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UNA FAMILIA LLAMADA SECUESTRO

El caso de los Patiño Pacheco es una historia que ilustra en forma dramática cómo el secuestro se puede ensañar con una familia.

20 de noviembre de 1995

LOS PATIÑO PACHECO SON una familia de arraigada tradición ocañera. Desde los tiempos de la fundación de la ciudad ha estado estrechamente vinculada al quehacer artístico, cultural, político, económico y social de esta noble villa. Muchos de ellos han dedicado su vida al campo, a la agricultura y la ganadería. Las prósperas tierras del sur de Bolívar fueron durante años el sustento económico de los Patiño. Pero los tiempos cambiaron, la guerrilla apareció, boleteó, secuestró y al final se quedó con la mayoría de esas tierras y sus verdaderos dueños -no sólo los Patiño- nunca más pudieron volver a sus predios.
En algunos de esos pueblos, como Simití, San Pablo, Las Brisas y Puerto Mosquitos, el 'Ejercito de Liberación Nacional' (ELN) se encargó de convertirlos en tierra arrasada a punta de bala y boleteo. Fueron muy pocos los que decidieron quedarse para tratar de recuperar algunas de sus propiedades. Otros, más arriesgados, aceptaron el cargo de administradores de las haciendas con la esperanza de que algún día esas tierras regresaran a manos de sus dueños.
Antonio Patiño, un nortesantandereano curtido por el sol, fue una de esas personas que decidió quedarse y no dar su brazo a torcer. Desde hace más de 20 años está metido en el negocio de administrar fincas en el sur de Bolívar, Norte de Santander y el sur del Cesar. Junto con José Antonio, uno de sus nueve hijos, recorría todos los días las propiedades que estaban a su cargo. Hubo momentos difíciles, la presión de la guerrilla se extendió a los administradores y cuidanderos de las fincas. A través de ellos se les exigía a los propietarios que cumplieran con las cuotas de 'vacuna' y extorsión.
Patiño capeó durante varios años la situación. Pero las cosas comenzaron a complicarse hace un par de años. Muchos de sus amigos metidos en el negocio de la administración terminaron secuestrados. A algunos de ellos no los volvió a ver porque la guerrilla decidió ejecutarlos. A pesar de los peligros y riesgos, él continuó con su trabajo. Pero las cosas se complicaron cuando el 19 de noviembre de 1993, el frente Solano Sepúlveda del ELN, que opera en esa zona, lo secuestró. Estuvo retenido poco menos de un mes cuando decidieron dejarlo en libertad por sus quebrantos de salud, pues tres meses atrás había sufrido un infarto y su condición física estaba muy deteriorada.
Si bien la guerrilla lo liberó, las presiones sobre la familia Patiño nunca pararon. Las exigencias por plata cada vez eran mayores. La subversión exigía que los dueños de las haciendas cumplieran con las cuotas del boleto o de lo contrario sus trabajadores, ganado y parcelas, serían 'confiscadas'.
Durante más de un año la familia Patiño permaneció con el Credo en la boca. Cada vez que Antonio y José Antonio -padre e hijo- salían de correría por las fincas, sus familiares tenían el presentimiento de que nunca más regresarían. Ese pálpito se hizo realidad el pasado 22 de agosto. El frente Solano Sepúlveda secuestró a José Antonio en una de las fincas que administraba en el corregimiento de Puerto Mosquitos.
La familia Patiño tuvo muy pocas noticias de su hijo. Un par de llamadas a Ocaña para decirles que "la gente d e allá arriba quiere hablar con el abuelo". Y Antonio Patiño acudió a los dos llamados. En el primero se desplazó por varios días entre los corregimientos de Brisas y Puerto Mosquitos. Pero la reunión con los guerrilleros nunca se pudo lograr. En el segundo decidió llevarle una ropa a su hijo y una carta. La dejó encima de una piedra, en un lugar donde le indicaron los subversivos. Después de ese viaje, la guerrilla se comunicó varias veces siempre con la misma razón: "queremos hablar con el abuelo".

EL HERMANO MENOR
Los días pasaron y de José Antonio Patiño no se volvió a tener noticia alguna. Entonces su hermano menor, Julio César Patiño, un arquitecto que vive en Bogotá, decidió viajar a Ocaña para ponerse al frente de los hechos. Durante varias semanas recorrió la zona en busca de un contacto que le permitiera conocer la situación de su hermano. En una de esas correrías logró tener noticias. Alguien en algún camino veredal, le dijo que no se preocupara que todo estaba bajo control. Que había por arreglar unas cosas y después liberaban a su hermano. "Los guerrilleros mandaban a decir que se habían pagado 12 millones por el rescate de mi papá y que la repartición de la plata no había sido muy clara. Nosotros no pagamos un sólo peso y no tenemos porqué responder por los problemas internos que tenga la guerrilla", manifestó un familiar de los Patiño.
Las semanas pasaron y la situación siguió igual. Entonces Tina, la esposa de José Antonio, con tres meses de embarazo, decidió viajar a Aguachica en busca de la emisora del pueblo para mandarle un mensaje a su esposo de que todo estaba bien. En el mensaje que leyó por la radio Tina contó cómo estaba vestido su esposo, cómo era y al finalizar dijo que si alguien lo había visto o estaba con él, le contara que la familia lo seguía esperando.
Al día siguiente, dos maestros de la escuela del corregimiento Las Brisas llamaron a la emisora y contaron que ellos habían oído el mensaje de Tina y que unos días atrás habían recogido el cadáver de una persona que correspondía a la descripción que ella había hecho por la radio. Entonces, Julio César se desplazó a Las Brisas con dos amigos para confirmar la información. Fueron al cementerio del corregimienqto y con autorización de la Policía, él y sus amigos desenterraron el cadáver. Antonio estaba vestido con la última ropa que le había mandado su padre con los guerrilleros que lo tenían capturado. Lo ejecutaron con un tiro de gracia en la nuca.
Su hermano menor realizó los trámites de la funeraria para llevar el cadáver a Ocaña. El 6 de octubre pasado, contrató una camioneta para desplazarse de Las Brisas a su casa. Al medio día abandonó el pueblo y cuando se disponía a recorrer la última calle fue interceptado por varios hombres. Durante más de media hora habló con ellos. Después regresó al auto y les entregó a sus dos amigos la plata que tenía y les pidió que llevaran el cadáver de su hermano donde sus padres porque él a partir de ese momento estaba secuestrado. Desde entonces no se sabe nada de Julio César Patiño.
Mientras la familia Patiño ha golpeado todas las puertas del gobierno, del zar antisecuestros, de las organizaciones de derechos humanos, de la Defensoría del Pueblo y de los medios de comunicación en busca de que alguien les tienda la mano para salvar la vida del joven arquitecto, los jefes guerrilleros no han dicho esta boca es mía para pronunciarse sobre el drama de los Patiño.
Este caso pasa a formar parte de la interminable lista de colombianos secuestrados cuya suerte está en manos de una subversión cada vez más lumpenizada y motivada exclusivamente por su afán de lucro. La lección que deja el caso de la familia Patiño es muy diciente: secuestro que no se paga la guerrilla lo cobra con la vida.