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LA INACTIVIDAD, LAS PAUSAS INTERMITENTES Y LA FALTA DE ESTIMULACIón en receso son negativas para los estudiantes

EDUCACIÓN

Semana escolar de receso, en exceso

Puede ser que la semana de receso en los colegios estimule el turismo, pero es muy negativa para el proceso de aprendizaje y un dolor de cabeza para los papás. La psicóloga Annie de Acevedo analiza el tema.

13 de octubre de 2012

Muchos estuvieron felices con el receso estudiantil de la semana pasada. Mientras los estudiantes lograron descansar, jugar y dormir hasta tarde, miles de transeúntes disfrutaron de menos trancones y de un tráfico más ligero. Sin embargo, esta medida que ideó el gobierno hace unos años con el propósito de incentivar el descanso, el tiempo en familia y el turismo mediante cinco días de descanso obligatorio en las primeras semanas de octubre tiene, como las monedas, dos caras. Por un lado, al parecer la iniciativa ha resultado eficaz pues los hoteles mejoraron sus ocupaciones en lo que solía ser temporada baja. Incluso algunos maestros han sacado provecho de la medida, dedicándose a participar en talleres educativos ante la ausencia de alumnos en las aulas. No obstante, en el área pedagógica esta medida presenta varios inconvenientes.

En el caso de los alumnos de calendario B, para el mes de octubre ellos hasta ahora están empezando a mecanizar las rutinas y los hábitos necesarios que permiten que la información y el contenido se fijen de manera sólida y permanente en la memoria. Interrumpir este proceso, así sea por una semana, obliga a los maestros a volver a enseñarlos y a los estudiantes a reaprenderlos. Si para un adulto en muchas ocasiones es difícil retomar las actividades diarias después de un puente festivo, no es sino imaginar lo complicado que resultaría para un niño después de casi diez días de inactividad. Puesto que los cerebros en formación necesitan entradas diarias de información y procesos, cualquier interrupción lleva a que los estudiantes se atrasen y dejen de aprender. Evidentemente, mientras más pequeños sean los niños, mayor será el impacto de la interrupción.

Los cerebros de los menores son altamente maleables, pero después de estar expuestos a un acostumbrado y familiar ambiente escolar alcanzan un periodo crítico en el cual todo está listo para un aprendizaje óptimo. Igualmente la estructura que ofrece la escolaridad formal es la que más adelante va a permitir que estos niños establezcan prioridades y sepan resolver problemas. Es una lástima que estas consideraciones no se tomen en cuenta al momento de imponer semanas de receso obligatorias, sobre todo cuando la educación formal debe buscar maximizar el potencial intelectual de los niños y no obstaculizarlo. Las continuas interrupciones a las cuales se encuentran expuestos los alumnos en noviembre, por sus numerosos puentes festivos, y en diciembre, debido a las fiestas de fin año, son suficientes y no deben ser agravadas por otro inesperado cese de actividades en octubre, el cual resulta nocivo para los estudiantes. 

Esto también aplica a los niños con problemas de aprendizaje, a aquellos menores que padecen de hiperactividad o que tienen déficit de atención, entre muchos otros. Con este tipo de alumnos se debe hacer un trabajo diario y constante con el fin de que su cerebro genere rutinas que permitan un proceso de aprendizaje normal, pues son estos estudiantes quienes más necesitan estructura y continuidad. En mi experiencia, las interrupciones en el tratamiento de estos menores son una de las principales causas que demora su superación.

Otros que salen perjudicados son los padres de familia, quienes deben definir qué hacer con sus hijos durante esos cinco días de obligatoria pausa. Por razones laborales, económicas o de cualquier otra índole, no todos pueden darse el lujo de viajar. Esto hace que la semana de receso se convierta en una verdadera pesadilla para muchos padres y madres trabajadoras, que deben dejar a sus hijos sin supervisión y a merced del ocio, la televisión e internet. Si ponemos todo esto en una balanza, es más lo que se pierde en educación y bienestar familiar que lo que se gana en turismo. 

Como educadora debo manifestar mi desacuerdo. Permitir que ese receso se convierta en una práctica habitual solo tendrá efectos negativos para nuestros estudiantes, razón por la cual abogo por su eliminación. Todo lo que sabemos del cerebro y cómo este aprende va en total contravía de una política educativa que propenda por continuar sumándole días de inactividad, de pausas intermitentes y de falta de estimulación a nuestros jóvenes.

En algunos colegios de Estados Unidos las políticas tendientes a extender las jornadas escolares han tenido éxito, hasta el punto que escuelas ubicadas en barrios pobres han aumentado sustancialmente sus resultados en pruebas académicas nacionales, registran menores índices de deserción escolar y, lo que es sorprendente, logran ubicar a sus alumnos en algunas de las mejores universidades del país. Un estudio empírico liderado por académicos de las universidades Austin (Texas) y Duke (Carolina del Norte) confirman las bondades de la extensión de la jornada escolar. Curiosamente, en Colombia vamos en contravía de esta tendencia global que ha demostrado buenos resultados.

Los rectores y académicos deben tomar las decisiones pertinentes a la educación escolar teniendo como norte el interés de los menores como futuros miembros de la sociedad. No es una decisión que se debe tomar a la ligera por responder a una coyuntura particular. Un economista, ingeniero o abogado poco o nada saben sobre estos procesos de aprendizaje, por lo cual deben dejar los asuntos que impacten directamente en la formación académica de los menores en manos de los expertos en la materia. Colombia cuenta con un sistema escolar frágil pero en evolución, pues nuestros resultados en las diferentes pruebas académicas mundiales continúan siendo bajos, incluso para la región. Es por lo anterior que no podemos darnos el lujo de continuar sacrificando la formación escolar para impulsar otros objetivos gubernamentales. Definitivamente, promover el turismo a costa de la educación de nuestros hijos no vale la pena.