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TIROFIJO FIRMA LA PAZ

Acuerdo entre las FARC y el Gobierno abre esperanzas de paz real en Colombia

30 de abril de 1984

Cuando la paz era un tema que ya no merecía ni el interés ni la credibilidad de los colombianos, el miércoles 28 a las 10:30 de la noche apareció en pantalla una cara hasta el momento desconocida, la del nuevo Secretario de Información y Prensa de la Presidencia, Román Medina, quien leyó un lacónico comunicado según el cual el Presidente estaría estudiando la propuesta que las FARC le acababan de entregar a la Comisión de Paz. A pesar de la parquedad de la presentación, detrás de ese hecho se escondía toda una epopeya. Era el momento culminante después de varios meses de esfuerzo por parte del Presidente de la República y del principal grupo guerrillero del país, las FARC, para llegar a un acuerdo de un cese de hostilidades.
LUGAR PROPICIO
El martes 27 un periodista y un reportero gráfico de SEMANA en compañía de otros colegas de Caracol y del Noticiero de las 7 hicieron aterrizar al helicóptero en que viajaban, en una pista clandestina, ahora abandonada, que había sido utilizada años antes por las FARC. El propio Tirofijo había tenido un campamento en ese lugar. La pista era una pequeña franja limpia en medio de la espesura de la selva y estaba a 20 minutos de vuelo del caserío de La Uribe. Por informaciones ambiguas que se habían filtrado, los periodistas sabían que, en algún punto a escasa distancia de allí, se estaba llevando a cabo la firma de las bases de un acuerdo de paz entre la Comisión y la plana mayor de las FARC. Sin embargo, los periodistas no tenían manera de llegar hasta ellos. En efecto, a 30 minutos en mula de la pista clandestina, habían aterrizado a mediodía del lunes 6 miembros de la Comisión: John Agudelo Ríos, Rafael Rivas Posada, Alberto Rojas Puyo, César Gómez Estrada, Samuel Hoyos Arango y Margarita Vidal.
Sus interlocutores eran los integrantes del Secretariado Político de las FARC: Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas, Jaime Guaracas, Alfonso Cano y Raúl Reyes.
El punto de encuentro había sido escogido por las FARC tiempo atrás, según quedó constancia en una entrevista que hacía meses Tirofijo había concedido a Caracol y en la cual él mismo había pronosticado: "La Uribe puede ser un sitio propicio para realizar una reunión". El lugar no había sido seleccionado arbitrariamente. La Uribe, amplia región selvática, no solamente está estratégicamente ubicada en el centro del país, sino que además, por sus condiciones geográficas, es un lugar ideal para el refugio de los grupos guerrilleros. El epicentro de esa región es un rudimentario caserío de apenas 400 habitantes, donde en el momento están apostadas dos compañías del Ejército. A pesar de haber estado tradicionalmente en zona guerrillera, sus habitantes sólo vieron descender a los rebeldes al pueblo una vez hace cinco años, cuando una columna de 140 hombres irrumpió e hizo abrir las tiendas para proveerse de alimentos que pagaron antes de volver a internarse en el monte.
Aún cuando algunos medios de prensa sugirieron que el lugar de encuentro podía ser ese caserío, las FARC lo evitaron por la presencia del Ejército y lo hicieron a pocos kilómetros de distancia en un campamento cuidadosamente camuflado entre la manigua. Lo que no supieron los sabuesos de la prensa sino hasta después de que el encuentro se llevó a cabo era su ubicación exacta: un pico de la Cordillera Oriental en el límite de los departamentos del Meta y el Huila a orillas del río Duda.
LLUVIA Y LECHONA
Inicialmente se rumoró que a la reunión acudiría como representante del Presidente el ministro de Gobierno, Alfonso Gómez Gómez. Sin embargo, éste nunca llegó a viajar. Los seis miembros de la Comisión de Paz que sí lo hicieron fueron designados por el Presidente de la misma, John Agudelo Ríos. El carácter estrictamente secreto de la reunión obligada a tomar las máximas precauciones, lo cual explica que los comisionados sólo hayan conocido la fecha fijada y el lugar de su destino, cuando ya estaban a bordo del helicóptero que habría de conducirlos allí.
