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La mujer no recibio la ayuda de nadie. | Foto: Archivo particular

INSEGURIDAD

Un instante de terror en pleno trancón

La dramática historia de una joven asaltada dentro de su propio carro en plena autopista El Dorado en Bogotá.

23 de abril de 2013

La pregunta natural que se hizo Alexandra Forero Aguirre, de 23 años, cuando en la distancia vio la aglomeración de personas en la mitad de la vía fue: “¿Y ahora por dónde cojo?”. Iba en su carro por un motivo sencillo: aún tenía diáfano ese olor tan característico de los vehículos nuevos, pues apenas llevaba una semana fuera del concesionario.
 
Lo compró con un esfuerzo grande. Entre otras cosas porque estaba exhausta del manoseo en los buses de TransMilenio y de las incomodidades nunca superadas a través de la historia de las busetas de servicio público. Y lo hizo como la gran mayoría de colombianos que tienen la convicción de que el carrito nuevo es sinónimo de prosperidad y de que las cosas van mejor.
 
Ese día, el pasado jueves 11 de abril, a las 6:30 p. m., el tránsito de la avenida El Dorado estaba especialmente lento. En el cruce de la carrera 68 observó que en la vía los conductores de unos automóviles estrellados. Ellos estaban conciliando.
 
Buscó el carril derecho porque aunque se veía congestionado, tuvo el presentimiento de que fluiría y saldría del trancón. De un momento a otro sintió un ruido seco, fuerte, violento del lado derecho. Y el salpicar de una lluvia fina de vidrios. Cuando reaccionó se dio cuenta de que era un hombre que rompía la ventanilla derecha de la puerta delantera con una tranquilidad pasmosa, como si estuviera en un trabajo rutinario.
 
Su primera reacción fue gritar. Como sintió que no era escuchada, que sus lamentos se ahogaban, giró la cabeza a la izquierda para pedir ayuda. De entre el caótico tránsito emergió otra figura que empezó el mismo ejercicio: romper el vidrio, en este caso de la puerta del conductor. La película de seguridad hacia que este se doblara, pero no caía. Los maleantes sabían que necesitaban paciencia porque seguían su monótona golpiza ante la indiferencia de los demás.
 
Ella se agarró de la dirección y empezó a pitar. Hubo un momento en que no escuchó más ruidos y creyó que era una pesadilla porque los demás conductores apenas miraban sin inmutarse. Los dueños de los vehículos estrellados, varios metros adelante, continuaban en su discusión. Los otros trataban de abrirse paso sin importarles lo que allí ocurría.
 
Los dos ladrones entraron al vehículo y empezaron a golpearla. Le pegaban con furia, sin importar las consecuencias. Ella, atónita, alcanzó a reflexionar un breve instante y les dijo que se llevaran lo que quisieran. “El celular, el celular”, gritaban ellos. Ella lo tenía entre sus piernas, lo tomó con sus manos para pasárselo pero el agresor, por golpearla, lo tumbó al suelo. Si antes los dos hombres habían tenido un comportamiento particularmente violento, se enardecieron aún más. Le pegaban, la insultaban, la gritaban. La humillaron. Sus instintos de supervivencia le permitieron reaccionar y alcanzar como pudo el celular y entregárselo. Los dos hombres hicieron una pausa. Se sintieron complacidos y emprendieron la huida. Se esfumaron debajo del puente.
 
Eran casi las 6:45 p. m. Sólo en ese momento un hombre reaccionó. Era un escolta que se le acercó y le dijo que ya iba a llamar a la Policía. “Llegan en unos 15 minutos”. Le explicó que no podía hacer nada más porque debía cuidar a su protegido y ya se iba.
 
Un día más terminaba en Bogotá. La delincuencia hacía de las suyas en medio de la muchedumbre. Una víctima, en este caso una ingeniera civil, quedaba aturdida y perpleja. No sabía si por el cinismo y el arrojo con que ahora actúan algunos ladrones o por la tremenda indiferencia de los ciudadanos que no reaccionan. No sabía que le dolía más.