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Don Guillermo Cano se convirtió en 1986 en mártir de la lucha contra el narcotráfico

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Y sigue su marcha

En plena era de Internet, y después de superar batallas, crisis y quiebras 'El Espectador' tiene futuro. ¿Cómo logró asegurarlo?

24 de marzo de 2007

Si don Fidel Cano, el fundador de El Espectador, hubiera podido ver la emotiva ceremonia con que se celebraron, el jueves pasado, los 120 años del periódico, se habría revolcado en su tumba. Casi nada es como antes. La Medellín aldeana se convirtió en una metrópolis, visitada en estos días por maravillados visitantes de todo el mundo. El periódico se volvió un semanario dominical. Los dueños no son los herederos de su familia, sino el empresario Julio Mario Santo Domingo. En el acto del jueves, el vicepresidente, Francisco Santos, miembro de la familia dueña de El Tiempo -el rival histórico por excelencia- condecoró a El Espectador.

El cuadro no podía ser más sorprendente. Al fin y al cabo, 120 años son mucho tiempo y constituyen una larga historia. Don Fidel se habría alegrado al escuchar que su actual director lleva su mismo nombre y su misma sangre: Fidel Cano Correa, su bisnieto. Y habría sentido orgullo al conocer que el periódico ha sobrevivido a toda suerte de amenazas para llegar hasta el siglo XXI. Incluido el cierre durante la dictadura de Rojas Pinilla en 1952, recordada por los oradores del evento del jueves ante un auditorio que incluía en primera fila al senador Samuel Moreno, nieto del general.

Es casi un milagro que un periódico fundado hace tantos años tenga asegurado un presente y además vislumbre un futuro. Sobre todo El Espectador, que ha sobrevivido a mil batallas. Ciento treinta y ocho días después de que saliera a la calle, el Ministerio de Guerra ordenó su suspensión. Aperturas, cierres y censuras se repitieron una y otra vez por sus posiciones críticas contra la Regeneración de Rafael Núñez, a la Iglesia y al régimen militar de los años 50. Más tarde padeció el retiro de la pauta del Grupo Grancolombiano como retaliación a las denuncias hechas contra ese conglomerado. Y la peor de todas: la guerra que le declaró Pablo Escobar, quien asesinó a su director, Guillermo Cano, destruyó con un carro bomba la sede del periódico y hasta trató de impedir su circulación en Medellín.

Los embates del poder y del crimen no son las únicas vicisitudes superadas. La empresa también se vino abajo a finales de los años 90 por errores administrativos. Un exceso de Canos ocupó todos los cargos directivos, tanto en la sala de redacción como en las gerencias. La quiebra inminente y las deudas desbordadas llevaron a la tercera generación de la familia a venderle el diario a Julio Mario Santo Domingo en diciembre de 1997.

Hoy, sin embargo, cuando todo el mundo habla de la posible desaparición de los diarios impresos por la competencia de los nuevos medios electrónicos, El Espectador se niega a sucumbir y sigue en la batalla.

El camino ha sido tortuoso. Santo Domingo les pagó a los Cano una suma cercana a los 40 millones de dólares, entre capitalizaciones y desembolsos. Un precio absurdamente alto, si se considera la precaria situación de la empresa en ese momento. En un comienzo, tres ramas de la tercera generación de la familia Cano se mantuvieron como socios del Grupo Bavaria: la de Luis Gabriel, la de Alfonso y la de los hijos de Fidel. En cambio, los herederos de don Guillermo -el director inmolado por la mafia en diciembre de 1986- se retiraron plata en mano. Al final, a estos últimos les fue mejor. Con el paso del tiempo, la participación de los otros Cano acabó totalmente diluida tras sucesivas capitalizaciones.

