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UN GRINGO MATO A GACHA

Detalles desconocidos de la participación de EE.UU. en la muerte del Mexicano.

7 de diciembre de 1992

LA MISMA HORA EN QUE EL GENERAL MAza fue informado de la muerte de Rodríguez Gacha, una solitaria figura se quitaba su traje de camuflaje en una caleta situada en algún lugar de Bogotá.
De él no había ningun documento que certificara nada.
No portaba la insignia de ninguna nación y sólo su respiración agitada daba fe de su existencia.
Podemos lIamarle Dave Barreta, aunque no sea su verdadero nombre.
Total, poco importa. El nombre por el cual era conocido tampoco lo era. Su récord personal y su hoja de vida como oficial activo fueron extraídos de sus más importantes hazañas al servicio de los Estados Unidos.
Pertenecía a la élite de las Fuerzas Especiales norteamericanas, esas que salen en las películas gringas de Chuck Norris. Era un veterano del Vietnam y de las operaciones norteamericanas en Centroaméríca. Presumía de su calma y de su cautela. Talvez por eso gustaba de caminar despacio. En donde mejor se sentía era en los momentos de tensión y riesgo. Allí estaba la verdadera acción. Sin emhargo, a sus 42 años, los huesos le empezaban a doler. Ya no era el joven vigoroso que años atrás se había graduado -y con honores- de West Point.
Aquel día en Bogotá, recostado sohre la cama, pensó para sus adentros que ésta bien podría ser su última operación.
La misión de Barreta tenía claras instrucciones: capturar a Rodríguez Gacha para extraditarlo a los Estados Unidos, donde sería juzgado por narcotráfico. La operación estaba diseñada de tal forma que nadie pudiera probar la presencia de norteamericanos.
Barreta lo decía a su manera. "Si usted trata de probar que yo estuve en esta operac¿ón, yo estoy en capacidad de probar que ese día me acosté con su hermana", le dijo en son de broma a un amigo.
Inició su pesquisa en compañía del cuerpo élite colombiano que él ya conocía bien. Meses antes, junto con otros colegas norteamericanos, había sido uno de sus entrenadores.
Cuando Gacha fue atrapado en Tolú, los dos helicópteros artillados en que iban fueron sometidos a un intenso tiroteo. Barreta dio la orden de responder y el contrataque hecho por miembros del cuerpo élite fue fulminante. Ahí, en ese preciso momento, Barreta supo que todo estaba perdido y que la operación había fallado. Su misión no era la de dar de baja al Mexicano sino de capturarlo vivo. Pero además, había una prohibición presi dencial sobre asesinatos en territorio extranjero y Dave sabía que había traspasado una línea que no podía cruzar. Sus presentimientos fueron confirmados por la negativa reacción con que había sido recibida la noticia en la cadena de mando norteamericana. Dave estaba seguro de que su carrera estaba acabada.
Sin embargo, rápidamente las cosas empezaron a cambiar a su favor. La reacción mundial a la muerte de Gacha fue tremendamente positiva. El presidente Bush envió de inmediato una carta de felicitacion al presidente Barco en la que resaltaba el valor y la decisión del Gobierno colombiano en la guerra de las drogas. Al día siguiente los colombianos vimos con nuestros propios ojos la evidencia de que lo informado era cierto. Los noticieros de televisión mostraron el cuerpo robusto de Gacha en la morgue de Barranquilla. A su lado yacían los cadáveres de su hijo Freddy y de sus guardaespaldas.
Sus cuerpos estaban límpios y las heridas de bala habían sido cocidas como si se les hubiera practicado una rápida autopsia.
Ante el mundo, la operación fue una victoria de las fuerzas de Policía colombianas. Y en Colombia produjo un alivio en la siquis nacional.

REGRESO A CASA
El trabajo de Dave estaba asegurado. Más tranquilo y reposado regresó a Estados Unidos. Su rutina la siguió como si nada hubiera pasado. Unas veces trabajando como un ingeniero militar, otras como agente de la CIA o como miembro de organizaciones clandestinas dentro del gobierno norteamericano.
Dave le contó a más de una persona detalles sobre la misión. "El está orgulloso de lo que había conseguido, pese a que nunca planeó la muerte de Gacha,, dijo un veterano investigador que estaba en la embajada norteamericana en Bogotá cuando Barreta llegó de Tolú. "¿ Qué más podía haber hecho, sino responder el fuego?".
