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UNA GESTION MAS ESPECTACULAR QUE EFICAZ

1 de septiembre de 1986

Los resultados de la gestión de Belisario Betancur no pueden buscarse solamente en el interior de las fronteras del país. Debido al marcado acento que el mismo Presidente le diera a las relaciones internacionales del país desde sus primeros cien días de gobierno, uno de los más detallados exámenes que hay que hacerle a su cuatrienio es precisamente en este campo.
Como casi todo lo de su gobierno, el arranque en el plano internacional fue desconcertante. La afiliáción al grupo de países No Alineados, el famoso "regaño a Reagán" de Belisario cuando el Presidente norteamericano vino a Colombia, el largamente aplaudido discurso ante la ONU, y finalmente el papel protagónico en la integración del Grupo de Contadora coparon la capacidad de sorpresa de los colombianos durante los primeros meses de gobierno.
Con ello el Presidente quiso dejar en claro que él se proponía marcar una distancia política con los Estados Unidos. Pero como se vería meses después, esta actitud no era un fin sino un medio. Más allá de buscar los elogiosos editoriales de la prensa europea, tan afecta a los arranques de independencia tercermundista, la ofensiva antiyanqui tenía un objetivo político interno: convencer a la izquierda, con la que estaban a punto de comenzar a gestarse las primeras negociaciones de paz, de que estaba dispuesto a ir tan lejos como tuviera que llegar para realizar un acercamiento. Y eso incluía algo tan insólito en la historia de Colombia como alzarle la voz al coloso del norte.
Y le resultó. De manera tan luminosa, que no solamente desarmó a muchos sectores de la izquierda colombiana, sino que además logró recuperar para el país un liderazgo en el concierto latinoamericano sólo comparable al que gozó en épocas de Alberto Lleras y la OEA y Carlos Lleras y el Pacto Andino. Este liderazgo no sólo se perdió años atrás, sino que había sido reemplazado por el incómodo apodo de Caín de América que el país se había ganado como resultado de su posición frente a la guerra de las Malvinas.
Si todas estas iniciativas hubieran resultado algo más que buenas iniciativas, de seguro hoy Betancur estaría recibiendo las más altas calificaciones por su gestión internacional. Pero lamentablemente, para él y para el país, las cosas no salieron tan bien. Nunca como con Belisario, el Presidente de la República marcó con más fuerza el ritmo y la dirección de las relaciones internacionales del país.
Como dijo el ex canciller del gobierno de Misael Pastrana, Alfredo Vásquez Carrizosa, a SEMANA, "el centro de la diplomacia pasó de la Cancillería de San Carlos a los salones y al conmutador telefónico del Palacio de Nariño". Pero lo anterior puede llegar a considerarse sólo como una cuestión de estilo. Con el tiempo se vería que los problemas iban más allá de quién era el gran protagonista de estas gestiones internacionales.
Para empezar, el que en un comienzo fue considerado como exitoso --por caché y progresista--, el ingreso al grupo de los No Alineados, jamás fue más que eso. Y peor aún, al final ya no era ni siquiera eso. Nunca, a lo largo del cuatrienio, los No Alineados produjeron una noticia medianamente importante. Nunca nadie entendió la diferencia que había entre estar afiliado y no estarlo. Y al final, hasta los más feroces críticos de esta medida se aburrieron del asunto porque comprendieron que si bien no tenía nada de bueno, tampoco tenía nada de malo.
Salvo por los efectos iniciales obtenidos por Betancur en el plano interno, tres años de afiliación de Colombia al grupo de los No Alineados resultaron absolutamente inocuos. Como el ex canciller del gobierno de Turbay Ayala, Carlos Lemos Simmonds, declaró a SEMANA, "el grupo de los No Alineados es un foro para hablar. Es un buen lugar para un concurso de oratoria, donde van a quemar corriente los cancilleres de los países afiliados".
El caso de Contadora es más complejo. Porque al igual que en el caso interno del proceso de paz, no se sabe si juzgarla por lo que pudo haber logrado, por lo que no pudo lograr, o por lo que pudo haber evitado.
