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Se apaga Ingrid

SEMANA habló con todos los que estuvieron con Íngrid en la selva e hizo un retrato de los desgarradores detalles de su calvario.

29 de marzo de 2008

Cuando apenas llevaba un día y medio en poder de los guerrilleros, Íngrid Betancourt ya estaba pensando cómo iba a escaparse del secuestro. El primer intento lo hizo 40 días después: se lanzó a la jungla, estuvo cuatro días -con Clara Rojas- tratando de descifrar sus misterios y en una noche de aquellas tan oscuras en las que no sirve de nada abrir los ojos, casi pierden la vida. Pero el fracaso no la amilanó. Por el contrario, y con la misma tenacidad que el país le reconoce, convencida como es de que puede cambiar las cosas, volvió a intentarlo tres veces más.

Esa firmeza y esa convicción son elocuentes porque más allá de demostrar la obstinación de esta bogotana de 46 años, deja en evidencia una de esas crueles paradojas de la vida: ninguno de los otros políticos secuestrados con ella hizo tantos esfuerzos para librarse del cautiverio y, ahora, mientras muchos de ellos gozan la libertad, la vida de Íngrid parece estar apagándose, secuestrada, en algún rincón inhóspito de la interminable selva amazónica.

En esta semana se han disparado, como nunca antes en los seis años y 36 días que la ex candidata presidencial lleva en poder de las Farc, las alarmas sobre el desenlace de su vida. El domingo, el Diario del Huila (en la zona de influencia de la guerrilla) abrió su primera página con la noticia de que la ex candidata estaría muerta. Decía que "habría fallecido en un centro asistencial de San Vicente del Caguán o San José de la Fragua" en Caquetá, límites con Putumayo, por una hepatitis C.

El lunes, cuando el mismo diario rectificó su noticia, ya el rumor se había regado por el mapa. El miércoles, el defensor del pueblo, Vólmar Pérez, se encargó de encender las alarmas en Bogotá, dijo que el estado de salud de Íngrid era crítico. Y cerró con una frase dramática: "Alguien me dijo que sus características físicas no distan mucho de las de los niños de Somalia".

La incertidumbre por la suerte de Íngrid aumentó cuando el gobierno decidió de manera intempestiva -jueves a las 10:30 de la noche- ofrecerles a las Farc liberar de inmediato guerrilleros encarcelados por crímenes atroces a cambio de todos los secuestrados. Y el comisionado Luis Carlos Restrepo fue explícito en decir que se trataba de una salida urgente para Íngrid: "El Gobierno se ha unido al clamor nacional e internacional para que la vida de la doctora Íngrid Betancourt sea salvada".

El jueves en la tarde, el padre Manuel Mancera, párroco del corregimiento La Libertad, de San José del Guaviare, le dijo a SEMANA que, según le dicen los campesinos de la zona, Íngrid está viva. "La vieron el domingo pasado por los lados del Retorno. La vieron sumamente deprimida. Como que no quiere comer, como que está cansada, como que está agotada", explicó el sacerdote.

Y confirmó que médicos del puesto de salud de El Capricho -corregimiento en el que se encontraba en el momento de la entrevista- la atendieron hace cerca de un mes. "Está muy deprimida. Tiene el mal de la selva", le dijo otra fuente de la zona a esta revista.

Lo que ha sido la vida de Íngrid Betancourt en cautiverio había sido para el país y el mundo un completo misterio hasta el año pasado. Apenas si se conocieron dos pruebas de vida. Ahora, cuando ya están libres siete de los que compartieron el cautiverio con ella, y está detenido 'Martín Sombra', su 'carcelero' durante un año, SEMANA habló con la mayoría de ellos para hacer un retrato del calvario que ha padecido y la increíble fuerza moral que ha demostrado la ex candidata durante esta tragedia.

Íngrid empezó a hablar de la fuga un día después de que un grupo de guerrilleros armados le bloqueó el camino a San Vicente del Caguán y se la llevó, con la directora programática de su campaña presidencial, Clara Rojas, al espeso follaje de la selva. El 24 de febrero, cuando aún estaban aturdidas por lo ocurrido el día anterior, los guerrilleros les ofrecieron un tablero de ajedrez para distraer el tiempo. Íngrid no sabía jugar, pero aceptó la oferta con la idea de que así podía charlar, sin despertar sospechas, sobre cómo emprenderían la fuga.