La presencia norteamericana en la caída del Mexicano sería confirmada por fuentes dentro del Pentágono y el Congreso de ese país, que coincidieron en afirmar que al menos tres miembros de las Fuerzas Militares norteamericanas participaron en el área de operaciones. Un asistente del Senado, quien vio un informe secreto sobre la misión, nos dijo que un reducido comando de Fuer zas Especiales había participado junto con un contingente de colombianos, y que el papel de los Estados Unidos había sido predominante. Una fuente de inteligencia norteamericana llegó al extremo de decir que la presencia de la Policía colombiana había sido sólo una fachada. "Oficialmente hay que decir que los colombianos lo hicieron. Pero la verdad es que fuimos nosotros".
El plan era capturar al Mexicano para extraditarlo a Estados Unidos y juzgarlo por narcotráfico en las Cortes norteamericanas. Su captura en Colombia debería aparecer como realizada por la Policía colombiana. La misión estaba diseñada para que en el caso de que fuera descubierta, oficiales norteamericanos pudieran negar automáticamente que no sabían nada al respecto.
Barreta dijo que el personal que había participado en esta operación había sido escogido de forma meticulosa con la facultad de operar unas veces como miembros activos del Ejército y otras como agentes civiles encubiertos.
El Comité de Inteligencia del Congreso fue notifica donde la misión colomboamericana dirigida a capturar al Mexicano, a través de un documento presidencial secreto en el que se argumentaba el carácter de interés nacional de la misión. De acuerdo con estas fuentes del Congreso norteamericano, cuatro operarios gringos de apariencia hispana fueron designados para operar todo el equipo electrónico que había en los dos helicópteros, los que a su vez recibían información de un satélite rastreador norteamericano que podía detectar al narcotraficante desde arriba.
Al menos uno de los helicópteros pertenecía al comando sur de Panamá.
Los americanos tenían el control de la misión, mientras que los colombianos eran los encargados de operar las metralletas "Punto 50".

ACCION EN EL EXGTRANJERO
Las preocupaciones de Barreta provenían de una orden ejecutiva bien conocida, el decreto ley 12333, que prohibe asesinatos en territorio extranjero, aunque recientes interpretaciones han sostenido que "los militares no incurrirán en esta prohibición si la fuerza se usa en contra de terroristas o de otras organiza ciones que puedan poner en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos".
Total, Barreta estaba a salvo ¿Tropas en Colombia?... Nooo. Esa es la única respuesta que puedo darle", afirmaría el presidente Bush al periódico Newsday que preparaba un extenso reportaje sobre la muerte del Mexicano.
Cuando yo le hice la misma pregunta al general Maza, él se rio y con un cinismo muy suyo, me dijo: "¿Tropas norteamericanas?"... si los que sabemos la cosa aquí somos los colombianos, nosotros. Ellos no tienen que enseñarnos nada. Al contrario, nosotros podemos enseñarles a ellos".
"Es más,me dijo como para que no hubiera ninguna duda, la DEA les había prometido una recompensa a los 17 miembros del Cuerpo Elite que participaron en la operación... pero hasta ahora, nada se ha visto. Creo que nunca les dieron nada. Nosotros en cambio los recompensamos dándole a cada uno un millón y medio de pesos".
Para el general Maza los norteamericanos prometían mucho y cumplían poco. Luego de la bomba al DAS, agentes del FBI fueron a inspeccionar el derruido edificio, con la promesa de ayudar en su reconstrucción. "Le cuento que el edificio del DAS fue remodelado íntegramente con dinero colombiano. Ni un peso gringo se recibió por aquí. Es más, nunca oímos nada deI FBI", me dijo Maza.
"¿Quiere saber qué es lo único que hemos recibido de los 65 millones de dólares de ayuda que Estados Unidos le prometió a Colombia?". Maza prosiguio, "... un bus y un poco de equipo para interceptar los mensajes de radio".
Cuando los norteamericanos prometían chalecos antibalas para los jueces, enviaban unos antidiluvianos y pesados chalecos imposibles de portar sin quedar averiado de la columna. Cuando prometían flotillas, enviaban aviones para la lucha contra la subversión y poca era la ayuda para las operaciones antidroga de la Policía.
