Home

Nación

Artículo

J U D I C I A L E S

Sexo y pesadilla

La trata de blancas es una amenaza real para miles de mujeres colombianas que terminan como esclavas en Japón y otros países.

16 de octubre de 2000

Yo, llevando una ‘pelada’, me podía ganar tres millones de yenes, que son, más o menos, 40 millones de pesos, en menos de tres meses”. La actividad de la que está hablando este hombre, que exigió mantener su identidad en reserva y quien con su pinta informal y su cara de adolescente disimula sus 38 años, es el tráfico de mujeres. Se trata en realidad de la venta de seres humanos para propósitos sexuales. Prostitución y esclavitud. Las estadísticas indican que Japón es el país de mayor demanda. “Cada mes salen de Colombia entre 10 y 12 jóvenes”, aseguró el mayor de la Policía Héctor Enrique Páez, uno de los investigadores de la Dijin que se ha empeñado en desmantelar las organizaciones dedicadas a esa infamia.

“No existe una organización como tal. No hay un cartel. Hoy todo el mundo trabaja independientemente”, dijo el negociante, que estuvo en este comercio por varios años y quien aceptó contarle a SEMANA todos los detalles del mismo.

Según él, la presencia de colombianas en el Lejano Oriente comenzó en los años 70, cuando la belleza de las mujeres colombianas empezó a ganar fama entre los marineros que tocaban puertos del país. Algunas de ellas, cansadas ya de prostituirse, concibieron la idea de exportar el negocio. Y el vínculo ideal surgió cuando “ellas se embarcaron con los japoneses”. Varias se casaron con integrantes de la mafia más poderosa de ese país, la yakuza. El contacto no podía ser mejor. La legendaria organización controla los negocios de restaurantes, bares, salones de juegos, tráfico de drogas y de armas y el de la prostitución. “Ellas empezaron a contactar gente para llevar. Lo hacían por clasificados o los familiares en Colombia conseguían las ‘peladas’ que se le midieran al trabajo”. Pero “las nuevas que llegaron trabajaron y pagaron, quedaron libres”. Muchas se convirtieron en las nuevas ‘maniyas’. Así llaman en Japón a los administradores de mujeres. El curioso término viene de la palabra en inglés manager, o administrador, deformado por la pronunciación nipona.



El negocio de los ‘maniyas’

Aunque el testigo sostiene que muchas personas intervienen en forma independiente y no es una mafia, las autoridades no están de acuerdo. Según el coronel Rafael Parra, director de la Interpol en Colombia, “la mayoría de las víctimas —una vez se independizan— se convierten en intermediarias para reclutar otras mujeres. Eso es una mafia”.

Mafia o no, lo cierto es que el tráfico de mujeres para la prostitución deja muchas ganancias. Y las muchachas están obligadas a cancelar una enorme deuda con sus traficantes. “Deben pagar lo que se invirtió en el viaje”. Es decir, unos 40 ó 50 millones de pesos, que corresponde a “lo del tiquete, que son cuatro millones de pesos, más los gastos del viaje, más las ganancias”, contó el testigo. Mientras tengan esa deuda, pertenecen al ‘maniya’. No son libres.

Los encargados de enganchar mujeres, según confiesa el ‘maniya’ colombiano, recorren bares, griles, discotecas, casas de citas y burdeles. Allí buscan mujeres jóvenes y necesitadas. Deben ser bonitas, de buen cuerpo, delgadas, de senos grandes y redondos y vientre plano. “Se deben pintar el pelo de rubio porque a los japoneses les gustan así”. Se les hace la propuesta, se toman fotos y se envían a Japón para que escojan.

Otros métodos son los clasificados y las promociones turísticas. “Se les dice que entran como turistas y se les prepara para que no sean detectadas en inmigración en el aeropuerto de Narita”. Por eso deben ir acompañadas de un japonés o llevar una carta que las acredite como turistas o invitadas por algún ciudadano.

Para cumplir con el contrato ‘las talentos’, como se les dice a estas mujeres, generalmente entre 15 y 28 años, son ubicadas en lugares específicos según su nivel de belleza. Los sitios mejor pagados son los establecimientos de masajes. “El servicio es de 30 ó 45 minutos y sólo se permite la práctica del sexo oral”. Por esta práctica los clientes cancelan al dueño del establecimiento 15.000 yenes (cerca de 250.000 pesos). La muchacha sólo recibe 5.000. De esa plata debe sacar para pagarle a su dueño, para el arriendo y su sustento. Según los investigadores el 70 por ciento es para el ‘maniya’. Por eso se ven obligadas a hacer trabajos extras. El servicio adicional, que está prohibido, consiste en copular con el cliente. “Si el señor se interesa, cobran 20.000 yenes”. Ese es el negocio para ellas, aseguró el testigo: “Atienden un promedio de 10 clientes al día. Se hacen más de 250.000 yenes diarios. Entonces en tres meses han pagado al ‘maniya’ y quedan libres y sin compromiso”. Después pueden regresar a Colombia o trabajar por su cuenta.

El otro negocio es el del teatro. “Este es más deprimente. Ellas salen a un escenario, bailan y muestran sus partes nobles”, dice. Es un oficio de todo el día, empieza a las 9 de la mañana y termina a la media noche. “A la hora del almuerzo los japoneses llevan el fiambre en un portacomidas. Se sientan a analizar el desnudo. A veces les pasan guantes para que las toquen y, en ocasiones, lo hacen en la tribuna”. Cuando no se exhiben los clientes hacen fila frente al camerino de la que más les gustó: “10, 20 ó 30 hombres. Cada uno a 3.000 yenes”. Según la fuente, en esta actividad las muchachas se demoran más tiempo en pagar su deuda y el trabajo se duplica.

