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“Hay un plan estratégico para cambiar nuestra cultura”

ENTREVISTA CON MARÍA JIMENA DUZÁN

"La reconciliación y el perdón no se pueden hacer por decreto"

Soraya Bayuelo, Premio Nacional de Paz, víctima de las Farc y de los paramilitares y una líder del renacimiento de Montes de María, habla de su tragedia y de lo que esperan de la mesa en La Habana.

12 de julio de 2014

MARÍA JIMENA DUZÁN: El alto comisionado Sergio Jaramillo ha dicho que este es el tiempo de las víctimas al tiempo que las Farc han sacado un comunicado en el que aceptan su responsabilidad en el conflicto.  ¿Cuál cree que es el significado de estas declaraciones?

SORAYA BAYUELO: Ya era hora de que fuese el tiempo de las víctimas. Y lo que aspiro es a que sea en un tiempo real para que esas palabras tengan credibilidad y de nuevo se establezca una confianza frente a lo que está planteando el Estado colombiano para resarcir a las víctimas. Por acá, en nuestra tierra ha pasado de todo y han llegado todos los modelos. Hemos tenido las zonas de  rehabilitación y consolidación, el modelo de desarrollo y paz y ahora viene la Ley de Restitución de Tierras que da una ruta jurídica a las víctimas del conflicto, así aún impere en muchos casos la impunidad, y muchos líderes reclamantes sigan siendo amenazados. Para nosotros la palabra cumplimiento significa que se ‘cumple’ y luego ‘miento’. Es decir, que se hace la ley pero no se aplica. Sin embargo, ahora nos toca a la gente de esta región volver a creer. Y por eso saludo la idea de que las víctimas de este conflicto vayan a La Habana. Y aspiro a que vayan no solo víctimas de las Farc, sino también víctimas del paramilitarismo y de los agentes del Estado.

M. J. D.: Tú eres víctima de las Farc y de los paramilitares. ¿Cómo sucedieron los hechos?

S. B.: El 5 de julio de 1998, mi hermano Milton Bayuelo cayó en una de las masacres que hicieron las células incipientes del paramilitarismo en Carmen de Bolívar, que eran una alianza entre la Sijín y la fuerza pública.  En esa masacre mataron a cinco personas y a mi hermano, quien iba pasando por allí en ese momento. Ese hecho rompió en dos la familia y en especial afectó a nuestro colectivo, propuesta que habíamos iniciado desde el año 1994, porque mi hermano era nuestra mano derecha. Ese golpe cambió el proyecto del colectivo. Empezamos a ver la necesidad de narrar el conflicto para preservar la memoria de lo que nos pasó y de valorar la vida en medio de tanta muerte y encontramos que la mejor manera era empapar a los jóvenes y niños de sus derechos. Creíamos que si los valoraban, los iban a defender de los atropellos y sus corazones no iban a albergar la venganza ni el odio porque si eso sucedía, la guerra se nos iba a instalar para toda la vida.  

M. J. D.: Y luego las Farc te asesinan a una sobrina. 

S. B.: Eso sucedió el 18 de agosto de 2000. En ese momento por Carmen de Bolívar no se podía transitar, nadie salía a las calles y a las cinco de la tarde todo el mundo estaba en sus casas. Había un miedo tremendo porque podían entrar los paras o la guerrilla. A las seis de la tarde el  frente 37 de las Farc puso una bomba en una ferretería que quedaba en plena plaza del pueblo y en ese momento, iba pasando por ahí mi sobrina Angélica Robayo Bayuelo con dos amigas suyas del colegio.  Se quemaron vivas las tres. Eso fue muy duro. La muerte de estas tres niñas fue para nosotros y para el Carmen un hecho dolorosísimo que todavía se recuerda. Los jóvenes salieron a protestar y marcharon por las calles y a pesar del miedo a salir de noche nos acompañaron al velorio. En ese momento  Carmen era el  centro de disputa por el territorio entre paras y las Farc. Aquí no había Ejército. Apenas había un comando de Policía en la plaza con trincheras y no había sino 14 policías. Era como si el Estado nos hubiera abandonado a la ley de Dios. 

