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A Sebastián y a Santiago Manizales les dijo gracias. | Foto: EFE

TOROS

Sebastián, el arte; Santiago, el valor

Luego de un bravo primero, el encierro de Dosgutiérrez desgranó siete ejemplares en los que las complicaciones impidieron el lucimiento y llegaron, en el séptimo, a sembrar el terror.

Víctor Diusabá Rojas
9 de enero de 2013

A ellos, a los que le ganan al lugar que les asignan, ese al que no se resignan. A este Sebastián Vargas, capaz de romper el molde que le han impuesto. Porque es más que un torero que banderillea y un bullidor, como dicen de él. Y porque este miércoles se puso en el sitio en el que valen las faenas, para acompañar a un toro que merecía eso, ser acompañado, ser entendido, para hacerlo trascender.

En ese, el primero de la tarde, Sebastián disfrutó. Se le veía la sonrisa allá adentro, mientras por fuera tenía el empaque de los grandes (luego de meter a la gente bajo su chaquetilla con ese tercer par imposible en el que quedó casi encajonado entre las tablas y los pitones), empezó a correr la mano en muletazos templados y suaves para poner el toro en los medios y definir los papeles de cada uno en la obra.

Vinieron enseguida las tandas de derecha, a cuál, mejor; aunque sí, hubo una de mano baja, con los pases largos y hondos que la gente coreó como si fueran olés de esos de una tarde ya cuajada. Y el toro, el que sería a la larga el único que realmente valió en la larga concepción del término, cada vez fue a más, hasta crecer y ser parte de la fiesta que vivía la plaza. Con una fijeza que no brindaba otra cosa que respeto y confianza. Vinieron los naturales en el mismo tono y el de Dosgutiérrez se ganó el lugar en la sinfonía, aunque no sonó el pasodoble de la Feria, que bien merecían los dos. Las manoletinas completaron el cuadro y la espada ya fue un toque de refinamiento. Dos orejas y ovación al toro en el arrastre.

Sí. A Sebastián y a un toro bravo, ese capítulo aparte, como de otra corrida. Capítulo que nos subió al Nevado, antes de dejarnos caer en los turnos siguientes cuando la corrida se fue cuesta abajo, empujada por la mansedumbre y las malas ideas, que tuvieron a más de uno con el escapulario en la boca, mientras todos, sin excepción, tragábamos, ese eufemismo con el que llamamos lo que la esquina del barrio se conoce como miedo.

Y de allí, de las dificultades que el destino quiso sumar en un día, el de su cumpleaños, surgió esa grandeza de un hombre chico en apariencia: Santiago Naranjo. A él también, a su valor y a su decisión. A la entrega en el primero de sus toros, tercero de la tarde, que jamás quiso humillar y que cada vez pasó a ser un examen más complejo, mientras Santiago se negaba a reconocer el derecho a recular. Por el contrario, el de Manizales fue para adelante mientras la espada le decía una y otra vez que no, porque el animal nunca descolgó, nunca destapó la muerte. Tres avisos y palmas.

Aún quedaba el otro, el séptimo, allá adentro, en ese hueco negro. Y vino, vestido de estampa antigua. En hechuras, como sacado de la tauromaquia de Goya. Pero con alma negra debajo del escaparate. Las dos varas no hicieron mella. Por el contrario, si en el capote había oteado el horizonte por encima de la esclavina, con la muleta se descaró. Los pitones siempre apuntaron al pecho de Santiago, quien no oyó voces. Trató de estar en el sitio que merecen los bravos, pero el huracán se le vino encima una y otra vez para querer hacerle daño. Se jugó la vida y la ganó, así los tres avisos sonaran, porque el arte de torear es otra cosa.

A Sebastián y a Santiago Manizales les dijo GRACIAS. Como se las dio por momentos a Willy Rodríguez, quien anduvo acertado y muy claro en la lidia de su primero, lo que no pudo complementar con el rejón definitivo, a la par que en el octavo de la corrida debió tratar con un manso que buscó refugio hasta volver también vivo, tras tres avisos. Y como hubiera querido decirle a José Arcila, quien tampoco tuvo mucho material, o que cuando lo tuvo, como el pitón izquierdo de su segundo, lo dejó pasar de largo.

Ficha de la corrida
Feria de Manizales

Tercera corrida de abono
Seis toros de Dosgutiérrez
Desiguales de presentación. Bravo y noble el primero, ovacionado en el arrastre. Con excesivas complicaciones segundo y tercero. El cuarto, de más a menos. Manso el quinto. El sexto, potable sobre el izquierdo, aunque se apagó pronto. El séptimo, manso con muchísimo peligro. El octavo, rajado.

466, 478, 450, 440, 472, 446, 440 y 478 kgrs

Sebastián Vargas
Burdeos y oro
Dos orejas y palmas

José Arcila
Nazareno y oro
Silencio tras aviso y silencio tras aviso

Santiago Naranjo
Obispo y azabache
Palmas tras tres avisos y saludo tras tres avisos
Willy Rodríguez
Silencio tras dos avisos y silencio tras tres avisos

Detalles:
Casi tres cuartos de entrada. Tarde calurosa.