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POLÍTICA EXTERIOR

Tapando goles

Defenderse todo el tiempo no funciona. Ni en el fútbol, ni en las relaciones internacionales. Ni con Ecuador, ni con Venezuela, ni con Estados Unidos

16 de diciembre de 2006

El año 2006 termina como finalizó 2005: con una grave crisis diplomática con Ecuador por desacuerdos sobre qué es permitido en los 526 kilómetros de frontera entre los dos países. Con una agenda comercial y de seguridad al capricho de la voluntad de otros -Venezuela y Estados Unidos-. Con una política exterior dedicada a apagar incendios, colgarse de los palos y evitar goles. Con declaraciones encaminadas a lograr el aplauso de las galerías y el reconocimiento interno, pero contraproducentes a la hora de generar consensos y confianza fuera del terruño colombiano.

Esta proclividad de aplicar las lógicas y el razonamiento de la política doméstica a lo internacional no es nueva. Ha sido la piedra angular del gobierno del presidente Álvaro Uribe desde cuando arrancó en 2002. Por eso,

y así ocurrió nuevamente este año cuando habla ante audiencias internacionales, llámese por ejemplo la Asamblea General de Naciones Unidas, no duda en referirse a asuntos muy locales. (¿A qué embajador le interesa de verdad el programa de guardabosques

)

Y por eso, cuando vio embolatado el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, decidió viajar a Washington en febrero a apersonarse de las negociaciones. Y en noviembre hizo lo mismo para impulsar la prórroga de las preferencias andinas. Y ya prometió reunirse con cada uno de los 535 congresistas gringos, si es necesario, para lograr la aprobación del TLC, ignorando de paso que esa responsabilidad es inherente a la embajadora Carolina Barco.

Y no es sólo con Estados Unidos. La decisión de reanudar la fumigación con glifosato de cultivos ilícitos a pocos kilómetros de los límites con Ecuador es fiel a su filosofía. A simple vista, el razonamiento del mandatario colombiano es consecuente con su posición vertical contra el narcotráfico y la guerrilla. Se ha incrementado la siembra de coca en esa región, gracias a la suspensión de las aspersiones aéreas acordada con las autoridades de Ecuador en noviembre del año pasado. Como es su estilo, al conocer esa información, ordenó el reinicio de la operaciones de fumigación. Lo justificó con creces días después: "Con 10.200 hectáreas las Farc es capaz de financiar la destrucción del mundo". Esa claridad de pensamiento y esa firmeza en la acción, que tantos réditos le representan ante la opinión pública colombiana, cada vez tienen menos acogida fuera del país. De qué sirven los goles de local, si valen la mitad que los de visitante en la política internacional.

La reacción ecuatoriana fue reveladora. Es una agresión de parte de Colombia; un acto hostil hacia Ecuador", dijo el presidente electo Rafael Correa. "Seguiremos hablando con los países de la región para que el bloque regional exija al presidente Uribe parar dichas fumigaciones".

Para cualquier observador de la política ecuatoriana de los últimos años y de las relaciones con Colombia en este período, el disgusto de Correa era previsible. Muy previsible. Acaba de ganar unas elecciones en las que rehusó calificar a las Farc como terroristas y anunció el cierre de una base norteamericana antidroga en 2009. ¿Valía la pena alborotar el avispero semanas antes de que se posesionara como Presidente? ¿Era necesario fumigar este mes? ¿Se buscaba transmitirle al futuro mandatario el mensaje de que el gobierno colombiano actuará unilateralmente para defender su soberanía, pase lo que pase (todo indica que no hubo consulta previa con su par de Quito)? O, como lo han insinuado algunos críticos, ¿estaba haciéndoles el mandado a los gringos? Independientemente de los objetivos inventados o reales, las consecuencias se ven a la vista. A la canciller María Consuelo Araújo le ha tocado utilizar toda su diplomacia para bajarle el tono a la disputa y evitar que se propague la conflagración.

Difícil prever qué impacto tendrá esta crisis sobre el otro país vecino que en el pasado pasó por las mismas duras y maduras con el gobierno de Uribe y que hoy es un aliado de primera de Correa: Venezuela. Según las declaraciones públicas tanto del presidente Hugo Chávez como de Uribe, las relaciones colombo-venezolanas van viento en popa. El diálogo, dicen, es constante y constructivo. Es cierto que en 2006 no hubo el habitual problema fronterizo. Que el anticolombianismo no afloró con especial intensidad en la campaña electoral. Que Chávez no ahorró elogios para Uribe. Pero también es cierto que este fue el año en que Venezuela se retiró de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y en que Colombia votó por Guatemala y no por su vecino en la reñida contienda por una silla en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Desde su nacimiento, la CAN siempre fue Colombia y Venezuela. Era la prueba reina de la integración andina. Y aunque actualmente se negocia un nuevo acuerdo comercial con Caracas para no perder el ímpetu del millonario intercambio de bienes y servicios, siempre quedará la duda de si no era previsible esa tirada de puerta. Igualmente, si no era preferible apoyar a Chávez en la ONU

como un gesto de hermandad andina, bolivariana, etc.

, que a otro gobierno progringo. Si por estar mirando tanto al norte se olvidó del vecindario. Porque si algo ha distinguido al gobierno de Uribe estos 53 meses es su apoyo irrestricto a la administración del presidente George Bush. Ni el gobernante partido republicano ha sido tan leal. ¿Ha sido recíproco ese amor? No es una pregunta inocua. Porque fija las bases sobre las que está construida la relación.

En 1991, el Congreso de Estados Unidos aprobó darles preferencias comerciales unilaterales a Colombia y los otros países andinos como reconocimiento a su lucha contra el narcotráfico. Era un premio, una señal de que comprendían el concepto de corresponsabilidad. Este diciembre, el Congreso otorgó una prórroga de seis meses a las preferencias y las condicionó a que esos países aprobaran unos tratados de libre comercio, que son bilaterales. Se acabó el almuerzo gratis. ¿Aliado incondicional? n