En otros sitios se le presenta al interesado un menú. Allí él elige la escena que quiere vivir y ellas deben dramatizarla. “Hay un cuarto con el ambiente de bosque para representar a una pareja de enamorados en un parque. O está la sala de maternidad, donde la ‘pelada’ hace de enfermera y amamanta al señor disfrazado de bebé. También hay una locación de playa”.

Igualmente las llevan a trabajar en bares y discotecas. Y están las que se venden en la calle. Cuenta el testigo que en estos sitios los riesgos son mayores porque la clientela es más difícil y porque la policía patrulla las calles en busca de extranjeros para deportar. La verdad es que el negocio está por todas partes, aseguró el colombiano. “En el mero Tokio hay unas 30 zonas de tolerancia. Son 18 millones de japoneses de día y 12 de noche. En un solo establecimiento debe haber unas 35 colombianas dedicadas a la prostitución. Calcule, hay dos turnos, entonces serían unas 60 ó 70 chicas”.



Verdades o mentiras

Pero aunque haya teóricamente la posibilidad de pagar las deudas lo cierto es que las muchachas pierden la libertad desde el instante en que, conscientes o no, aceptan el viaje. El informante aseguró que la mujeres no son engañadas. “Para entrar allá se necesita malicia. Deben tener experiencia para resistir el trabajo. Una mujer de bien no se somete a todo eso para ir a cuidar viejitos o modelar. Todas saben muy bien a qué van”.

Pero las autoridades piensan otra cosa. Los organismos de seguridad han acumulado cientos de testimonios según los cuales a muchas de las víctimas, una vez pisan suelo japonés, les quitan los papeles, los pasaportes y el dinero que llevan para ingresar sin despertar sospechas. “Fui contratada como intérprete en una oficina en Bogotá por una señora que parecía muy respetable. Me mostraron las fotos de los hoteles y de las niñas que trabajaban como intérpretes. Nunca dudé”, confesó una víctima.

Sea como fuere, el destino es siniestro. “En el teatro se trabaja haciendo el amor en público. Me pagaban 130.000 yenes, que los tenía que dar inmediatamente a mis ‘maniyas”. Una más aseguró a los investigadores que “Kurihara me puso a trabajar en la calle, me tenía vigilada y me amenazaba con cortarme la cara”. Una caleña dijo que las amenazas eran serias. “Que si me volaba me hacía golpear de la yakuza e incluso amenazó (el ‘maniya’) a mis familiares en Colombia”. Otra, del Tolima, se casó con un japonés sin imaginar lo que le esperaba. “Vivía encerrada. Me tocó acostarme con 35 hombres… él filmaba, yo no supe si comerciaba con esos videos”.

El testigo rechaza estos testimonios. Para él, estas mujeres denunciaron a sus ‘maniyas’ porque no fueron aceptadas en el mercado del sexo y no ganaron plata. “O eran feas o se resistieron o querían ‘hacer conejo”. La que no pague o se escape, sentenció, es penalizada. Debe pagar el doble de la deuda. Reconoció que algunos de los ‘maniyas’ tratan mal a las muchachas y que, incluso, las pueden vender a la mafia yakuza.



La yakuza

Caer en sus manos no es poca cosa. Así lo reconoce el relator de esta historia. Es la verdadera dueña del negocio. “Si una mujer es vendida a esta mafia la ponen a trabajar sin paga, no le dan de comer, la amarran para que no escape y puede tardar años en pagar la deuda”. La yakuza es la organización más siniestra del Japón. Sus miembros guardan códigos de honor y conservan ciertas tradiciones. Se reconocen por su cuerpo tatuado con grandes y vistosos dragones. Siempre visten de negro. En caso de falta deben cortarse una falange de sus dedos para pedir perdón. En cada provincia existe una yakuza distinta. La más poderosa es la de Osaka, con 18.700 integrantes, y su líder se identifica como el Quinto Yamaguchi. Es uno de los hombres más buscados por la policía japonesa.

Yakuza en japonés quiere decir 8-9-3. Es un término tomado de un juego de cartas y tiene un significado de mal agüero. “Es lo que no tiene valor para la sociedad, lo que sobra o no se necesita”, dicen las autoridades japonesas.

Esta organización se ha extendido a América Latina. Las autoridades le han seguido la pista en países como Brasil, República Dominicana, Venezuela, Ecuador y Argentina. Sin embargo las mujeres colombianas parecen ser las más solicitadas. En diciembre de 1996 fueron capturadas, en el Japón, 100 mujeres de esta nacionalidad; y en mayo de 1997, 60 latinoamericanas, de las cuales 24 eran de este país.

Ante las estadísticas los investigadores han intensificado la guerra contra estas redes. En la Fiscalía han sido judicializados más de 150 casos desde 1992. De ellos, por lo menos, 70 son investigaciones contra hombres y 90 contra mujeres. Se han registrado 140 víctimas. Los jueces han fallado en 13 casos con sentencias condenatorias y, en los últimos días, varios de los sindicados han reconocido ante los fiscales haber traficado con mujeres para el comercio sexual.

Pese a todos los esfuerzos los expertos aseguran que es una actividad muy difícil de penalizar. Un fiscal aseguró que “lamentablemente la persona tiene que salir del país a vender su cuerpo. Antes de eso no hay delito”. Quienes comercien con personas pueden pagar una pena de dos a seis años de cárcel.

Algunos aseguraron que es una pena muy baja para lo que han denominado “prostitución esclavizada”. Sin embargo el hombre que habló con SEMANA hizo su última confidencia: “Yo no justifico el negocio. Pero la gente ha hecho mucha plata de tanto prostituirse y de traficar con mujeres. Lo otro es un asunto de conciencia”. Y la conciencia “queda en stand-by mientras se gana dinero”.