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Un golpe de medio siglo

Este 13 de junio, cuando se conmemoran 50 años del golpe de Estado de Gustavo Rojas Pinilla, aún el país debe reflexionar y aprender de ese polémico gobierno militar.

Jorge Serpa Erazo*<br> <i>Historiador, economista</i>
9 de junio de 2003

Se han escrito muchas páginas sobre la vida pública y privada del teniente general Gustavo Rojas Pinilla, uno de los hombres públicos que más influyó en la historia colombiana del siglo pasado, pero la mayoría de ellas se inspiraron al calor del resentimiento o del sectarismo, y por tanto no se han ajustado a la verdad.

Un personaje de tanto relieve histórico ha sido tratado con parcialidad y pasión. Al conmemorarse 50 años del golpe militar que lo llevó a la Presidencia de la República, la leyenda ahora le cede el paso a la historia para analizar la vida de un oficial del Ejército de Colombia que llegó al poder en uno de los momentos más convulsionados y difíciles del país.

Ningún presidente colombiano del siglo XX, como Rojas Pinilla, de un momento a otro pasó de la gloria a la ignominia, conoció la adulación en el poder y sufrió la inmolación injusta de la calumnia a su retiro. Es sólo ahora, decantados por el tiempo y la sensatez, que los historiadores están rectificando muchos de los conceptos que se habían emitido sobre él como gobernante, estadista, jefe político, militar y ser humano.

La Guerra de los Mil Días lo vio nacer en Tunja en 1900. La juventud estuvo marcada por la lucha entre el deseo de ser ingeniero civil y la opción de ser militar, y una vez, ya de adulto cuando se la jugó por las armas, ascendió hasta convertirse en uno de los hombres más fuertes del país. Fue una figura destinada a observar desde diferentes tribunas los acontecimientos más relevantes de la primera mitad del siglo XX: el fin de la hegemonía conservadora, la guerra con el Perú, la caída del Partido Liberal en 1946, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la violencia y la llegada al poder de Laureano Gómez, donde empieza a ser actor y protagonista.

Por su desempeño como comandante de la Tercera Brigada en Cali, durante los hechos del 9 de abril; por su flaca actitud en la masacre estudiantil del 8 y 9 de junio de 1954 en Bogotá; por su indiferencia con los hechos de la Plaza de Toros de Santamaría del 29 de enero de 1956; por el manejo miope en la crisis que, el 10 de mayo de 1957, puso punto final a su gobierno, Rojas Pinilla ha sido suficientemente censurado por la historia y no es necesario acumular sobre su cabeza otros crímenes imaginarios.



El 13 de junio

El sábado 13 de junio de 1953 sólo pocas personas conocieron y actuaron en un proceso político y militar que se inició a las 7 de la mañana y concluyó hacia la media noche, sin derramar una gota de sangre. La noticia llegó a todos los rincones del país al día siguiente y despertó en los colombianos una explosión de júbilo, de cambio y de optimismo espontáneo, una especie de carnaval y alegría colectiva, que prácticamente duró un año hasta cuando se produce la matanza de estudiantes de la Universidad Nacional en el centro de Bogotá el 8 y 9 de junio de 1954, días antes de la conmemoración de un año del gobierno militar, y para el que se tenían previstas celebraciones en todo el territorio nacional.

Los secretos y pormenores del golpe están ampliamente detallados en numerosos textos, libros y biografías (ver artículos sobre el 13 de junio en semana.com), pero es evidente que más que un golpe de Estado fue un cambio de poder entre miembros de un mismo partido.

También fue clara la indecisión de Rojas para aceptar el poder. En la tarde de ese 13 de junio, cuando Rojas llegó al palacio de gobierno y los militares controlan al país, lo primero que hizo al encontrarse con el recién destituido presidente Urdaneta fue ofrecerle la Presidencia. Tras su rechazo vinieron horas de reuniones, en las que no pasaba nada. El golpe sólo se empezó a definir cuando el coronel Alberto Pauwels le dijo al general Rojas, en tono fuerte para que escucharan todos los presentes: "Lamento mucho, mi general, pero usted se toma el poder o nos lo tomamos nosotros, porque de aquí en adelante nos van a joder a todos".

