M E D I O <NOBR>A M B I E N T E</NOBR>
¿Un país sin verde?
Nuestros recursos naturales están en cuidados intensivos. El enfermo está agonizante y no es con aspirinas y algodones que se va a solucionar el problema. Las soluciones deben ser radicales.
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El estado de la salud de la tierra en Colombia al término del siglo y del milenio es simplemente catastrófico y demencial. La ecología es la ciencia del equilibrio entre los seres que habitan la Tierra, y la Tierra misma; en otras palabras entre hombres, animales, plantas y seres inanimados. Al hablar de ecología se suele olvidar al hombre, que es su principal elemento y además el que está destruyendo los equilibrios. Deliberadamente, y por falta de espacio, excluyo al hombre colombiano de este memorial de agravios a la Naturaleza, no sin antes advertir que la ecología humana en Colombia es desastrosa: el colombiano es víctima de violencias de todo tipo: asesinatos, secuestros, desapariciones, desplazamientos; más de la tercera parte de la población sufre de miseria y hambre; existen desempleo, profundas carencias en salud y educación, abusos por parte de el Estado y sus entes. La calidad de vida del colombiano es de pronóstico reservado.
Desde hace 25 años se viene hablando en Colombia de los problemas ambientales. ¿En qué hemos progresado? Admitamos que ya existe la preocupación; se ha ganado en conciencia ecológica; hay muchos grupos y ONG con propósitos ambientales. La Constitución del 91 contiene hermosos párrafos sobre los recursos naturales y proclama que los páramos son inviolables. Por estos días se celebraron los 25 años de promulgación del Código de Recursos Naturales, que algunos llaman el mejor del mundo.
Se creó el Ministerio del Medio Ambiente para reemplazar al Inderena, que era un apéndice simpático y sin poder de decisión del Ministerio de Agricultura. El término ‘desarrollo sostenible’ forma parte de la palabrería oficial. Sí, hemos progresado en el tema y en el papel.
¿En qué hemos retrocedido? ¿En qué ‘no’ hemos avanzado? En todo y en todo lo demás.
Todos los que llamo ‘indicativos del desastre’ han ido en aumento. Es verdad que se ha ganado en conciencia ecológica; pero ha sido en proporción aritmética mientras la destrucción cabalga a ritmo geométrico. Gran porcentaje de esa conciencia es moda y por lo tanto bullosa y pasajera. En ello tienen culpa los medios de comunicación. Conocemos organizaciones que hacen aspaviento ayudadas por la prensa. ¿Realizaciones concretas? Ninguna. Justificar ante las entidades que les aportan dineros que sí hacen algo. Esta contaminación ecológica, como la llamo, es peor que la de la atmósfera y la de los ríos. Colombia se llenó de asesores y consultores ambientales, estudiosos de impactos, ex funcionarios que proclaman lo que debe hacerse (¿por qué no lo hicieron en su momento?). Si fuera por tantos técnicos, informes y foros el estado de la tierra debería ser mejor. No hay día en que no se realice un foro ambiental en Colombia, me confesaba uno de los jerarcas de la ecología. Y le exagero poco, remataba.
Estos son los indicativos del desastre, que aumentan en vez de disminuir: anualmente se talan unas 600.000 hectáreas de bosques; hemos destruido el 92 por ciento de los bosques de cordillera; desaparece en agua el equivalente a dos ríos por día; no conocen los colombianos un río que en temporada normal tenga hoy más agua que
ayer, y sí muchos que se han secado; el Magdalena arroja al mar decenas de toneladas de tierra vegetal por segundo, es la que los ríos le llevan de la zona cordillerana; se necesitan 500 años para formar un centímetro de tierra vegetal, y un aguacero de media hora arranca en lomas taladas y quemadas ese centímetro para llevarlo a los ríos; los páramos, que son nuestras fábricas de agua, son atacados día día por la ampliación de la frontera agrícola, por la ganadería que propicia la quema de la cobertura vegetal protectora del agua y por el envenenamiento de las fuentes desde su origen merced a los agroquímicos de la papa; el país padece el cáncer mortal de la potrerización; se exterminan los bosques para formar potreros, con lo cual se secan las fuentes; el potrero, lo he repetido a los cuatro vientos, es el principio del desierto; los cultivos ilícitos, coca en tierras bajas, marihuana en tierras medias y amapola en climas fríos, producen cuatro efectos letales: a) destrucción de los ecosistemas; b) envenenamiento de la tierra por el glifosato y por los agroquímicos; c) envenenamiento de las fuentes de agua; d) problemas sociales de violencia y degeneramiento moral. Estos cultivos, en vez de disminuir, aumentan y ahondan nuestra dependencia del extranjero. La biodiversidad, máxima carta de presentación de nuestra riqueza natural ante el mundo, desaparece día a día perseguida como rata de alcantarilla.
