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En su discurso de instalación de la Asamblea Nacional de Venezuela el presidente Hugo Chávez afirmó que en su país el proyecto político de las Farc y el ELN “se respeta”

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Se destapó Chávez

El apoyo político del presidente Chávez a las Farc se puede convertir en uno de los problemas más graves para Colombia de las últimas décadas.

12 de enero de 2008

Una vez más en Colombia quedó demostrado que todo es posible. El país se acostó con el júbilo por la liberación de Clara Rojas y Consuelo González y se levantó en el preludio de uno de los conflictos más delicados para nuestra seguridad nacional.

Lo que en un comienzo Chávez presentó como un abrazo a la libertad y una esperanza para desterrar el drama humanitario del secuestro, se convirtió sorpresivamente en el discurso desafiante de un presidente que se declara aliado del enemigo interno de los colombianos.

Ante la plenaria de la Asamblea Nacional de Venezuela, y con la banda presidencial terciada en el pecho, el presidente Chávez pronunció un discurso que fue recibido como una bofetada a la dignidad del pueblo colombiano. Con su puño encrispado y en alto, lanzó tres cargas de profundidad: que las Farc y el ELN no son grupos terroristas, que son ejércitos que ocupan espacio territorial en Colombia y que merecen un reconocimiento político en América Latina y el mundo, por el que él va a luchar.

Esta no parece ser sólo la visión de Chávez, o la de un líder megalómano y tropical que ha hecho de la provocación su estilo de gobierno. En el cenit de su discurso, y cuando advirtió que las Farc tenían un proyecto bolivariano y que ese proyecto en Venezuela "es respetado", la Asamblea, en pleno, estalló en aplausos y ovacionó a su líder de pie.

Una imagen que estremeció las fibras más sensibles de una sociedad que, como la colombiana, ha padecido en carne propia la estela de sangre que ha dejado la guerrilla en sus 40 años de guerra.

¿Qué significa que el proyecto bolivariano de las Farc sea respetado por el gobierno venezolano? ¿Es acaso una mera empatía ideológica -o una simple identidad revolucionaria- o es un respaldo abierto a la sangrienta estrategia de la guerrilla colombiana para derrocar un gobierno legítimo y democrático? ¿Creerá Chávez aún en el espíritu altruista de la guerrilla para sacarla de la lista de terroristas de la Unión Europea, o estará tejiendo el estatus de beligerancia de las Farc en Venezuela, para darles el tratamiento de un Estado? ¿Fue el explosivo discurso de Chávez un acto de genuina convicción ideológica, o el cumplimiento de un pacto secreto con las Farc por la liberación de los secuestrados? ¿Por qué Chávez fustiga sistemáticamente al gobierno colombiano y nunca le pide respetar el derecho internacional a una guerrilla que no se cansa de pisotear la dignidad humana?

Se podría pensar que estos delicados mensajes son el producto de la intemperancia verbal de un líder tropical. Pero detrás de la retórica bolivariana hay un ajedrez geopolítico preocupante, y un hombre clave en este tablero es Ramón Rodríguez Chacín, recién nombrado ministro del Interior de Venezuela.

Su reveladora despedida de los guerrilleros que entregaron a Clara y a Consuelo refuerza la idea de que entre las Farc y el gobierno de Chávez hay más que una admiración mutua. El ministro del Interior de Venezuela, mientras estrechaba la mano de uno de los combatientes de las Farc, le dijo: "Estamos muy pendientes de su lucha. Mantengan ese espíritu, mantengan esa fuerza y cuenten con nosotros…". Para este alto funcionario -como lo mencionó ante las cámaras de televisión- las Farc no tienen en su poder secuestrados sino "prisioneros políticos", y no hay criminales de la guerrilla en las cárceles, sino "prisioneros de guerra". Un discurso pulido y calculado que le abona el terreno a la guerrilla para su reconocimiento como fuerza beligerante.

El nombramiento de Rodríguez Chacín como ministro debe encender las alarmas en Colombia. Durante años ha sido considerado por analistas de Venezuela como el enlace entre el presidente Chávez y las Farc. Fue el hombre que permitió que el guerrillero Rodrigo Granda pudiera moverse en Caracas como un diplomático más y hasta se le otorgó ciudadanía venezolana. Según informes de inteligencia, su finca, en el estado Barinas, ha sido visitada por algunos jefes guerrilleros. Incluso hace dos meses Iván Márquez, miembro del secretariado de las Farc, pernoctó allí antes de reunirse con el presidente Chávez en el Palacio de Miraflores. Pero sus relaciones con las Farc no son nuevas. Hacia finales de los 90, sus continuas visitas a la zona del Caguán, como director de inteligencia de la Disip, generaron en el gobierno colombiano las primeras sospechas. Tanto, que el presidente Pastrana le solicitó en su momento no volver a la zona sin su autorización.

