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SOR PRENDIDA

El colapso de un centro de captación de ahorro manejado por hermanas concepcionistas en <BR>Palmira deja 120 damnificados por 2.000 millones de pesos. El Vaticano interviene.

19 de abril de 1999

Hace 30 años unas 12 monjitas de la orden de la Inmaculada Concepción llegaron a Palmira
procedentes de Tuluá. La diócesis les ofreció la posibilidad de instalarse al nororiente, en un terreno situado
en la zona alta del municipio, lugar de difícil acceso por las lagunas que lo rodeaban.Con la colaboración de
los vecinos, especialmente de Ramón Cadavid, quien donó los recursos para la construcción, el monasterio
de Santa Beatriz quedo listo el 24 de enero de 1970. A sus alrededores creció un barrio de clase media baja
conocido hoy como San Carlos. Con el paso del tiempo el convento se sostuvo vendiendo pan y
bocadillos.De vez en cuando la superiora, sor Luz Stella, una religiosa nacida en Manizales hace 55 años
bajo el nombre de Carola Olarte López, acudía al aporte de los feligreses para desarrollar las obras que
requerían el pequeño templo del monasterio y la microempresa que fabricaba dulce de guayaba. Pedía
prestado un poco de dinero, el cual devolvía con el producido del negocio.Todo transcurría normalmente en
medio de la vida contemplativa, basada en los principios de virginidad, pobreza y obediencia de la fundadora
de la orden, Santa Beatriz de Silva, de origen portugués. Atada desde sus orígenes a la orden franciscana,
la congregación cuenta con 162 monasterios en el mundo. Al morir su fundadora, Santa Beatriz, una estrella
indeleble apareció en su frente, cuentan sus seguidoras. Para 1995 nuevos vientos sacudieron el encierro de
las internas en Palmira. El bocadillo de las monjitas de Santa Beatriz era muy conocido en el Valle del Cauca
y viajero que pasara por el aeropuerto de Palmaseca salía con una caja de esos dulces para su hogar. Ellas
decidieron que había que explotar esa popularidad. Ampliaron sus compras de azúcar y de guayaba, incluso
pensando en la futura exportación de su producto.La parábola del azúcarSor Luz Stella comenzó a plantearle
un negocio redondo a los amigos que en otras ocasiones la habían apoyado en sus pequeños proyectos.
"Usted me presta a mí dinero y yo lo invierto en azúcar. A mí me venden el azúcar con 20 por ciento de
descuento. Con eso que me gano en esa compra le pago a usted el 7 por ciento de intereses y al convento le
queda el 13 por ciento. Gana usted y gano yo", le decía la superiora a José Díaz.Díaz es un comerciante
independiente que cerró una fábrica de galletas debido a la crisis económica. Con lo que le sobró compró un
taxi, el que tuvo que vender ante la imposibilidad de conducirlo debido a cuatro lesiones que tiene en su
columna. Parte del dinero producto de la venta del taxi, dos millones de pesos, fueron prestados a sor Luz
Stella. "Dos días antes de vencerse el mes me llamaba muy a las seis de la mañana para que pasara por
los intereses, sin falta", advierte Díaz. Con el paso de los días aumentaron los pedidos de dinero para
financiar el negocio y así Díaz llegó a prestarle hasta 15 millones de pesos. Pero no fue el único. En pleno
centro de Palmira, en la Plaza de Bolívar, los comisionistas comenzaron a regar la voz de que las monjitas
pagaban entre 7 y 10 por ciento a quien les llevara plata.Ellos, por supuesto, recibían su comisión de sor
Luz Stella. Bien pronto llegaron interesados desde barrios y municipios vecinos. Desde el corregimiento El
Hobo, en donde fue famoso el hallazgo de una guaca con grandes cantidades de prendas indígenas en oro,
arribaron los nuevos millonarios a poner a producir su fortuna "donde las monjitas". Efraín Otero hizo lo mismo
al recibir su liquidación después de trabajar 22 años en el Ingenio Manuelita. Arregló con la empresa, en la
cual se desempeñó como evaporador _eliminaba el contenido de agua de la caña antes de volverla miel_,
tomó su cheque y lo cambió por efectivo. Llevó los 21 millones de pesos en bolsas hasta el monasterio. Como
en muchos otros casos narrados, fue recibido en una pequeña sala en donde sor Luz Stella, después de un
cordial saludo, le advirtió que "usted es el primer hombre que entra a este sitio". En los monasterios bajo
clausura papal sólo a través de un permiso del obispo se autoriza el ingreso de un hombre. Sólo un confesor
o un médico en una emergencia pueden romper la regla. Las internas tampoco pueden salir sin una orden
del obispo. Pero, poco a poco, estas normas se fueron flexibilizando.