M. J. D.: En 2004, el Ejército entra en Montes de María y acaba con el frente de Martín Caballero. Pensaron que con la seguridad democrática vendría la paz, pero esta tampoco llegó. 

S. B.: Con el gobierno Uribe, llegó el Ejército y volvió la mal llamada seguridad. Sin embargo, también vino la estigmatización de la población. Los Montes de María fueron decretados en 2002 como una de las Zonas de Rehabilitación y Consolidación y una de las medidas que se nos impuso fue la de que las  carreteras debían cerrarse de seis de la tarde a seis de la mañana, hecho que nos convirtió en presos dentro de nuestro propio territorio. Vinieron también los arrestos masivos de campesinos acusados de ser guerrilleros por vivir en zonas de la guerrilla.  Y a pesar de que en 2004 el frente 37 de Martín Caballero se desmanteló, y de que las AUC se desmovilizaron, la violencia contra nosotros no cesó sino que se transformó. 

M.J.D.: ¿Y qué pasó entonces?

S. B.: Las estructuras de poder de los paramilitares quedaron intactas, apareció el microtráfico, el tráfico de armas y los Montes de María se convirtieron en una zona estratégica para esos grupos al margen de la ley. Y aunque el frente 37 de las Farc fue desmantelado quedaron las secuelas del miedo y del sin sentido. Quedaron sus víctimas.  Luego en 2008, se produce el desplazamiento de población más grande en nuestra historia y viene una oleada de una compra masiva de la tierra la cual se produjo de mil formas. Esa compra masiva altera profundamente nuestra cultura porque se cambia nuestra vocación agrícola. De los cultivos de tabaco que generaban empleo y estimulaban el trabajo en familia pasamos a la agroindustria y a los cultivos de teca o de palma que no requieren de gran mano de obra y que no permiten el compadrazgo que sí permitía el cultivo del tabaco. Sentimos que hay un plan estratégico para cambiar nuestra cultura. En ese sentido me gusta el concepto de la paz territorial, porque permite pensar la paz desde los territorios y a nosotros no nos pueden imponer la moda de la agroindustria porque sí. 

M. J. D.: José Félix Lafaurie, presidente de Fedegan  ha planteado la tesis de hacer una mesa para las víctimas de las Farc y otra para las demás victimas. ¿Qué opina de esa propuesta?

S. B.: Yo pienso que debe haber solo una mesa en la que quepan todas las víctimas de todos los actores armados que ha habido en Colombia. Ahora bien, yo sí le diría que en los territorios donde se asentó la guerrilla hay un estigma sobre las poblaciones: la de que son guerrilleros. Ese estigma fue el que justificó las masacres en los Montes de María. Cuando en Calamar, o en Zambrano se asentaron los paramilitares, los del Carmen, los de San Jacinto, los del Salado, no podían ir a esos lugares porque los unos  eran guerrilleros y los otros paramilitares.  Nada más denigrante que tu ciudadanía te la marque el conflicto armado. Y hasta el día de hoy, muchas de esas comunidades gritan porque haya una reparación a su nombre.  

M. J. D.: ¿Y qué es lo que tienen los montenerinos que a pesar de todos los embates de la guerra, tienen la fuerza para renacer de entre las cenizas? ¿De dónde sacan las fuerzas?

S. B.: Montes de María se ha conocido por la violencia que ha imperado y por la corrupción. Pero nunca nadie ha visto la otra cara: la de que somos un territorio de pujanza con una fuerte tradición de asociación cultural y social. Aquí nos dan la oportunidad de reunirnos a cinco personas y ya estamos haciendo una organización social de base. Esa es la fuerza que ha impedido que nos rompan del todo. Esa fuerza es la que hizo que El Salado, luego de la masacre, se esté reconstruyendo. La misma que tiene a Mampuján saliendo también de su tragedia y al Carmen de Bolivar.  

