Home

Nación

Artículo

Sí, Bogotá. ¿Y las otras qué??

Luego de ver la transformación de la capital, ¿qué está pasando en Medellín, Cali y Barranquilla?

Juan Manuel Ospina*
23 de diciembre de 2002

Las causas, consecuencias y desafíos de las transformaciones que ha sufrido Bogotá han sido suficientemente debatidas los últimos meses. Sin embargo, el panorama de los centros urbanos en Colombia es más amplio y cubre experiencias políticas e históricas distintas de las de la capital. ¿Cómo han vivido las tres ciudades más grandes del país, sin contar Bogotá, estos 10 años de la Constitución de 1991? ¿Es una historia que merece contarse?

Una mirada general a Medellín, Cali y Barranquilla muestra que la elección popular de alcaldes se constituyó en un fenómeno sin el cual no se pueden explicar los últimos años. Con excepción de la capital antioqueña, han surgido movimientos cívicos que lograron acceder al poder local y gobernar desde espacios distintos a los partidos políticos tradicionales. En Medellín todos los burgomaestres han sido de extracción partidista salvo la irrupción de la candidatura cívica de Sergio Fajardo en las pasadas elecciones.

La situación económica y los problemas de seguridad han impactado las percepciones de los habitantes de estas tres urbes. Mientras que Barranquilla ha recuperado un poco de su optimismo -un 30 por ciento según las encuestas- los caleños y medellinenses son más pesimistas con el 66 y el 78 por ciento respectivamente. Lo cierto es que las expectativas de la mitad de los años 90 han venido decayendo ante la reducida capacidad de los alcaldes para abordar problemas como la economía y la seguridad que son de resorte nacional.

En general, los colombianos son más optimistas con respecto a sus entornos cercanos (barrio y familia) y más pesimistas en el ámbito nacional. La ciudad estaría, por así decirlo, en el medio de su optimismo. Bogotá ha marcado una pauta urbana que ha sido producto de la combinación de sus condiciones particulares y de un marco institucional nacional. ¿Qué lecciones se pueden sacar de cómo Medellín, Cali y Barranquilla combinaron estos factores?



Medellín

En Medellín, epicentro de una industrialización con participación predominante del capital nacional y especialmente local vive y actúa una dirigencia que no es indiferente al escenario político aunque salvo excepciones, no participa directamente en él. La tarea del activismo político la realiza una dirigencia política, profesional y tradicional que mantiene lealtad en sus electores. Es un arreglo eficiente para garantizar el control del poder, ofrecer un escenario ordenado (pero muy poco dinámico) para que el ciudadano vote y se sienta participando, aunque en términos efectivos poco lo haga. Un escenario que genera una atmósfera fría, aun hostil a cualquier arrebato populista o contestatario, aun de antipolítica.

Eso sí, tierra pródiga en abstencionismo, con los niveles promedios más altos del país. Los medellinenses consideran (y el resto del país así lo ve) que han contado de siempre con una buena administración de la ciudad. La razón de ese conservadurismo, de esa ortodoxia política estaría en la fortaleza de las Empresas Públicas de Medellín, columna vertebral del municipio y de la ciudad y que hasta fecha reciente aparecían inmunes a las tentaciones de la politiquería y la corrupción.

Se acrecienta en estos años una brecha entre las bases ciudadanas, especialmente los jóvenes, y la dirigencia económica, cívica, política y aun intelectual. Brecha que alimenta la violencia fría que recorre sus calles y la vivencia de no futuro que asedia a unos jóvenes que buscan salidas que ni siquiera son vislumbradas por una dirigencia crecientemente desconectada de ese hervidero social. La situación la alimenta el desempleo. El empleo de años atrás es cada vez más escaso en una ciudad que no logra hacerle la reconversión a su base económica. Las dificultades de Medellín son mucho más dinámicas y fuera de lo rutinario de lo que sus prácticas y costumbres políticas expresan y son capaces de procesar.



Cali

Cali, por el contrario, fue la ciudad de una industrialización adelantada de la mano de las multinacionales, en medio de una región con un agresivo y exportador capitalismo agrícola. Para esa economía regional articulada muy tempranamente al ámbito internacional, los años 90 -los de la apertura y los alcaldes populares- no fueron de crecimiento económico, pues las multinacionales en vez de llegar, se fueron. Años de consolidación de la presencia económica del cartel de Cali, con su clara orientación empresarial y de presión económica (tan distinto al de Medellín, más populista y en extremo violento). Fue una realidad que impactó fuertemente a una ciudad cuyos ejes económicos tradicionales en estos 10 años se desdibujaban y crecientemente se ilegalizaban. Cali, la ciudad de emigrantes, del cruce del señoralismo blanco caucano con la plebe negra de la Costa Pacífica, es también la ciudad de la rebeldía política: encuestas de los años 80, la ubicaban a la cabeza del potencial revolucionario urbano de Colombia, como bien lo entendió y aprovechó el M-19. Gaitanismo y anapismo tuvieron en Cali una importante base de apoyo.

