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"Todo el conflicto es coca"

Relato de la entrevista que sostuvo con Carlos Castaño el 6 de noviembre de 2000, en el gobierno de Andrés Pastrana, el entonces ministro del Interior Humberto de la Calle con el propósito de lograr la liberación de varios congresistas secuestrados.

Humberto de la Calle
9 de mayo de 2004

A principios de noviembre me enteré del secuestro de los congresistas Zulema Jattin y Juan Manuel López Cabrales. Dada la gravedad de los hechos se decidió que el comisionado de paz, doctor Camilo Gómez, y yo viajáramos a Montería a entrevistarnos con el gobernador, con el doctor Edmundo López Gómez, tío de Juan Manuel, y con Francisco Jattin, padre de Zulema. La reunión se celebró en un restaurante de la ciudad en un tono bastante cordial. Flotaba en el ambiente la idea de que habría una rápida liberación, para enviar probablemente un mensaje al gobierno por medio de los secuestrados. No obstante, poco después comenzó a sentirse que el secuestro iba en serio y que la situación de los rehenes era de alto riesgo. Ya se sabía del secuestro de José Ignacio Zapata, Antonio Guerra, Aníbal Mosterrosa, Luis Villegas y Miguel Pinedo Vidal. La posición de Castaño era que la posible entrevista conmigo tendría dos características: sería un acto humanitario para lograr la liberación y no implicaría un principio de reconocimiento político a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Si el encuentro no se daba, no habría liberación y la vida de los rehenes correría peligro. La comitiva Hacia las siete de la noche del día 5 de noviembre se tomó la decisión de asistir, para lo cual se buscaría de inmediato la compañía de un representante de la Iglesia Católica y otro del cuerpo diplomático. El propio Presidente habló con el cardenal Rubiano, que accedió a recibir una llamada mía para discutir el asunto. Aunque al principio pareció que el propio cardenal estaba dispuesto a viajar, luego me remitió a monseñor Sabogal, que finalmente aceptó. En cuanto al cuerpo diplomático, el Presidente entró en contacto con el embajador de España, Yago Pico de Coaña, que solicitó un breve tiempo para realizar consultas con su gobierno. Como consecuencia de ellas, y previa garantía explícita de mi parte en el sentido de que la reunión no encarnaba un principio de reconocimiento de las AUC, también aceptó. Pasé al teléfono y le comuniqué los detalles logísticos, los cuales habían sido convenidos por Castaño con la defensora del pueblo de Montería, doctora Milena Andrade, que había sido autorizada por el doctor Cifuentes al efecto. El viaje Estando ya en vuelo, el piloto se dirigió a mí y me dijo que estaban haciendo unos trabajos en la pista del aeropuerto de Santa Rosa, lo que imposibilitaba el aterrizaje. O mejor, aun podría ser posible aterrizar, me dijo, pero en ningún caso decolar. En vista de esa situación imprevista, di la orden del aterrizar en Barrancabermeja con el objeto de alquilar allí un helicóptero. La avioneta aterrizó y se dirigió a un cobertizo discreto un tanto alejado del terminal para mantener el sigilo de la operación. Pero tuve una sorpresa desagradable cuando vi la lente de una cámara de televisión por un pequeño tragaluz en lo alto del cobertizo. Lo que había ocurrido es que Antonio José Caballero emitió un boletín de noticias en que anunciaba nuestro viaje. Supe después que por televisión habían pasado un video de la comitiva en el cual aparecía yo hablando por teléfono celular, sin que en ese momento me hubiera percatado de ello. Tan pronto el hecho fue público, Castaño temió una celada y por intermedio de la defensora Milene Andrade me comunicó que la reunión sería cancelada con consecuencias imprevisibles. Yo le expliqué, siempre por conducto de ella, que todo se debía a una circunstancia fortuita y que mi presencia en Barrancabermeja no tenía como propósito recoger efectivos del Ejército, como lo había supuesto, sino que se originaba en el problema de la pista de aterrizaje. Castaño dijo que haría verificar ese punto y que se pondría de nuevo en contacto. Poco después la cuestión se aclaró y nos dirigimos hacia un lugar a unos 40 minutos en avión desde Barranca (.). El encuentro Por fin, al lado de la carretera, encontramos un cobertizo en el que había apostados unos 100 hombres con armas largas y, al lado, en un tenderete improvisado, se encontraban Castaño, un comandante que luego supe se llamaba Julián y era el jefe de las Autodefensas del Sur de Bolívar, dos o tres comandantes más, todos ellos de camuflado con pistolas nueve milímetros y, a su lado, los senadores Miguel Pinedo y Juan Manuel López Cabrales. Castaño se adelantó unos pasos y nos saludó con gran compostura y muestras de respeto. Juan Manuel saludó amablemente pero sin dejar traslucir mayor emoción. Miguel Pinedo me abrazó conmovido. Los