M. J. D.: ¿Tú qué le dirías a las Farc si vas a La Habana?

S. B.: Yo siento que la reconciliación y el perdón no se pueden imponer por decreto. Eso tiene que ser una cosa individual y muy personal. Yo tuve cara a cara a los que mataron a mi hermano. Y les dije que no les guardaba rencor a pesar de que lo que me hicieron era irreparable. Y no porque sea buena, sino porque la estructura de mi espíritu no me da para eso. Estoy convencida de que si uno odia el que se hace daño es uno. Si tengo la oportunidad de tener a las Farc cara a cara les diría que durante casi dos años no pude ver noticieros ni menos ver noticias sobre atentados de las Farc porque me daba molestia. Me inquietaba la vida y empecé a preocuparme porque entendí que no podía dejar crecer en mí este sentimiento porque la que me iba a fregar era yo. Al final logré desprenderme. 

M. J. D.: ¿Y tienen que pedir perdón?

S. B.: Sí. Pero no un perdón decretado como el que ahora está de moda –hasta el presidente pide perdón-. No. Debe haber una manera para que ellos nos convenzan de que no van a volver a repetir lo que nos hicieron, que van a firmar esa paz de verdad, que no se van a volver a rearmar y que están dispuestos a reconocer a sus víctimas sin poner talanqueras. Quisiera también que me expliquen por qué mataron a mi sobrina y a sus amigas, cuando eran niñas que no tenían que ver con el conflicto y por qué le pusieron esa misma noche una bomba a una señora que le lavaba la ropa a la Policía. O por qué le pusieron una bomba a un señor que tenía una funeraria o por qué volaron la ferretería en que murió mi sobrina. Esas bombas no tenían nada de ideológico sino que estaban impulsadas por un tema económico y extorsivo. Las víctimas queremos la verdad de la boca de todos los actores del conflicto, no solo de las Farc. De esa forma nosotros podremos contrastar sus relatos con los de las víctimas. Y ese es el punto en el que estamos nosotros. En el de recuperar las voces de las víctimas a través del museo itinerante de la memoria de Montes de María. 

M. J. D.: ¿Y cómo es ese proyecto?

S. B.: Venimos con la idea de que el museo debe  ser primero un viaje por la memoria, pero no de cualquier forma. Esa narración debe ser íntima, y darse en medio de la confianza que fue lo que la guerra rompió. Segundo, debe ser una recuperación de la palabra, que es lo que la guerra también rompe. ¿Recordar para qué? ¿Para olvidar? ¿Para perdonar, para no repetir? Esas son las preguntas que nos hemos venido haciendo. 

M. J. D.: ¿Cuál debe ser el relato?

S. B.: Consideramos que nuestro museo debe ser un relato paralelo al oficial en el que aflore nuestra idiosincrasia y se entienda cómo y por qué la gente de los Montes de María vuelve a construir de nuevo. Cómo la palabra es tan potente que vuelve a recrear y cómo la memoria tiene una función restauradora porque nos devuelve las ganas de vivir. Y eso se traduce en que las gentes vuelven a retornar a sus pueblos. Los retornos que se dieron en Montes de María casi que obligaron al Estado a hacer una política de acompañamiento: fue la gente la que tomó la iniciativa. Por eso queremos que lo que salga de La Habana, se vuelva de verdad una política de Estado para que nosotros podamos hacer la paz. La paz se construye con vías, con acueductos, con acceso al agua, con salud porque el  conflicto nos empobreció. No por decreto. Pero hay algo peor que la guerra ¿Sabe qué es?

M. J. D.: No lo adivino...

S. B. : La corrupción. La guerra se puede acabar. En La Habana pueden llegar a firmar  el fin del conflicto pero si vienen las inversiones sociales en la región y se topan con que la ciudadanía no está preparada para elegir bien a sus alcaldes entonces viene a ser peor que la guerra. Para evitar eso, se requiere de un proceso pedagógico desde los territorios. Y nosotros estamos en esa tarea. Pero además quiero que quede claro: aquí no ganaron las Farc, ni los paramilitares. A nosotros ninguno de ellos nos derrotó. A pesar de todo, seguimos siendo una población crítica que no cree en las armas. Que cree en el poder de la palabra y en la organización social. Por eso volvemos de menos de cero a reconstruirnos.