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“Subí a más de 100 mujeres a la montaña” NO ES

En diálogo exclusivo con SEMANA, Fredy Valencia, el indigente que asesinó y enterró a más de una docena de mujeres en el cerro de Monserrate, hace sorprendentes revelaciones.

5 de diciembre de 2015

Un país tristemente acostumbrado a escuchar aterradoras historias de crímenes violentos está conmocionado con el caso de Fredy Valencia. Desde la semana pasada este hombre de 34 años de edad ha ocupado la atención de todos los medios de comunicación. No es para menos. Valencia ha entrado a formar parte de la vergonzosa lista de los peores asesinos en serie.

El caso empezó a quedar al descubierto el pasado sábado 28 de noviembre. Ese día, un grupo de uniformados de la Policía de Bogotá que realizaba patrullajes de control cerca al emblemático cerro de Monserrate, en el centro oriente de la capital, notó algo extraño en un pequeño cambuche escondido entre la maleza. Al lado de una construcción de tablas y plásticos rodeada de toneladas de basura y escombros vieron un bulto que les llamó la atención. Al inspeccionarlo descubrieron en su interior unos restos óseos.

Tras el hallazgo llamaron unidades forenses e investigadores de la Sijín. Simultáneamente empezaron a indagar en la zona por el dueño del cambuche. Al caer la noche de ese sábado ubicaron en el centro de la ciudad a Valencia y lo arrestaron. Para ese momento ya habían encontrado cuatro cuerpos más. Para el lunes el tema era un escándalo nacional y la cifra de víctimas ascendía a siete. El viernes siguiente, y después de remover tres volquetas llenas de escombros y basura, la Policía ya había encontrado otros dos cuerpos, para un total de nueve. Sin embargo, la cifra puede llegar a ser muy superior.

Durante días el macabro hallazgo dio para toda suerte de especulaciones. SEMANA habló en exclusiva con Valencia y el asunto que ha salido parece ser peor de lo conocido.



El monstruo de Monserrate

Lo primero que llama la atención de este hombre que habla pausado es que pocas veces mira a los ojos. Siempre desvía la mirada al piso o al techo en busca de palabras para tratar de justificar los crímenes. Más que la atrocidad y la sevicia con la que cometió los asesinatos, su mayor, y única, preocupación es que lo llamen monstruo. “Yo no soy un monstruo, no me gusta que me digan así. Tampoco soy un asesino en serie”, afirma.

Como suele ser usual en los homicidas múltiples es un hombre sagaz que trata de justificar en supuestos traumas de infancia sus acciones. “Yo vivía con mi papá, mi mamá y mis hermanos. A mí me molestaban mucho en el colegio y todo el tiempo me decía ‘no se metan con Valencia, no jueguen con Valencia’. Eso pasaba principalmente con las niñas. Ellas me molestaban mucho. Un día, cuando yo tenía 8 años, unas niñas me bajaron la pantaloneta y quedé mostrando mi miembro. Yo me volví muy agresivo. Mi papá era muy perro y se fue con otra mujer. Y la psicóloga del colegio me decía que me metiera a clases de karate para canalizar mi agresividad”, dijo Valencia a SEMANA.

Por momentos se queda callado y la mirada se pierde en el infinito. Retoma la conversación y dice que no quiere hablar más de su familia. Dice que terminó el bachillerato pero jamás entró a estudiar a una universidad como se ha dicho. “Yo tuve una mujer por la que dejé a tres mujeres más y los vecinos me decían que ella me traicionaba y me ponía los cachos. Por eso empecé a consumir vicio”, afirma.

Según su relato, al terminar el colegio trabajó un breve tiempo vendiendo autopartes. “Después empecé a delinquir y a robar. Yo me la pasaba solo y comencé a reciclar y empecé a hacer mi cambuche en la montaña. Mi familia a veces me regalaba algo de plata para comer”.

Hace siete años, en un intento de robo quedó gravemente herido y pasó seis meses en un hospital. Tenía 26 años de edad. Cuando se recuperó volvió a las calles y pasaba los días en la antigua Calle del Cartucho. “Ahí empecé a ver a muchas muchachas que escarbaban la basura buscando comida. Yo me les acercaba y les decía que les podía dar comida y ropa y que a cambio solo me tenían que dar cinco minutos de placer”, afirmó. “Yo pude haber subido más de 100 mujeres a mi cambuche, algunas se quedaban varios días o semanas y luego yo las sacaba. La mayoría eran muy desordenadas”.

Aunque dice estar arrepentido, sus palabras no suenan sinceras ni muestra el menor remordimiento. Dice que asesinó a la primera de ellas hace cuatro años porque quiso robarle una chaqueta. “Ella intentó chuzarme. Entonces yo la empecé a ahorcar. Yo no la quería matar. Pero después de esa vino otra y otra y otra. Yo siempre las ahorcaba pero no siempre para matarlas. A veces las ahorcaba y luego las trataba de reanimar porque no es cierto lo que se dice. Yo no tenía sexo con muertas. Por eso trataba de reanimarlas”.

Su voz y la mirada no cambian mientras hace este escabroso relato. “Yo jamás descuarticé a nadie como dicen. Yo por las noches abría los huecos, las envolvía y las tapaba con tierra y los escombros”, recuerda sin inmutarse.

Aunque trata de justificarse, en medio de su cinismo dice que no es un asesino en serie. Sabe perfectamente que estaba cometiendo homicidios atroces, tanto así que reconoce que jamás pensó en entregarse a las autoridades “porque yo sé que había cometido un delito”.

Como si toda esta macabra historia no fuera lo suficientemente aterradora, Valencia afirma que no se acuerda del nombre de sus víctimas. Pero dice que sí tiene muy claro y grabado en su mente la cara de cada una de ellas y los sitios en la montaña en donde las enterró. Lo más espeluznante es que con una pasmosa tranquilidad afirma que, si bien hasta ahora han encontrado nueve cuerpos, la realidad es que la cifra es mucho mayor. “Yo me acuerdo que por lo menos fueron 18 mujeres más”, concluye.

Hasta la tarde del viernes los investigadores de la Policía habían encontrado los restos de nueve mujeres, cuyas edades oscilan entre los 20 y 35 años. Valencia sabía escoger muy bien a sus víctimas y, por eso, siempre buscó mujeres que llevaban años en las calles a quienes, según él, nadie extrañaría.