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Terror en las ciudades

La anunciada guerra urbana de las Farc arrancó. Villavicencio, Bogotá y Cali son los primeros blancos de sus cruentas acciones ¿Hasta dónde pueden llegar?

15 de abril de 2002

Eran las 10:30 de la mañana del jueves 11 de abril cuando el carro de José Luis Arcila, representante a la Cámara por el Valle del Cauca, fue detenido por un hombre de corta estatura con el uniforme del batallón de contraguerrilla Numancia de la Tercera Brigada del Ejército, que dirigía un improvisado retén sobre la carrera novena en pleno centro de Cali a una cuadra de la Gobernación del Valle. Arcila se enteró que estaban desalojando la zona pues existía la amenaza de una bomba en la sede de la Asamblea Departamental. De inmediato se comunicó por celular con su amigo y diputado Carlos Alberto Charry, quien se encontraba en el recinto. Este le dijo que los estaban montando en una buseta blanca polarizada que el Ejército había traído para sacarlos y llevarlos al Batallón Pichincha. En ese momento el conductor de Arcila comentó que esos soldados eran muy bajitos para ser de un grupo élite de contraguerrilla y que algunos llevaban mal puesto el uniforme pero en medio de la angustia y el afán del momento nadie le prestó atención. Arcila se fue a su oficina y sólo unos minutos después se enteró de que todo se trataba de un secuestro masivo.

Doris Hernández, la asistente personal del presidente de la Asamblea Departamental, Juan Carlos Narváez, había sentido miedo cuando vio entrar a los soldados a la Asamblea. Por eso no dudó en montarse a la buseta polarizada que los hombres del Ejército habían traído para sacarlos del peligro. Alcanzó a pensar que en Colombia no todo salía mal pues las Fuerzas Militares se habían anticipado a lo que hubiera sido una tragedia. Pero su ilusión no duró. Ya viajando en la buseta el comandante Santiago, jefe de la operación guerrillera, les informó a las 14 personas que eso era un secuestro masivo realizado por el frente 30 de las Farc en conjunto con la columna móvil Arturo Ruiz y un grupo de milicias urbanas.

La caravana, compuesta por dos motocicletas, la buseta con los secuestrados y un camión con 30 guerrilleros, salió del centro de Cali y en menos de 10 minutos tomó la vía que conduce al parque natural Los Farallones. Los secuestrados permanecían sentados y en silencio. Los guerrilleros no encontraron grandes obstáculos para salir de la ciudad pues un convoy del Ejército, como aparentaban serlo, fácilmente recibe preferencia entre el tráfico vehicular. Cuando dejaban atrás la estatua de Cristo Rey, ubicada en uno de los cerros tutelares de Cali, la buseta se descompuso y los secuestrados fueron trasladados al camión en que venía la treintena de guerrilleros.

Cuando se acercaban al corregimiento de Pichindé los guerrilleros se mostraron bastante tensos y comentaban que la Policía los podía estar esperando para emboscarlos. Doris Hernández, que hasta ese momento se había entretenido ayudando a varios de los diputados que se encontraban mareados por el vertiginoso escape, se dio cuenta de que esta era la última esperanza de ser rescatados antes de que se adentraran en la cordillera. También pensó que de presentarse un enfrentamiento con la Policía sus vidas correrían peligro. Esta incertidumbre la estuvo torturando hasta que vio a los guerrilleros celebrar y comentar que habían coronado la misión.

La caravana continuó su carrera y hacia las 11:15 de la mañana llegaron al final de la carretera en el corregimiento de Peñas Blancas. Allí los subversivos se relajaron por un momento y tomaron gaseosa. Juan Carlos Narváez les reiteró a los guerrilleros una petición que ya les habían hecho de liberar a los secuestrados que no eran diputados. Esta vez el comandante accedió. Doris Hernández dice que al principio no quería devolverse y dejar a su jefe solo en medio de semejante situación, pero fue él mismo quien la convenció.

Los guerrilleros les entregaron botas y ropa a los diputados para que se cambiaran y les avisaron que de allí en adelante seguirían huyendo a pie por entre las montañas. Doris vio impávida cómo su jefe y los demás secuestrados eran llevados por una trocha y desaparecían entre la selva.

Un campesino alto y fornido de 30 años, oriundo de Pichindé, ese mismo jueves sobre las 11:30 de la mañana estaba recogiendo leña cuando un fuerte estallido lo sorprendió. Instintivamente levantó la cara al cielo y divisó, con esa increíble capacidad que tienen las gentes del campo para reconocer los cambios en el paisaje, una estela de humo dejada por uno de los proyectiles que lanzan los helicópteros Black Hawk. En ese mismo instante supo que el Ejército estaba combatiendo a la guerrilla. Y, como siempre que esto sucede en esa zona, resolvió meterse en su rancho y sintonizar las noticias en la radio. Se enteró de que por su monte llevaban los guerrilleros a los secuestrados y el Ejército los perseguía sin tregua.

