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A nivel de clase dirigente el consenso fue que a petro le fue bien y a noemí no tanto. sin embargo la encuesta demuestra que el éxito del candidato del polo aumenta el susto que muchos le tienen

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Sí hay con quien

El primer debate de candidatos en televisión demostró que los siete aspirantes son presidenciables y que dominan el difícil arte de no contestar sin que se note.

27 de marzo de 2010

Los debates presideciales por lo general tienen mucho más bombo que contenido. Con excepción del primero que hubo en el mundo en 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon, se han caracterizado por el lugar común, las respuestas libreteadas, la gesticulación practicada y las salidas por la tangente. En otras palabras, la fórmula del éxito es no contestar la pregunta pero que esto no sea evidente y, por el contrario, dar la impresión de que sí se hizo y se domina el tema. Y fuera de que por lo general estos cara a cara desilusionan, casi siempre son irrelevantes electoralmente. Prueba de ello es que múltiples mediciones han dejado claro que con frecuencia el televidente considera ganador al candidato de su preferencia y el debate no cambia su intención de voto.

Hechas estas aclaraciones, hay que reconocer que el primer debate presidencial de estas elecciones, realizado por RCN, La FM y SEMANA, resultó bastante aceptable. Se diseñó un formato original que incluía una variedad en la modalidad de las preguntas. Éstas iban desde asuntos de fondo, hasta preguntas de reinado de belleza, pasando por careos entre los propios candidatos.

En lo que se refiere al fondo hay gustos para todos y variedad de interpretaciones. En lo único que parecía haber cierto consenso, por lo menos en cuanto a la clase dirigente, es que a Gustavo Petro le fue muy bien. A nivel de una medición nacional científica realizada en 36 ciudades por Napoleón Franco, los resultados son diferentes. Según el sondeo, el primer lugar en el debate lo obtuvo Juan Manuel Santos con el 25 por ciento, seguido por Germán Vargas Lleras con 15 por ciento, Petro con el 14, Noemí Sanín y Antanas Mockus con el 10, Rafael Pardo con el 8 y Sergio Fajardo con el 7 por ciento. Pero estas encuestas son engañosas pues la gente en estos casos contesta más con la intención de su voto que con un criterio objetivo sobre el debate.

Por eso lo interesante es comparar estas cifras con la intención de voto para determinar quién mejoró, empeoró o se quedó igual frente a la popularidad que tenía. En ese sentido, pese a que Juan Manuel Santos fue escogido como el ganador de la faena en términos absolutos, su resultado es una derrota relativa si se tiene en cuenta que el 25 por ciento que obtuvo está por debajo de su nivel de apoyo, que es del 36 por ciento. A otra a quien no le fue bien en términos relativos fue a Noemí Sanín, cuya intención de voto es la segunda del país con el 17 por ciento y en el debate tuvo un regular

desempeño del 10 por ciento. El caso contrario es el de Petro, quien obtuvo una muy buena calificación en el debate, del 14 por ciento, a pesar de que la intención de voto que hay por él es de apenas el 6 por ciento. Es decir, que gente que no piensa votar por él reconoció su habilidad en el certamen. Y otro ganador relativo fue Germán Vargas, quien con una intención de voto del 8 por ciento casi duplicó esa cifra en el debate al llegar al 15 por ciento.

No contestar sin que se note es un arte que requiere mucho talento, y ese talento se vio en grado abundante en las dos horas del debate. Cada candidato tenía una estrategia concreta y muchas veces ésta se hizo evidente. La de Juan Manuel Santos consistió en combinar su experiencia con su posicionamiento como el heredero de Uribe. Por lo tanto en sus intervenciones abundaban el "yo" y "el Presidente y yo". Sin ninguna modestia afirmó que "si hay alguien que sepa cómo acabar con las Farc soy yo", o también, "yo fui ministro de Comercio Exterior y de Hacienda, por lo tanto sé cómo crear empleo". Su mejor momento, aunque fue una imprudencia política, fue cuando declaró en forma categórica que prefería perder antes que contar con el respaldo del PIN. En términos generales quedó como un candidato muy sólido, pero muy arrogante.

