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¿SE QUEDA?

DESPUES DEL FALLO DE LA CAMARA, ESA ES LA PREGUNTA QUE LOS COLOMBIANOS SE ESTAN HACIENDO

15 de julio de 1996

"Tengo muy claro que mi responsabilidad es liderar la marcha hacia el final de la horrible noche". Con esta frase, el presidente Ernesto Samper dejó perfectamente en claro lo que sus adversarios temían: Que tan pronto fuera absuelto lo único que no iba a hacer era irse por las buenas. Puede que lo tumben, pero por las buenas ya no se fue. Hoy por hoy, las posibilidades de que alguien tumbe a Ernesto Samper son remotas. En Colombia nadie pudo. A pesar de la coalición de fuerzas que se aglutinó contra él, el Presidente está vivito y coleando. Y si esas fuerzas no pudieron hundir el barco durante la tormenta que fue el proceso, no se ve cómo lo van a poder hundir ahora que las aguas están más calmadas. Existen dos razones principales por las cuales el Presidente no se ha caído. La primera es porque la presidencia en Colombia es un cargo enormemente poderoso. 'Imperial' es la palabra que se ha utilizado para describir ese poder. El primer mandatario de Colombia es un emperador. Cuenta con suficientes recursos para beneficiar a todo el que lo apoye y perjudicar a todo el que lo abandone. Esta combinación de zanahoria y garrote le ha servido a Samper para tener al Congreso y a la burocracia en el bolsillo, para neutralizar a los grupos económicos, a los militares y a los sindicatos, y para conservar la simpatía de la mitad de la opinión pública. A la circunstancia de que la presidencia de Colombia es un poder imperial, hay que sumarle el hecho de que Ernesto Samper ha sido el Presidente más diestro en muchos años para manejar el poder. Se requería la coincidencia de un poder tan grande y un talento político de la misma dimensión para poder sobrevivir al proceso 8.000. En el caso de Samper las dos características se dieron. Otra particularidad del proceso 8.000 es que es tal vez el único escándalo en la historia de Colombia en el cual todos los colombianos entendieron qué fue exactamente lo que pasó. Los escándalos políticos por lo general son muy complejos y llenos de matices que escapan a la comprensión del grueso público. En este caso, la mayoría de la gente está familiarizada con lo que sucedió. Las diferencias giran alrededor de la gravedad que cada uno le atribuye a los hechos, pero no sobre los hechos mismos, sobre los cuales tiende a haber un consenso. La mayoría de los colombianos está convencida de que el Cartel de Cali le ofreció cuantiosos recursos a la campaña liberal; que el candidato Ernesto Samper tuvo conocimiento de ese ofrecimiento y no lo rechazó; que el dinero posteriormente entró con la autorización de Fernando Botero y el manejo de Santiago Medina; que durante un año, los tres estuvieron tratando de tapar el escándalo y que éste finalmente explotó en medio de traiciones y recriminaciones por parte de los protagonistas. Sobre los anteriores eventos no hay mucha discusión. La polémica empieza en la interpretación de los mismos. Mientras para la clase alta lo que sucedió fue gravísimo, para el grueso de la opinión pública la gravedad fue relativa. Sin considerar que Samper fuera inocente, la mitad de los colombianos llegó a la conclusión de que lo que había hecho no ameritaba su caída. No vio en él un narcopresidente sino un hombre honesto que no supo guardar distancias y que pudo haber cometido una ligereza, pero que no por eso tenía que ser el chivo expiatorio de los pecados de toda una sociedad. Esa mitad de la opinión tampoco estaba muy convencida de que la clase dirigente que exigía la salida de Samper tuviera la autoridad moral para hacerlo. La absolución del Presidente en la plenaria de la Cámara, más que el resultado de un soborno burocrático colectivo, fue la consecuencia de la interpretación de ese sentimiento por parte de los parlamentarios. El Congreso en el fondo es un reflejo del país y eso se vio más que nunca en esta ocasión. Es probable que no haya un solo congresista que crea que el dinero de los Rodríguez pudiera haber entrado contra la voluntad de Ernesto Samper. Pero así como en la provincia colombiana esto no es un pecado mortal, tampoco lo es para los representantes de esa provincia en el Congreso.
¿Y Estados Unidos?