Frente al silencio, la indecisión de Rojas Pinilla llegó a exasperar los ánimos de algunos de los presentes. Los oficiales de las diferentes fuerzas deseaban fervorosamente que su comandante y líder no diera más rodeos y tomara el poder. Otro de los concurrentes, Lucio Pabón, quizá la persona que "sin querer queriendo" puso fin a la indecisión de Rojas Pinilla para asumir el poder aquella noche del 13 de junio, anunció públicamente que el general Rojas asumía la Presidencia de la República. Y así, bajo el aplauso y vivas de los presentes, se dio el golpe.



Jubilo nacional

Como lo narra el historiador César Ayala, las emisoras, lideradas por la Radiodifusora Nacional, empezaron a transmitir la buena nueva. Después de un agitado día en la cúspide del poder, un militar de reconocido prestigio leía con renovado acento de optimismo las intenciones del gobierno que se instauraba: "No más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político". Doce horas después, al medio día del domingo 14, a lo largo de la carrera séptima millares de personas se arremolinaban para saludar al nuevo mandatario, quien desde el balcón del palacio presidencial dijo a la multitud: "Las Fuerzas Armadas no le fallarán al pueblo. Este gobierno os extenderá la mano y no el puño cerrado. Me permito invitaros a que gritemos ¡Viva Colombia justa y libre!".

El país vivía, como ahora, momentos difíciles. El Partido Liberal se encontraba resentido desde 1948 por la muerte de su caudillo Jorge Eliécer Gaitán, estaba marginado del gobierno y consideraba el gobierno de Laureano Gómez dictatorial, ya que no habían podido participar en las elecciones de noviembre de 1949 por falta de garantías. Sus dirigentes se encontraban en el exilio, su prensa amordazada y todavía la imprenta humeaba por los incendios. La violencia irracional abonaba los campos de muertos y acciones cada vez más sangrientas y barbáricas.

Por eso la llegada de un tercero al poder fue como si una bomba de regocijo y festividad hubiera explotado en todos los rincones del país. Aunque realmente fue un golpe de Estado, el alborozo de los colombianos impregnó la salida castrense de un aura de salvación nacional. La gente no se interesó en averiguar los pormenores del cuartelazo. A nadie le importó que se tratara de una pelea entre conservadores o que detrás del nuevo gobernante estuvieran alzatistas y ospinistas, los enemigos del mismo partido de gobierno. Para el común de la gente lo importante era el derrocamiento de la tiranía de Laureano Gómez.

Su caída tenía un significado grande e importante para el liberalismo y para un sector respetable del conservatismo. El Ejército, con Rojas Pinilla a la cabeza, había terminado la "horrible noche". El cambio de gobierno se había logrado sin un disparo, sin un muerto, sin un detalle que lo empañara aun de manera leve.

El 13 de junio de 1953 se relaciona directamente con el 10 de mayo de 1957, cuando termina el gobierno militar. Ambas fechas tienen que ver con alegrías colectivas, pero cuando se conmemora la segunda llueven los juicios sobre la dictadura y se eclipsa el momento importante que vivió el país.



Poder militar

El gobierno de Rojas Pinilla será recordado porque logró un alto en la violencia para alcanzar el cambio pacífico que la Nación requería. Las clases dirigentes colombianas, tanto liberales como conservadoras, cedieron el poder a Rojas y a los militares en 1953 bajo la creencia de que por fin llegarían la paz y el progreso. En contra de sus enemigos, su eficacia residió en utilizar los elementos del poder y del Estado para mantener la división y distancia entre los amigos del presidente y el resto de la Nación. Se trató de una especie de inversión política, una zancadilla a la democracia tan arraigada en los colombianos como la violencia.