Cuando se encontraron el lunes a las cinco de la mañana en el helipuerto, los seis estaban plenamente conscientes de las dimensiones históricas de su misión. Era la segunda vez que miembros de la Comisión de Paz iban a tener contacto directo con el estado mayor de las FARC. La vez anterior había sido en febrero de 1983, cuando lo hicieron en el municipio de Colombia en el Huila. Desde entonces hasta hoy, estuvieron a punto de cuajar cuatro intentos de celebrar reuniones que fracasaron unas veces, por razones políticas y otras, por fallas organizativas. También estaban conscientes los comisionados de la necesidad imperativa de mantener absoluta reserva: ni más ni menos que porque el encuentro del Presidente en Madrid con el M-19 estuvo a segundos de frustrarse por una filtración de información a través de la radio.
A pesar de que el vuelo fue bueno y el aterrizaje en Villavicencio se produjo sin contratiempos, más tarde se presentaron inconvenientes que nuevamente pusieron en peligro el éxito de la misión. Por problemas meteorológicos, al helicóptero no se le permitió decolar, lo cual atrasó varias horas la llegada al punto señalado.
Por otra parte, era tan difícil ubicar el lugar, que el piloto debió sobrevolar muchas veces el área, corriendo el riesgo de tener que devolverse por agotamiento del combustible. Sin embargo, finalmente descubrieron la bandera que señalaba el lugar, y descendieron.
El hombre de suéter azul y toalla al cuello de flores,también azules,que los estaba esperando era, ni más ni menos, que Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez, conocido como Tirofijo. De no ser por el traje de fatiga y un arma terciada de la que no se separa nunca, su figura rústica podía pasar por la de un campesino cualquiera. Sin embargo, los años de la "violencia" y las epopeyas de El Pato, Marquetalia y Guayabero --las repúblicas independientes-es taban estrechamente ligados a su nombre. Ese hombre de mirada torva, mezcla de malicia indígena y sentido común, 53 años de vida y más de 30 de lucha guerrillera, que recibía cordialmente a los comisionados de la paz, había sido durante mucho tiempo el hombre más buscado por el gobierno colombiano.
Era la una de la tarde. Los guerrilleros habían estado esperando el arribo de los miembros de la Comisión desde tempranas horas de la mañana. Inclusive se habían bebido ya unas cervezas que tenían dispuestas para el recibimiento y por tanto se negaron a iniciar las conversaciones esa tarde. Ni siquiera aceptaron hacer el intercambio de documentos preparados de parte y parte. Optaron más bien por romper el hielo tomándose el resto de la cerveza, unas botellas de whisky y otras de cognac.
Al calor de los tragos se dedicaron a intercambiar anécdotas y a conversar sobre asuntos intrascendentes. Aparte de la alta dirección de las FARC, estaban presentes cerca de 30 guerrilleros más, incluyendo varias mujeres jóvenes. A la una de la mañana se recluyeron en las toldas de campaña. Los cinco hombres de la Comisión en una carpa, y la periodista Margarita Vidal en otra con las guerrilleras. Entrada la noche cayó un fuerte aguacero y por el terreno del campamento, levemente inclinado, corrieron ríos de agua. Los hombres no sufrieron tanto las inclemencias del tiempo, porque estaban en una tolda cerrada, pero Margarita Vidal, que había sido instalada en una sin paredes, padeció lluvia y frío durante la noche.
