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Y SE LOS TRAGO LA TIERRA

El invierno y la imprevisión dejaron más de 500 muertos y miles de damnificados en Medellín

2 de noviembre de 1987

Los aguaceros fuertes, esos que llegan puntualmente con octubre, todavía no se habían desatado sobre el país cuando se presentó la primera tragedia invernal. La inauguración de la infaltable ola de catástrofes ocurrió en la calurosa tarde del domingo 27 de septiembre, cuando una parte del mítico cerro Pan de Azúcar de Medellín se descuajó sobre el barrio Villa Tina y sepultó casas y gente en número que, siguiendo la tradición colombiana nunca podrá precisarse.
El estrépito que antecedió al alud revivió en la ciudad la antigua leyenda tejida alrededor del Pan de Azúcar. Lo primero que se dijo fue que había despertado el volcán que dormía en el cerro y en la imaginación popular, pero antes del atardecer de ese día ya se había encontrado el motivo real de la tragedia: la erosión visible en las faldas del cerro y las aguas subterráneas extraviadas habían cuarteado la montaña y ocasionado el desprendimiento de tierra que se convirtió en la noticia más desgarradora de la semana.
Las imágenes de cadáveres rescatados, los sonidos de niños llorando, de ancianos resignados, de viudas desesperadas, se sucedieron interminables mientras la atención nacional estuvo colocada sobre ese cerro del oriente de Medellín, que desde hace años se sabía que iba a desmoronarse y de donde fueron extraídos 210 cadáveres antes de que se suspendiera la tarea de auxilio. Bajo tierra, para no ser recuperadas nunca, quedaron unas 300 personas, de acuerdo con el cálculo de las autoridades, y desalojadas de Villa Tina, buscando techo en cualquier parte de la ciudad, quedaron dos mil personas que entraron a formar parte del escuadrón nacional de damnificados.

Tragedia avisada sí mata...
En medio de las imágenes desgarradoras, de los chécheres de los pobres sacados del barro, de la recolección de auxilios, de los entierros colectivos y de la dosis de surrealismo puesta por el cardenal López Trujillo al llegar con su séquito a bordo de un Mercedes Benz tan impecable como su sotana blanca para celebrar misa campal y declarar camposanto la zona, el país comenzo a oir las mismas palabras que se pronuncian cuando hay tragedias y a presenciar la organización de las mismas campañas para socorrer a los damnificados. La de Villa Tina, sin embargo, trajo dos novedades: un sorpresivo editorial de El Tiempo (ver recuadro) y la certeza de que no sólo la de Villa Tina era una catástrofe que estaba prevista, sino que en el país hay zonas de riesgo tan alto e inevitable que sobre ellas caerá la muerte sin remedio.
Que la de Villa Tina era una tragedia anunciada, lo sabe todo Medellín.
Y lo veían, con asombro, los viajeros que llegaban a la ciudad desde el aeropuerto de Rionegro a través de la carretera de Santa Elena. Bajando esas montañas del oriente, es visible el Pan de Azúcar con su tierra colorada por la erosión y sus casas de pesebre que cuelgan de la ladera como por obra del milagro. Esta visión premonitoria sobre lo que sucedería allí, estaba incluso ratificada por estudios técnicos que empezaron a ver la luz cuando ya el alud había hecho sus estragos. Uno de esos estudios se conoció el lunes mientras avanzaba la recuperación de cadáveres y era exacto: lo había hecho un técnico del Instituto Nacional de Investigaciones Geológico Mineras, Ingeominas, precisaba hasta por dónde se iba a desprender la montaña en un sector considerado del más alto riesgo en el Valle de Aburrá.
Pero ese estudio, como ya había ocurrido con uno sobre Armero que auguraba la hecatombe, sólo sirvió para que, de nuevo, quedara al descubierto la incapacidad gubernamental para prevenir y no tener que lamentar. La premonición de Ingeominas se convirtió en un documento polémico, que muchos de los responsables de conocerlo dijeron no haber visto nunca. Y así, en medio de los cadáveres por rescatar, de la tierra por remover y de los damnificados por ubicar, los oídos sordos que le prestaron al informe de los geólogos fue motivo para que comentaristas de prensa tomaran otra vez el título de la novela de García Márquez, lo adecuaran a las circunstancias y se escribieran muchas crónicas de la tragedia anunciada.
Y se van a escribir muchas más, de acuerdo con otro informe de Ingeominas y la Defensa Civil que salió en la semana, cuando seguían contando muertos en Villa Tina. Con un mapa de zonas erosionadas, susceptibles de deslizamientos de tierra, los organismos de socorro mostraron cuáles son los sectores en donde se pueden presentar catástrofes como la de Medellín por el deterioro de los suelos, la tala de bosques indiscriminada, los asentamientos irregulares y las invasiones de terrenos.
Según la Defensa Civil, el calendario anual de las tragedias está lleno y al abrirse la temporada de lluvias en octubre, Tolima, Santander, Bogotá y Antioquia aportarán sus dramas y pondrán sus muertos en las próximas semanas. La "alerta roja" ocasionada por las escenas conmovedoras que se vivieron en el Pan de Azúcar de Medellín, llevaron a los comités de emergencia municipales y departamentales a elaborar planes de urgencia para evitar la repetición del horror y, al término de la semana, en algunas ciudades (Bogotá, entre ellas) se estaba dando la orden de evacuar las laderas de montañas erosionadas y candidatas a venirse al suelo con las primeras lluvias.
La sicosis de alud, puso al descubierto algo que muchos colombianos no conocían: la existencia de una Oficina Nacional para la Atención de Emergencias, con sede en el propio Palacio Presidencial, bajo la dirección del ingeniero manizalita Pablo Medina Jaramillo. Pero si el país pudo sorprenderse al saber de la existencia de una oficina ignorada, se asombró con las declaraciones de su director que, prácticamente, proclamó la imposibilidad de atender las catástrofes que sobrevengan. En una entrevista que concedió a El Tiempo, Medina Jaramillo dijo que "la responsabilidad de una tragedia es del país, pero no del Estado ni del gobierno" y sostuvo que los colombianos "estamos condenados a padecer las tragedias que se presenten".
Y esa era la sensación que, al término de una semana de remoción de tierras y de entierros colectivos quedaba en la opinión pública. Quedaba la impresión de que por mucho que una tragedia fuera evitable, no existen las herramientas para esquivarla. Que la deforestación en las ciudades provocada por los inmigrantes del campo, hacen de esas zonas terrenos propicios para tragedias como las de Villa Tina. Quedaba también la sensación de que las infaltables muertes anuales por "la ola invernal" subirán mucho este año, debido a que ya la cifra pasó de los 500 muertos sin que los aguaceros de octubre hubieran comenzado a hacer sus estragos. Y, por último, surgía en el panorama nacional una discusión política sobre las catástrofes al anunciarse que la próxima semana el congresista liberal Guillermo Alberto González presentará un proyecto de ley sobre "prevención y manejo de calamidades públicas y desastres".

