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La carta que envió Paola al ‘New York Times’ produjo dos cartas de felicitación de palacio y una de la cancillería

diplomacia

Todos perdieron

En el episodio de la salida de Paola Ochoa, asesora de comunicaciones de la embajada en Washington, quedaron perjudicados ella, el Canciller, su hijo, y la embajadora.

10 de noviembre de 2007

No es muy común que el retiro de una asesora de comunicaciones de la embajada en Washington se convierta en noticia nacional. Sin embargo, eso fue precisamente lo que sucedió con la intempestiva salida de Paola Ochoa la semana pasada.

Paola Ochoa fue editora de economía en la Revista SEMANA, y a través de un head hunter la contrataron para reemplazar a Juan Carlos Iragorri en la responsabilidad del manejo de las comunicaciones en Washington. Cuando Paola se encontró con el presidente Álvaro Uribe en la asamblea de las Naciones Unidas, recién posesionada de su cargo, el primer mandatario le dijo que esperaba una defensa beligerante de su gobierno el cual estaba siendo objeto en el nivel internacional de una injusta campaña de desprestigio.

Pocos días después apareció en el New York Times un editorial en el cual se le pedía al Congreso norteamericano que aplazara la aprobación del TLC con Colombia hasta cuando el gobierno del presidente Uribe mostrara más compromiso en su lucha contra el paramilitarismo.

El artículo causó una enorme indignación no sólo en el gobierno sino en el país en general. La embajadora en Washington, Carolina Barco, envió una carta al periódico, aclaratoria pero demasiado diplomática. Paola Ochoa, por su parte, envió otra más extensa y mucho más enérgica.

Inicialmente se pensó que era una estrategia coordinada según la cual la embajadora trataba el tema con altura y la funcionaria expresaba con franqueza lo que pensaba el gobierno. Pero no fue así. Sorprendentemente, la carta de Paola había sido enviada sin consultar el contenido ni con la embajada ni con la Cancillería, lo cual no suele suceder en el delicado mundo de la diplomacia.

Sin embargo, la carta produjo dos correos electrónicos de felicitación de Palacio, uno de Jorge Mario Eatsman, asesor de comunicaciones, y otro de César Mauricio Velasco, secretario de prensa. También por parte de la Cancillería llegó una felicitación de Juan Manuel Robledo, un funcionario de la oficina de prensa, quien además consideró que la carta debía ser enviada a todas las embajadas de Colombia en el mundo. Con esta situación contradictoria, terminó la 'metida de pata' de Paola Ochoa, quien recibió un cordial 'jalón de orejas' de la Embajadora por saltarse el conducto regular. Ella se disculpó reconociendo su desconocimiento sobre el procedimiento.

Un mes y medio después sucedió algo inusual. La Embajadora se reunió con Paola y le explicó que en la Cancillería había un mal ambiente aparentemente derivado del episodio de la carta y que, aunque ella había tratado de defenderla, la posición del ministro Fernando Araújo parecía definitiva y exigía su salida.

Incómoda alrededor de esta conversación, la doctora Barco le sugirió presentar una carta de renuncia. Desconcertada, Paola se negó, con el argumento de que su error de procedimiento alrededor del envío de la carta había sido aclarado en su momento y aceptada su explicación en buenos términos. También agregó que había sido felicitada por tres funcionarios de la Casa de Nariño y la Cancillería. Por lo tanto, al no considerar que había hecho algo indebido, no estaba dispuesta a renunciar. Poco después, llegó un decreto declarándola insubsistente.

Hasta ahí, el episodio no habría sido más que una medida administrativa o un movimiento burocrático, de no ser por unos elementos que salieron a flote posteriormente. El periodista Gustavo Gómez, director del programa 10 a.m. Hoy por hoy, de la cadena Caracol, llevaba varios días criticando el hecho de que el hijo del Canciller, Luis Ernesto Araújo, estuviera desempeñando funciones en la embajada en Washington sin tener ningún cargo.

