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El presidente Santos anunció a Germán Vargas Lleras como fórmula vicepresidencial en una rueda de prensa en la sede de la Fundación Buen Gobierno el lunes 24 de febrero. | Foto: Guillermo Torres

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Santos y Vargas Lleras, el binomio de la reelección

La fórmula tiene gran opción de ganar las elecciones. A primera vista tiene lógica, pero también tiene riesgos.

1 de marzo de 2014

Ese día Santos y Vargas se veían mejor que nunca. Había buena química en el ambiente. Los dos sonreían, se veían relajados y disfrutando ser los protagonistas de un buen momento político. Apenas aparecieron cada uno en sus respectivos podios quedó claro que la crónica de una Vicepresidencia anunciada se volvía realidad.

Después de oficializar el nombramiento, el presidente entró en materia con dos argumentos: “Germán Vargas cumple como pocos colombianos los requisitos para ser vicepresidente de la República… su nombramiento no corresponde a ningún cálculo político ni a una alianza electoral de última hora, sino a una legítima convicción”. Y luego agregó que se trataría de “una Vicepresidencia diferente, una Vicepresidencia activa, que estará al frente de los grandes proyectos, de los grandes retos que tiene el país”.

El primer argumento, obviamente, no es verdad. La selección de Vargas Lleras obedece ante todo a un cálculo político y a una alianza electoral. Eso es lo normal y tiene toda la lógica. Vargas Lleras es tal vez el único vicepresidente en la historia reciente que le agrega votos al candidato. Por lo general, esa figura no suma pero sí puede restar si el escogido no gusta.

Germán Vargas sí suma. Y es por la sencilla razón de que también es la primera vez que el número dos tiene más popularidad que el número uno en las encuestas. Por otra parte, tiene un electorado propio que no necesariamente coincide con el del presidente. Santos es centro y Vargas es derecha. La expectativa es que esta alianza produzca el milagro de un triunfo en primera vuelta. Si eso no es cálculo político, ¿qué es?

El segundo argumento del presidente sí es real. Vargas va a ser un vicepresidente diferente, muy diferente. Dado su estatus de exministro estrella y primero en la fila india tocaba mejorarle la oferta. Y la mejora consistió en darle facultades y responsabilidades diferentes a las que sus antecesores habían tenido en el pasado. Concretamente se habló de dos frentes: infraestructura y vivienda. La teoría es que dadas las quejas sobre ejecución que ha tenido este gobierno y el reconocimiento del nuevo vicepresidente como ejecutor la fórmula caía como anillo al dedo.

Vargas Lleras, más esbelto que antes, irradiaba una combinación de simpatía y sobradez. En una de sus múltiples entrevistas se le soltó la lengua y dijo más de lo que tocaba. “No estaré para hablar de lo divino y lo humano y mucho menos de manera picante y provocadora, ni paseando en el exterior”. Eso fue interpretado como una alusión a Angelino Garzón, de quien aparentemente quería diferenciarse. Garzón, ofendido, presentó su renuncia a la Embajada de Brasil a donde tenía planeado viajar en las próximas semanas. Digno y discreto, en su renuncia no mencionó el golpe bajo e invocó “motivos personales”. Sin embargo, hablando con los medios se sacó el clavo y soltó algunos comentarios ‘picantes y provocadores’. Haciendo referencia a la supuesta sucesión segura de Vargas dijo: “El 25 de mayo, en Colombia no se van a elegir dos presidentes, sino un presidente y un vicepresidente”.

Curiosamente, cuando SEMANA publicó en septiembre una portada titulada ‘¿Germán vicepresidente?’, especulando sobre la posibilidad de que Vargas aceptara ese cargo, este se indignó y la rechazó enérgicamente. En ese momento, con Santos en el piso en las encuestas y Vargas en el cielo, se pensaba que cualquier cosa podía pasar. Durante algunas semanas se habló de una eventual candidatura de Vargas Lleras como una carta ganadora. Este, sin embargo, decidió jugársela por la lealtad y esa decisión fue acertada. En Colombia la deslealtad se paga muy caro y las elecciones las gana no solo el que tiene la popularidad sino también la maquinaria. Y la maquinaria la tiene el que tiene la sartén por el mango, es decir el presidente.

Ante esta realidad Vargas tenía que decidir qué iba a ser de su vida en los próximos cuatro años. Descartaba cualquier embajada y volver a ser ministro no le llamaba la atención. Como para ser candidato a la Presidencia en 2018 se requería mantenerse vigente, la Vicepresidencia que antes despreciaba se volvió una opción. Al fin y al cabo representaba tribuna, sueldo y, con las nuevas atribuciones, oficio y poder.

En términos generales, el nombramiento fue bien recibido, aunque no faltaron críticos. Muchos colombianos coinciden en que electoralmente el dúo dinámico era una fórmula poderosa. Es en la parte de la ejecución donde hay temores. No por falta de capacidad del futuro vicepresidente, sino por el potencial de conflicto que se podría estar creando. El anuncio que hizo Santos de que Vargas sería el encargado de liderar los grandes proyectos de vivienda e infraestructura del país ha generado interrogantes sobre cuál sería el papel de los ministros de esas carteras. Normalmente el presidente orienta y el ministro ejecuta, pero no hay antecedentes de una instancia intermedia entre los dos. A esto se suma que el recién nombrado vice tiene fama de ser un hombre mandón, bravo y hasta explosivo.

Las otras críticas son más bien de forma y no de fondo. Como Santos y Vargas son bogotanos, delfines y estrato 6, las acusaciones de centralismo cachaco y elitista son tan entendibles como ine-vitables. También se dijo que el nuevo copiloto no compartía el entusiasmo de su jefe por el proceso de paz. Por otra parte, desde el momento en que se anunció el nombre del vicepresidente surgieron las críticas de que la fórmula era clientelista. Todo esto en gran parte es verdad, pero el hecho de fondo es que los dos son estadistas de talla nacional, políticos curtidos y efectivos, conocedores de la realidad y conscientes de los retos por venir.

La crítica de que los dos representan prácticamente lo mismo tiene tanto de ancho como de largo. En el pasado los candidatos a la Presidencia con frecuencia buscaban un vicepresidente que tuviera lo que ellos no tenían. Si el candidato era un hombre bogotano, buscaba una mujer costeña. Si tenía un perfil elitista, elegía un sindicalista, y así sucesivamente. Esto se traducía en que en la eventualidad de la incapacidad transitoria o fallecimiento del primer mandatario, la persona que lo reemplazaría representaba exactamente lo opuesto de lo que habían escogido los electores. Eso definitivamente no sucede esta vez. Y a esto hay que agregarle que la única función que tiene el cargo de vicepresidente en la Constitución es estar en la banca y poder desempeñarse como presidente cuando este falte. Por lo tanto, lo único importante es que tenga el reconocimiento, la capacidad y la experiencia para ejercer de número uno. Germán Vargas Lleras, definitivamente, llena esos requisitos.

Todas las anteriores consideraciones y reflexiones tienen algo de inútil. Como el gobierno va a presentar el 20 de julio un acto legislativo para reformar la Constitución que incluirá eliminar la Vicepresidencia, esta controvertida figura podría dejar de existir. Habrá que ver si se regresa a la figura del designado que había antes de la Constitución de 1991 o si simplemente se establece que un determinado ministro asuma el poder en caso de ausencia del primer mandatario. En todo caso, bueno o malo, Vargas Lleras podría ser el último vicepresidente de Colombia.