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Una disidencia que no quería ser

Los que la formamos le colocamos el nombre de Corriente de Renovación Socialista para denotar que aspirábamos a permanecer al interior del Ejército de Liberación Nacional como una tendencia con el propósito de persuadir a la mayoría de sus miembros de la necesidad de cambiar el rumbo de esta guerrilla.

León Valencia
16 de febrero de 2006

Lo intentamos con más pasión que eficacia. En año y medio de debate, de finales de 1989 a mediados de 1991, los cientos de combatientes y mandos que nos enrolamos en esta fracción predicamos en todas las regiones donde el ELN tenía sus estructuras la idea de que el mundo había dado un giro de 180 grados con la caída del muro de Berlín, la derrota del Sandinismo en Nicaragua, las posibilidades de un acuerdo de paz en el Salvador, la aguda crisis en que se debatía Cuba y las negociaciones que estaban en curso en Colombia. Insistimos una y otra vez en que era obligatorio y urgente participar en las conversaciones que habían iniciado el M19 y el gobierno del presidente Virgilio Barco, aprovechar los vientos de reforma política que se sentían en el país para intentar un ingreso digno a la vida civil y estimular la acción cívica que muchos sectores de la población estaban desarrollando. Hablamos de cómo las circunstancias del país ameritaban poner la movilización legal de la ciudadanía y la lucha democrática en el centro de las preocupaciones del ELN. En honor a la verdad no hubo una actitud sorda y agresiva en la mayoría de los miembros de el ELN. Hubo espacio para la discusión. Se intercambiaron argumentos. Pero pudo más la tradición, fue más fuerte la ilusión de que aún se podía intentar un triunfo militar, prevaleció la convicción de que las armas eran el instrumento principal para el cambio. También se replicó que las ofertas de paz de la dirigencia nacional no traían transformaciones de fondo para un país empobrecido y excluyente que había motivado el alzamiento armado desde los años sesenta. Alguna vez, en este tiempo del debate, le oí decir al padre Pérez en una conversación privada, que aún no había condiciones para una negociación digna, que no se podían entregar casi treinta años de sacrificios y de luchas a cambio de promesas de renovación política y social que seguramente no se cumplirían. Con esa posición la mayoría del Comando Central decidió muy pronto que había llegado la hora de la separación y declaró por fuera del ELN a la corriente crítica que habíamos formado. Han pasado catorce años desde aquella ruptura. La Corriente de Renovación Socialista que había persuadido a un 30% de los mandos y combatientes del ELN de aquel entonces se vino a la vida civil, se vinculó a los esfuerzos que ha hecho la izquierda en estos años por forjar un partido político con arraigo en la vida nacional, persistió en la tarea social a través de la Corporación Nuevo Arco Iris y asumió el compromiso ético de luchar por la paz y la reconciliación de los colombianos. El balance para las 2000 personas combatientes, militantes o simpatizantes que firmaron el acuerdo de paz es bueno. No he oído a ninguna de estas personas arrepentirse un solo instante de esta decisión. Pero no le faltaba razón al padre Pérez cuando decía que no se podrían esperar grandes transformaciones de los procesos de paz que estaban en curso. Vivimos aún en una democracia precaria y en sociedad donde campea la injusticia social. El ELN persistió en la lucha armada en estos quince años dando testimonio de su especial reciedumbre, insistiendo en la ilusión de un cambio revolucionario, dándole una importancia mayor a la acción política que a la armada, haciendo intentos de negociar la paz en varias oportunidades. Quizás sientan que han cumplido con el legado dejado por Camilo Torres que fue su líder mayor. Quizás piensen que quienes nos decidimos por la paz hace quince años nos vinimos tras una quimera. Quizás puedan ahora realizar una negociación que aporte un poco más a la renovación del país. Pero los dolores sufridos y causados han sido incontables. Los miembros de la Corriente estamos seguros de que nuestros antiguos compañeros de armas en el ELN podrían aportarle más al cambio desde la civilidad y la paz. Hemos aprendido que se pueden mantener las convicciones de justicia y democracia profunda en la vida civil y que esta es la mejor manera de rendir tributo a quienes dieron la vida luchando por una causa en los años en que la guerrilla tuvo alguna posibilidad de ser el camino hacia la revolución. Bogotá, diciembre de 2005.