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El nuevo Presidente es el hombre que se rodea de los mejores talentos del país teniendo en cuenta exclusivamente el interés público y sin importar si han sido sus detractores o adversarios.

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Un milagro político

Juan Manuel Santos llegó a la Presidencia con los votos de Álvaro Uribe. Hoy ese prestigio popular ya es de él. ¿Cómo conquistó al país en menos de dos meses?

7 de agosto de 2010

Si un extranjero que hubiera venido a Colombia antes de la primera vuelta y hubiera leído la prensa regresara ahora y leyera esos mismos medios, no podría creer que se estuviera hablando de la misma persona. El Juan Manuel Santos del mes de abril, para los jóvenes de la ola verde, era un hombre sin escrúpulos, obsesionado con el poder a cualquier costo, asociado con 'falsos positivos' y dispuesto a recibir a cualquier aliado, por hampón que fuera, con tal de armar una maquinaria para frenar el fervor del voto independiente representado por Antanas Mockus.

Hoy, viendo la televisión y leyendo esa misma prensa, Santos parecería ser el hombre que no comete un solo error; el estadista internacional que se codea con todos los jefes de Estado, no solo de Latinoamérica sino del primer mundo. Su llegada al poder inspira tanta confianza que la comunidad financiera internacional está haciendo cola para invertir en Colombia. Su capacidad de convocatoria es tan grande que vinieron 15 mandatarios, incluido el presidente de la lejana Georgia, quien atravesó medio planeta para darle un abrazo.

En cuanto a su equipo de gobierno, el nuevo Presidente es el hombre que se rodea de los mejores talentos del país teniendo en cuenta exclusivamente el interés público y sin importar si han sido sus detractores o adversarios. En su gabinete no hay cuotas políticas de ninguna clase y mucho menos del Congreso. Y en cuanto a la polarización que vivía el país tanto a nivel nacional como internacional, esta parece haber desparecido de la noche a la mañana el 7 de agosto.

¿Cómo logró el nuevo Presidente este milagro en 45 días? Hay varias estrategias. Lo primero que hay que decir es que Santos, en los dos meses de campaña, dejó de ser Santos para posicionarse como el heredero de Uribe. Jugó el papel de número dos a la perfección actuando con humildad, haciéndose llamar Juan Manuel y untándose de pueblo. Una vez dueño de ese bloque electoral, volvió a ser el Santos de siempre y eso ha gustado mucho y le ha servido para conquistar a los que no querían a Uribe. Eso tenía que suceder tarde o temprano porque la verdad es que hay pocas personas tan diferentes a Álvaro Uribe Vélez como Juan Manuel Santos Calderón. Y la enorme diferencia entre esos dos productos es la que le ha fascinado al pueblo colombiano en los días de la transición presidencial. Los que adoraban la cercanía campechana de Uribe ahora admiran la distancia de estadista de Santos. Y las mayorías que consideraban al Presidente saliente irremplazable están ahora felices de que haya sido reemplazado.

Santos cambió el estilo, cambió la agenda y cambió el tono. En cuanto a lo primero, Uribe era una fuerza de la naturaleza espontánea con un magnetismo personal casi automático. Santos es un estratega del manejo de imagen que ha construido a pulso su propio carisma. Del cuento que no tenía mucho de este atributo, ha pasado a ser percibido como el hombre indispensable para el momento.

Desde el mismo día de su elección, Santos empezó a soltar, gota a gota, señales de cambio. Un día hablaba de gobernar con transparencia y de que su gobierno estaría como en "una urna de cristal"; otro día hablaba de rendición de cuentas, que es un concepto muy mockusiano, y luego enumeraba el decálogo de buen gobierno, que es la bandera santista por excelencia. También garantizó no utilizar información privilegiada a favor de su propio beneficio. Y finalmente aseguró que nunca utilizaría el espejo retrovisor con el gobierno de Uribe, aunque todos los puntos anteriores tenían que ser interpretados por el Presidente saliente precisamente como eso. Los frecuentes y elocuentísimos elogios que el nuevo Presidente le hace a su antecesor -llegó a llamarlo el segundo Libertador- solo neutralizan en parte estas gotas frías.

En cuanto a la agenda, los mensajes enviados antes de su posesión y su discurso en la Plaza de Bolívar muestran un viraje contundente frente a la última década. La seguridad democrática, que todo el mundo anticipa va a ser muy bien cuidada, dejó de ser prioritaria para dar paso a la solución de los problemas sociales y económicos, cuyo rezago fue el costo de las victorias militares de la era Uribe.

Su discurso de posesión mostró un talante de liberalismo tradicional muy distante del de centro-derecha que caracterizó al gobierno de Uribe y con el cual se identificaba al nuevo Presidente. Se les midió a temas espinosos cuya solución real requiere pisar muchos callos. En esta categoría estarían la redistribución de la tierra, el régimen de regalías, la estructura del ordenamiento territorial y la desigualdad. No dejó de sorprender que Juan Manuel Santos, cuya imagen en el pasado era asociada a clubes sociales y Anapoima, incluyera frases como "la tierra debe volver a los campesinos, a los que de verdad la trabajan con vocación y sudor". De cierta forma su discurso evocaba el espíritu y los valores sociales de épocas pasadas como la Revolución en Marcha de los años 30.

El cambio no ha sido solo de agenda sino de tono. Y esto era muy necesario dada la polarización que se estaba viviendo. Este cambio de tono se ha traducido en que las cortes y personas como Gustavo Petro y Hugo Chávez ven en Colombia el comienzo de una nueva era de reconciliación. La Unidad Nacional habría dejado de ser un eslogan para convertirse en una realidad.

Colombia se prepara, por lo tanto, para lo que Juan Manuel Santos denominó en su discurso "un nuevo amanecer". La mayoría de colombianos sienten que termina un ciclo de ocho años de un buen mandato y que comienza otro igual o mejor que puede durar otros dos cuatrenios. Si eso llega a cumplirse, Colombia podría contar con el privilegio no muy frecuente en el tercer mundo de 16 años de buen gobierno.