Al día siguiente muy temprano se inició el diálogo que fue siempre muy cordial y no presentó ningun obstáculo, pues se trataba en realidad del intercambio de opiniones sobre un documento que hacía tres meses estaba circulando entre la guerrilla y el Presidente pasando por la Comisión de Paz. Estaban instalados en un cobertizo de paja en el centro del campamento y las conversaciones se adelantaron a puertas abiertas, de tal manera que todos los presentes pudieran escuchar lo que sus jefes conversaban. A lo largo de estos meses, el documento había sido mil veces revisado y cada una de sus frases había sido objeto de modificaciones y contramodificaciones. Margarita Vidal pasó a máquina las resoluciones finales y para sellar las conversaciones las guerrilleras prepararonluna lechona.
CAMBIO DE INTERLOCUTOR
El acontencimiento que se llevo a cabo en tan rústico escenario fue, sin embargo, de enorme importancia. Lo que allí se pacto, aunque aún es preliminar, si significa una posibilidad para los colombianos de que en el país se frenara el temido ritmo de centroamericanización que venia amenzando en los últimos años.
La importancia del paso dado podía medirse tomando en cuenta que se había vuelto lugar común una frase según la cual ni el Ejército podía derrotar a la guerrilla, ni la guerrilla al Ejército. Esto en la práctica se aplicaba a las FARC más que a ningún otro grupo, considerando-que estas representan el 75% de los alzados en armas. En efecto, en los últimos seis años, el fortalecimiento de las FARC no podía ser ignorado por quien quisiera hacerse un panorama claro de la vida nacional: de 12 frentes habían pasado a tener 27 y habían abierto 350 grupos de combate equipados con el más moderno armamento que ejercían su influencia en muchos puntos del territorio nacional. Agudos problemas sociales, en particular entre el campesinado, más largos años de ascendiente politico en el campo, le daban a las FARC piso y arraigo suficiente como para descartar la idea de que se tratara de un fenómeno erradicable a punta de bala.
Al inicio de la administración Betancur el interlocutor más evidente y el más buscado para los diálogos de paz era el M-19. Por esos días la presencia de este grupo, que había sabido darse a conocer mediante una serie de golpes espectaculares, era la más llamativa para la opinión pública. Simultánearnente, las FARC, prácticamente ignoradas en la ciudad y sin ningún manejo propagandistico, no figuraban en primera línea de importancia cuando empezó a hablarse de la amnistia. Por entonces, el M-19, sabiéndose protagonista indiscutido, le echó la capa al toro de la paz y montó una vistosa comisión politica que se movia en la legalidad, paseándose desde el despacho del ministeria de Gobierno hasta los salones del Capitolio en donde se hicieron presentar por Pacheco. Sin embargo, a esta colorida salida habría de seguirle una serie de "palazos de ciego" que llevaron al M-19 a oscilar del legalismo total hasta las más cerriles andanadas terroristas. Tan fluctuante posición sólo les reportó la confusión de la opinión pública, que pronto llegó a la conclusión de que los llamados "me cánicos" eran unos oportunistas que aprovechaban la amnistía para "ponerle conejo" al gobierno. Jaime Bateman Cayón, uno de los colombianos más populares en el momenta en que fue decretada la amnistia, a los pocos meses vio decaer sensiblemente su popularidad y su movimiento, después de haber sido el más notorio, se resquebrajó, se dividió y pasó a un segundo plano, retroceso que se acentuó aún más con la muerte de su jefe.
En contraposición, las FARC se movieron con mayor cautela y más coherencia. Dejaron pasar largos dias de silencio que hicieron pensar que se oponian a la amnistia, después de los cuales fueron dejando saber su timida disposición al diálogo. Poco a poco fueron afianzándose en su posición y buscando contactos más directos con el gobierno, dando pasos con avances y retrocesos, pero sin quiebres bruscos, hasta llegar a la reunión definitoria de la semana pasada. Simultáneamente, los diversos estamentos, incluyendo los militares, empezaron a reconocer públicamente que el grupo gerrillero más peligroso era el de las FARC y que, debido a que su posición era permeable, tenían que ser considerados los primeros interlocutores para el diálogo.