Se volaron a finales de marzo, es decir, por estos días hace seis años. A Íngrid se le ocurrió dejar las botas de caucho en el campamento para que los guerrilleros creyeran que ellas seguían allí (la misma táctica que aplicó otras veces), correr hasta encontrar el río y luego guiarse por su cauce. Pero no imaginaron que la naturaleza podía ser tan cruel. De noche no veían absolutamente nada, tenían que estar unidas por un lazo para no perderse, no tenían nada para comer, y en medio de la fatiga no se dieron cuenta cuándo ni en dónde se durmieron. De pronto, se despertaron con el agua al cuello. No veían nada. No sabían qué había pasado. Y el agua seguía subiendo. Clara pensó que iban a morir ahogadas. Movida por el instinto, Íngrid dio unos pasos y encontró la salida a tierra firme.

Estaban perdidas, no tenían cómo ubicarse, las copas de los árboles se entretejían como un techo y no dejaban filtrar los rayos del sol. Cuando encontraron el río, en una de las salidas de la maraña para asegurar que seguían cerca de él, los guerrilleros las ubicaron.

Pero trató, con Clara, de fugarse dos veces más. Y aunque en una ocasión alcanzaron a estar dos días en libertad, ya el ímpetu no era el mismo de la primera vez y por uno u otro motivo terminaban de regreso en el campamento con el arrojo de Íngrid desgastado.

Hizo el último intento de fuga con Luis Eladio Pérez. Ella esperó con paciencia, seis meses, a que él se recuperara de una leishmaniasis; diseñó el plan, recogió la comida y lo despertó con pellizcos la noche de la huida. Todo iba relativamente bien: estaban en el río y avanzaban de noche. Pero al sexto día se dio cuenta de que el frío hacía mella en un Luis Eladio aún convaleciente. Decidió sacrificar su sueño de libertad y se entregaron a una lancha repleta de guerrilleros.

Hoy, lo más triste es que el anhelo de Íngrid se convirtió para ella en su peor castigo. Si las otras fugas habían mortificado a los guerrilleros, esta última los sacó de casillas. Cuando llegaron, los separaron de los demás y les pusieron cadenas en el cuello. Ella se rebeló con la fuerza que le quedaba en el cuerpo para evitar que le pusieran esa cadena y los guerrilleros la golpearon hasta dominarla. Varios de los secuestrados dicen que ese fue el momento en que vieron más furiosa a Íngrid.

Por su carácter de no dejarse doblegar, la ex senadora no había sido santo de devoción de los guerrilleros. "Se la tenían montada", dicen sus compañeros. Durante una larga travesía en octubre de 2004, cuando tuvieron que cargarla en hamaca por su hepatitis, la trataban sin ninguna consideración: en los recovecos del camino no importaba si se golpeaba contra los árboles; cuando tenían que descansar, no importaba dejarla tirada en el piso y para que les pesara menos su morral, le iban botando verdaderos tesoros, como el jean que le había dado su hija Mélanie en la Navidad de 2001.

Pero es en ese entonces, tras su último escape fallido, cuando comenzó su verdadero calvario. Y la fuga del policía John Frank Pinchao el 11 de abril de 2007 -con el cual iban a volarse también Íngrid y Luis Eladio (ver entrevista con María Isabel Rueda)- rebosó la copa de las Farc.

El castigo vino en agosto de 2007: separaron a Íngrid de sus mejores amigos, Luis Eladio y el gringo Marc Gonçalves. Y la dejaron con el grupo de ocho policías y militares. "Me separaron de las personas con las cuales me entendía, con las cuales tenía afinidad y afecto, y me pusieron en un grupo humano muy difícil", le contó la propia Íngrid a su mamá en la última de las tres pruebas de vida que las Farc han enviado de ella, la del 24 de octubre pasado.

Los políticos hoy liberados prefieren no hablar mucho en público de lo que puede estar pasando. Pero el propio Luis Eladio contó a esta revista la noche en que fue liberado: "Yo la veía tan sola y tan desprotegida, que terminé defendiéndola y dándome trompadas con el uno y con el otro, eso era una locura". Y esta semana precisó que se trata de "uno o dos" que intentaron sobrepasarse con ella.

Se podría decir que Íngrid ha vivido tres etapas en su cautiverio. La primera, desde el 23 de febrero de 2002, cuando fue secuestrada, hasta el 23 de agosto de 2003, cuando estuvo con Clara Rojas: y lo que había sido una amistad de más de 10 años quedó enterrado en la selva. Íngrid estaba muy triste por la muerte de su padre y les tocó una convivencia muy difícil, atadas por la misma cadena durante un mes, como castigo por la fuga. Yolanda Pulecio, la mamá de Íngrid, dijo hace dos semanas: "Ella (Clara) se portó mal con Íngrid. La vi, y también al niño. Y me alegré mucho de que estén bien. Pero he sabido cosas que me han dolido mucho".