Luis Alfonso Salazar, el presentador de noticias de la cadena Super en Cali, llevaba al aire tres horas y 20 minutos cuando recibió una llamada de los secuestrados informando las exigencias de las Farc. Pedían que la Asamblea Departamental no sesionara porque la democracia había sido duramente golpeada con este secuestro masivo y en segundo término, pedían a las autoridades y a la fuerza pública que detuvieran los operativos militares en la zona ya que la vida de los secuestrados corría peligro. En el comunicado también confirmaron los nombres de los diputados secuestrados: Juan Carlos Narváez, Nacianceno Orozco, Carlos Alberto Charry, Jairo Hoyos, Alberto Quintero, Sigifredo López, Francisco Giraldo, Ramiro Echeverry, Edinson Pérez, Alberto Barragán, Rufino Varela y Héctor Fabio Arizmendi. De éste último afirmaron que se encontraba muy grave. Al final de la llamada se alcanzaronn a escuchar ráfagas de ametralladora y explosiones. Eran las 3:05 cuando la comunicación se detuvo.

A las 3:50 se escucharon en la misma radio las declaraciones del general Pedraza, comandante de la Tercera Brigada del Ejército, desde uno de los helicópteros que sobrevolaban la zona: “La única posibilidad de que se detengan las acciones militares es si las Farc liberan de inmediato a los diputados, de otra forma seguiremos adelante”.

El fotógrafo Juan Bautista, que trabaja de free lance, había llegado al lugar de los hechos y aprovechó que pasaba una caravana conformada por tres camperos con colegas que ofrecieron llevarlo. Siguieron adelante y en Pichindé les avisaron que los secuestrados, que iban por Peñas Blancas, podían ser liberados pues el Ejército tenía acorralada a la guerrilla. Se detuvieron a sacar fotos. Con sus colegas de RCN Televisión siguieron avanzando. “Lo que pasó luego es indescriptible, dijo Juan Bautista. Una ráfaga desde uno de los helicópteros nos alcanzó e hirió de muerte al conductor, los demás nos bajamos, yo me quité la camisa blanca y comencé a gritar que éramos periodistas, agitándola sobre mi cabeza. Pero la gente del helicóptero no nos escuchaba. Siguieron disparando y en la tercera ráfaga le destrozaron la rodilla al camarógrafo. En ese momento nos tiramos a un zanjón al lado de la carretera y recibimos otras dos ráfagas pero gracias a Dios no nos alcanzaron las balas”.

Mas terror

Desafortunadamente el camarógrafo y el conductor de RCN murieron. El secuestro masivo en Cali iba dejando el viernes en la tarde además un saldo de un policía y tres soldados muertos. El desenlace final del atroz episodio aún no se conoce porque en la persecución de los guerrilleros pueden caer muchos más. Fue sin duda la acción que reveló de forma más dramática el cambio de estrategia de las Farc: su salto a las ciudades. Pero no fue la única ni la más cruenta.

En una sola semana el terror se hizo sentir en muchas ciudades. El 7 de abril una trampa con dos bombas, una de 20 kilos de dinamita y otra de 80 kilos de clorato de potasio, destruyó la zona rosa de Villavicencio y dejó 10 muertos y 67 heridos. El martes 9 un cadáver bomba en Sibaté mató al capitán Germán Arturo Ruiz, de la unidad de antiexplosivos, y a un oficial que lo acompañaba. El mismo día petardos en el centro de Bogotá causaron pánico y explotó un proyectil de superanfor a dos cuadras del palacio presidencial. El viernes 12 de abril dispararon un cohete M72 antitanque contra las instalaciones del canal RCN en el occidente de la capital. El artefacto recorrió 200 metros e impactó en una edificación aledaña

Todas las pruebas, versiones, coincidencias y circunstancias apuntan a las Farc como responsables de estos hechos, que asombraron a un país donde los casos de violencia que realmente causan zozobra y conmoción son excepcionales. Las acciones de Villavicencio, Cali y Bogotá representan un punto de quiebre en el conflicto colombiano al plantear el traslado de la guerra rural a la urbana.

En primer lugar, y para los que todavía tenían dudas, la máscara de la guerra insurgente se volvió la cara de la guerra terrorista. La dialéctica de las armas se volvió la síntesis de la dinamita. Luego de los cadáveres descuartizados, los llantos de agonía y los hierros retorcidos de la semana pasada, los eufemismos que se solían utilizar para catalogar a las Farc quedaron despejados: es terrorismo puro y duro.

En segundo lugar, las tres acciones que ejecutó la guerrilla representan las tres caras de este nuevo estadio de la guerra.

