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TORMENTA EN UNA FRASE

Agria polémica entre El Tiempo y el Procurador desata asesinato del MAS

26 de diciembre de 1983

La muerte anunciada se ha vuelto figura común en Colombia.
Han sido varios los amnistiados que han recurrido a la Procuraduría a poner a las autoridades en sobreaviso de que están amenazados de muerte y que días después son asesinados. A principios de mes el turno le tocó a un hacendado, Luis Suárez Ongaza, hombre poderoso de La Dorada, quien en una encuesta publicada en El Tiempo, había alertado, unos días antes, sobre su próxima muerte.
Sin embargo, la propia noticia del asesinato tuvo mucha menos resonancia que la polémica que indirectamente desató, y que mantuvo atenta a la opinión pública durante la semana.
Los ingredientes fueron una carta del Procurador Carlos Jiménez contra el diario El Tiempo, un editorial de El Tiempo contra el procurador, un editorial de El Espectador a favor del procurador, y un insólito titular de La República que rezaba "El Tiempo no es defensor del pueblo".
El florero que desató la tormenta de letra impresa fue un pie de foto aparecido en El Tiempo el 3 de noviembre bajo el rostro de Suárez Onzaga, una de las personas acusadas por el Procurador de pertenecer al MAS. La nota daba la noticia de que había sido asesinado y citaba textualmente la frase de una entrevista suya concedida a ese mismo periódico: "El procurador nos colgó la lápida al cuello".
A muchos les pareció que la larga e iracunda carta del procurador era desmedida en relación a la brevedad y tono imparcial del pie de foto de El Tiempo, mientras que otros encontraron que tal nota, aunque corta, no carecía de veneno. El argumento central del procurador fue que, según los resultados de su investigación, el ganadero no había sido asesinado por sus enemigos sino por sus amigos, los propios ex miembros del MAS quienes se habrían negado a obedecer sus órdenes de desmontar su organización criminal a raíz de las denuncias hechas por la procuraduría. Jiménez Gómez decía que no sólo su investigación no era la causante de la muerte del hombre, sino que gracias a ella se había desmontado "una pequeña cuadrilla de temibles sujetos que se levantan cada día a asesinar como ustedes y yo nos levantamos a trabajar". El giro literario era bueno y la razón parecía de peso. Sin embargo la carta más adelante tomaba un inusitado vuelo, se salía de tema y acababa citando a Herodes el Grande y acusando a El Tiempo de fallar en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos.
La respuesta de El Tiempo no se hizo esperar. A su vez, el diario tachó el proceder del procurador de "antítesis de la severidad, la discreción y la prudencia" e inclusive llegó a insinuar por primera vez en letras de molde lo que buena parte de la opinión pública venía opinando desde hace rato: que el procurador estaba loco.
El Espectador largó un editorial que reflejaba la posición de la otra parte de la opinión pública, la que cree que Jiménez Gómez es el más honesto y eficaz de los defensores de los derechos humanos en el país. "El procurador general de la nación ha hablado y ha hablado bien, y el país ha recibido con beneplácito democrático sus palabras", decía el editorialista.
A todas estas, nadie parecía acordarse del asesinado, y ningún medio registró la secuencia de eventos relacionados con su muerte. La procuraduría se limitó a citar el resultado de su investigación sobre ella, diciendo que había sido ultimado por el MAS, pero no divulgó el recuento de los hechos ni la sustentación de tal conclusión.
Según lo que averiguó SEMANA, Suárez Onzaga fue asesinado el primero de noviembre en su propia casa en La Dorada por tres individuos que entraron con sendas ametralladoras, y, dando claras muestras de conocer bien el lugar, se dirigieron derecho a la habitación del dueño, donde sin decir una palabra, lo acribillaron con una ráfaga de balas.
El hacendado, padre de tres hijos, había recibido dos balazos dos meses atrás en un atentado, y aún se recuperaba de las heridas en el momento de su muerte. -