En 2002 la prensa venezolana denunció que Rodríguez Chacín habría diseñado un plan denominado 'Frontera', en el que el gobierno venezolano se comprometía a abastecer a las Farc con medicamentos y otorgarles asilo y permisos de tránsito, a cambio de que esta guerrilla no realizara operaciones militares en el vecino país. ¿Serán la ciudadanía venezolana de Granda y la finca de Chacín una pieza de ese plan?

Con estos oscuros antecedentes, el nuevo ministro del Interior y de Justicia, bajo cuya égida están la inteligencia, la política y la justicia, se ha convertido en un elemento que aumenta la tensión entre los dos países.

El episodio de Rodríguez Chacín ha preocupado a un puñado de funcionarios en el Ministerio de Defensa y la Cancillería colombianos que de tiempo atrás han visto a Venezuela convertirse en una verdadera retaguardia política para la insurgencia. Muchos guerrilleros colombianos, con nacionalidad venezolana, se camuflan entre los sectores más extremistas del chavismo, al tiempo que atienden redes logísticas y políticas al servicio de las Farc. Los organismos de seguridad aseguran que desde hace años Iván Márquez vive al otro lado de la frontera. Estos datos se suman a informaciones precisas sobre la existencia de campamentos de la guerrilla en el vecino país, las cuales el propio presidente Uribe le entregó a Chávez en agosto pasado. La actitud de las autoridades venezolanas frente a éstos ha sido pasiva. También hay evidencias de que oficiales corruptos de la Guardia Nacional y la Disip serían claves para que las Farc usen el territorio de Venezuela como ruta para el narcotráfico y la compra de armas.

Por eso el cuadro completo, cuyo último brochazo fueron las sorprendentes palabras de Chávez, se puede convertir en un problema de seguridad nacional sin antecedentes en las relaciones bilaterales.

¿Cómo puede Chávez apoyar el proyecto político de las Farc -y "respetarlo"- cuando el único fin de ese proyecto político es derrocar por la vía militar al gobierno colombiano? Dentro del derecho internacional esto es considerado como intervención en los asuntos internos de una nación. Pero, como dijo a SEMANA un líder político venezolano, "a Chávez no hay que verlo como el presidente de un país sino como el líder de una revolución". Una revolución con ambiciones continentales donde Colombia juega un papel esencial por la enorme frontera que comparten. ¿Tendrá algo que ver con esta estrategia el mapa sin frontera que presentó Chávez hace pocas semanas cuando frente a las cámaras anunció la 'Operación Emmanuel'? ¿Era ese el mensaje subliminal que estaba enviando el día de la liberación de Clara y Consuelo cuando la banda marcial de Miraflores entonó en dos ocasiones el himno de Colombia?

El mensaje de Chávez se convierte en un salvavidas político para las Farc en una coyuntura en la que están viviendo una presión militar como nunca antes habían tenido. El discurso del Presidente de Venezuela, más que un ejercicio de retórica, fue una verdadera bomba con implicaciones insospechadas. Aunque hoy, después del 11 de septiembre, y luego de tanto esfuerzo para incluirlos en la lista de terroristas, parecería imposible imaginar una sede diplomática de las Farc en Caracas, esto podrían lograrlo con el estatus de beligerancia. Sería un golpe mortal en la titánica lucha de Colombia por deslegitimar la lucha armada de las Farc, que le ha costado al gobierno sangre, sudor y lágrimas.

El escenario puede ser aun peor. Nicaragua, Ecuador y Bolivia, tres gobiernos alineados con Chávez e indulgentes con las Farc, podrían iniciar un efecto dominó para el reconocimiento político de la guerrilla colombiana en el continente.

El gobierno de Uribe parece no haber entendido el delicado ajedrez geopolítico que se avecina y cayó en el juego de la retórica. Mientras todo el país esperaba que se enviara una nota diplomática de protesta, el gobierno emitió un vacuo comunicado que insistía en lo obvio: que las Farc son crueles y han cometido actos terroristas.

Esta difícil coyuntura ha vuelto a poner en evidencia que el gran talón de Aquiles del gobierno de Uribe son las relaciones exteriores. Ni hay política ni hay cancillería (ver artículo siguiente). Y con Venezuela las cosas se complican aun más: las relaciones formales son tirantes, los canales informales no existen y el embajador no se ha visto. Cómo se añoran en esta tempestad diplomática las gestiones de embajadoras como Noemí Sanín y María Ángela Holguín, cuya experiencia, talento y olfato político evitaban que las diferencias se volvieran tensiones y éstas desembocaran en crisis.

