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Sin máscaras

María Elvira Echeverri Garrido, expone experiencias de su vida a través de sus obras.

Dominique Rodríguez Dalvard
25 de diciembre de 2000

Grandes artistas en la historia del arte han tenido vivencias dramáticas, casi traumáticas, que han sido reveladoras y desencadenantes de todo un mundo pictórico que los ha hecho sobresalir, que los ha hecho manifestar sus emociones más profundas a través del arte, denunciar los más atroces regímenes, revelar los más temibles crímenes, anunciar los dolores del alma más angustiantes. Goya sufrió el encierro, Van Gogh el desprecio que lo llevó a la locura. El Bosco, en el siglo XV fue precursor en la captación del universo humano en todos sus aspectos macabros, otros como Picasso lo recalcaron denunciando al hombre con el Guernica y sus mujeres desgarradas en llanto.



Un recorrido de violencia nacional interpretada por el artista







En Colombia, la violencia universal no le ha sido impermeable, por el contrario ha sido un elemento constitutivo -mas no endémico como suele calificársele- de la sociedad que ha vivido sus diferentes manifestaciones a lo largo de más de dos siglos de historia, y éstas han sido interpretadas por sus artistas, apostándole a la sentencia del filósofo Adorno El arte no da respuestas, cambia las preguntas. Encontrarse con los dibujos de Humboldt de los cargueros contiene toda la violencia de la visión del colonizador de finales del siglo XVIII, pasar a los retratos académicos de los héroes de las múltiples guerras civiles del siglo XIX revelan otra forma de violencia, la alegórica, la heroica; luego ver en los años de 1920 la exaltación del indigenismo promovida por el grupo Bachue con Luis Alberto Acuña como uno de sus máximos exponentes, como única manera de rechazar el complejo de origen americano contienen toda la explicación de la sociedad de ese entonces, para pasar a la abierta manifestación partidista de Débora Arango, censurada y vetada, las alusiones a la manipulación espiritual de algunos estamentos eclesiásticos por parte de Botero y luego comenzar a ver las aterradoras visiones de nuestra violencia con "V" mayúscula de finales de los años de 1950 y durante una larguísima década y media, donde se denuncia ya de manera directa la tortura sistemática y la masacre como discurso atormentador de los armados. Nombres como Pedro Alcántara, Carlos Rojas, Luis Angel Rengifo, Alfonso Quijano y Norman Mejía son algunos interesantes exponentes del horror. La inclusión del narcotráfico en nuestra sociedad, los sicarios de Miguel Angel Rojas y la corrupción generalizada de la sociedad en la década de los ochenta la expone claramente Beatriz González, con claras alusiones actuales a la victimización de la población civil, del mismo modo que lo hace la instaladora Doris Salcedo en sus puestas en escena de las mutilaciones tanto físicas, como del alma, del desplazado forzado. Delcy Morelos con sus explosiones rojas escarlata abstraen el tormento generalizado, el pánico de todos.



Ahora bien, el secuestro

Otra de las técnicas de guerra empleadas en estos tiempos es el secuestro. Una desaparición forzada de devastadores alcances emocionales.



Maria Elvira Echeverri Garrido tras haberlo vivido explora su arte y se clasifica como expresionista. ¿Pero qué fue el expresionismo y por qué aún persiste como guía de algunos artistas? ¿Por qué hallarle razón de ser a una obra desde una corriente que existió a comienzos del siglo XX?



Gottfried Benn proporciona una definición del expresionismo que presenta la ventaja de sintetizar las diferencias presentes cuando éstas le parecen "un alzamiento con erupciones, éxtasis, odio y sed de una nueva humanidad, con un lenguaje que estalla en pedazos para que el mundo mismo estalle en pedazos" *.



El expresionista está defraudado de la humanidad, de su carácter destructivo, auto-destructivo, destructor. La poesía, las artes expresionistas están cargadas de un peso de muerte, que se proyecta en sueños y paisajes. Se perciben relaciones humanas frágiles, ritmo frenético y embrutecedor de la ciudad, imágenes apocalípticas. Los expresionistas quieren restablecer al ser humano en sus plenos derechos y en todas sus posibilidades de realización. La reforma que desean es la del Hombre. Una reforma esencialmente ética.



¿Coincidencia con nuestro tiempo? En absoluto. El deseo de reformar al Hombre es infinito. Todavía se quiere creer en él, pues es apostar en nosotros mismos.



Ha trabajado por más de siete años en la conformación de un equipo de gestión cultural que promueva el arte joven, sin embargo sólo hasta hoy se dedica exclusivamente a la pintura. De clara tendencia expresionista, desde sus estudios en bellas artes, fijó su mirada en los fenómenos de la naturaleza humana, en sus desvíos y desaciertos, en su trágico destino de terror y soledad. De paleta oscura, le da pánico el color. No es colorista. Trabaja el blanco y el negro. Trabaja a gran formato. Experimenta con los materiales: óleo, caseína, ecolín, carboncillo, lienzo, papel, madera, vinilo, materiales industriales.



