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Si hubiera un equipo cohesionado, santos no se habría visto obligado a recordar que las obras son del gobierno. | Foto: Archivo particular

CASA DE NARIÑO

Usted no sabe quién es él

Esta es la verdadera historia que llevó a Juan Manuel Santos a aclarar que el dueño de la chequera es él.

21 de noviembre de 2015

No hay ningún enfrentamiento, son simples especulaciones. Aquí lo que hay es un equipo cohesionado del gobierno liderado por el presidente Santos y apoyado por el vicepresidente y el gabinete”. Con esa frase el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, quiso aclarar y dar por terminada la controversia que surgió a raíz del jalón de orejas que el presidente le hizo a Germán Vargas en Villavicencio la semana pasada.

Las palabras de Cristo no aclararon mucho y no eran del todo ciertas. Si bien efectivamente no hay enfrentamiento Santos-Vargas, lo que definitivamente no hay es un equipo de gobierno cohesionado. Si lo hubiera el presidente no se habría visto en la necesidad de recordar que es él quien “tiene la chequera”, y que las obras de infraestructura “son del gobierno de Juan Manuel Santos Calderón”.

Vargas inmediatamente agachó la cabeza al decir que el presidente tenía la razón y al asegurar que él no era más que un soldado raso. Sus palabras fueron bien recibidas pero en realidad no podía decir nada diferente. El poder de Vargas en la Rama Ejecutiva depende exclusivamente de cuánto juego le dé Santos y este último consideró necesario hacerle un recorderis.

¿Cuál había sido el origen de ese rifirrafe? Lo que había originalmente no era un pulso entre el presidente y su vicepresidente, sino entre el Partido Liberal y Germán Vargas. El exceso de protagonismo y poder de este último estaba generando cada vez más protestas entre los otros partidos de la Unidad Nacional, particularmente el Liberal. El principal enemigo del vicepresidente hoy es el expresidente César Gaviria, quien tras bambalinas mueve las fichas de esa colectividad. Como los dos ministerios que Santos le dio a Vargas –Vivienda y Transporte– son los que hoy dan votos, Gaviria encabeza la lista de los indignados con esa gigantesca gabela.

El exministro guajiro Amylkar Acosta, actual director ejecutivo de la Federación Nacional de Departamentos, era el organizador de la Cumbre de Gobernadores en Villavicencio. Como hombre importante en el Partido Liberal no tenía ningún interés en que ese evento sirviera como plataforma política para Germán Vargas. Por eso le mandaron a él y a sus dos ministros una invitación para que “participara” en el evento, y al igual que a todos los otros invitados que presentara “una muestra comercial” de sus gestiones.

A Vargas esa invitación le pareció un desaire. Para comenzar, el tema de la infraestructura no estaba contemplado, por lo tanto, ni él ni sus ministros eran oradores. Él interpretó La palabra ‘participar’ como ‘asistir’, aunque Amylkar Acosta le aclaró después que le habrían dado el derecho a hablar si lo hubiera solicitado. Y la omisión de la infraestructura fue justificada –en forma no muy convincente– con la explicación de que el tema central iba a ser la paz. Lo de la muestra comercial era un stand que cada asistente podía montar para explicar sus proyectos. A Vargas, acostumbrado a recibir tratamiento semipresidencial en todos los eventos donde participa, ser tratado como uno más del rebaño le pareció indignante y prefirió que ni él ni sus ministros asistieran.

Como tenía que dar una conferencia en la SAC a las ocho de la mañana del día siguiente en Villavicencio, llegó a esa ciudad la tarde anterior. En lugar de asistir a la cumbre, organizó una comida en el restaurante Neruda a la misma hora y con los mismos invitados que la que tenía prevista el gobernador anfitrión Alan Jara. La doble invitación se convirtió en una medición de fuerzas sobre quién tenía el mayor poder de convocatoria. Varios gobernadores asistieron a los dos eventos para no quedar mal con ninguna de las partes.

