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“Mientras menos protagonismo político se tenga, más periodismo del bueno se puede hacer”

A LA GUILLOTINA CON GUSTAVO GÓMEZ

"Señalar a los periodistas como terroristas es una forma de censura"

Darío Restrepo, premio Simón Bolívar a la vida y obra, habla de su carrera, de las relaciones entre la prensa y el poder, su experiencia con la muerte y el episodio de Adriana Arango.

24 de octubre de 2009

Darío Restrepo acaba de recibir la distinción más significativa para un periodista colombiano: Vida y obra en los premios Simón Bolívar. La aceptó con la condición de que se le permitiera presentarse ante el jurado y los asistentes con el único título que admite, el de reportero. Como no han dudado en hacerlo tantos tiranos, llegó la hora de llevar a un periodista serio y transparente a La Guillotina.

Gustavo Gómez: Políticos, empresarios, generales, capos, guerrilleros… ¿cómo puede un periodista no doblarse en un país donde hay que soportar tanto peso a espaldas?
Darío Restrepo: Cerrando los ojos y concentrándose en lo que exige este oficio: ser un contrapoder y un intermediario entre el poder y la sociedad. Me pasa en el periodismo lo que en el golf: el éxito radica en concentrarse en la pelotica, y aquí la pelotica se llama reportería. En el periodismo no hay futuro para los que se asustan con charreteras, bandas tricolores o sotanas.

G.G.: Lo que a todos los periodistas nos preguntan y que ahora le pregunto: ¿Aquí hay censura?
D.R.: Señalar a los periodistas como terroristas es una forma clarísima de censura, porque es una manera de amedrentarnos y de ponernos en la vitrina de los criminales.

G.G.: No es una novedad la existencia de violentos, así que ¿cuál es el nuevo actor que nos señala a los periodistas como terroristas?
D.R.: Creo que la gente lo tiene muy claro.

G.G.: Una cosa es entrevistar a quienes delinquen, y otra, crear una familiaridad, camuflarse con el delincuente. ¿Tenemos los periodistas patente de corso para movernos en el campo de lo ilegal?
D.R.: Lo dijo de manera impecable Salud Hernández: el problema no es hablar con los delincuentes; el problema es que el periodista no confronte lo que el delincuente dice.

G.G.: Presidentes como Chávez, Correa y Kirchner insisten en ahorcar la libertad de prensa a punta de leyes. ¿Teme que el ejemplo haga carrera en estos predios?
D.R.: Ojalá que aquí no se antojen, pero hace poco hubo un intento legislativo para limitar la expresión ciudadana en Internet. Es un abrebocas peligrosísimo de que por la vía del mal ejemplo se puede reproducir en Colombia lo que pasa en otros países.

G.G.: En la medida en que los gobernantes más se aferran al poder, ¿más les incomoda la prensa?
D.R.: No tanto en la medida en que se aferren al poder, sino en la medida en que esos poderes no tengan contrapesos.

G.G.: ¿Un tercer período de Uribe significará algún riesgo extra para el ejercicio del periodismo?
D.R.: Todo lo que pase en un nuevo período de Uribe está por verse, pero hay antecedentes: sabemos lo mal que le fue al periodismo en Perú durante el tercer mandato de Fujimori.

G.G.: ¿Qué distancia debe haber entre el periodismo y el poder?
D.R.: Suficiente cercanía para respirarle en la nuca y una recomendable distancia para no contagiarse de sus apetencias.

G.G.: Esa especie de puerta giratoria que comunica a ‘El Tiempo’ con el escenario político, y por la que han pasado Francisco y Juan Manuel Santos, ¿habría que cerrarla de una vez por todas?
D.R.: La gran mayoría de quienes estamos en la redacción de esa casa hemos considerado que mientras menos protagonismo político se tenga, más periodismo del bueno se puede hacer. Yo también hice mi curso en el sector público, pero hay que tener claro que se entra siempre con las llaves de salida en la mano.

G.G.: ¿Los políticos le han hecho daño al periodismo?
D.R.: Los políticos se hacen daño a ellos mismos.

G.G.: Noté cierta preocupación suya, al aceptar el premio, cuando tocó el punto de la intromisión de la política en los medios. Se lo pregunto de frente: ¿son peligrosos los consejos comunitarios de Uribe?
D.R.: Más que peligrosos, son aburridos.

G.G.: De lo aburrido a lo doloroso… ¿qué tan complejo fue mantenerse neutral al dolor de Adriana Arango, su compañera de ‘set’ durante tantos años, a la hora de orientar el cubrimiento de su proceso por captación ilegal de dineros?
D.R.: Ha sido muy difícil, porque cruzamos la relación profesional con la amistad. Fue duro verla esposada, con su rostro agotado, pero el sufrimiento por su tragedia es interno: a la hora de ejercer el periodismo me desenchufo el corazón. Es una mujer buena que ojalá vea la luz al final del túnel.

G.G.: No nos salgamos del túnel. En la ceremonia del Simón Bolívar confesó que hace dos años, mientras lo operaban, vio el famoso túnel y la luz y todo eso. Al depender, como periodista, de la credibilidad, ¿pensó mucho a la hora de decidirse a hacer pública esa experiencia?
D.R.: Mucho, pero me pareció que era el momento de revelarla para hacer catarsis. Fue un viaje que merecía una crónica y la hice ese día en público.

G.G.: ¿Cómo sucedió todo?
D.R.: Estaba sometiéndome a una cirugía de esas que los médicos catalogan como mayor. Había preguntado por el riesgo, y la respuesta de mi urólogo fue directa: la muerte. En medio de la cirugía sentí que me iba, que me salía de la camilla, y ahí estaba el túnel…

G.G.: ¿Vio entonces a su padre, ya muerto?
D.R.: Perfectamente. No me habló, pero tuvimos una comunicación etérea. Sólo con ver su semblante entendí que me estaba ordenando que me devolviera, y me devolví.

G.G.: El periodismo es un oficio de incrédulos, donde vale la duda permanente. Pero, a la luz de este episodio paranormal, ¿se siente ahora un hombre de fe?
D.R.: Somos una fuente fenomenal de energía que, a la hora de la muerte, se apaga.

G.G.: ¿Cómo está de salud?
D.R.: Muy bien, es una cosa milagrosa.

G.G.: ¿Para que ocurran milagros no se necesita de la existencia de ese ser superior en el que usted no cree?
D.R.: Los milagros, para algunos, requieren de ese ser. Para otros, como los periodistas, el milagro es una manera de hablar y del milagro de la palabra vivimos.

G.G.: Hace poco una columnista, Claudia López, vio la luz al final del túnel en su periódico. No tuvo la misma suerte de usted: editorialmente hablando, murió. ¿Qué opina?
D.R.:
Opino lo que opina toda la redacción del periódico, cuestionada injustamente por ella: que no vio la luz, sino que se le fueron las luces.

G.G.: ¿Apague y vámonos?
D.R.: Apague.