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SE SALVO DE MILAGRO

El general Samudio se salvó del atentado, pero no se puede afirmar lo mismo del proceso de paz

25 de noviembre de 1985

Todos los días, para ir desde su casa en el norte de Bogotá hasta su oficina de Comandante del Ejército en el CAN, sobre la autopista a Eldorado, el general Rafael Samudio Molina seguía una ruta distinta. El resto era rutina: el saludo a su chofer y a su escolta --"hola, muchachos. ¿Cómo están?"-- y el viaje oyendo las noticias por radio, seguido por dos motociclistas y por cinco hombres armados en un jeep Nissan, todos ellos militares de civil. El miércoles 23 de octubre, sin embargo, el rutinario trayecto del general Samudio se vio interrumpido por el estruendo de un atentado.
Eran las siete y veinte de la mañana. La caravana del Comandante del Ejército y su escolta, acababa de dejar atrás la Escuela Militar de Cadetes José María Córdoba, en la calle ochenta, para seguir rumbo al sur por la carrera 37. "En ese momento --dijo a SEMANA José Manuel Chingaté, conductor del Mercedes Benz del General-- vimos una ambulancia azul y blanca que venía hacia nosotros en contravía. Como a uno le han enseñado que las ambulancias tienen prelación, yo maniobré el carro para darle paso. Y ahí mismo comenzaron los disparos. Mi General se agachó. Todo fue en cuestión de segundos". El sargento segundo Pedro Vargas, escolta del General, iba en el asiento delantero. Desde su cama en el Hospital Militar, dice a SEMANA: "Yo sentí el totazo de una bala en mi glúteo derecho y dije: ¡estos h.p. me dieron! Y me tiré al piso del automóvil".
La lluvia de balas de fusilametrallador duró cerca de tres minutos. El chofer consiguió esquivar la ambulancia que le cerraba el paso, y con las dos ruedas traseras reventadas por los disparos y la carrocería acribillada a balazos aceleró hacia el sur, seguido por el Nissan de la escolta.
Cuadra y media más adelante paró, y descendieron el general Samudio y el sargento Vargas, pistola en mano. El Mercedes tenía ocho impactos de bala y destrozados los vidrios laterales traseros. "Créíamos que los asaltantes nos perseguían --dijo a SEMANA el Sargento--. Pero no. Nos montamos en el Nissan sin que hubiera más tiros. El General se dio cuenta de que sólo tenía dos heridas muy leves en el brazo y la pierna izquierdos, y la mía en la nalga tampoco era grave. Pero salimos a toda velocidad para el Hospital Militar.".
Entre los habitantes del barrio Gaitán, donde se produjo el atentado, las versiones son contradictorias y confusas. Unos hablan de una mujer entre los asaltantes, que otros no vieron, y en el primer momento hubo testigos que hablaron de dos atacantes heridos por la escolta del General, uno de ellos de varios disparos en el pecho. Pero todos los interrogados por esta revista están de acuerdo con que en el piso no quedaron manchas de sangre. "Es que nadie vio bien, porque apenas empezaron los tiros cada cual se escondió donde mejor pudo", dice a SEMANA el hijo de la única civil que resultó herida, Doña Oliva de Velandia. "Mi mamá venía de comprar lo del desayuno cuando un hombre que huía tiró una granada. Ella alcanzó a entrar a una puerta (la marcada con el número 37-24 de la calle 80) y las esquirlas sólo le hicieron unos rasguños". Los vidrios de la mayoría de las casas de la cuadra se rompieron, y en las fachadas de cinco de ellas están todavía incrustados innumerables proyectiles. Todos los atacantes huyeron. Uno de ellos, según cuentan a SEMANA los vecinos, fue arrollado por uno de los motociclistas de la escolta; pero se puso en pie, arrojó la granada para cubrir su fuga y corrió hacia la avenida Ciudad de Quito, donde lo esperaba un carro.
El General, prácticamente ileso, se limitó a cambiarse de uniforme y a las dos horas estaba despachando en su oficina. A las once, cuando recibió a los periodistas para una rueda de prensa, sus primeras palabras fueron: "En estos momentos no importa mi estado de salud, ni mi vida, ni la vida de ninguno de los miembros de las Fuerzas Armadas. Lo que interesa es la fortaleza, el ánimo y la decisión de seguir combatiendo a la subversión".
A esa misma hora, un chofer de ambulancia y dos enfermeras de la Fundación Clínica Santa Fe se enteraban por radio del atentado mientras iban rumbo a la clínica en un taxi. La ambulancia era la suya. A las seis y media de la mañana alguien había llamado a los servicios de urgencia de la Santa Fe para pedir una ambulancia que trasladara a una persona "muy grave" desde el barrio Los Alcázares. Cuando el vehículo llegó a la dirección indicada, un grupo de gente armada obligó a descender al conductor, Benedicto Cifuentes, y a las dos enfermeras, quienes quedaron custodiados por dos jóvenes, mientras otros cuatro hombres y una mujer, armados con fusiles Galil, se llevaban la ambulancia. Los autores del atentado utilizaron también, según parece, una camioneta verde de marca Chevrolet, y coordinaron la operación de seguimiento e intercepción del General mediante walkie-talkies, uno de los cuales dejaron abandonado en la ambulancia.
