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El politólogo Ricardo García Duarte considera que en Colombia prevalece el conflicto armado por que hay causas en los modelos político, de desarrollo y económico del sistema colombiano.

ENTREVISTA

"Si la sociedad, y en particular las élites, no apoya la ley de víctimas, la paz está más lejos"

A propósito del seminario “De Uribe a Santos: ¿la hora de la paz o la solución imposible de la guerra?”, el politólogo Ricardo García dice que “la paz está lejos, salvo un cambio de voluntad del Estado y de la guerrilla”.

César Paredes, periodista de Semana.com
20 de mayo de 2011

Para el politólogo y exrector de la Universidad Distrital Ricardo García Duarte, la paz no está cerca; los conflictos armados son varios, no uno, y el cambio de administración de Juan Manuel Santos es positivo para crear un ambiente de negociación; no obstante, el futuro de la confrontación del Estado y la guerrilla es incierto.

García es uno de los de los ponentes del seminario “De Uribe a Santos: ¿la hora de la paz o la solución imposible de la guerra?”, que se celebrará el próximo martes organizado por la revista digital RazónPública.com, el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD) y la Fundación Nuevo Arco Iris.

El título del seminario convocó a varios académicos e investigadores a evaluar las políticas de los últimos dos gobiernos en aras de la consecución de la paz, desde diferentes miradas. García explicó a Semana.com cuáles son sus puntos de vista, y por qué no es optimista, a pesar de que hay cambios políticos.

Semana.com: ¿Cuál es el contenido de su ponencia?

Ricardo García Duarte:
Lo primero es que no solo el conflicto armado existe, como lo dijo el presidente Juan Manuel Santos, sino que prevalece, no por razones de maldad de uno o de otro actor, sino que hay causas en los modelos político, de desarrollo y económico del sistema colombiano.

Desde 1958 ha habido crecimiento económico entre el 5 por ciento y el 6 por ciento, pero con grandes desigualdades sociales. El 48 por ciento de la gente es pobre, y el 18 por ciento está en la pobreza absoluta. Ese modelo produce constantes conflictos que rápidamente se desbordan en violencias. Es decir, hay un motor en el fondo que produce esos conflictos.

Semana.com: Pero ¿por qué otras sociedades igualmente desiguales no tienen un conflicto tan prolongado?

R.G.D.:
No es porque exista pobreza, sino porque al tiempo hay pobreza y crecimiento. Ese crecimiento ha estado acompañado de bonanzas económicas, que regionalmente dan lugar a rentas enormes, como la bonanza del petróleo en Arauca; la bonanza de la coca en Vaupés, Putumayo, Casanare y Guaviare. O la bonanza del banano en Urabá.

A eso se suma que la falta de una reforma agraria ha profundizado la concentración de la tierra. En Colombia, desde los años 50 se produjo un fenómeno de colonización interna de territorios inestables con baja presencia del Estado.

En países como Perú y Bolivia, que son muy desiguales, hubo reformas agrarias y no hubo un proceso de colonización interna. Todos esos factores están en el entramado de los conflictos colombianos y podrían ser la pista que explique la prolongación del conflicto.

Semana.com: Usted ha dicho que no es uno sino varios conflictos. ¿Cuáles?

R.G.D.:
Ha habido una movilización de recursos que también atiza las violencias. Los recursos en disputa son lo que la gente busca para ganar estatus o poder. Pueden ser políticos, militares, económicos, minerales, ilegales, etc. Pero la apropiación de los recursos, ante las debilidades del Estado, se ha hecho de facto, no por la vía de las reglas y las normas, sino arrebatándolos. Si no hubiera causas profundas, sería un solo conflicto, pero hay narcotráfico, guerrilla, paramilitares y delincuencia común. Todos producen distintos conflictos y distintas violencias.

Semana.com: Usted considera que la salida al conflicto armado será negociada, pero ¿cómo sería el manejo del Estado ante tantos conflictos?

R.G.D.:
La experiencia con la guerrilla es que una negociación no se puede parecer a la del Caguán; no debe ser una conversadera sin acuerdo. Ocho años de seguridad democrática comprobaron que la opción militar sí debilita a la guerrilla, pero no la derrota fácilmente. Me parece que algún día se tendrá que dar una solución final y que debe contener al menos tres elementos:

Primero, el sostenimiento de la presión militar, porque un Estado que no presione a un grupo armado no puede negociar con él. En segundo lugar hay un aspecto insoslayable en materia de derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario: la guerrilla debe renunciar a las peores formas de conducta, como el secuestro. Ahí podría haber un punto de encuentro entre las partes. Y en tercer lugar, no debe ser una simple negociación, sino una combinación de decisiones que requiere, por parte del Estado, reformas en materia social.