demás comandantes mostraron cierta frialdad. Tomé inicialmente la palabra para puntualizar dos cosas: -Esta reunión, como lo convino el señor Castaño con la Defensora del Pueblo, tiene un carácter exclusivamente humanitario, dirigido a obtener la libertad de todos los congresistas secuestrados. En segundo lugar, quiero confirmar que el señor Castaño, además de comprenderlo así, también es consciente de que de ella no se deriva ningún principio de reconocimiento político. Castaño aceptó ambas aseveraciones sin dubitación alguna. "Lo que quiero, señor Ministro, es que la comitiva aquí presente escuche mis planteamientos". Enseguida paso a reseñar, de la manera más fiel posible, el recuerdo que tengo de las palabras de Castaño, pronunciadas en tono vehemente, enfático y con la elocuencia propia de los oriundos del país paisa: "Las autodefensas somos una sublevación antisubersiva. No somos paramilitares y tampoco somos paraestatales. Estamos con el Estado pero lo hacemos por la vía de la subversión. Lo que ocurre es que el régimen penal está desbalanceado. La rebelión es casi un delito leve. Como no existe el delito de antisubversión, entonces a nosotros nos persiguen con una legislación que se dictó contra la mafia. Las autodefensas empezaron como mafia, ahora no. Primero fue la práctica que la teoría. "Todo el conflicto es coca. Hay que acabar con los cultivos ilícitos. Yo le digo sí al Plan Colombia. La coca acabó con el campo. La coca está en tierra mala al lado de tierra buena pero abandonada. No estoy con la sustitución sino con la erradicación de cultivos. "En cuanto a los derechos humanos, quiero señalar que ellos son interindividuales. Hay que aplicarlos en el contexto del conflicto y por parte de todos. Estoy de acuerdo con la aplicación del derecho internacional humanitario, pero de manera simétrica. Por ejemplo, las matanzas de civiles que se nos atribuyen. La verdad es que casi todos son milicianos. Yo me equivoco muy poco porque hago tarea previa de inteligencia. Pero claro que en la guerra siempre es posible cometer errores. Si la guerrilla usa uniforme tanto en el combate como en las labores de inteligencia, yo no haría matanzas. "Esta es una guerra irregular y solo se puede ganar irregularmente. El Ejército es siempre débil para una guerra de esta naturaleza. Ni la guerrilla ni nosotros le tenemos temor al Ejército. "La sociedad, el gobierno, todos los que estamos contra la subversión, compartimos las mismas ideas. El problema es de método. Yo acudo a los únicos métodos eficaces para salvar la sociedad". Estaba ya a punto de terminar la exposición de Castaño. Supongo que como un gesto de cortesía, dijo: "De paso, señor embajador, permítame que le exprese mis condolencias por el desafortunado accidente en el río Atrato que ocasionó la muerte del cooperante español Íñigo Eguiluz y del sacerdote colombiano Jorge Luis Mazo en la embarcación de las AUC". Cuál no sería mi sorpresa cuando el embajador repuso: "Ese no fue un accidente. Fue un asesinato". Castaño, en vez de reaccionar airadamente como yo temía, le dijo con toda calma: "Pues esa es la versión que tengo de mis hombres. Voy a revisar el asunto". Cuando creí que la difícil situación estaba superada, el embajador insistió: "Usted no sabe señor Castaño, le dijo, que usted produce terror en la gente. Esos testimonios no son confiables. Son producto del miedo". Castaño nuevamente, impertérrito, insistió en que haría investigar el asunto de nuevo. "No señor, porfió el embajador. Usted no tiene que investigar nada. Soy un defensor del Estado de derecho. Lo que usted debe hacer es entregar los autores a la justicia colombiana. Nuestro único compromiso es con la legitimidad". En ese momento la tensión era extrema, hasta el punto que temí un desenlace lamentable. Castaño se contuvo, cambió de tema y nos invitó a almorzar. Después de terminar el almuerzo y lavarnos las manos con agua que nos servían sus lugartenientes, dirigiéndose a mí dijo: "Los dos senadores aquí presentes, señor Ministro, pueden viajar con usted de inmediato. Mañana, entre las 11 del día y la una de la tarde, en el parque principal de Tierralta se hará entrega de Zulema, Salgado, Guerra, dos representantes a la Cámara y un civil. En Medellín, hacia las tres de la tarde, se liberará a Meza y a un diputado. Por último, uno de los conductores ya había sido entregado ayer". En cuanto a mi encuentro, antes de salir, el presidente Pastrana sólo me había dado una instrucción. "Dígale a Castaño que le dé una oportunidad a la paz". Cumplí el mandato presidencial, pero no puedo saber si, además de oírlo, el mensaje fue cabalmente interiorizado por Castaño. Hoy, cuando hay seria incertidumbre sobre el paradero de Castaño, luego de comenzado un proceso de acercamiento bajo el gobierno de Uribe, tampoco sé si ese deseo de Pastrana es todavía viable.