Las reforestaciones, a más de ser mayormente homogéneas y con cultivos exóticos, representan ridículos porcentajes frente a la deforestación. Los parques nacionales naturales, sostenedores en gran parte de nuestra biodiversidad, fueron mal manejados en pasadas administraciones: como fincas particulares y poniendo trabas a los investigadores. Por decreto cobraban a los que tomaran fotos en los parques, especialmente a la prensa, haciendo quedar en ridículo, ante propios y el mundo, a la institución.
¿Quién hace conocer los parques si no son los periodistas? El Ministerio del Medio Ambiente debería estar integrado casi exclusivamente por técnicos, no ser la cenicienta de los ministerios y no ser víctima de los mayores recortes a la hora de los ajustes monetarios. Los parlamentarios no tienen idea de medio ambiente y no les interesa. En suma, no hay voluntad política sobre este aspecto, vital para el futuro de nuestros hijos.
Por lo demás, no se puede hablar de ecología cuando los ciudadanos tienen hambre y carecen de tierra. El hambre es el peor enemigo de la tierra. Por hambre se destruyen los páramos, las selvas y la biodiversidad. Nuestros grandes problemas ambientales no pueden ser resueltos de manera doméstica, aunque hubiera voluntad política, por estar todos los países en estos tiempos inmersos en la globalización. La miseria de los colombianos y el problema de los cultivos ilícitos, por ejemplo, sólo pueden ser resueltos dentro de parámetros globales: apoyo externo no tanto con ayudas sino con tratamiento justo a nuestros productos y economía y solución integral e internacional al problema de la droga. El calentamiento de la tierra exige también solución global.
Para mí es axiomático que la solución no viene de los particulares, organizaciones y ONG por fervorosos que seamos. Es el Estado el responsable, ayudado por los particulares. Y no al revés: los particulares auxiliados por el Estado. Un ejemplo lo clarifica. Para mí la ‘primera prioridad prioritaria’ (sic, en mi original) de Colombia es el agua, entiéndase páramos y bosques de cordillera. ¿Quién los salvará? No serán los particulares con marchas, fervor y foros. Es el Estado con leyes y voluntad política, lo que quiere decir, entre otras cosas: funcionarios integérrimos, inyección de dineros, leyes adecuadas y voluntad efectiva para hacerlas cumplir, atención al campesino y sus problemas, reforma agraria...
¿Qué se debe hacer? Mucha educación a los colombianos y, mientras esta llega, férrea aplicación de leyes ambientales sin miramientos.
Debemos convencernos de que con ‘granitos de arena’ no vamos a salvarnos, así todos los pongamos. No serán damas encopetadas cultivando hermosos jardines, o ciudadanos mimando mascotas, o el gobierno produciendo toneladas de informes ecológicos como salvaremos al país. El enfermo está agonizante y exige operaciones, amputaciones, lo que sea. Con aspirinas o algodones, que eso son los granitos de arena, no lo vamos a mejorar. Las soluciones deben ser radicales: preservar bosques, páramos, ríos, a como dé lugar, sin perjudicar a los seres humanos. ¡Ciclópea tarea!
Conclusiones. No se puede negar que se han adelantado muchas acciones en el sector ambiental por parte del gobierno y de los particulares con dedicación y entusiasmo. Pero en absoluta verdad son paños de agua tibia frente al apocalíptico panorama. Si los males no fueran tan monstruosos y urgentes estas acciones serían motivo de esperanza. La destrucción no da espera; avanza incontenible cada minuto. Declaro mi admiración por Israel, que hace florecer los desiertos, pero más admiro a los colombianos que los fabrican. Estas líneas harán rasgar las vestiduras a la masa inoficiosa de tecnócratas que juran estar salvando al país, mientras todos vemos que se sigue hundiendo. Mis 50 años de lucha me enseñan que los únicos recursos naturales renovables que nos quedan son el egoísmo y la corrupción. Declaro finalmente que soy incapaz de hablar de ‘recurso hídrico’ y de ‘ojos de agua’. Mi mamá me enseñó a llamar las cosas por su nombre. Diga agua, lagunas, charcas, pantanos, ¡mijito! No sea petulante (Hasta aquí mi mamá) “Lo demás será bonito” y sólo sirve para gastar tinta y bosques de papel.