Araújo junior es un muchacho de 27 años, cuya responsabilidad y talento todo el mundo reconoce. Ocupó hasta el 27 de febrero de 2007 la posición de ministro consejero en la embajada de Colombia en Washington. Cuando Fernando Araújo fue nombrado Canciller, se consideró que podía haber cierta interpretación de nepotismo o incompatibilidad ética en que el hijo tuviera un cargo diplomático siendo el padre Ministro de Relaciones Exteriores. Por esto, y con la aprobación del Presidente, se acordó buscar una fórmula según la cual él pudiera seguir colaborando con la embajada sin recibir un sueldo del erario.

Así sucedió, y Luis Ernesto Araújo continúo trabajando en la embajada después de haber renunciado a su cargo. Su principal función fue la que tenía anteriormente: las relaciones con el Congreso en el tema de la aprobación del TLC. A esto se sumaban algunas como la coordinación de agendas de las visitas de funcionarios colombianos importantes a Washington y muchas otras.

Esa situación híbrida de colaboración sin sueldo fue la que cuestionó Gustavo Gómez en 10 a. m. Hoy por hoy de Caracol Radio. Los comentarios sobre su hijo indignaron al Canciller, quien aparentemente consideró que la fuente de la información era Paola Ochoa, con quien Luis Ernesto había tenido un encontrón en el pasado. De ahí que quienes han estado al tanto de este hecho consideran que la verdadera razón de la salida de Paola fue la campaña de críticas contra Luis Ernesto Araújo, y no el episodio de la carta de seis semanas antes.

Todos los que conocen a Paola Ochoa consideran que es una persona estricta y discreta que no incurriría en un acto de deslealtad frente a compañeros de trabajo. Posteriormente se filtró que las actividades informales del hijo del Canciller habían causado malestar dentro del personal de carrera de la Cancillería, el cual protestó por lo que consideró un tratamiento privilegiado para alguien que ni siquiera era funcionario. En todo caso, el asunto mortificó tanto al Canciller, que no sólo declaró insubsistente a Paola, sino también al funcionario que la había felicitado por la carta.

Todo esto se complicó cuando La W recogió el tema a raíz del decreto de insubsistencia. El Canciller, entrevistado sobre el tema, se enredó en las explicaciones de cuál era la condición laboral de su hijo. Concretamente en tres puntos clave: qué visa tiene, quién le paga y cuáles son las funciones que desempeña (tres puntos que siguen sin aclararse). Incómodo ante este interrogatorio, manifestó que se trataba del 'mundo al revés' en referencia a la colaboración sin sueldo de Luis Ernesto. Como consecuencia de todo este cubrimiento periodístico, se dejó saber que el hijo del Canciller se marginará de cualquier trabajo voluntario en la embajada.

El balance de todo lo anterior es que Paola Ochoa, una funcionaria competente recién posesionada, fue destituida por chismes y malentendidos. La embajadora tampoco queda bien parada, ya que todo ocurrió en su sede diplomática. En momentos en que está en juego el TLC, lo último que necesitaba Colombia era un escándalo en su propia embajada. En cuanto al Canciller y su hijo, la buena fe con que actuaron es de la misma dimensión de su ingenuidad. Pero cuando se ejerce un cargo como el de Canciller, la ingenuidad no exime de la responsabilidad en el cumplimiento de sus funciones, más aún cuando las decisiones públicas involucran a un hijo. Los dos pensaron que la renuncia de Luis Ernesto era un acto de delicadeza que los blindaba contra cualquier crítica. Dada la idiosincrasia colombiana, la situación era exactamente al revés. El trabajo voluntario se prestaba a interpretaciones de nepotismo o abuso de poder. El ahorro al erario del trabajo sin remuneración daba pie para suspicacias sobre quién financiaba al hijo del Ministro. Con o sin Paola Ochoa, o sin Gustavo Gómez, o sin Julio Sánchez, tarde o temprano el escándalo tenía que explotar. Lo lamentable es que no sólo tumbó a Paola, sino afectó al propio Canciller y a su hijo Luis Ernesto.