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Síndrome de jaula

A pesar de la felicidad por la liberación los traumas que dejan los años de cautiverio hacen difícil el futuro de los soldados y los policías entregados por las Farc.

23 de julio de 2001

Al contrario de lo que muchos creen, la tranquilidad y la felicidad no retornaron de inmediato a los hogares de los soldados y los policías liberados por las Farc aun después del encuentro y el abrazo emocionado con sus familiares. Después de haber estado encerrada en una jaula en el corazón de la selva hasta tres años, una persona puede tomarse un tiempo aún más largo en recuperarse totalmente. “Puede ser un mes, varios años e incluso en algunos casos los daños serán irreparables”, es el diagnóstico de varios expertos.

Es el caso del soldado profesional del Batallón Coyará Nelson José Calderín Pereira, secuestrado por la guerrilla tras la toma en Tamborales, Urabá, un caserío que ni siquiera aparece en los mapas. “Ahora estoy feliz, dice, porque regresar a la casa es como volver a nacer”. ¿Pero está en perfectas condiciones mentales? El cree que sí. “Me siento bien pero jamás voy a olvidar los tres años que pasé enjaulado. Casi siempre llovía. Bebíamos agua de arroz con sal, tres veces al día, aunque había veces que nos iba mejor y nos daban de comer mico”, cuenta junto a los suyos en Montería.

¿Podrán él y sus compañeros de cautiverio superar este episodio? Ana Milena Acosta, experta en sicoterapia transpersonal, advierte que no pueden hacerse afirmaciones generales “aunque para todos emocionalmente la experiencia fue terrible”. Lo que ocurre es que hay personas con recursos internos más sólidos que otras. “En situaciones al límite algunos disparan unos potenciales extraordinarios que les hacen ver por ejemplo un sentido más profundo a la vida, mientras que otros se hunden. No importa que la situación sea semejante”, le dijo a SEMANA.

En el Ejército y la Policía son conscientes de la situación por lo que los programas que se han diseñado para la adaptación de estos muchachos a la vida institucional son individuales. “Los traumas, los problemas sicológicos, las ansiedades, tienen que ver mucho con los lugares donde estuvieron, las condiciones y las personas que estaban con ellos”, dice el general de la Policía Aldemar Bedoya, coordinador del Programa de policías secuestrados.

El oficial cita a manera de ejemplo dos casos: los muchachos liberados en Valledupar no quieren hablar con nadie, rehuyen las miradas, se muestran aislados. “En cambio los de la toma de Mitú están muy fuertes porque tenían el liderazgo de un coronel, un capitán y un teniente que los estaban cohesionando, diciéndoles ‘¡vamos pa’lante!’, haciéndolos sentir fuertes y valientes. Eso es lo que nos han reflejado ellos en las primeras impresiones”. Sin embargo, Carmen Elisa Núñez, viuda del capitán Wilson Quintero, asesinado por las Farc cuando pretendió huir, y hoy dedicada a Asfamipaz, advierte sobre la paradójica situación del país que, según ella, lleva 40 años en guerra pero se maneja como si estuviera en paz. “No hay una política integral que permita resocializar a las esferas educativas y sociales a estos muchachos. Por ejemplo: ¿quién se acuerda de los soldados de Las Delicias? ¿Qué pasó con ellos?”. Para ella, no sólo deben existir tratamientos individuales sino que la sociedad en su conjunto debe sumarse para contribuir de alguna manera a que estos jóvenes vuelvan a una vida normal.

En eso coincide Martha Lucía Aristizábal, sicóloga clínica del Fondo Nacional para la Libertad Personal, Fondelibertad, una institución del Ministerio de Defensa, quien por solicitud de la oficina del Alto Comisionado dirige el programa de asistencia sicológica a las familias de los soldados y los policías secuestrados: “Toda la sociedad debe sumarse para protegerlos, nadie puede, por ejemplo, acusarlos de cobardes o a no prestarles atención. Si ellos quieren hablar hay que escucharlos, no importa que repitan su historia una y mil veces”.

Hay que tener en cuenta que algunos van a tener estrés postraumático. Sus síntomas son permanentes y abrumadores los recuerdos por las dolorosas experiencias vividas, noches de vigilia, sueños cargados de las situaciones experimentadas que los pueden llevar a que no funcionen adecuadamente en la vida. Para ellos no será fácil, además del cautiverio, olvidar el día de la toma, los cilindros que explotan, las ráfagas de fusil, el estallido de las bombas, la muerte de sus compañeros. Por si fuera poco, no han tenido espacio para elaborar todo esto porque fueron llevados a la selva durante años, tiempo en el que no hubo una voz familiar que les dijera sencillamente “te quiero”. ¿Cómo es su estado actual? El siquiatra Rodrigo Córdoba, de la Clínica de Nuestra Señora de la Paz en Bogotá, dice que “cada ser humano genera una situación individual. Por eso he visto algunos profundamente golpeados y otros con una entereza asombrosa”.

Sin embargo el tratamiento de los traumas puede generar sorpresas negativas porque existen casos de muchachos que aparentan condiciones óptimas pero en cualquier momento pueden estallar. En eso, el cine de Hollywood ha sido prolífico para contar historias de hombres que han pasado por guerras y que tiempo después se convierten en los malos de la película.

“Yo soy optimista, dice el general Bedoya, vamos a trabajar con cada uno de los muchachos y esperamos que todos vuelvan a la institución. Esperamos que eso ocurra en pocos meses pues se les va a dar su tiempo para que tomen vacaciones, recuperen sus hogares y decidan volver por la ruta que traían”. “Los vamos a recibir con los brazos abiertos”, añade el general del Ejército Manuel Guillermo Franco, encargado de la institución para la atención de los soldados secuestrados.

Sin embargo ellos reconocen que no será una tarea fácil. Sobre todo con los muchachos que han perdido a sus seres queridos durante el cautiverio. “A algunos se les murió el papá, a otros la mamá y vinieron a saber la noticia ahora con la libertad y en esos casos la verdad es que los muchachos están terriblemente destrozados”, dice el general Bedoya.

La sicóloga Martha Lucía Aristizábal anota que durante el cautiverio han perdido algunos de sus mejores años, se les rompió el hilo conductor de la vida. “Por eso algunos pueden sentirse más viejos de lo que realmente son, pueden reír y llorar simultáneamente, pueden deprimirse. Pero saldrán adelante si no los dejamos solos”.

Entre tanto el soldado Calderín Pereira llama la atención sobre un hecho tan cotidiano para todos como ver llover. “Allá llovía todo el día, siempre llovía, vivíamos empapados”. Y pide que lo dejen en libertad para disfrutar del sueño que allá tanto anhelaba: “Volver a ver un día con sol”.