Grupos menores como el EPL y el ELN, que hicieron toda suerte de intentos por sabotear la amnistia, ahora parecían comprender que su actitud era altamente impopular, y que tenían que empezar a hacer buena letra si no querian quedar rezagados. De ahi que, a raiz del pacto Gobierno FARC, empezaran por primera vez a anunciar un cambio de tono.
LA RESPUESTA DEL PRESIDENTE
Lo acordado entre las FARC y la Comisión de Paz quedaba, sin embargo, supeditado a la aprobación del Presidente Betancur. Esta se dio el domingo a la noche, en una alocución televisada de casi dos horas de duración, que resultó interferida, en Bogotá, por el M-19 que logró sabotearla durante un buen rato.
Curiosamente el Presidente, quien había perfeccionado el arte de comunicarse con sus gobernados, erró en lo que parecía ser su "cuarto de hora" histórico. En lugar de centrarse breve y concisamente en el tema de la paz y de anunciar de entrada el éxito de la negociación, Betancur prefirió hilvanarlo en medio de un rosario de explicaciones sobre otros tópicos y de cuadros estadísticos, lo cual evidentemente relativizó su importancia.
Sin embargo aunque cogió a la gente distraida y bostezando por el largo prólogo sobre problemas económicos, la respuesta del Presidente a las demandas de la paz finalmente llegó, y fue positiva.
Entre los puntos presentados por el grupo guerrillero--que habían permanecido como top secret hasta ese momento-los dos claves eran las exigencias de medidas "radicales" de reforma agraria, y de implementación de una reforma política.
El primero era altamente polémico, a pesar de que el Presidente lo presentara en un tono tan coloquial que lo hiciera sonar como pan de cada día.
El término en si daba para todo, desde sus acepciones más radicales hasta las más retóricas y carentes de contenido, de tal manera que ponerse de acuerdo en torno a él, en términos abstractos, no parecia demasiado comprometedor. Sin embargo, era evidente que podia no significar lo mismo para los partidos tradicionales que para los guerrilleros, y la opinión pública quedó con la sensación de que detrás de este punto todavía quedaban años de discusiones y negociaciones que permitieran llegar a fórmulas concretas.
Lo referente a la reforma política era en este sentido más claro, pues hacia referencia a una serie de medidas especificas que habian sido propuestas por el propio Betancur desde el inicio de su gobierno, y que consistían básicamente en abrir canales politicos de expresión a aquellos grupos que quisieran cambiar la lucha armada por la lucha legal, y darles plenas garantías para que pudieran hacerlo.
Era evidente que si la guerrilla ofrecía deponer las armas, no era pensando en disolverse en el vacio, sino en canalizar su arrastre entre las masas por las vias democráticas. Había, sin embargo, un obstáculo grande que hacia pensar que a pesar de la buena voluntad del Presidente también este punto sería de compleja implementación: todas las medidas de la reforma política--nuevo estatuto de partidos, garantias a la oposición, etc.--ya habian sido rechazados por un parlamento que les echó bolas negras.
Llamó la atención que el desmonte de los grupos paramilitares, que amenazan con sepultar las buenas intenciones de parte y parte bajo un reguero de cadáveres, y que según se anticipaba sería uno de los puntos claves del acuerdo, no fuera incluido en forma directa.
Un aspecto que dará pie a que los juristas se devanen los sesos, es el referente a la fórmula de "perdón y olvido" con que el Presidente, al ratificar el acuerdo, buscaba darle piso legal. A primera vista, parecia tratarse de una amnistia aun más amplia que la ya promulgada, que cobijara a grupos y personas--empezando por el propio Tirofijo--que no habían quedado absueltos con la primera o que habían extendido sus acciones terroristas más allá de la fecha limite.
No faltaron sectores que consideraron que no dejaba de tener gravísimas implicaciones pactar de esa manera con un grupo subversivo, en la medida en que tácitamente se le estaba reconociendo una legitimidad que siempre se le había negado. Era, ni más ni menos, que reconocerle a éste una indebida importancia política y militar. Que el Presidente tratara "de tú a tú" a un hombre claramente colocado fuera de la ley, como Tirofijo, significaba, para estos sectores ceder demasiado terreno al enemigo. Sin embargo, Betancur parecia manejar otro enfoque: el pacto no aumentaba los alcances de la guerrilla, simplemente reconocía una realidad ineludible.