Si finalmente se comprueba que el atentado en el corazón de Villavicencio fue intencional de las Farc, sería la cara del maquiavélico replanteamiento de sus fines militares. Por primera vez las Farc estarían utilizando el terrorismo con el único propósito de atacar a la población civil. Por la hora y la ubicación, parece claro que esa bomba sólo pretendía matar el mayor número de personas y generar el mayor pánico colectivo. Esto no sucedía con tan pérfida claridad desde los tiempos de Pablo Escobar. Es cierto que las Farc siempre han utilizado el terrorismo pero lo han hecho más como un medio que como un fin en sí mismo. Sus perversos y conocidos métodos terroristas (pipetas de gas, cilindros, dinamita, etc…) solían estar orientados contra objetivos militares aunque no les importara que murieran en el camino personas inocentes. Si ahora el objetivo de las Farc son esas personas inocentes es porque la lógica del terror es su nuevo y efectivo medio de avance táctico.

Los petardos que estallaron en el centro de Bogotá son la cara del impacto sicológico de la guerra terrorista. Tres petardos de baja intensidad fueron suficientes para paralizar el centro de la capital y generar zozobra en ocho millones de habitantes. Y también fueron suficientes para que al día siguiente se cancelaran los Juegos Suramericanos que se iban a realizar en la capital. Las sirenas, los chismes y los amagos de bombas en diferentes lugares lograron crear una paranoia colectiva que dejó en evidencia la vulnerabilidad de una sociedad cuando es invadida por el miedo. En este episodio quedó claro cómo los actos de terror necesitan de los medios de comunicación para magnificar su efectos dañinos. “Los medios

—dijo Margaret Thatcher cuando Londres estaba asediada por los dementes ataques del IRA— son el oxígeno que necesita el terrorismo para poder sobrevivir”.

La impresionante incursión del comando de las Farc en Cali es la cara de la sorprendente efectividad del enemigo y de los interrogantes que deja la reacción del Estado frente a la nueva ofensiva urbana. Que un grupo de 30 hombres de las Farc, cuyo imaginario y conocimiento es eminentemente rural, logre secuestrar a 12 diputados en pleno centro de Cali en una operación hollywoodesca, inteligente, bien planeada y sin una sola baja, deja un sabor amargo de lo que podrían ser capaces de hacer en el futuro. Pero también deja un mal sabor sobre la capacidad de las fuerzas del Estado para enfrentar este nuevo frente de la guerra. Si bien en Bogotá hubo una positiva reacción de las autoridades —lograron desactivar varios petardos y decomisar decenas de kilos de dinamita—, en Cali las Farc consiguieron evacuar a los secuestrados en una imponente caravana que atravesó la mitad de la ciudad sin que las autoridades se dieran por enteradas. ¿Por qué la Policía no pudo reaccionar? ¿Por qué no se bloquearon las principales salidas de la ciudad? ¿Acaso fue un golpe perfecto? ¿Faltó colaboración de la ciudadanía en alertar a las autoridades? Son interrogantes que todavía gravitan alrededor de un hecho que aún indigna y desconcierta al país.

La acción de Cali es un ascenso más en las técnicas y tácticas urbanas de las Farc que ya en el último año habían alertado de cuál era el camino que seguirían.

Una noche de julio pasado en Neiva, —cuando Colombia celebraba el paso a la final de la Copa América de fútbol— más de 100 guerrilleros de la columna móvil ‘Teófilo Forero’ de las Farc se tomaron el edificio Torres de Miraflores y secuestraron a 15 personas. En esa ocasión utilizaron explosivos para destruir las puertas blindadas de los apartamentos. Y luego atravesaron toda la ciudad sin que les causaran un solo herido. A los seis meses, el 20 de febrero, cuatro guerrilleros de las Farc secuestraron un avión comercial de Aires que recién había decolado del aeropuerto Benito Salas de Neiva, lo hicieron aterrizar en una carretera y secuestraron al senador Jorge Eduardo Gechem Turbay.



Aprendices de explosivos

La pregunta que se hacen todos los colombianos es qué tan grave puede llegar a ser una ofensiva de las Farc en las ciudades. En otras palabras, qué quiere decir que la guerrilla haya llegado a las ciudades.

“En realidad el accionar de las Farc en las ciudades no es nuevo. Lo que ahora estamos viendo es la metamorfosis de las milicias de ese grupo guerrillero, que de buscar jóvenes para reclutar en los barrios populares, ejecutar secuestros en la zonas altas y hacer vigilancia en el resto de las ciudades pasaron a ser la primera línea de fuego de la guerrilla”, dice un miembro de la Unidad de Análisis de Inteligencia del Departamento Administrativo de Seguridad, DAS.