El perdón de Hernando
"Llegó la hora de generosidad. Nadie puede excluirse. Ni siquiera los mafiosos. No se indignen los espíritus puritanos si creemos llegado el momento de que esos traficantes de la muerte y desgraciadamente oriundos de Antioquia y asentados allí, vuelvan los ojos hacia su conciencia y ayuden en parte a quienes tanto han perjudicado. Tienen la obligación moral de ofrecer una ayuda monetaria a las víctimas. En parte podrían compensar todo el dolor causado a sus coterráneos. Que se dejen llevar por un momento de misericordia y den plata. No se les va a perdonar pero sentirán algo de alivio en su conciencia, que en lo profundo de la noche les golpea por la culpabilidad de los crímenes cometidos. Doloroso pero justo es aguijonearlos para que abran sus millonarias arcas y contribuyan con buenas sumas de dinero.
Podrían, por cada víctima de sus operaciones ilícitas, ofrecer un puñado de pesos y que no sean pocos". Este exótico párrafo apareció en el editorial de El Tiempo del 29 de septiembre, bajo el título de "Domingo negro". La reacción era de esperarse.
Rayos y centellas cayeron de todos los estamentos sobre la pedida de limosna que el matutino le hacía a la mafia. Normalmente un planteamiento de esta naturaleza del periódico más importante del país hubiera tenido graves repercusiones. Sin embargo, como todo el mundo asumió que el editorial era del director Hernando Santos, el caso fue fustigado en público pero en privado fue considerado más bien como una nota folclórica. Impenitente ante el alud de críticas de que fue objeto Santos, dos días después se vino lanza en ristre con otro editorial, "A expropiar tocan", escrito con lenguaje bíblico y absoluto desconocimiento del derecho. La esencia era un reversazo del anterior cambiando la limosna por la expropiación, y agregando que el editorial anterior se refería "el perdón divino, y jamás el terreno".
El remate, que parecía sacado de "El Quijote", era un romántico llamado a las gentes de bien para firmar un memorial en tal sentido, cuya primera firma estaba dispuesto a estampar el director de El Tiempo. Así como pedía perdón divino para los narcotraficantes, otorgaba perdón terreno para quienes no quisieran acompañarlo en esta cruzada: "No existe presión. Por adelantado respetamos el miedo de cada cual. El nuestro lo tenemos archivado".--