Su influencia más directa es representada por el alemán Anselm Kiefer (1945), que junto con Georg Baselitz y Gerhard Richter, con la neue wilden, se dedicaron a recuperar un pasado histórico nacional rehaciendo las heridas, para reafirmar la identidad.



En su obra la intimidad del gesto provocador y dramático nos recuerdan a Munch y su Grito (1893).



Cuerpos alargados, llenos de dolor, de sufrimiento develan padecimiento, miedo, angustia. Buscan liberarse a través del estiramiento, del movimiento. No son figuras estáticas, no buscan un efecto de naturalismo al cual le huyen, pretenden alarmar, desencadenar sentidos, más que placer estético, pretenden liberar cierto mensaje trascendente. Tal como el historiador Stephan Sweig escribe al referirse a la obra expresionista es ante todo el placer, la energía y la voluntad de engendrar éxtasis, no recurre a la voluntad con objeto de lograr que vibre el alma, de producir una euforia estética refinada, sino de empujar a la acción.



Tal es el sentido de la obra. Liberar en primer lugar, y llevar a la acción como segundo objetivo.



La exposición cuenta con un guión preciso, de siete series con 25 obras: Los ojos del mañana; Mi alma en cautiverio; ¿Cuántos más?; Impresiones; Mi Colombia querida.





RICHARD, Lionel. Del expresionismo al nazismo. Ed. Gustavo Gili. Barcelona, 1979, pág. 68






TESTIMONIO - MARIA ELVIRA ECHEVERRI GARRIDO







El secuestro, es vivir la muerte en vida. Es vivir la anulación del ser. Es quedar reducido a una mercancía de canje, por la cual se negocia cualquier cosa, desde un pedazo de tierra, un carro o algunos millones. Es no tener la libertad ni siquiera de pensamiento, pues uno se ve involucrado en una guerra emocional en la cual juegan con tu mente para mantenerte con una esperanza de vida. Es participar de una travesía inhumana para la cual no te has preparado ni física, ni mental, ni emocional, ni espiritualmente. Es enfrentar las armas, los explosivos, los camuflados, los encapuchados, la noche, el frío... es sentir que cada minuto es el último. Es templar el alma, sobrepasar tus límites y tomar decisiones de vida o muerte, no importa a qué costo.



Pero ¿quiénes ejecutan el secuestro? ¿Quiénes te sacan de tu cama, de tu casa, te ponen unas botas y te obligan a rodar monte abajo, a caminar por horas, a pasar hambre y a sentir frío? Son unos niños que no se saben ni el "ángel de la guarda", ni el Himno Nacional. Tampoco saben escribir ni leer. No saben muy bien cual es el motivo que los tiene en el monte, pero se sienten poderosos detrás de sus armas, sin embargo, algo que sí tienen claro es que no quieren eso para sus hijos. Estos jóvenes, muy cercanos a la minoría de edad, secuestran a bebés, a niños, a jóvenes, a mujeres, a ancianos. Es una guerra de niños e inocentes. No son hombres luchando contra hombres.



Es desconcertante que después de una vivencia tan fuerte, uno no pueda traer un mensaje claro: ni político, ni social, ni cultural. Es desalentador pagar un precio tan alto, en términos económicos, físicos, espirituales y emocionales y saber que el "pellejo" de uno ni fue el último, ni hace la diferencia.





Mi vida en cautiverio



El primer contacto con los secuestradores. Unos minutos de incertidumbre y desconcierto total en los cuales no oyes, no entiendes, no ves... tu cuerpo se paraliza del terror y no respondes. No sabes cómo actuar, qué decir y enfrentas un sentimiento de muerte y miedo que te inunda el alma y el pensamiento. Esta incomprensión puede perdurar horas y quedas en manos de tus más profundos instintos de sobrevivencia: tu otro yo, tu animal interior. Luego no recuerdas, no sabes por qué actuaste de cierta forma y no te explicas cómo ocurrió todo. Esta escena se repite cada vez que eres sometido a un interrogatorio, a una visita del comandante, cuando te exigen que escribas para hacer envío de pruebas de supervivencia o simplemente cada vez que estas personas se acercan a algo diferente que no sea alimentarte.



Estar rodeados por paisajes y ambientes que no son familiares, no tener dominio del espacio, no saber moverte entre el monte, son todos factores que refuerzan la pérdida de tu territorio. No tienes un espacio íntimo, no tienes privacidad, los sonidos son atemorizantes y creas una actitud de vigilancia permanente que te agota con el paso de los días. No duermes, no descansas, no disfrutas la comida.