Noemí Sanín estuvo mejor en la primera hora del debate que en la segunda. Con una presencia física impactante le fue relativamente bien al hablar de su participación en varios gobiernos y la reforma de la justicia. Después la cosa se complicó un poco por el exceso de lugares comunes, la repetición de los mandamientos uribistas (seguridad democrática, confianza inversionista, etcétera) en medio de una curiosa mezcla de euforia y nerviosismo. Fue víctima de dos golpes bajos por parte de sus vecinos de pupitre. Juan Manuel Santos le hizo una pregunta de economía especializada como para Milton Friedman, que incluía 'enfermedad holandesa', hidrocarburos y revaluación y que ninguno de los presentes hubiera podido contestar. Tampoco estuvo muy caballeroso Mockus cuando le cerró la puerta a un coqueteo político que ella le hizo a los 'tres tenores', a través de él.

Vargas Lleras se caracterizó por ser el único que tenía oratoria de discurso en medio de un grupo de expositores. Pero la oratoria funcionó. Aunque el tono parecía un poco grandilocuente y practicado, reflejaba liderazgo y autoridad. Se lució hablando con vehemencia de los problemas con Chávez , las relaciones con Venezuela y de la seguridad fronteriza. Tuvo un brote de espontaneidad cuando le regaló a Pardo una carpeta con su programa de gobierno.

Pero Gustavo Petro hizo el apunte más simpático de la noche cuando a la pregunta de si creía que lo habían chuzado, contestó con una sonrisa socarrona: "Pregúntele a Juan Manuel". Eso generó la mayor ola de carcajadas de la noche. Sorprendió por la tranquilidad que irradiaba, lo cual es muy difícil en un mano a mano contra pesos pesados ante una teleaudiencia nacional. En el fondo fue el que más contestó lo que se le preguntaba con gran agilidad, profundidad y algo de sobradez. Incluso tuvo un exceso de esto último cuando aseguró sin la más mínima duda que a Obama no le gustaba la presencia norteamericana en las bases colombianas. En la retahíla de preguntas breves fue imbatible con respuestas monosilábicas contundentes. Todo el tiempo el candidato del Polo trató de dar la impresión de que no era guerrillero ni chavista sino de centro izquierda y estadista.

Mockus definitivamente siguió siendo Mockus. Con su estilo pedagógico logró que todo lo que decía pareciera respetable aunque a veces no se entendiera. Más nervioso que de costumbre, la mayoría de sus intervenciones fueron más conceptuales que pragmáticas y las encajaba siempre en un contexto de ética, moral y buena voluntad del ser humano. Su fuerte fue el habitual: transparencia y autenticidad.

Rafael Pardo estuvo muy bien y mostró conocimiento, seguridad y experiencia. El problema es que no importa qué haga, (porque fue muy claro en el debate) ya existe el prejuicio en su contra de su falta de carisma, que impregna cualquier opinión sobre sus intervenciones. Sereno, aplomado y contundente, la única respuesta en la cual patinó fue por qué estaba en sus listas Arleth Casado, cuyo marido, Juan Manuel López Cabrales, había sido condenado por nexos con el paramilitarismo. Las dos verdaderas razones, que ella era dueña de una de las mayores votaciones del país y que él no creía en la culpabilidad de su marido, no podían ser expuestas en público.

Sergio Fajardo fue el orador más fluido de todos los presentes. Al igual que Mockus, es más académico y abstracto que la mayoría de sus contendores. Dejó claro que la mayor preocupación que tiene como candidato es la corrupción. Fajardo es el mismo de siempre, pero su figura descomplicada, su forma de hablar y su gesticulación con las manos, que conquistaron al país como un símbolo de la renovación política, ya no tienen el impacto de la novedad.

Independientemente del resultado y de las diferencias de opinión, lo que quedó claro es que Colombia tiene el privilegio de contar con un abanico excepcional de presidenciables. Cada uno de los participantes demostró virtudes como preparación, carácter, capacidad de liderazgo, agilidad mental o por lo menos sentido del humor.