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DESARROLLO

Soñar no cuesta nada

Hace seis años el presidente Uribe presentó su visión de lo que debería ser Colombia en 2019. Este año, 2010, se esperaba un cumplimiento parcial de esas metas. ¿Se rajó el gobierno?

24 de abril de 2010

A los gobernantes de Colombia siempre se les había criticado por pensar en el corto plazo. Con periodos de cuatro años, nadie se atrevía a proponer cambios estructurales necesarios para poner al país en una ruta hacia el desarrollo. Pero en 2004 Álvaro Uribe, cuando ya estaba trabajando por su primera reelección, presentó un plan llamado Visión 2019, con la idea de que durante su gobierno el país se tomaría una ruta definitiva e irreversible hacia la prosperidad. La idea era que en ese año se celebraría un verdadero bicentenario, al conmemorar los dos siglos de la Batalla de Boyacá.

"Soñar no cuesta nada", "el papel puede con todo" o "ejercicio de especulación", fueron algunos de los comentarios escépticos que se oyeron en aquella época. No obstante muchos economistas en el gobierno pensaban que un plan de largo plazo era necesario. Finalmente un grupo de técnicos del Departamento de Planeación Nacional, encabezado por el entonces director Santiago Montenegro, presentó un extenso documento que se discutió durante meses entre empresarios, académicos y políticos. Decenas de viajes, reuniones, y mucho lapicero se gastó para ajustar las metas que se cumplirían en 2010 unas, en 2014 otras, y las finales, para 2019, año en el que Colombia debería estar, completamente pacificado y salido del club de los pobres.

Pero lo resultados a hoy no son los esperados. La obsesión de Uribe desde el primer día de gobierno era el aumento de la inversión y por eso su prioridad ha sido derrotar a las Farc. Lo paradójico es que aunque se logró más que la inversión deseada (aspiraba a 25 por ciento del PIB y obtuvo el 27 por ciento), el modelo que se consolidó conspira contra otras de sus metas, pues está basado en el auge de la minería y el petróleo. Es decir, sectores donde prácticamente no se genera empleo. Si a eso se suma que para llegar a ese punto el gobierno tuvo que subir el gasto militar a niveles insospechados y que la se le fue la mano en exenciones tributarias a los inversionistas, lo que queda es un modelo que cojea, porque privilegia el capital por encima del trabajo.

El desempleo es el lunar más grande del gobierno, pues según lo proyectado debía estar en 8,6 por ciento y sin embargo está en el 12 por ciento. "En el país no se ha creado un solo empleo formal desde 2006", dice el decano de Economía de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria. Y de hecho, para muchos observadores ese desequilibrio -y hasta tensión- entre inversión y empleo, agudizado por la inesperada y dura crisis económica global, fue crucial para que Uribe haya terminado por dejar al país en un punto muy diferente al que soñaba con su famosa Visión 2019.

Superar la pobreza era un aspecto crítico y, sin embargo, hoy se está en el mismo punto que en 2004, en 45 por ciento, cuando, según los cálculos, debería estar en 33 por ciento. Aunque la crisis económica mundial suele ser la explicación que el gobierno le ha dado a este rezago que bajó de un tajo el crecimiento de 7 puntos a cero, es curioso que otros países de la región, como Brasil, Ecuador o Venezuela, hayan tenido más logros. De hecho, Uribe se proponía bajar la indigencia al 12 por ciento pero esta permanece en 17 por ciento, y en cuanto a cerrar la brecha entre ricos y pobres el gobierno se rajó sin matices. En lugar de bajar a 0,52 por ciento, como se quería, subió a 0,58, dos puntos más de la situación anterior. Más grave aún si se tiene en cuenta que durante un lustro se creció por encima del 4 por ciento, se vendieron importantes empresas del Estado y hubo ganancias extraordinarias por los precios del petróleo; todo esto se desaprovechó para generar una verdadera distribución de la riqueza.