Tan grave será la situación, que uno de los intelectuales que más han defendido las políticas del gobierno, Eduardo Posada Carbó, puso el dedo en la llaga sobre la errática diplomacia de Uribe. Para Posada Carbó no hay que desgastarse en convencer al mundo sobre lo malas que son las Farc -que ya lo sabe-, sino en la legitimidad y la credibilidad del gobierno para combatirlas -de las que muchos en el exterior todavía dudan-. Por ejemplo, negar que en Colombia hay un conflicto armado, en lugar de ayudarle al gobierno a encontrar aliados para su causa, lo ha convertido en un autista en el mundo. Al parecer, la influencia del asesor presidencial José Obdulio Gaviria, quien parecía un sofista cautivador pero inofensivo, ha terminado por afectar las políticas medulares de este gobierno.

¿Qué va a pasar?

Una gran paradoja de esta historia de república bananera es que la manipulación política que se le dio a la liberación de Clara y Consuelo puede terminar por botar al mar la llave del intercambio humanitario. La ilusión de libertad quedó rápidamente asfixiada por los tentáculos de la política. Las condiciones inamovibles del gobierno colombiano y de las Farc ahora son más altas. Con el abrazo de Chávez, la guerrilla no sólo podría exigir el despeje de dos municipios, como ha venido haciéndolo hace años, sino que podrá pedir que los saquen de las listas de terroristas. O peor aun, que les den estatus de beligerancia. Después de semejante espaldarazo político, las Farc difícilmente aceptarán una mediación de la Iglesia, como la que propone Uribe, que es netamente humanitaria.

Quizá los más nerviosos con este terremoto son los empresarios cuyos negocios están subyugados al caprichoso vaivén de la política. En Colombia una agudización de esta crisis sería una zancadilla para el crecimiento económico. Venezuela es su segundo socio comercial, y su intercambio asciende a 6.000 millones de dólares al año, es decir, el 15 por ciento del total de las exportaciones del país. Conscientes de ello, algunos analistas en Caracas creen que Chávez va a presionar a los empresarios para lograr sus objetivos políticos. Es decir, que por la vía del chantaje económico podría buscar que Uribe les dé reconocimiento político a las Farc.

Si no se maneja bien, esta crisis puede ser la más grave desde la guerra con el Perú. El último incidente que estuvo a punto de llevar a las armas a Colombia y Venezuela fue el de la corbeta Caldas en 1987. En esa ocasión, la embarcación de la Armada que navegaba en aguas territoriales de Colombia, cuya soberanía cuestionaba Venezuela, motivó la más grande movilización de tropas al otro lado de la frontera. Aunque en su momento la confrontación parecía inminente, se activaron todos los canales de diálogo posibles, formales e informales, y se contó con la mediación de varios gobiernos, lo que garantizó un desenlace pacífico.

En este momento también se justifica un acuerdo nacional suprapartidista para recuperar el timón de las relaciones con Venezuela. Es necesario no sólo restablecer la comisión asesora de relaciones exteriores, que prácticamente no ha sido convocada durante este gobierno. Tristemente, la última vez que se reunió, hace pocos meses, se convirtió en un cuadrilátero para que el presidente Uribe y los ex presidentes Pastrana y Samper se sacaran los trapos al sol.

Uribe tampoco ha acudido a la izquierda democrática colombiana que, si bien está en la otra orilla ideológica del Presidente, es enérgica en descalificar la lucha armada de las Farc. Y puede tender puentes con el presidente Chávez. Es el caso del presidente del Polo Democrático, Carlos Gaviria, quien a pesar de ser uno de los más conspicuos contradictores del gobierno, rechazó el respaldo de Chávez a las Farc.

Como en otras ocasiones, el gobierno colombiano seguramente acudirá a los buenos oficios de la diplomacia cubana para salir de la encrucijada. Cuba ha demostrado, como lo reconoció Uribe en su alocución, que puede mediar con discreción y eficacia. Fidel es la única persona a quien Chávez escucha y, a diferencia del mandatario venezolano, declaró hace más de una década que la lucha armada no tiene vigencia en América Latina. El papel de los cubanos puede ser clave no sólo para manejar la crisis con Chávez, sino para seguir la búsqueda de la libertad de los secuestrados. En esa misma dirección, otro país que puede jugar un papel importante es Brasil, cuyo gobierno de izquierda se ha alejado diametralmente de las posturas de Chávez y puede jugar un importante papel para neutralizar el posible respaldo de gobierno de América Latina a las propuestas de Chávez.

Está también la instancia de la OEA, que se creó precisamente para resolver las diferencias entre los países de la región. Por eso lo único que no puede hacer el gobierno de Uribe es cruzarse de brazos o adoptar la política del avestruz.

Con Venezuela y un líder tan poderoso, folclórico y astuto como Chávez, no hay lugar a la improvisación y a los arranques temperamentales. Nuestro presidente tiene que hacer gala de sus virtudes de gran líder y estadista que ha demostrado dentro de las fronteras para evitar que esta crisis llegue a unos niveles que es mejor no imaginar.