La segunda etapa, entre octubre de 2003 y agosto de 2007. El primer año estuvo con todo el grupo de políticos (además del de policías y militares) y después, casi tres años con Pinchao, los tres gringos, Luis Eladio y un grupo de ocho militares y policías. Como si fuera un reality, se armaron combos, e Íngrid encontró allí a sus tres grandes amigos (Luis Eladio, Pinchao y Gonçalves) que, como ella misma sugiere en la carta a su mamá, se hicieron importantes en su vida.

Y la tercera etapa, desde entonces hasta ahora, ya casi siete meses, en la cual está prácticamente sola. La situación ha sido tan dramática, o por lo menos eso dicen los mensajes que se han filtrado desde la selva, que los familiares de los militares mandan mensajes por radio pidiéndoles que la cuiden. En las últimas pruebas de vida de militares, que pasaron a un segundo plano en medio de la noticia de la muerte de 'Raúl Reyes', el mayor Édgar Duarte mandó un mensaje para Íngrid: "Le pido al capitán Armando Castellanos que la apoye mucho. Así como cuando usted trabajó conmigo tiene que ser con ella. Tiene que ser la niña bonita. La consentida de la casa".

Hasta entonces. Hasta ese agosto, lo más triste para Íngrid había sido la muerte de su papá. Como ella lo cuenta en su carta, el dolor no la ha desamparado: "...estar con mi papito, cuyo duelo no termino de hacer porque todos los días desde hace cuatro años lloro su muerte".

Se enteró de su fallecimiento por un periódico que cayó de casualidad en sus manos. Estaba encadenada, en el mes de castigo, y en una página cualquiera vio la foto de su papá cuando recibía en la clínica la visita de un sacerdote y en el pie de foto explicaban que la imagen era momentos antes de la muerte del ex ministro de Educación y fundador del Icetex.

Íngrid no sólo lloró inconsolablemente. Dejó de comer durante nueve días. Y se dejó durante un año una camiseta negra en señal de duelo. Gabriel Betancourt murió el 23 de marzo, tal vez el mismo día en que ella emprendió su primera fuga. Mucho tiempo después volvió a llorar sin consuelo por su papá, cuando Luis Eladio la enteró de las circunstancias en que murió: llamando desde la clínica a su familia, implorando por su liberación.

Pero ese dolor no puede ser peor que el que está ahora sufriendo. En su carta del 24 de octubre ya daba muestras de la depresión en que se encontraba entonces y seguramente ahora. "Estoy mal físicamente. No he vuelto a comer. El apetito se me bloqueó. El pelo se me cae en grandes cantidades. No tengo ganas de nada. Y creo que esto último es lo único que está bien: no tener ganas de nada".

"Estoy mamita cansada, cansada de sufrir, he sido o tratado de ser fuerte. Estos casi seis años de cautiverio me han demostrado que no soy ni tan resistente, ni tan valiente ni tan inteligente ni tan fuerte como yo creía. He dado muchas batallas, he tratado de escaparme en varias oportunidades, he intentando mantener la esperanza (...) Pero mamita, ya me doy por vencida".

Y le cuenta también que ya ni siquiera tiene aliento para nadar en el río y que dejó de hacer los ejercicios que, sin falta, hacía todos los días entre dos y tres horas en un 'step' que había construido para subir y bajar.

La fotografía que llegó desde la selva dio la vuelta al mundo. Se convirtió en un símbolo del drama de los secuestrados: su posición, su extrema delgadez y el largo del cabello. Tanto, que sumada a su carta y a las de los demás secuestrados, se convirtió en un aliciente más para la histórica marcha del pasado 4 de febrero contra las Farc.

Desde entonces, cuando ella ya parecía estar al borde del abismo, han pasado cinco meses. La esperanza de todos es que su espíritu rebelde no se apague. Ese talante de humanidad, integridad y valentía que siempre la ha acompañado y que la hizo ganarse muchos amores y odios cuando dio la batalla política en el Congreso para que el proceso 8.000 no quedara en la impunidad, es hoy su mejor aliado. El mismo que durante su cautiverio la hizo dar peleas, como cuando pidió que les quitaran las cadenas -y lo hicieron-; o cuando le reclamó a su cuidandero, 'Martín Sombra', que por qué conversaba con los gringos, que si acaso ellos no eran sus enemigos imperialistas; o cuando, en las últimas pruebas de vida, en un gesto de dignidad y de resistencia civil, no quiso hablar como los guerrilleros le pedían.