El caso penal contra Ernesto Samper era débil. La contradicción entre los testimonios de Fernando Botero y Santiago Medina, la falta de claridad en las cuentas y la posibilidad de que Medina se hubiera quedado con parte del dinero hacían difícil condenarlo. Existían múltiples indicios pero pocas plenas pruebas. Lo lógico en esas circunstancias hubiera sido que la Cámara acusara al Presidente ante el Senado, con base en los indicios que había y que el Senado posteriormente lo exonerara por falta de pruebas contundentes. Pero esto hubiera significado dos juicios en vez de uno, para llegar al mismo resultado. La opinión pública que no diferencia mucho la Cámara del Senado se hubiera cansado con el doble espectáculo. Por todas estas circunstancias, Samper fue absuelto. Aunque muchos opinan que después del juicio comienza la verdadera crisis, esto no es tan claro. Ninguna crisis puede ser peor que la del último año. Si algo quedó en evidencia durante este lapso, es que la coalición que intentó tumbar al Presidente no pudo. Ante esta realidad, es muy probable que los únicos que puedan hacerlo de ahora en adelante sean los Estados Unidos. Sin embargo, no es seguro que lo hagan. Si bien el gobierno norteamericano quiere que Ernesto Samper se vaya, no necesariamente está dispuesto a llegar a excesos irracionales para lograr este objetivo. El comunicado del Departamento de Estado después de la absolución es de inconformidad pero no de guerra. Las palabras del presidente Bill Clinton fueron más bien conciliadoras. Es difícil para las autoridades norteamericanas, desconocer abiertamente la legitimidad de los fallos jurídicos de las instituciones de otros países. Una cosa es expresar un desacuerdo y la otra tomar una acción sobre el mismo. Para los Estados Unidos es más útil sacarle kilometraje a la debilidad de Samper que tumbarlo. El paquete de medidas contra el narcotráfico que anunció en su discurso de la semana pasada es lo que siempre han querido la DEA y el Departamento de Estado. El gobierno de ese país es realista en cuanto a la dificultad que existe en Colombia de restablecer la extradición, y por eso se concentra en los aumentos de penas y en la expropiación de los bienes de los narcotraficantes como posibles instrumentos para desmantelar los carteles. Samper se la va a jugar para complacerlos en ese frente. Sin embargo, no es fácil pasar en el Congreso colombiano los proyectos de ley contra los intereses de los narcos, pues hay mucha financiación electoral de por medio. Si Ernesto Samper, quien ha demostrado saber manejar al Congreso, consigue que se aprueben las leyes que ofreció, posiblemente logrará neutralizar al gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, el mayor problema que enfrenta en este punto el Presidente es que el Congreso le ha marchado para todo, menos para aprobar leyes contra los narcos. Y por el contrario, lo que ha tratado siempre en estos temas es de colgarle narcomicos. Todo esto se definirá de aquí al final de agosto, que es la fecha en la cual tiene que haber una revisión sobre el proceso de certificación. De aquí a allá muy posiblemente los norteamericanos quitarán algunas visas para satisfacer los intereses electorales de la campaña de Clinton por la reelección. Las autoridades de los Estados Unidos han estudiado la posibilidad de suspenderle la visa al propio Samper pero no se han decidido por el temor a que ésto lo fortalezca. La posibilidad de que se la quiten a algunos ministros es más grande. La esperanza de Ernesto Samper es que el capítulo del Tío Sam acabe con quitada de visas pero no con imposición de sanciones comerciales.
¿Con quién gobernar?
La otra pregunta es con quién gobernará Samper en Colombia. Ninguno de los partidos tradicionales lo apoya en forma unitaria. Los precandidatos a la presidencia tampoco. En esa misma posición están el ex presidente César Gaviria y el vicepresidente Humberto De La Calle. Samper va a tratar de atraer estos sectores en las próximas semanas. Pero si no le aceptan, está decidido a gobernar con sus amigos. Como los partidos tradicionales prácticamente han dejado de existir, puede que lo logre. Hoy por hoy, los lentejos conservadores son del mismo tamaño que el oficialismo del partido. En cuanto a los liberales, siempre habrá nombres de prestigio, como Morris Harf en su momento, dispuestos a aceptar. Si hay que cambiar a los tres ministros subjudice, Samper tiene dentro de su baraja posibilidades como María Emma Mejía para la Cancillería, Carlos Holmes Trujillo para el Ministerio del Interior y Julio Molano para Comunicaciones. Hoy Ernesto Samper cuenta con suficientes instrumentos de poder para mantenerse, por ahora. Sólo una catástrofe económica puede cambiar esto, pero este tipo de catástrofes usualmente son lentas y graduales. Es más fácil que a un presidente lo tumben confesiones como las de Botero y Medina, a que lo tumbe un aumento de un punto en la inflación o el desempleo. Cada día que pase de ahora en adelante corre a favor del Presidente y si llega a 1997, muchos sentirán que por un solo año no vale la pena cambiarlo. El anterior panorama no es óptimo ni conveniente para el país, pero es realista. Como se ven las cosas en la actualidad, es posible que Ernesto Samper le entregue la banda presidencial a su sucesor el 7 de agosto de 1998.