En medio de ese mano a mano surgieron chismes. Se dice que Vargas sacó la agenda donde apunta todo para decirle a cada gobernador electo y en ejercicio cuándo visitaría su región y lo que se iba a hacer en esta materia de cifras y proyectos de inversión. Esa invocación implícita al manejo de la chequera fue objeto de múltiples comentarios que llegaron a la Casa de Nariño. Y de parte de los amigos de Germán Vargas el chisme era que Amylkar Acosta no había incluido en la agenda la elección de su reemplazo pues él y Juan Fernando Cristo querían evitar que ese cargo quedara en manos del vicepresidente. Acosta aclaró que ese punto no estaba en la agenda porque esa elección solo puede tener lugar cuando los gobernadores electos estén posesionados, lo cual no podía ser sino a comienzos del año entrante. A eso los liberales agregaban en privado que Vargas Lleras quería imponer en ese cargo al gobernador saliente de Boyacá, Juan Carlos Granados, para tener un amigo que le coordine sus aspiraciones presidenciales a nivel regional.

A todas estas el presidente llegó a la mañana siguiente. Acosta lo recibió en el aeropuerto y en el trayecto le dio su interpretación de los hechos. Todo indica que la combinación de tolda aparte en el restaurante Neruda y la supuesta repartición de obras de infraestructura llevaron a Santos a convencerse de que había llegado el momento de un tatequieto.

El tatequieto presidencial tuvo una recepción mixta. Los que elogiaron la salida del presidente consideran que la voracidad de poder de Germán Vargas se estaba saliendo de madre y que era necesario ponerlo en su sitio. Los que la criticaron se sorprendieron de que un hombre que ha impresionado por su seguridad en sí mismo y su permanente ecuanimidad, incluso en los momentos de crisis graves, pudiera alterarse ante un episodio de mecánica política y de rivalidades protagónicas. A los enemigos de Vargas Lleras en los partidos de la Unidad Nacional el regaño les gustó mucho. Pero para el colombiano de a pie se sobreentiende que el que manda es el presidente de la República y la aclaración está de más.

El acto de contrición de Germán Vargas y su nueva modestia, sin embargo, no duraron mucho. A los pocos días del episodio de Villavicencio volvió a sacar su “usted no sabe quién soy yo”, esta vez en Barranquilla. En esa ciudad se había convocado, otra vez bajo la batuta de Amylkar Acosta, una cumbre de los gobernadores de la región Caribe para discutir el futuro de esos departamentos. Como había partido de fútbol contra Argentina, el gobernador anfitrión José Antonio Segebre organizó un almuerzo para los mandatarios visitantes. A esa misma hora organizó otro el hombre de Cambio Radical en el Atlántico, el alcalde electo Alex Char. El invitado de honor era el vicepresidente, quien había ido a Barranquilla a ver el partido.

Como era de esperarse, tuvo más gancho el evento Vargas-Char que el otro. Y de ahí surgieron dos realidades. No solo que el vicepresidente, regaño o no regaño, se ha convertido en un hombre muy poderoso que está alineando a muchos sectores en su contra. Sino que Alex Char ya no solo es un poder en el Atlántico, sino un líder regional con tentáculos en casi todos los departamentos de la costa. Más allá de su influencia política, ambos tienen buenos resultados que mostrar por sus respectivas gestiones.

¿Cómo deja todo lo anterior a Germán Vargas en términos de sus aspiraciones presidenciales? Su habilidad política y su manejo del poder le han permitido tomarles una gran ventaja a todos sus posibles contrincantes. Los dos ministerios que le dio Santos han sido una gabela que no debería repetirse en el futuro. Una cosa es que el vicepresidente sea ministro de una cartera, y otra que sea dueño de dos ministros sin tener la responsabilidad directa de ninguno de esos cargos. El presidente Santos se inventó esa fórmula y ahora la está padeciendo.

A pesar del jalón de orejas, la relación entre Santos y Vargas es cordial. Los dos se aprecian, se respetan pero al mismo tiempo se tienen desconfianza. Y no es por razones personales sino políticas. Para Santos la prioridad es el proceso de paz, y para Vargas ser elegido presidente, y es ahí donde está la encrucijada. Como el vicepresidente no tiene ninguna simpatía en la izquierda solo puede pescar votos en la derecha, y esto incluye al Centro Democrático. De ahí que se ha posicionado como un no fanático del proceso de paz, lo cual ha sido bien recibido por ese sector. El presidente, por razones obvias, es el mayor fanático de esa causa, y su prioridad son garantías para el posconflicto. Eso definitivamente por ahora no lo aporta su copiloto.