El M-19 reivindicó la acción en dos llamadas distintas a emisoras de radio. A Caracol llamó una voz en nombre del "comando Héroes del Sur del M-19", pero sin dar más de talles. La prensa diaria publicó más bien otra llamada de un tal "comandante Oscar", a RCN, mucho más espectacular y llena de detalles macabros. Según "Oscar" el atentado había sido en venganza por la muerte a manos del Ejército y la Policía de los once militantes del M-19 que robaban leche hace dos semanas en el suroriente de Bogotá: "ojo por ojo y diente por diente será nuestra consigna de hoy en adelante", advirtió "Oscar". El plan, dijo, consistía en apoderarse del general Samudio, vivo, para devolvérselo luego a su familia pedazo por pedazo. Durante doce minutos la voz de "Oscar" siguió dando detalles espeluznante" terminando con una advertencia: "Al general Vega y al general Mallarino, que se tengan y se cuiden, porque también les vamos a dar su Navidad". Conocidas estas amenazas, el general Samudio se limitó a comentar: "Vamos a evaluar este desafío del M-19, lo que pretendían con este atentado y lo que proyectan hacer. Tenemos que mantener la serenidad. Nosotros no somos delincuentes comunes, somos un ejército profesional. No podemos responder confusa y precipitadamente. Responderemos con energía y decisión".
Entre tanto, e inmediatamente después del frustrado atentado contra su Comandante en Jefe, el Ejército desplegó un inmenso operativo para encontrar a los autores. El barrio Simón Bolívar, en las inmediaciones del sitio del tiroteo, fue allanado en su totalidad, y otro tanto ocurrió en las zonas de Bogotá y Zipaquirá donde el M-19 tuvo sus "campamentos urbanos". El barrio zipaquireño Bolívar 83 fue cercado por la XIII Brigada, y al cabo de numerosos allanamientos fueron detenidas diez personas, entre ellas el concejal Petro, de quien se afirma que es miembro de la Dirección Nacional del M-19. Fue allanado también, por primera vez en sus 28 años de existencia, el semanario del Partido Comunista, Voz. La juez 5a de Instrucción Penal Militar, capitán Julia Gantiva Gómez, encargada de la investigación, fue interrogada por SEMANA al respecto, pero se abstuvo de entrar en detalles.
Las consecuencias políticas del atentado contra el General tampoco se hicieron esperar. Aparte de la condena unánime del hecho por parte de todos los voceros de la opinión, el efecto más notorio fue el golpe recibido por la recién nacida Comisión de Paz, Verificación y Diálogo con la negativa del general retirado Gabriel Puyana, presidente de la Asociación de Oficiales en Retiro (Acore) a formar parte de ella. En su carta al presidente Betancur rechazando el nombramiento, el general Puyana afirma que, tras el atentado al General, "muy posiblemente puede resultar inocua cualquier gestión de su parte" (de parte de la Comisión). Esta, por otra parte, nació cojeando. No sólo por la ausencia del general Puyana, único representante de los militares retirados, sino por la de sus principales miembros liberales, que también declinaron el nombramiento. El ex ministro, Germán Zea, alegó que veía "una clara incompatibilidad" con su función de miembro de la Comisión Política Central del liberalismo, el cual "ha sido opuesto, no a la paz, sino a algunos de los procedimientos adoptados en el proceso de ala paz". Rafael Rivas Posada, director alterno del partido, dijo otro tanto: el liberalismo "no ha estado de acuerdo con los procedimientos".
Miguel Pinedo Vidal, presidente de la Cámara de Representantes, encontró que esa responsabilidad lo inhabilita para formar parte de la nueva Comisión. Y Alvaro Villegas Moreno, presidente del Senado, supeditó su aceptación a un voto afirmativo de su corporación, que parece improbable.
Quedando así por fuera los miembros de la Comisión que debían representar al Congreso, al Partido Liberal y a los militares en retiro, parece un tanto apresurado el optimismo de que hizo gala el presidente Betancur en su discurso de inauguración de la Comisión, en la tarde del jueves 24 de octubre. Optimismo basado en su "representatividad institucional, política o gremial, con la idea de conocer el punto de vista de nuestras fuerzas políticas, económicas y sociales sobre las trascendentales materias de que debe ocuparse la Comisión". A las ausencias mencionadas hay que añadir además el escepticismo de otro de los comisionados, el procurador Carlos Jiménez Gómez, quien, apenas nombrado, declaró que "por el momento hay que descartar las conversaciones (de la Comisión) con el M-19, porque la situación actual no se presta para ello". Y, finalmente, hay que agregar también la protesta de uno de los miembros de la vieja comisión, el comunista Alberto Rojas Puyo, según el cual en la nueva no hay ningún representante de las FARC, puesto que Braulio Herrera, nombrado en tal condición, no es ya miembro de las FARC sino de la Unión Patriótica.
Y mientras la Comisión flaquea, la violencia prosigue su escalada. Al violento asalto contra el Batallón Cisneros de Armenia hay que sumar nuevos choques sangrientos en el barrio Siloé de Cali y en el vecino Yumbo. Las FARC siguen denunciando hostigamientos en diversas zonas del país --Antioquia y Chocó-- y el EPL se queja de lo mismo en Urabá y Córdoba. En el Valle y en el Cauca prosiguen los combates con las columnas guerrilleras del M-19, del Quintín Lame y del Ricardo Franco. Y por ahí anda suelto un misterioso "comandante Oscar".--