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Aunque la política exterior de este gobierno por lo general ha sido acertada, el tratamiento en el caso del presidente de paraguay fue un error

POLÍTICA

Todos contra la canciller María Ángela Holguín

En los últimos días se han presentado críticas al manejo de las relaciones internacionales por cuenta del gobierno Santos. ¿Qué tan válidas son y qué responsabilidad tiene la canciller?

14 de julio de 2012

María Ángela Holguín tuvo una semana de contrastes. Mientras se encontraba en Nueva York presidiendo el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, un honor para cualquier diplomático, fue el blanco favorito de varios columnistas en el país. Parece que de la noche a la mañana el pedestal de María Ángela, al igual que sucede con el de Germán Vargas y el del propio presidente de la república, está comenzando a mostrar grietas. Esto sorprende, pues hace apenas tres o cuatro meses Alberto Casas la mencionaba como posible candidata presidencial y en las encuestas siempre era una de las ministras mejor rankeadas.

¿Cuál es la realidad? Lo que sucede es que cuando se acaban las lunas de miel de los gobiernos, los opositores salen de cacería y los primeros blancos son siempre los más visibles. Por otra parte, cuando la "cruzada contra el terrorismo" del expresidente Álvaro Uribe pone sobre el tapete el tema de la seguridad, las ramificaciones de la política exterior en esta quedan expuestas bajo la lupa.

Las acusaciones que se le han hecho hasta ahora a la canciller son cuatro: 1) Que está obsesionada en complacer a Chávez, 2) que fue imprudente en su pronóstico sobre el inminente fallo 'salomónico' del tribunal de La Haya sobre la delimitación de las aguas con Nicaragua, 3) que la Cumbre de las Américas costó mucha plata y no sirvió para mucho y 4) que se equivocó en la posición que asumió frente a la destitución del presidente Fernando Lugo en Paraguay.

De esos cuatro temas en el que más razón tienen los críticos es en el de la destitución del presidente Lugo. Esa fue una medida que se ajustaba enteramente a la Constitución de Paraguay, la cual le permite al Congreso remover al jefe de Estado por "mal desempeño de sus funciones". La causal para invocar esa norma era que Lugo había tolerado la invasión ilegal de tierras que resultó en la muerte de 17 campesinos desplazados. Después de hacer una evaluación sobre el caso, la votación en contra del presidente fue abrumadora, 76-1 en la Cámara de Representantes y 39-4 en el Senado.

Chávez y sus aliados contaban con Lugo como uno del combo y por lo tanto tenían interés en no perder a un amigo. Pero Colombia, aunque está en tregua con los vecinos, no es parte de ese combo y no tiene los mismos intereses. Por lo tanto debía atenerse exclusivamente a la legalidad del proceso por simple respeto al principio de no inmiscuirse en los asuntos internos de un país.

El tema de la Cumbre de las Américas está bastante trillado. El costo de 30 millones de dólares sin duda fue alto y habría sido objeto de menos críticas si Colombia hubiera logrado al final el triunfo diplomático de una declaración conjunta de apoyo a las posiciones del presidente Santos sobre Cuba y las drogas. Esto no sucedió y, aunque la canciller minimizó este fracaso, cierre con broche de oro definitivamente no hubo. Por otro lado, el escándalo de las prostitutas distrajo pero no cambió la impresión favorable que dejó Colombia tanto en los jefes de Estado como en los empresarios que asistieron.

Tal vez las críticas más duras que se le han hecho a la canciller fueron a raíz de sus declaraciones sobre el inminente fallo en La Haya sobre la delimitación marítima con Nicaragua. Su afirmación en el sentido de que los fallos recientes del tribunal han sido 'salomónicos' para complacer un poco a cada una de las partes fue recibida como derrotista y perjudicial. En el fondo era realista y antipolítica. Y como afirmaciones de esa naturaleza no se hacen a la ligera, el propósito debió haber sido preparar a la opinión pública para cualquier desenlace de una estrategia de defensa que fue definida por gobiernos anteriores y no por este.

Sobre la reconciliación con Chávez hay un consenso nacional en que la tregua es preferible a los ánimos caldeados de hace dos años. El problema es que algunos ven en la nueva posición colombiana más entrega que tregua. Por ejemplo, hubiera sido más digno para Colombia no sumarse a Chávez en las protestas por la destitución de Lugo en Paraguay. En ese mismo episodio, también le cayeron duro a la canciller por defender a su homólogo venezolano, Nicolás Maduro, quien había sido acusado de instigar entre los militares paraguayos un golpe de Estado para evitar el juicio al presidente Lugo. El origen de esa acusación era que había tenido lugar una reunión entre Maduro y los coroneles en la que habría estado presente la canciller Holguín. El cargo en este caso es injusto, pues lo que llamó Chávez una defensa de Venezuela era simplemente la declaración de María Ángela en la cual afirmaba que mientras ella estuvo con Maduro nunca se habló de ningún complot. Aclaró que ella no podía responder sino por lo que había visto, pues no pasó todo el día al lado del canciller venezolano.

También se le ha criticado a Holguín su silencio cuando fue designado como ministro de Defensa de Venezuela el general Henry Rangel, conocido simpatizante de las Farc. Este es un asunto delicado, pues aunque a Colombia le cayó como una patada en el estómago el nombramiento de este es difícil meterse en los asuntos internos de cualquier país, particularmente en etapa de pipa de la paz. La situación es exactamente igual a cuando Álvaro Uribe nombró como ministro de Defensa a Juan Manuel Santos, quien en ese momento era el mayor enemigo de Chávez en Colombia. Aunque Uribe en ese momento le informó a Chávez antes de hacer público el nombramiento, el presidente venezolano se quedó callado.
 
María Ángela Holguín es una de las personas con mejor hoja de vida para llegar al Ministerio de Relaciones Exteriores en los últimos años. Conocía la Cancillería por dentro por haber sido secretaria general de esta en el gobierno Samper. Asimismo había desempeñado el cargo de embajadora tanto en Venezuela como ante las Naciones Unidas en Nueva York, dos de los tres cargos más importantes para la diplomacia colombiana (el tercero es la embajada en Washington). El presidente Santos, por su parte, tuvo el mérito de nombrarla sin haber sido nunca cercano a ella, ya que durante la campaña presidencial el que la contempló para su gabinete fue Germán Vargas. La dupla que han armado es sólida y profesional. Holguín no solamente se ha ganado la confianza de Santos sino la de los otros cancilleres con los que ha tenido contacto.

Las críticas que se le han formulado pueden ser válidas o no válidas, pero el hecho es que durante este gobierno una de las locomotoras que sí está andando a toda marcha es la de la política exterior. Por otra parte, en un país presidencialista como Colombia las decisiones importantes en esta materia las toma el jefe de Estado y no su canciller. Este es simplemente un intérprete y ejecutor de la voluntad del presidente. Ni el acercamiento con Chávez, ni el apoyo a Lugo en Paraguay, ni el nombramiento de embajadores son decisiones de Cancillería. María Ángela ha hecho una que otra declaración imprudente ("donde hay un hombre, hay prostitución") y a veces ha sido malgeniada y poco diplomática, pero durante los últimos dos años prácticamente no se ha bajado de un avión. Ha trabajando diligentemente, de sol a sol, para ponerle una cara amable y competente a Colombia ante el mundo, lo cual también sería injusto no reconocer.