El problema con las milicias entonces no es de discutir o no su existencia sino de analizar su real capacidad militar. “Esto no lo hacen solos, pues hay una absoluta coordinación con los frentes y bloques rurales. La debilidad de los milicianos estaba en el manejo de explosivos, por lo que el secretariado ordenó que cada frente desplazara hacia las ciudades a los ‘expertos’ en explosivos y lanzamiento de cilindros”, dice uno de los miembros del Grupo Interinstitucional Antiterrorismo (Giat).

Tradicionalmente las redes de apoyo de las Farc en las ciudades, las milicias bolivarianas y populares, han carecido de entrenamiento militar, unidad de mando, conocimiento técnico y labores de inteligencia. Las milicias de las Farc, que fuentes oficiales estiman en 6.000 en todo el país (aunque la cifra parece exagerada), más que comandos urbanos o redes de apoyo han sido grupos delincuenciales o pandillas en decadencia al servicio del mejor postor. Su desorganización y falta de preparación militar, y su desconocimiento de la jungla de cemento, explican que pese al alto número de supuestos milicianos de las Farc no hayan tenido un mayor impacto pese a llevar más de 10 años en la estrategia de llegar a las ciudades.

Según el juez español Baltasar Garzón, el grupo terrorista vasco ETA está compuesto por menos de 300 hombres muy bien entrenados, que son los responsables de los atentados y asesinatos selectivos; el resto, cerca de 800, son redes urbanas de apoyo logístico. De lograr las Farc conformar un grupo de sólo 100 efectivos muy bien entrenados, con la tecnología y los conocimientos en explosivos, podrían sumir a Bogotá en el caos. Lo sucedido la semana pasada revela que las Farc han logrado un avance pero todavía están muy lejos de crear comandos terroristas bien entrenados estilo ETA.

Por otro lado, el secretariado dio la orden a los frentes de formar tenazas alrededor de las ciudades e iniciar acciones contundentes para luego replegarse en el campo. El caso de Bogotá es evidente. En los últimos 15 días la tentativa de volar el puente del Boquerón —cerca de la población de Pandi en Cundinamarca—, el intento de ejecutar una acción terrorista en el puente del Sisga —frustrada por labores de inteligencia del Ejército— y la tentativa de volar el puente del Boquerón de Chipaque, en la vía al Llano, buscaban incomunicar la capital con el país. “Estas son típicas acciones ya no de una guerrilla rural y campesina como tradicionalmente se ha identificado a las Farc, sino de grupos de asalto de más nivel profesional”, dice la misma fuente del Giat.



Guerra impopular prolongada

Está claro que el presidente Andrés Pastrana fortaleció sustancialmente a las Fuerzas Militares. Ahora queda claro que las Farc también hicieron lo mismo. “Lo que ocurre es que mientras el gobierno se preparó para enfrentar una lucha rural las Farc concentraron sus esfuerzos para librar una guerra urbana”.

El secuestro masivo en el propio edificio de la Asamblea de Cali, la ola de bombas en otras ciudades y los atentados contra la infraestructura que alimenta los servicios públicos a las grandes urbes puede cambiar la dinámica del conflicto por el mismo hecho de zozobra que se crea en el país al sentir la presencia de las Farc. “Hubo un tiempo en que la gente pensaba que los miembros de las Farc eran algo amorfo, distante. Luego, con el proceso de paz, se les vieron el rostro, los fusiles y sus intenciones. Aunque provocaban indignación más que temor pues al fin y al cabo estaban entre la montaña. Con lo de Cali todo cambió pues se les vio en las ciudades, en pleno centro, caminando, armados, y casi sin inmutarse”, dice un analista.

La estrategia de las Farc sigue paso a paso la de la guerra popular prolongada que diseñó en los años 20 Mao Zedong. “Según esta estrategia las guerrillas debían desarrollar una lenta acumulación de fuerzas, creando en sus inicios bases de apoyo en zonas muy apartadas y evitando enfrentamientos desventajosos y definitivos con el ejército regular. Posteriormente las guerrillas se irían cualificando, adquiriendo más apoyos políticos y mayor capacidad de combate, hasta lograr un equilibrio de fuerzas con su adversario”, dice el analista Alfredo Rangel. Para Mao una chispa era suficiente para incendiar toda la pradera.

Pero mucho va de la guerra popular prolongada de Mao en los años 20 a la guerra antipopular del ‘Mono Jojoy’ y sus secuaces luego del 11 de septiembre. En China Mao se tomó el poder. En Colombia, a pesar de los cobardes y aterradores hechos de la semana pasada, las Farc nunca han estado más lejos de tomarse el poder. El terrorismo es un síntoma de debilidad militar y cada bombazo los aleja más de sus pretensiones revolucionarias. Qué diría hoy ‘Jacobo Arenas’, jefe ideológico de las Farc, que en la VII conferencia dijo: “Caer en el terrorismo es un aventurerismo y son los últimos movimientos de una fiera muerta”. ‘Jacobo’ debe estar revolcándose en su tumba.