El tiempo parece detenerse. Los minutos pasan más lentos de lo que jamás imaginaste. No hay nada que hacer sino estar contigo mismo hasta hartarte de tu presencia, hasta sentir tu mal olor, hasta incomodarte con tus pensamientos, hasta idear situaciones suicidas. Tu cuerpo comienza a tensionarse de estar inmóvil y sólo cuentas con algunos minutos del día para estirarte.



Vas al baño y sientes cómo tu cuerpo expulsa tensión, estrés y percibes el deterioro. Tienes que usar siempre el mismo espacio para hacer tus necesidades y debes vivir con ello, con tus restos y los de otros. Es humillante, indignante, es espantoso. Pero tienes que vivir con ellos, comer de su mismo plato, comer de lo que te dan, creer en su palabra... sobrevivir está en tus manos y en las de ellos.



Te dan un sobrenombre. Fui registrada y como quisieron me llamaron. Aprendí a responderles y también a reconocer las voces que me llamaban. Con los días se vuelven familiares y no necesitas conocer sus rostros. Te vuelves perceptivo a sus movimientos en la noche, a sus ojos, a sus gestos corporales, a sus olores. Esa es tu nueva familia. Ellos cuidan de ti, tú eres su mercancía. Para ti, ellos son tus captores pero también, tu única compañía. Tus confidentes si ya no aguantas. Tu consuelo si el pánico se apodera de ti.







La ausencia



La familia vive una desaparición. No es una muerte, ni una enfermedad. No se puede llenar el hueco, ni recoger tus cosas. No se sabe nada. La incertidumbre es total. Se imaginan todo lo malo y no saben cómo actuar. Luego de que se rompe el silencio y se inician las negociaciones, se trata de una compra-venta. El negociador de la familia se desmorona con cada llamada y las tensiones que genera la toma de decisiones va marcando a cada integrante en la casa. Cada uno de ellos tiene que asumir que la vida sigue. La familia envejece aceleradamente día a día.



La hora del desayuno, el almuerzo, la comida, el baño, la cama, la lluvia, el sol, las noticias, los comerciales, en fin el paso del tiempo, los minutos,... todo les recuerda que no saben nada de ti y que además no pueden irrumpir en tu espacio, pues quieren que vuelvas y te están esperando. A veces esta espera se prolonga por años, a veces no se vuelve a saber nada... y la vida sigue y ellos quisieran estar muertos antes que vivir esa pesadilla en esa incertidumbre crónica.



Yo volví 24 días después y sentí como si hubieran pasado años. Los ojos, el cansancio, el desgaste de toda mi familia no tiene precio, no se puede indemnizar. Cada uno de ellos ha cambiado. Mi relación con cada uno de ellos es diferente. Habrá muchas cosas que yo no sé y muchas otras que no he podido compartir con ellos. Se trata de vivencias donde las fibras más vulnerables están desprotegidas y sólo el tema abruma los ojos de todos. Sin embargo, la fortaleza de todos ellos me sacó viva del cautiverio.



La vulnerabilidad



Indudablemente el temor a una violación, a una tortura o a un maltrato te invaden desde que sientes su presencia, inclusive antes del secuestro. Pero, cuando estás allá, comienzas a dar gracias por cada segundo que pasa en el cual se han mantenido lejos o mejor, no tan cerca de ti. Sin embargo sientes, que sólo su obligada presencia te está violentando. Cada mirada y cada movimiento te penetran y sientes su necesidad de contacto.



Tener que juagar tu cuerpo en medio de la nada, estar expuesto a los ojos no sólo de ellos sino de ellas. Tener que usar ropa que no has comprado, que no te gusta, que te pica, que no te queda. Tener que acceder a que te presten ropa, a que laven tus cosas. Que sepan si tienes tu período.



Esas son cosas que dejan huellas. Y sólo aquí de vuelta, te das cuenta que una violación no fue necesaria. Que has quedado al descubierto, desprotegida, insegura, lastimada. Que sus propuestas de acercamiento y coqueteos te hirieron en lo más profundo de tu ser y hoy, sientes vergüenza. No quieres arreglarte, ni que te miren, ni que te halaguen. Quieres cubrirte y tapar no sólo tu cuerpo, sino tu miedo a volver a sentir.



Necesitas que te reafirmen, que te aprueben, que te ayuden a tomar decisiones. Es como retroceder en el tiempo y volver a ser hija de familia en la cual pedías permiso, te llevaban, te traían, te aconsejaban permanentemente y por encima de todo siempre era necesaria una aprobación. Es como si quedaras incapaz de tomar tus propias decisiones y algo muy dentro de ti hubiera quedado apagado, fundido.



Ha sido un año de volver a recuperar esa parte de mí que estaba perdida. No sabía dónde buscar y lo encontré en estas palabras y en mi pintura.