Enfrentada a esta realidad social y a esa disponibilidad política, se encuentra una dirigencia empresarial distante de su entorno -más cercana a Miami- que, con honrosas excepciones no ha sabido reencontrar la senda de dirección y de ejercicio de un liderazgo efectivo y moderno como el que brilló fuertemente en la coyuntura de los Juegos Panamericanos en los 70, en los festivales de la cultura y en la admirable (y de alguna manera excepcional) alcaldía de Rodrigo Escobar Navia, a comienzos de los 80. Son hitos, no para la nostalgia sino para la reflexión, no para pretender revivirlos sino para aprender de ellos.

En Cali, como en pocas regiones del país sobreviven expresiones importantes de la llamada política de los notables, donde se comprometen en el ejercicio directo de la actividad miembros prestantes de la burguesía local: Rodrigo Lloreda, Claudia Blum, Carlos Holguín, Juan Martín Caicedo, Luis Fernando Londoño, para sólo mencionar los más representativos. La ruptura entre dirigencia, especialmente empresarial y la opinión pública se acrecienta. Ilustrativo de la situación es la apreciación que una y otros tienen del alcalde Jhon Maro Rodríguez: A cerca del 60 por ciento de los empresarios sencillamente no les gusta el gobierno municipal. Cuando se le pregunta su opinión al público en general, el disgusto (o simplemente el no gusto desciende al 10 por ciento).



Barranquilla

Barranquilla fue la puerta de entrada de la modernidad al país, pero no sólo por la actividad de su dinámico puerto, en las primeras décadas del siglo XX. Fue también nuestra pionera industrial -no lo fue Medellín- y líder indiscutida en la prestación de los servicios públicos, tanto por su calidad como por su cobertura.

Pero Barranquilla cayó en la rutina, el Magdalena dejó de ser la arteria nacional, la Costa norte no se volvió el polo de desarrollo que se esperaba con su epicentro barranquillero y en vez de prosperidad, a la ciudad le llegaron campesinos empobrecidos y 'cachacos' rebuscadores. La clase política de la Costa se fortaleció en la práctica del tejemaneje político y sus favores se volvieron lo más atractivo y alcanzable para el ciudadano común.

Frente a esos políticos hábiles para la maniobra, pero sin proyectos ni proyección, se creció un electorado rebelde y empobrecido, que no es tanto independiente como indisciplinado, rebelde, especialmente frente a las expectativas del Partido Liberal. Un electorado que fue gaitanista, que fue anapista, que fue belisarista y recientemente uribista. Un electorado que como ningún otro le ha dado palizas al liberalismo en las elecciones presidenciales. Sucedió, como en Bogotá, que ese electorado encontró en la elección del alcalde una oportunidad más para 'castigar' a sus jefes políticos. Eligió dos veces al cura populista. Eligió a un ex trotskista. La diferencia es que no han encontrado, como en Bogotá, la manera de darle continuidad 'de facto' a la tarea de gobernar y de reconstrucción de la ciudad. Ciertamente la situación anterior era la peor imaginable y no hay interés en regresar a ella, pero el camino del cambio aparece comprometido. Mientras tanto los políticos tradicionales continúan en su trabajo político de siempre (clientelista) y podrían perfectamente recuperar el control del gobierno municipal, que les había sido esquivo en los 90.

Con la elección de alcaldes, perdieron los concejos. Perdieron en autonomía, en prestancia, en relevancia. La reforma municipal ha fortalecido al alcalde y debilitado al Concejo, el cual crecientemente aparece como antimoderno, anticiudadano, corrupto, clientelista y profundamente retardatario. Hasta han planteado algunos su desaparición, dada su supuesta inutilidad y aun inconveniencia para el avance de ciudades y pueblos. El debate sobre los concejos está abierto. Tiene que ver con el futuro de la política local. Con el papel final que tendrán los alcaldes. Con el buen gobierno de la ciudad, que a su vez exige y estimula el gobierno de la comarca y la Nación.

Al desafío de cambiar la política a partir de lo local aún no le damos una respuesta satisfactoria. La búsqueda continúa; está en marcha y en lo fundamental, avanza satisfactoriamente. Debemos aprender que la realidad ni es simple ni existen fórmulas mágicas.