Semana.com: Eso con la guerrilla, ¿y los otros?

R.G.D.:
Aunque hay varios, el eje de los conflictos sigue siendo el que se libra entre la guerrilla y el Estado. Si este se atenúa, será más fácil atender a los demás. El combate a las bandas criminales, por ejemplo, que está asociado al narcotráfico, requiere de una acción fuerte de justicia. Pero mientras exista una persecución del narcotráfico, va a ser difícil que no exista conflicto porque siempre va a haber algún grupo dispuesto a recoger las ganancias que deja la violencia. En ese caso, sería interesante poner atención a lo que han dicho algunos expresidentes de la región sobre cambiar la estrategia contra el narcotráfico.

Semana.com: ¿Es la hora de la paz, como se pregunta el título del seminario?

R.G.D.:
Ha habido cambios que hay que tener en cuenta, pero no me hago ilusiones. Mi análisis es más estructural. Para pensar en una paz duradera hay que pensar en modificar los modelos de desarrollo económico y político. Reconozco que hay nuevas condiciones, pero todavía no es la hora de la paz, salvo que hubiese un cambio de voluntad muy radical tanto en el Estado como en la guerrilla, pero no lo veo todavía.

Semana.com: ¿Cuáles son los efectos de la prolongación del conflicto?

R.G.D.:
La prolongación del conflicto deviene en daños materiales y humanos. El hecho de que haya muertos, secuestrados, representa un deterioro del capital humano colombiano. Eso se traduce en atraso. Entonces, por un lado, trae consigo la continuación del daño al capital social. Y en segundo término, se mantienen las tasas de desigualdad muy altas. El peor escenario es que se mantenga el conflicto y a la vez las estructuras desiguales, porque continúa la destrucción material y espiritual de las energías sociales, humanas y económicas, y, por otra parte, el mantenimiento de las estructuras desiguales.

Semana.com: ¿Qué hace diferentes a los gobiernos de Santos y Uribe en esa materia?

R.G.D.:
Primero, el discurso. Santos reconoce que existe un conflicto interno armado. Uribe dice que hay una amenaza terrorista. El cambio de mirada produce una nueva percepción de las élites. Ya no se ve un enemigo en todo el que no hable mal de la guerrilla, sino que hay una disposición distinta a reconocer el problema. Incluso, el poder ver en el alzado en armas un actor, no un simple terrorista, aunque siga haciendo terrorismo y le sigan llamando terrorista. Es un cambio sutil que permite a la guerrilla y al Estado exigirse respeto por el Derecho Internacional Humanitario, lo que puede crear una atmósfera favorable no solo para que el combate sea más raciona, sino para una eventual negociación.
 
Y el segundo componente nuevo de Santos es el elemento social. El impulso a la ley de reparación de víctimas y restitución de tierras, aunque no es una gran reforma agraria —que es uno de los reclamos de la guerrilla—, sí es un avance en la redistribución de la propiedad de la tierra. Todavía no es fácil saber qué consecuencias va a tener eso, pero seguramente la guerrilla va a tener que replantear su actitud porque la ley le va a cambiar el escenario de interlocución con el Gobierno.

Semana.com: ¿De qué manera los trinos de Uribe interfieren en ese proceso?

R.G.D.:
Podrían hacerlo si se traducen en decisiones del partido de Uribe. Pero Santos tiene los recursos que da el poder político. El primer round lo ganó Santos, indudablemente, cuando el Partido de La U aceptó incluir el concepto de conflicto armado. Pero eso no quiere decir que la pelea termina ahí. La tensión va a seguir. No se sabe si podría dividir el partido de La U, lo que podría constituir un obstáculo para el desarrollo de sus propuestas en el Congreso. Pero si el partido se mantiene sonriéndole a Uribe por un lado y obedeciéndole a Santos por el otro, el presidente podrá llevar adelante sus políticas en materia social.

Semana.com: Finalmente, para usted, ¿qué tan lejos estamos de la paz?

R.G.D.:
De la paz completa estamos lejos, si la sociedad colombiana no acompaña la ley de víctimas y la restitución de tierras y si las élites siguen empeñadas en que no haya cambios estructurales. Ya llevamos 47 años en eso. Uno de los consejeros del expresidente Uribe dijo que la paz estaba cerca: en 20 años. Si eso es cerca, entonces la paz está todavía muy lejos.