Los nuevos propietarios -el manejo está ahora en manos de Alejandro, hijo de Julio Mario- han hecho un enorme esfuerzo financiero. En una década han invertido 80 millones de dólares. Para reducir costos, el periódico pasó de diario a semanario el primero de septiembre de 2001, vendió la rotativa y la tradicional sede de la carrera 68 -llamada Avenida El Espectador- y redujo la planta de periodistas. Estas movidas han logrado reducir el volumen de pérdidas, que alcanzó la cifra de 25.000 millones de pesos anuales durante la dirección de Carlos Lleras de la Fuente. Las proyecciones para el final de 2007 son de punto de equilibrio, meta que parecía imposible hace apenas cinco años. Tal vez por esta razón han surgido versiones que aseguran que el semanario podria volver a ser diario. Sin embargo, SEMANA pudo establecer que esta alternativa está descartada en el corto plazo. Después de una inversión de 80 millones de dólares esta decisión solo sería posible después de un periodo largo de consolidación.

Más allá de las cifras, el periódico, a pesar del cambio de dueño, ha logrado conservar su prestigio. Las emotivas palabras que se escucharon el jueves en Medellín de boca del presidente Uribe, de Francisco Santos y de Héctor Abad Faciolince, recogieron sentimientos de simpatía muy profundos que todavía despierta el nombre de El Espectador. Al mando de la nave hay hoy una dupleta: Gonzalo Córdoba, como presidente, y Fidel Cano, como director. El primero encabeza la visión estratégica y dirige la gestión empresarial con mentalidad de publisher, una posición que le permite una mirada general tanto al negocio como al contenido. El segundo, Fidel, es un periodista clásico que tiene al apellido que encarna la historia de lucha por la independencia, y un perfil tímido y sin pretensiones -herencia innegable de sus antecesores- que une a la redacción con un espíritu de mística y compromiso. En foros periodísticos como la reunión de la SIP, la semana pasada en Cartagena, el equipo de la redacción de El Espectador despierta comentarios por su unidad, amistad y pasión por el oficio.

El semanario mantiene una línea editorial independiente que muchos pusieron en duda en el momento en que el Grupo Bavaria asumió su control. Fue uno de los medios que más criticaron la reelección de Álvaro Uribe. No solamente, como su rival El Tiempo, por el hecho de que la reforma de la Constitución beneficiaba al mismo gobierno que la propició, sino por las preocupaciones que le suscita esa figura en relación con un ejercicio arbitrario del poder. Al llegar las elecciones, mientras el semanario de los Cano mantuvo la oposición a la reelección de Uribe, el de los Santos la apoyó.

Desde el punto de vista periodístico, la estrategia ha tenido como objetivo poner un fuerte énfasis en la opinión. Tiene cuatro páginas de columnas. Estas van desde las críticas razonadas del abogado Ramiro Bejarano, uno de los últimos exponentes del liberalismo radical, hasta la irreverencia pugnaz de Felipe Zuleta, uno de los más atrevidos articulistas de la prensa nacional. Otras plumas más tranquilas y reflexivas corren por cuenta de Humberto de la Calle, Armando Montenegro, Alejandro Gaviria y Álvaro Camacho. Y tiene más exponentes de la izquierda que cualquier otra publicación: Daniel García-Peña, Alfredo Molano, Iván Cepeda. El maestro Héctor Osuna -con sus ya legendarias caricaturas de la parte superior de la página de opinión y con su columna de Lorenzo Madrigal- es a la vez un deleite para los lectores y un recorderis permanente del empeño del periódico por mantener la tradición. Para subrayar este hecho, una de sus caricaturas se publica en la primera página, una práctica que nadie más sigue en el país.

El festejo de los 120 años de El Espectador, en fin, es mucho más que el triunfo de un medio de comunicación que ha sabido sobrellevar tantas adversidades juntas. Es un reconocimiento a la terca convicción de cuatro generaciones de una familia de periodistas que les abrió sus puertas a reporteros que hoy son leyenda, como Gabriel García Márquez, y a columnistas de diversas tendencias. A una empresa que se ha empeñado, a veces de manera terca y suicida, por defender los ideales liberales y de decencia en los que se sustenta la democracia moderna.