Y cuando llegaban a Colombia para hacer operaciones especiales caían en trampas que fácilmente le tendían los carteles. Debido a su ignorancia y desconocimiento del país, muchas veces terminaban, sin quererlo, sirviendo de idiotas útiles del cartel de Medellín. Eso fue lo que pasó, cuando un grupo de Marshalls norteamericano llegó a Colombia en 1989 en misión secreta. Su presencia nunca se hubiera detectado si no hubiera sido por un incidente que causó serias protestas dentro del Gobierno colombiano. Los Marshalls, cuerpo entrenado para capturar crimi nales fuera de Estados Unidos para enviarlos a su país, mordieron una carnada hábilmente puesta por los carteles que estaban empeñados en desacreditar a Maza frente a las autoridades nortea mericanas. Cuando los Marshalls volvieron a Estados Unidos, pese a que no llevaron a ningún criminal no llegaron con las manos vacías. Su gran hallazgo los llenaba de orgullo: un videotape en el que una esposa de un supuesto miembro del clan del Mexicano, denunciaba al general Maza por estar siendo pagado por Gacha. Los Marshalls no sabían nada de los intríngulis del problema co lombiano, no sabían quién era el general Maza, ni que ello podía ser un ardid para descalificar al general en su lucha casi que personal con el Mexicano. Para ellos este videotape era una prueba fehaciente y la asumieron como una verdad de a puño. Enviaron el reporte al Departamento de Estado y en la visita que el presidente Barco hizo a Nueva York para hablar en la Asamblea Anual de las Naciones Unidas, en octubre de 1989, fue informado de los "cargos" que pesaban contra Maza.
El incidente molestó bastante al general Maza. Mientras el Mexicano decía que yo era pagado por el cartel de Cali los Marshalls sostenían que yo era pagado por el Mexicano...esos son unos loquitos", me diría.
El episodio produjo algunas tensiones entre Maza y la embajada norteamericana que lo tenía entre sus más importantes aliados en la lucha contra el narcotráfico. Philippe McLean, encargado de asuntos económicos de la embajada, tuvo que ir al DAS a presentar sus disculpas con el argumento de que todo había sido un malentendido.

TROPAS EN PANAMA
La presencia de Marshalls en Colombia y la participación de tropas norteamericanas en la operación que concluyó con la muerte de Gacha, encajaba perfectamente en la decisión de Washington de utilizar tropas norteamericanas en la lucha contra la droga que se fue perfilando durante la administración Reagan. Veintitrés días antes de que Barco asumiera el poder en agosto de 1986, el gobierno del presidente Reagan envió una unidad de combate militar proveniente de la Brigada de Infantería 193 estacionada en Panamá con seis helicópteros black hawk a Bolivia, con el propósito de realizar la operación Blast Furnance dirigida a localizar y destruir los laboratorios de coca y las plantaciones en una zona conocida como el beni.
Tres meses antes de haber sido lanzada esta operación, el presidente Reagan en la directiva 221, afirmaba que el narco tráfico era considerado como una amenaza a la seguridad norteamericana y que por lo tanto autorizaba a expandir el rol activo del Ejército norteamericano en la lucha contra las drogas.
Simultáneamente el Congreso norteamericano aprobó la antid-rug bill de 1988 que incluía ayuda americana por concepto de 15 millones de dólares para las Fuerzas Armadas en Colombia y sólo cinco millones para la protección de jueces en el país.
En 1989 y tras el asesinato de Luis Carlos Galán, Dick Thonburg dijo en un programa de NBC, "Meet de Press", que los Estados Unidos deberían considerar el envío de tropas a Colombia, si el país así lo exigía. El 5 de septiembre el presidente Bush pre sentó su plan antidrogas en el que se le dieron a Colombia 76 millones 200 mil dólares en ayuda militar para 1990, in crementando así en un 900 por ciento la ayuda a Colombia en comparación con los niveles de la ayuda en los 80. A la semana siguiente Estados Unidos envió el primer contingente de personal militar 10 asesores para entrenar a colombianos en el uso de los helicópteros, pese a las protestas de las Fuerzas Armadas colombianas.
Finalmente, en noviembre de 1989, una oficina del Departamento de Justicia norteamericano autorizó al FBI y a otras agencias del caso la captura, de narcotraficantes y de otros fugitivos sin necesidad de tener el consentimiento del país huésped.
