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Este año el Plan Patriota dio paso al Plan Consolidación. Ejército, Armada y Fuerza Aérea han recuperado el control de muchas regiones, y rios. Pero ahora falta que llegue el Estado con sus instituciones civiles y no sólo el esfuerzo militar

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¿Se está ganando la guerra?

Las Farc no están derrotadas, pero las Fuerzas Armadas han hecho grandes avances que pueden darle un punto de inflexión al conflicto.

Marta Ruíz. Editora de Seguridad de SEMANA
15 de diciembre de 2007

Durante los últimos cinco años el país se ha movido en dos extremos. Quienes piensan, desde la derecha, que la guerrilla se puede derrotar militarmente, y quienes piensan, desde la izquierda, que el único camino posible es la negociación con los insurgentes. Pero en medio de estas dos posiciones ideológicas, está la realidad de la guerra. Este año, en particular, era definitivo para la política de seguridad, pues si Álvaro Uribe fue elegido en 2002 con la promesa de derrotar a las Farc, el año pasado fue reelegido sin que se renovaran sus lineamientos sobre el tema. La sensación que había era de que si bien los militares habían ganado control territorial, tanto con la presencia de Policía, como con el incremento de pie de fuerza y operaciones sostenidas en lo rural, el riesgo de empantanarse en la selva era muy alto.

Sin embargo, 2007 deja un balance interesante. Las fuerzas armadas empezaron a dar algunos virajes necesarios para mantener la iniciativa. En el terreno netamente operativo, los dos avances más importantes se hicieron en inteligencia y en las operaciones. Con estos dos factores combinados, las tropas pudieron llegar por sorpresa a los campamentos de importantes mandos medios revestidos de un aura de invencibilidad, como el 'Negro Acacio', Carlos Antonio Lozada y Martín Caballero. Y pudieron dar de baja en una acción combinada a Milton Sierra, conocido por su alias de 'J. J.'

Estos golpes demostraron que sí es posible llegar al corazón de las Farc y debilitar su estructura de mando, lo cual es muy importante en el mediano plazo. Para ese salto cualitativo contribuyeron varios aspectos. El primero, una inteligencia que combina la tecnología, especialmente aparatos para interceptar comunicaciones y localizadores satelitales aportados por Estados Unidos y Gran Bretaña, con la inteligencia humana, capaz de infiltrase y penetrar la guerrilla.

En segundo lugar, se ha dado un salto en planeación de operaciones. Objetivos más claros, grupos elite altamente entrenados y mayor confidencialidad han hecho posible los resultados de este año. Con operaciones mejor planeadas, y sobre todo coordinadas entre las distintas fuerzas, se ha aprovechado mejor la capacidad de fuego de las Fuerzas Armadas, que debe ser, sin duda, una de sus grandes ventajas frente a la guerrilla.

No obstante, el verdadero viraje que requerían las Fuerzas Armadas tiene que ver con la doctrina. Empiezan a quedar atrás las visiones heredadas de la contrainsurgencia de la Guerra Fría, que ubicaban a población civil como enemiga, o como el agua en la que nadaban los insurgentes. Una visión de ese tipo predominó en los primeros tiempos de la seguridad democrática y del Plan Patriota. Las capturas masivas, las zonas de rehabilitación y la criminalización absurda de los cultivadores de coca no hicieron más que ahondar la desconfianza en el gobierno de los habitantes de las regiones controladas por la guerrilla. El interrogante seguía siendo qué tan sostenible era un modelo por el que se logró controlar gran parte del territorio con medios exclusivamente militares, con lo que ello implica en cuanto a mantener las tropas en el lugar, y en cuanto al esfuerzo fiscal involucrado. ¿Qué seguía?

El Plan de Consolidación, a pesar de que está lejos de ser perfecto, da en el clavo en el problema crucial que enfrenta el Estado en esta guerra: su legitimidad a los ojos de los habitantes de las regiones. Un sector importante del alto mando militar ha empezado a entender que contar cuerpos no es el camino para derrotar a las Farc. A pesar de que en los primeros años del Plan Patriota se combatía ferozmente con la guerrilla, y hubo muchos muertos de lado y lado, las bajas no tuvieron un significativo impacto en las Farc. Esos combates, tan costosos en lo humano, podrían resultar inocuos si el gobierno no lanza un plan para esas zonas marginales donde la guerra es pan de cada día.

Aunque apenas está en el papel, y no se han desplegado sus principales componentes, este documento esboza un camino más inteligente y estratégico. En pocas palabras, el Plan de consolidación busca construir un Estado de derecho en regiones donde los insurgentes imponían a bala su visión de la justicia. Esto quiere decir que harán presencia todos los organismos del Estado y se promoverá de manera muy importante la inversión privada, para lo que ya se han dado pasos adelante. El hecho de que el gobierno decidiera darle prioridad a la erradicación manual de cultivos de coca es muy importante pero, aun así, la estrategia para derrotar globalmente la economía ilícita no ha funcionado. Cada vez son más las voces que señalan que sin una política agraria diferente, es imposible acabar con los cultivos ilegales.

La pregunta sigue siendo cuál es el plan de largo plazo para las zonas apartadas donde la guerrilla impone sus designios. Pregunta que no responde el Plan de Consolidación y que no depende sólo de los esfuerzos militares, pero que es crucial para que la legitimidad sea palpable para la gente.

Obviamente, la lucha por esa legitimidad es muy dura para el gobierno en zonas como La Macarena y casi toda la Amazonía, donde la guerrilla ha aplicado justicia a su manera, regula la economía y brinda una arbitraria seguridad. Zonas donde con frecuencia la población tiene lazos de consanguinidad con la guerrilla y existen familias con dos o tres generaciones de vínculos con la insurgencia. Pero ya un sector importante de los militares comprende que el Estado debe ganarse a esta población, y no criminalizarla.

Por eso es preocupante que las denuncias de ejecuciones extrajudiciales por parte de las Fuerzas Armadas estén creciendo en Meta, donde se libran los peores combates contra la guerrilla. El general Alejandro Navas, comandante de la Fuerza Tarea Omega, ha dicho en varias ocasiones que "Esta será la primera guerra que se gane respetando los derechos humanos", y aunque son innegables los esfuerzos que se están haciendo en ese sentido desde el Ministerio de Defensa, como haber nombrado a una civil en la dirección de la justicia penal militar, todavía este es un tema que inquieta a muchas personas.

Las circunstancias para las Fuerzas Armadas no podrían ser mejores. Tienen por segunda vez una inyección de recursos con el impuesto al patrimonio; han empezado a mostrar resultados de valor estratégico y, a juzgar por el incremento de las desmovilizaciones y por la información que están recibiendo. Todo ello, acompañado de una estrategia mejor pensada que pone en la legitimidad del Estado como un activo de gran valor democrático.

Sun Tzu, Maquiavelo, Clausewitz y Mao no pueden estar equivocados. Todos en sus épocas, y para sus circunstancias, aseguraron que es la política la que conduce la guerra. Esa parece ser la lección que este año les deja a los militares.