'Sombra' recuerda: "Íngrid es una persona educada pero si tiene que decirle a usted que es un hijueputa, le dice. Un güevón una vez le hizo una cagada. Le botó unos papeles que ella tenía del diario de ella. Ella me dijo: 'vea, 'Sombra', a ese hijueputa de 'Guillermo' yo no le puedo hablar. Me botó el diario'".

En una carta del pasado 28 de febrero, hallada en el computador de 'Raúl Reyes', el propio jefe guerrillero les decía a los del secretariado: "Hasta donde conozco, esta señora es de temperamento volcánico, es grosera y provocadora con los guerrilleros encargados de cuidarla".

Ni por un momento, mientras estuvo con los hoy liberados, dejó a un lado su interés por la política. "Me decía que aún quería ser presidente de Colombia", escribió Pinchao en su libro. Hablaba de ir a Harvard o a Oxford a estudiar algo de economía para prepararse mejor. Y diseñó un programa de gobierno de 190 puntos, el cual no sólo discutió todas las tardes durante dos años con Luis Eladio después de la clase de francés, sino que se lo contó a Pinchao y lo dejó encantado.

Además de lo tradicional -educación gratuita y una Colombia mejor y más participativa-, en su programa tiene la idea de construir un tren de gran velocidad (como los TVG de Europa) para unir el sur con el norte del país, una ciudad en el Magdalena Medio al estilo Brasilia para todos los desplazados, y el metro para Bogotá.

Y entre ellos hacían debates sobre los temas nacionales. Luis Eladio dice que era como un 'Hora 20', de Caracol. Y Pinchao es más preciso: "La noticia del día Íngrid cogía y decía, bueno esto ¿por qué pasó? Y luego ¿esto qué consecuencias tiene? Y discutíamos un rato. Y por la noche cuando oíamos 'Hora 20' nos dábamos cuenta de que repetían lo mismo que nosotros habíamos dicho".

El resto del tiempo lo dedicaba a escribir. Además del diario que le botó un guerrillero, tal vez el primero, ella le contó a su mamá que ha escrito y quemado por lo menos otros cuatro.

Las dos columnas que sostienen a Íngrid son su familia y la fe. Todos recuerdan las muy particulares celebraciones que ella hacía en el cumpleaños de cada uno de sus hijos. Pedía permiso para hornear una torta; cuando no lo lograba, cualquier arepa o arroz le servía de excusa para cantar el Happy Birthday. A todo pulmón en media selva.

En los primeros meses del secuestro leyó la Biblia completa (en los últimos tres años pidió a la guerrilla un diccionario enciclopédico para aprender, pero nunca se lo dieron). Una de sus partes predilectas es el sermón de la montaña: el mismo que inspiró a Mahatma Gandhi.

"Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: (...)Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos".

Jorge Eduardo Géchem les contó entre lágrimas a sus hijos, la noche de su liberación, que en sus crisis Íngrid se levantaba en las noches y encendía una vela para fijarse si seguía respirando. Consuelo González recuerda que hubo momentos en los que ella le tomaba la cabeza y le daba ánimo. Y su entrega se hizo evidente en uno de los dos comas diabéticos que padeció Luis Eladio Pérez. En el más fuerte, él perdió la memoria, e Íngrid, con su constancia de siempre, día a día le hizo terapia para recuperarlo. "¿Qué cocinaba tu mamá en Navidad?", le preguntaba. Y él no atinaba. Hasta que de tanto insistirle, un día él recordó los deliciosos tamales que hacía su madre. Estaba curado.

Íngrid Betancourt ha creado, con la universalidad de su lucha y la dignidad de su comportamiento, un símbolo de resistencia contra la barbarie. Desde su estado de indefensión, pero con poder infinito de encarnar 3.000 años de lucha del ser humano contra la inhumanidad, la voz de Íngrid es un grito desesperado por la libertad, la igualdad y la fraternidad, el mismo grito que 200 años atrás inspiró la Revolución francesa, y que hoy la inspira a ella a no rendirse y seguir luchando.

Y así le dijo Íngrid a Francia en su carta: "Durante muchos años he pensado que mientras esté viva, mientras siga respirando, tengo que seguir albergando la esperanza. Ya no tengo las mismas fuerzas, ya me cuesta mucho trabajo seguir creyendo, pero quiero que sientan que lo que han hecho por nosotros ha hecho la diferencia. Nos hemos sentido seres humanos. Gracias".