Y si el pacto Gobierno-FARC suscitó malestar por la derecha, no dejó de despertar algún recelo también por el lado de la izquierda, en cuyas filas quedaba la sensación de que la guerrilla, al presentar pet;ciones tan tímidas, y sobre todo tan gaseosamente formuladas, estaba ofreciendo deponer las armas a cambio de demasiado poco. Lo cual quedaba contrarrestado, en parte, con la serie de condicionantes, plazos y etapas para su eventual incorporación a la vida Civil.
Una decisión de la trascendencia de ésta evidentemente tiene implicaciones que rebasan por mucho el ámbito nacional. Para empezar, afecta las elecciones norteamericanas, en las cuales Centro América es uno de los temas candentes: el acuerdo a que se ha llegado en Colombia debilita a los candidatos de linea dura como Reagan. Los demócratas, por su parte --Mondale, Hart y Jackson--abogan en mayor o menor medida por suspender la intervención norteamericana en Centro América, y de ahi que lo ocurrido en Colombia les venga como anillo al dedo, en la medida en que convence al electorado de la viabilidad de las soluciones a través del diálogo.
Contadora ha sido, como foro, fundamental para pedir que se suspenda la ayuda militar a los contendores (siendo la norteamericana la más visible e importante) y para impulsar el diálogo entre las partes. El Presidente colombiano, a pesar de ser el principal impulsor del grupo, estaba comenzando a perder autoridad y credibilidad por salir a apagar incendios cuando tenia el fuego en casa. De ahi que el acuerdo al cual logró llegar con la guerrilla local impulse el proceso de Contadora, y señale el camino para pactos semejantes en lugares como El Salvador.
LOS PROTAGONISTAS
Sin embargo, a pesar de la serie de preocupaciones que era natural que despertara tan difícil paso en la vida nacional, el sentimiento que primaba en el grueso de la opinión pública era el de alivio y optimismo en la medida en que la rudimentaria reunión celebrada en un punto perdido del mapa en medio del barro y la lluvia, significaba una posibilidad de paz en un país que en forma relativamente imperceptible estaba deslizándose hacia la guerra.
Entre los varios protagonistas del logro, se destacaban cuatro figuras.
La de Manuel Marulanda Vélez, líder máximo de las FARC, el hombre que paradójicamente, tras pasar 33 años en el monte impulsando la guerra de guerrillas, se encontraba que ahora su misión histórica era justamente la de arrastrar a los suyos hacia la paz. La de John Agudelo Rios, quien recibió una Comisión de Paz que ya habia visto pasar sus dias dorados y que se enfrentaba a una opinión pública que la miraba con frialdad y descreimiento, y que sin embargo logró orientarla hacia un acuerdo que le devolvía al país la presencia de ánimo. La del comisionado Alberto Rojas Puyo, el hombre del Partido Comunista que actuara como gran negociador, desafiando a todos aquéllos que pretendieron descalificarlo por su filiación política.
Y desde luego, la del Presidente Betancur, que quedaba consagrado como el paciente y consecuente luchador por la paz que le metia el hombro a su consigna cuando ésta le reportaba alabanzas, pero también cuando por cuenta de ella le llovían criticas. A Belisario Betancur, a quien se le podía recriminar empirismo e improvisación en otros terrenos, había que reconocerle que, en el de la negociación con la guerrilla, se había movido en línea recta con el norte claro, aún en los momentos en que los hechos parecían indicar que ese camino estaba agotado. Esto no es el fin, sino el principio del fin. Las posibilidades reales de que resulte pueden ser una en cien, pero si resulta, el Presidente Betancur habrá partido en dos la historia de Colombia.