a la reelección de Álvaro Uribe.

6 de marzo de 2005

Despúes de un largo silencio y muchas conjeturas sobre su estrategia para las próximas elecciones, el uribismo destapó el jueves un as inesperado. El ex ministro Juan Manuel Santos coordinará las fuerzas políticas que apoyan al actual Presidente, con el fin de buscar el mayor número posible de curules. Será un jefe de debate en la campaña para el Congreso con la misión de asegurarle a un eventual segundo cuatrienio de Álvaro Uribe un respaldo parlamentario más sólido.

El propio Presidente le dio luz verde a la idea. Desde hace tiempo venía con la inquietud de que a sus huestes les faltaban líderes con capacidad de relevo. En una reunión sostenida el jueves en la mañana, autorizó a Santos para hacer el anuncio público. Así lo hizo el ex ministro, desde las propias escalinatas de Palacio, con una declaración que agitó el ambiente político, cayó mal en el oficialismo liberal -donde Santos había sonado para desempeñar un papel semejante, pero de su lado- y se recibió con desdén entre algunos uribistas que no habían sido informados previamente de que tendrían un nuevo jefe.

En realidad, la historia es más larga y para la mayoría de los congresistas que apoyan al gobierno, la noticia se veía venir. Desde el 21 de diciembre, en una reunión con su bancada, Uribe había dicho que se necesitaba un coordinador político. Los problemas de dispersión en las mayorías gobiernistas habían sido evidentes en la última legislatura, y había que evitar que esa situación afectara la estrategia de cara a las próximas elecciones de Congreso. Santos y Enrique Peñalosa habían estado en la cabeza del primer mandatario para cumplir esa tarea.

Mientras el ex alcalde de Bogotá, en los últimos dos meses, hizo cada vez más evidente su simpatía hacia los esfuerzos del ex presidente César Gaviria para unificar el partido -y considera que la presencia de este último es una garantía suficiente para participar en la consulta popular-, Santos fue encontrando coincidencias con el gobierno. Después de haber criticado la reelección, con el argumento de que no se deben cambiar las reglas de juego, escribió en sus columnas de El Tiempo que una vez aprobada esta por el Congreso sería absurdo que la Corte Constitucional la tumbe con un argumento insignificante o procedimental. Y a raíz de la reciente crisis con Venezuela, al comenzar el año, los radicales comentarios de Santos contra Chávez fueron muy bien recibidos en Palacio.

En forma simultánea, las relaciones del ex ministro con la DNL se enfriaban. Estuvo en desacuerdo con la sanción a los nueve senadores que votaron a favor de la reelección. Sobre el futuro del partido, consideró que era un suicidio ir a las elecciones en contra de Uribe. También estimó que en un escenario de polarización entre el actual Presidente y el Polo Democrático, como el que de alguna manera ya se produjo en las elecciones para la alcaldía de Bogotá, el liberalismo podría quedarse sin espacio.

La misión de Santos no va a ser fácil. Es un hecho que el uribismo necesita orden. Y cuando hay movimientos con caciques de la talla de Luis Guillermo Vélez, Víctor Renán Barco, Aurelio Iragorri, José Name y Mario Uribe, esa tarea sólo puede ser ejecutada por alguien con una gran ascendencia entre la clase política. Y desde los tiempos en que el Congreso lo eligió designado presidencial hace más de una década, Santos ha desarrollado una cercana relación con ella. Cuando fue ministro de Hacienda, en el gobierno de Andrés Pastrana, se decía que ejercía además una especie de Ministerio del Interior ad hoc por su influencia en las cámaras.

Sin embargo, ser jefe de jefes no es un papel cómodo. No es difícil ver a Juan Manuel en contacto con los candidatos uribistas, planeando estrategias para recolectar fondos, y hasta diseñando un discurso atractivo para los distintos grupos. Pero es casi imposible imaginar que puede intervenir en el diseño de listas, porque esa es una prerrogativa natural de cada uno de los líderes de los movimientos que apoyan a Uribe. Tampoco es claro con quién va a trabajar: una cosa es buscar economías de escala entre los movimientos de origen liberal que siguen al Presidente y otra, muy distinta, pretender que en el Partido Conservador alguien puede tener más manejo que su director estatutario, Carlos Holguín. O que en el Equipo Colombia se mueva una hoja sin la aceptación de su gestor y jefe, Luis Alfredo Ramos.

Los congresistas que han sido elegidos con sus propios votos se consideran más legítimos que los líderes como Santos, cuya fortaleza no radica en su base electoral sino en su capacidad intelectual, sus simpatías entre los sectores de opinión y su entrada en los medios de comunicación. No hay que olvidar que ya el gobierno ha hecho otros intentos relativamente fallidos por coordinar a sus mayorías parlamentarias: el tratamiento de bancadas de Fernando Londoño, la actitud conciliadora de Sabas Pretelt y el nombramiento en Palacio de Juan Lozano.

Por el momento, el gran ganador es el presidente Uribe. Se ganó un peso pesado que estuvo a punto de irse con el oficialismo. Y con el anuncio logró ponerle un freno al incuestionable impulso que traía el trabajo del ex presidente César Gaviria, quien viene llevando a cabo una paciente faena dirigida a fortalecer el partido, cuadrar una consulta para escoger un candidato y elaborar listas sólidas. Prueba de ello es que la presidenta de la Cámara, Zulema Jattin, quien estaba a punto de anunciar su asistencia al Congreso oficialista de junio, podría encontrar en Santos el argumento necesario para seguir en el uribismo, donde se siente muy cómoda. De paso, estos movimientos les dieron visibilidad a las dudas que existen entre los liberales que no están en el oficialismo, sobre las garantías con que realmente contarían para un eventual regreso. La presencia de Gaviria es aceptable y suficiente para ex colaboradores suyos, como Rafael Pardo y Andrés González, pero no para el grupo de sancionados por la DNL que lidera el senador Luis Guillermo Vélez.

Como la mayoría de las suyas, la apuesta de Santos es ambiciosa y riesgosa: puede ganar -y perder- mucho. En concreto, es una decisión entre competir en el oficialismo contra aspirantes como Horacio Serpa y el propio Peñalosa, a quienes les va mejor en las encuestas, o convertirse en el hombre fuerte del uribismo. El siguiente en la fila única: un número dos que no existe, y que se podría volver número uno si la Corte Constitucional tumba la reelección. Pero lo anterior supone que puede haber uribismo sin Uribe, que es una hipótesis difícil en un movimiento que hasta el momento ha sido tan personalizado y centrado en la figura del primer mandatario.

El del ex ministro Santos es, en fin, todo un salto con garrocha. Defensor decepcionado de la idea de fortalecer al liberalismo como tabla de salvación del sistema de partidos, pasa a los primeros niveles del movimiento político más popular que ha habido en Colombia en mucho tiempo como cabeza de su brazo político: un grupo de 23 senadores y 51 representantes que, en conjunto, tienen una enorme capacidad de movilización electoral. Y votos es lo único que le ha faltado al dos veces ex ministro. Lo cual, sumado a su conocida capacidad de apostar duro, explica por qué se le midió a semejante chicharrón.