Por un lado, sus defensores afirman que el principal mérito de Contadora constituye haber evitado la generalización de una guerra en Centroamérica que habría tenido claros efectos para Colombia y para toda el área continental. Este argumento sin embargo es más hipotético que la principal crítica que se le ha hecho a Contadora: que no sólo no logró la paz en Centroamérica, sino que desvió las energías diplomáticas de Colombia de su gran prioridad de los últimos tiempos, el diferendo con Venezuela. "La atención exclusiva dada a Contadora dejó en una especie de nevera la diferencia con Venezuela sobre áreas marinas", declaró el ex canciller Vásquez. "Este pleito está en el estado en que lo dejó la administración Turbay al fracasar la gestión de Caraballeda en 1980".
Aunque el canciller Augusto Ramírez Ocampo rechaza estas acusaciones, alegando que este gobierno termina en un momento en el que las relaciones con Venezuela son más cordiales que nunca, el ex ministro y miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores, José Manuel Arias Carrizosa, lo ha refutado diciendo: "Sí, son excelentes estas relaciones, pero en el sentido versallesco de la diplomacia: venias, frases de cajón, elogios mutuos... Pero, ¿qué se hizo desde el punto de vista jurídico? Nada. Y la peor fórmula para manejar el conflicto con Venezuela, es congelarlo".
Igual opinión tiene el ex canciller Lemos Simmonds, gestor del frustrado acuerdo de Caraballeda: "Bajo este gobierno Colombia se pasó a la tesis de Venezuela, que es la de dilatar el diferendo, para crear hechos cumplidos que la favorezcan. De manera que estamos como hace 30 años. Examinando las posibilidades de reanudar conversaciones directas que ya son inútiles. Había que desoficializar el diferendo, buscando otras fórmulas como el arbitraje o la aplicación del tratado de 1939. Pero en cambio se escogió el transcurso del tiempo, que es el camino más corto para que un diferendo se convierta en conflicto. El día en el que uno de los dos países comience a ejercer su soberanía sobre las áreas en disputa --y ya ha habido delicadas escaramuzas con barcos pesqueros de bandera colombiana--, podría producirse un conflicto de graves proporciones. Es lo mismo que tener una uña enconada".
Pero el supuesto descuido diplomático del diferendo colombovenezolano no constituye la unica crítica a las consecuencias políticas de Contadora. También se critica a Colombia por no haber aprovechado su situación frente a Nicaragua para dar por terminadas sus aspiraciones sobre San Andrés y Providencia, que se convirtieron en un instrumento de chantaje, que impidió que se avanzara en la delimitación de áreas marinas y submarinas con este país. Esta acusación es injusta y es probable que la verdad sea exactamente la contraria: que en vista de que Nicaragua necesita a Colombia para lograr la estabilización del área, que tanto requiere, no llegó nunca a denunciar formalmente los tratados que reconocen la soberanía colombiana sobre los archipiélagos de San Andrés y Providencia, y que sus reclamaciones sobre estos se limitaron, por el contrario, a imprudentes declaraciones de prensa.
Otra crítica que se ha oído es que "Colombia, a través de Contadora, resolvió sacrificar algo que le es muy caro a la América: el panamericanismo", según José Manuel Arias. "La OEA es el vehículo para sentar al oso mayor al lado de los pequeños animales del bosque. Lo que había que hacer, entonces, era meter a EE.UU. en la casa, en lugar de sacarlo, como hizo Contadora". Para los muchos que consideran que la OEA era un organismo inoperante desde hace mucho tiempo, esta crítica no es tan válida. Si se llegó a Contadora fue, entre otras cosas, por la convicción de que con la OEA jamás se llegaría a la paz en Centroamérica. Y, si bien es cierto que Contadora carecía de mecanismos de cohesión jurídica, el carácter novedoso de su conformación permitió una benéfica oxigenación del conflicto centroamericano. Aunque en este punto nuevamente los críticos afirman que tal oxigenación consistió simplemente en otorgarle al régimen sandinista de Nicaragua una beligerancia política de la que carecía antes de Contadora y que probablemente, sin ella, habría tardado mucho más tiempo en conseguir.
En fin. Si hubiera que hacer un balance en pocas palabras de lo que fue la gestión internacional de la administración Betancur, habría que calificarla de más vistosa que eficaz. Esto, que en cualquier otro aspecto de un gobierno sería un balance negativo, en el campo diplomático y de las relaciones exteriores es lo contrario. Pues lo que es vistoso puede ser por lo mismo eficaz. Y la prueba es que los dos hombres que ocuparon esta cartera, Rodrigo Lloreda y Augusto Ramírez, obtuvieron suficiente prestigio como para quedar ambos en la categoría de precandidatos.--