Cuatro días después del asesinato del Mexicano, Estados Unidos invadió a Panamá, protocolizando si es que había alguna duda, la entrada formal del Ejército norteamericano en la guerra contra las drogas. Para finales de diciembre, cuando aún los 20.000 marines no habían encontrado a Noriega, en Colombia había fuertes rumores de que el Pentágono había decidido enviar una flotilla para patrullar las costas colombianas. En enero los rumores se convirtieron en verdad. El 4 de enero de 1990, el portaaviones John F. Kennedy y la fragata Virginia zarparon rumbo a las aguas internacionales colombianas, de la base norteamericana de Norfolk.
La misión de patrullaje se transformaría en un "bloqueo".
La noticia conmocionó a Colombia. "Rechazamos cualquier acto de fuerza" había dicho el canciller Julio Londoño, a las pocas horas de la invasión de Panamá. La posición del gobierno Barco buscaba no sólo rechazar la invasión de Panamá, sino cualquier posibili dad de que algo parecido a lo que había sucedido en Panamá ocurriera en Colombia.
Aunque la posibilidad de que Colombia fuera escenario de una invasión de las características de Panamá era muy poco factible, ella sonaba muy convincente para mucha gente en Medellín, o en Envigado, quienes al saber de la noticia del envío de los portaaviones empezaron a prepararse para una invasión.
Al periódico se hacían llamadas de alarma grande.
¿"Qué saben de la invasión"?, nos preguntaba una mujer que vivía en Envigado, pueblo natal de Pablo Escobar. Ella pensaba que ese sería el primer lugar que bombardearían y se estaba preparando para lo peor. En Itagui mucha gente llegó a hacer incluso trincheras, los alimentos de los supermercados volaron y la población en general se alcanzó a alistar para recibir las balas de los norteamericanos. "¿No hubo por ahí, acaso un alcalde de Nueva York (se referia al alcalde Kochs), que dijo que había que bombardear a Medellín"?, me dijo en señal de prueba de que sus temores eran bien fundados, un ciudadano de Itagui.
La noticia del envío del portaaviones y la fragata norteamericanos la supo Gabriel Silva, asesor en asuntos inter nacionales del presidente Barco, el 5 de enero, cuando leyó la información de ese día en el Washington Post.
Inmediatamente y alarmado por la noticia, llamó al canciller Julio Londoño, quien al saber lo ocurrido lo consideró un acto de alta gravedad por parte del gobierno norteamericano. Londoño y el secretario de la Presidencia, Germán Montoya, le informaron al Presidente de lo ocurrido, quien en ese momento se encontraba fuera de Bogotá.
"Hay que sentar la más enérgica protesta ante el gobierno norteamericano", les respondió airadamente el presidente Barco.
A los pocos minutos, Philippe Ma clean, de la embajada en Bogotá, llegaba a Palacio llamado por Gabriel Silva.
Allí, Maclean fue informado sobre la protesta colombiana:
-"El Gobierno colombiano considera que este es un acto de agresión unilateral que pone en peligro la lucha contra el narcotráfico. No hemos dado ni daremos ninguna autorización para que naves norteamericanas se posen en las aguas internacionales colombianas. Si lo hacen, ello se consideraría un acto hostil que pone en riesgo la cooperación de la lucha contra el narcotráfico", afirmó el secretario general de la Presidencia" Germán Montoya.
Al otro día la Cancillería colombiana sacó un comunicado denunciando el bloqueo, diciendo que "Colómbia nunca ha participado ni participará en ninguna operación conjunta con los Estados Unidos".
La decisión unilateral de los Estados Unidos de bloquear las aguas colombianas provenía del frente sur de Panamá. Imbuidos por el triunfo de Panamá, el general Thorman había decidido incrementar el papel de las tropas norteamericanas en la región. Para ello habían obtenido la aprobación del Comando Naval del Atlántico de Colombia, el que sin tener la autonomía ni la autoridad para aprobar este tipo de operaciones, había dado su visto bueno.
"Esta tendencia de la diplomacia norteaméricana a de buscar aprobación de operaciones especiales en segundos o terceros o en subalternos, evitando así enfrentarse con la máxima autoridad del ramo, es la forma como los norteamericanos nos están metiendo goles sin que nos demos cuenta", me dijo un ex ministro del presidente Barco. "De pronto eso fue lo que ocurrió en la operación que acabó con Gacha... y no nos dimos cuenta".