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Siempre en la mira

Antes eran las balas de los narcotraficantes y ahora son las de los paras y los guerrilleros. La prensa parece estar condenada a informar en medio del peligro.

5 de junio de 2000

EL periodismo en Colombia está acorralado. Y aunque ya no es ninguna novedad decir que es una profesión bastante peligrosa en el país lo cierto es que el incremento de las acciones y la degradación del conflicto armado han puesto a la prensa entre la espada y la pared. El año pasado Colombia ocupó el deshonroso lugar de tener el peor registro de asesinatos de periodistas, siete, en América. Sólo dos países en el mundo lo superaron: Sierra Leona (Africa), donde fueron asesinados 10 periodistas, y la antigua Yugoslavia, donde fueron muertos seis. En ambos territorios se viven intensos conflictos políticos y étnicos. Estas últimas cifras se quedan cortas frente a las estadísticas colombianas, las cuales revelan que en los últimos 20 años 149 periodistas han sido asesinados por tratar de informar. Ahora, si bien el peligro se ha mantenido, la fisonomía de la violencia contra los periodistas ha cambiado. En la década de los años 80 la gran amenaza contra la prensa eran los carteles de la droga a través de sus sicarios. En aquellos años del terror, cuando Pablo Escobar le declaró la guerra al Estado, la prensa se convirtió en el blanco predilecto de los mafiosos para ablandar y atemorizar a toda la sociedad. El asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, así como las bombas colocadas contra los diarios El Espectador y Vanguardia Liberal, pretendieron sembrar el terror entre quienes se les oponían y aumentar el desconcierto de toda la Nación. Los que en esa década y en los años posteriores se atrevieron a denunciar la penetración del narcotráfico en los tejidos de la sociedad (como Roberto Camacho, Héctor Giraldo Gálvez, Gerardo Bedoya, entre muchos otros) lo pagaron con sus vidas. Hoy en día la situación es todavía más compleja. La polarización del conflicto armado y la multiplicidad de actores le ha restado espacio a la neutralidad de la prensa y, en muchos casos, los periodistas que no comulguen con uno de los bandos son considerados enemigos o declarados objetivos militares. En este sentido la prensa —como sucede con el resto de la población civil— se encuentra en el fuego cruzado de paramilitares, guerrilleros y Fuerzas Armadas y su imparcialidad conspira contra los intereses manipuladores de cualquiera de los bandos. Paraíso de la autocensura El panorama nacional se complica aún más si se tiene en cuenta que, según la Fundación para la Libertad de Prensa, el año pasado se duplicaron los casos de secuestros de periodistas. En 1997 se registraron ocho casos, en 1998, 16 y en 1999, 24 casos. Por otro lado, las amenazas recibidas obligaron a otros 15 comunicadores a exiliarse en el exterior. Detrás de las frías estadísticas de periodistas intimidados y asesinados se encuentran, casi siempre, comunicadores de provincia o corresponsales de grandes medios en zonas recónditas o de conflicto de la geografía nacional. En 1999, por ejemplo, el Frente Teófilo Forero de las Farc asesinó, en Garzón, Huila, al camarógrafo Pablo Emilio Medina, un reportero del canal Telegarzón de Gigante. Pablo Emilio se desplazaba en una moto hacia Gigante, que estaba siendo atacado por dicho frente guerrillero. Al llegar al sitio La Honda el vehículo fue detenido por los guerrilleros y posteriormente asesinado con disparos en el cráneo y el omóplato. Así mismo, se les atribuyen a las Autodefensas Unidas de Santander los asesinatos del camarógrafo Alberto Sánchez Tovar y del productor Luis Alberto Rincón cuando se dirigían a El Playón, Santander, donde habían sido contratados por José Jaimes Caballero para registrar las imágenes de las elecciones en las que él era favorito. A pocos kilómetros del lugar un grupo de hombres los interceptó y luego aparecieron sus cadáveres. Las investigaciones sobre la muerte de Luis Alberto Rincón han tenido en cuenta unas imágenes suyas divulgadas sobre reuniones del EPL y las AU de Santander. Estas denuncias, hechas por la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), se quedan cortas a la hora de mostrar la realidad nacional ya que para los actores en conflicto el periodismo sigue siendo el campo de sus ‘operaciones sicológicas’, en las que se valora la utilidad de las noticias como arma contra el enemigo. Lo que se pretende es traer la guerra a los medios de comunicación como estrategia de agresión. Así las cosas, “la información se ha convertido en importante botín de guerra”, tal como lo afirmó la semana pasada Pablo Emilio Buitrago, subdirector de la revista Contexto, de Bucaramanga, durante la celebración del ‘Foro sobre la libertad de expresión y prensa en Colombia’, organizado por Andiarios en Bogotá con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa. En el marco de este foro se denunció la difícil situación que tienen que vivir los periodistas regionales y los corresponsales de los principales medios, quienes arriesgan sus vidas al tratar de conseguir ‘la chiva’ que satisfaga las exigencias de sus jefes en las salas de redacción nacional. En la provincia los reporteros son más vulnerables pues es prácticamente imposible ejercer su trabajo bajo el anonimato. De ahí que, cuando los actores del conflicto comienzan a hacer presencia en alguna zona, entran en contacto con la prensa local para imponer un estilo de información que favorezca sus intereses. En caso de que suceda lo contrario comienzan las amenazas, los secuestros y los asesinatos. Esta es la razón por la cual varios medios de comunicación han tenido que suprimir los cargos de los corresponsales, como ya había sucedido en el Urabá antioqueño, en el Sur de Bolívar. Según el escritor y columnista Héctor Abad Faciolince, lo que realmente molesta a los violentos “es tener que mirarse en el espejo del periodismo porque allí, al fin, descubren su propio rostro, el rostro sin máscaras y sin justificaciones de los asesinos”. Abad Faciolince está convencido de que “sin los espejos del periodismo los violentos serían más violentos”. En esta atmósfera de temor e intimidación muchos periodistas se ven en la necesidad de pensar más de una vez acerca de la conveniencia de tocar temas y enfoques relacionados con la guerra. Y esta autocensura, que se extiende cada vez más en las salas de redacción, les plantea a los reporteros y columnistas de opinión dilemas en los que los únicos perdedores son los colombianos, quienes tienen derecho a una opinión veraz y completa pero cuya finalidad no puede justificar la muerte de otro periodista.