Rojas promovió un estilo casi místico de fundamentalismo pacifista. Con el celo de un evangelista invocó una y otra vez al binomio 'Pueblo-Fuerzas Armadas' como unidad de entendimiento y salvadora del país. Señalaba a la opinión nacional que el proceso histórico que había comenzado con Bolívar ahora continuaba con él. Innumerables personas habían derramado su sangre en la lucha fratricida y nadie tenía el derecho de renunciar a esa nueva oportunidad que, desde el 13 de junio, se ofrecía a los colombianos.

Rojas Pinilla fue considerado por los de abajo un salomónico impartidor de justicia social y actor clave en muchos aspectos del progreso a través de obras civiles, de la creación de la televisión y de obras de asistencia social, realizadas especialmente a través de Sendas, en la que estuvo al frente su hija María Eugenia.

Con su característica capacidad para ejercer el poder, muy pocos actos de su gobierno pueden ser considerados como dictatoriales. De hecho, como lo advirtió Carlos Lemos Simmonds hace pocos años "no fue él quien cerró el Congreso de la República, ni quien convocó una Asamblea Nacional Constituyente de corte fascista ni quien le cerró brutalmente, a sangre y fuego, toda posibilidad de expresión a la fuerza política mayoritaria del país".

Aunque después de los acuerdos de paz se recrudeció la violencia en ciertas zonas del país, Rojas no gobernó bajo un régimen de terror. Tuvo un considerable apoyo popular. Hubo quienes, por diferentes razones, simpatizaron activamente con los valores que él, al principio de su mandato, representó. También gozó del apoyo pasivo de quienes habían sido empujados hacia la apatía política a causa de la represión de Laureano Gómez y su régimen. Por último, obtuvo el apoyo de quienes simplemente estaban agradecidos por la creciente mejora de los niveles de vida.



La 'dictablanda'

Si se le juzga desde el punto de vista de habilidad para permanecer en el poder como dictador, los resultados le favorecen. Y no resulta irónico reconocer que a medida que sus detractores querían desdibujar la imagen del gobierno de Rojas, los que más contribuyeron a desprestigiarlo con sus acciones con el paso del tiempo llegaron a recibir beneficios y prebendas que el Frente Nacional repartió y dispensó indiscriminadamente. Su olfato político, no tan agudo, y su formación militar, le impidieron presentir que los beneficiarios y lisonjeros de su gobierno serían sus más encarnizados acusadores.

Para muchos, el gobierno que presidió Rojas desde el 13 de junio de 1953 hasta el 10 de mayo de 1957, más que una dictadura fue una "dictablanda". Después de medio siglo de experiencias contradictorias, de abortadas tentativas de reformas políticas, económicas y sociales, de desvarío crónico, de desgreño administrativo y desbarajuste fiscal, el gobierno de Rojas Pinilla se destaca como uno de los mejores de la pasada centuria.

El país ha venido decayendo, con treguas momentáneas, entre la dictadura disfrazada de dos partidos y la anarquía. El empleo de las armas se ha venido generalizando y aumentando, acostumbrando a la Nación a los desquites trágicos y a vivir dentro de un sistema de excepción, con desigualdad y violencia que no ha permitido aclimatar la paz.

La clase política les tomó no sólo miedo a los militares en el poder, sino a una tercera fuerza que les disputara el poder. Ese bipartidismo constitucional fue el germen del que nació la errada visión de que sólo a través de la fuerza se puede disputar el poder político en el país.

En cuanto a la imagen del general, con escribas, apóstoles, fariseos e intérpretes tanto de izquierda como de derecha, se convirtió en un personaje protagónico del siglo XX. Rojas Pinilla fue un hombre ambivalente, que dejó una herencia ambigua a su país: fanatismo delirante y odios infundados, y la de un hombre de guerra que amó y se la jugó por la paz.



*Jorge Serpa Erazo es autor de la biografía, Rojas Pinilla, una historia del Siglo XX