En el tema de seguridad, si bien hay muchos logros ya conocidos, las metas trazadas por el propio gobierno están lejos de haberse cumplido en muchos casos. Unas por absurdas y otras por falta de políticas. Para 2010 los homicidios debían estar en 21 por cada 100.000 habitantes, y sin embargo, están en 37. Esta cifra es un avance respecto a la tasa de 45 que había en 2004, pero está lejos de lo que se había pronosticado. En parte porque el Plan 2019 da por hecho que para esta época se habrían reincorporado 28.000 personas y todas entrarían a formar parte de la vida social y económica, pero no calcularon que el rearme en grupos emergentes iba a ser tan rápido y masivo. También porque el Plan presupone que en 2010 habría cero matas de coca en el país, y cero familias dedicadas a cultivos; que los narcos estarían reducidos a la mitad y los guerrilleros se irían desmovilizando de a uno. Nadie sabe de dónde salió esta cifra tan absurda. En realidad en los dos últimos años los cultivos han disminuido un 20 por ciento pero aún quedan 80.000 hectáreas. Mucha gente siguió en la ilegalidad por falta de oportunidades.

Otros agujeros negros que se tragaron la visión de futuro fueron el tema de tierras y de infraestructura. Para 2010 debían haber sido adjudicadas 205.000 hectáreas de extinción de dominio para proyectos de agricultura. En realidad se han extinguido más del triple, pero una tercera parte ha vuelto a manos de sus antiguos dueños y hasta finales del año pasado solo se habían adjudicado 50.000 hectáreas de estas. Es decir, una cuarta parte del pronóstico.

La infraestructura es el gran talón de Aquiles. Se debieron haber construido 1.200 kilómetros de vías de alta capacidad y calidad. Solo se logró construir la mitad, de las cuales hay entregadas únicamente 181 kilómetros de dobles calzadas. Pero hay firmadas concesiones por más de 4.000 kilómetros. El haber privilegiado las vías secundarias, como hizo Uribe en el Plan 2.500, si bien puede parecer un acto de equidad con las regiones, en realidad no resolvía los problemas estructurales ni la competitividad del país.

Adicionalmente se esperaba que el 60 por ciento de los aeropuertos estuviera para esta época funcionando en excelentes condiciones, lo cual está muy lejos de ser una realidad. Basta ver los problemas que ha tenido El Dorado en Bogotá.

En educación, a pesar de los logros en cobertura, sigue habiendo un gran embudo para los jóvenes que terminan secundaria, que son 300.000 cada año, de los cuales apenas 60.000 acceden a educación superior. Aunque muchos ingresan al Sena, todavía no hay evidencia de que logren superar el desempleo, que en esa franja de bachilleres es lo que más les preocupa a los expertos.

Quedaron rezagados temas como el voto electrónico, que ya debía estar funcionando en las ciudades, y la descongestión de la justicia. Al gobierno le tomó ocho años darse cuenta de que había sido un error fusionar este ministerio con el de la política, y a pocas semanas de finalizar el gobierno ha decidido presentar una ley para volver a separarlos.

Son innumerables los aspectos que se han quedado en el tintero o a medio camino, y en algo coinciden todos los expertos consultados por SEMANA: Uribe no supo cambiar de énfasis en su segundo gobierno y su afán por la reelección lo enredó en un camino de clientelismo y politiquería que lo alejó de sus propias metas.

Habrá que ver si el sucesor de Uribe se casa con la propuesta de futuro que este dejó planteado en su Visión 2019. Pero, de ser así, tendría que darse muchas pelas: desmontar las exenciones tributarias y gran parte de los subsidios. Enfrentar la galopante corrupción y aceptar que, como dice Alejandro Gaviria, "el gasto en seguridad llegó al límite y hay que pensar en otras prioridades". Posiblemente esas deudas de equidad, de educación y de desarrollo son las que gravitan en el inconsciente colectivo del país y han hecho que el debate político tomara un giro tan inesperado.